Antoni Clapés
La bonança del meu port
és eterna com la mort:
vine, vine, vine...
MIQUEL DEL SANTS OLIVER
Referirse a la poesía catalana en Chile es como si nos enfrentáramos a una tradición literaria tan distante y desconocida como la poesía africana o la poesía asiática (con todas las inmensas diferencias que existen en y entre estos continentes y en y entre esas literaturas y diversas lenguas). En nuestro país, para la gran mayoría de los lectores, poetas y académicos, la poesía española no es otra cosa más que la poesía escrita en castellano. No existe una lírica gallega, vasca o, como he dicho, catalana (incluyendo en este acápite a la poesía de las Islas Baleares y del País Valenciano). Parece que a los chilenos aún se nos han quedado grabadas las frases del antiguo régimen (español), donde nombres propios y sustantivos como “raza”, “imperio” o “Castilla” dominan el imaginario y la memoria de los intelectuales de este otro lado del Atlántico. Si mencionamos a algún autor de otra de las lenguas oficiales del Estado Español, la primera pregunta que surge (si es que hay algún interés genuino): “¿está traducido al español?”. Y, claro, está traducido al español, porque el catalán, el gallego o el euskera son lenguas españolas y, además, oficiales. Otra cosa es si la pregunta se dirige a una traducción al castellano y, eso, es asunto y materia de otras consideraciones, donde existen complejidades como el bilingüismo, la obligatoriedad de publicar en castellano y la prohibición de hacerlo en catalán (en la época de la dictadura de Francisco Franco) o en el desinterés (después del franquismo) desde las editoriales castellanas y de los propios autores catalanes por publicar en esa lengua (porque sienten, con mayor o menor razón, que están “traicionando” su cultura, o peor, “se están vendiendo” por una mayor circulación de sus libros que no siempre redunda en una comprensión cabal de las particularidades de la autonomía catalana o, incluso, de las otras autonomías con sus propias lenguas vernáculas). Si en América, con justos alegatos, nos hemos quejado de la imposición de los modelos españoles sobre nuestras culturas prehispánicas, donde la religión, las lenguas, las tradiciones y hasta la vida humana no fueron respetadas y, en la actualidad, de forma más que ambigua se nos menciona y rotula con ese anestésico y amnésico “slogan” del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, como un “Encuentro de Dos Mundos” o “Encuentros de Dos Culturas”, los catalanes (y también los vascos y gallegos, insisto) pueden dar cuenta en su historia de tratamientos similares. Y no es que yo quiera hacer un encendido discurso en contra de mi lengua materna, el castellano, lengua en la que pienso, siento, escribo… Con su maravillosa riqueza, con su literatura extraordinaria, con su historia y con su cultura y sus tradiciones que han forjado una buena parte de la moderna civilización occidental. No. Por ningún motivo. Pero me gustaría ordenar un poco las cosas y abrir nuestros criollos ojos a la merma gigantesca que consiste en clasificar, disminuir, etiquetar o excluir de un plumazo a una cultura, a una lengua, a una literatura y a una poesía que ha entregado también una visión de mundo plena de belleza y de interrogantes. Que ha aportado libros, estilos, escuelas y autores que, por desgracia, aquí desconocemos casi por completo.
De esta manera podemos hablar, desde Chile e Hispanoamérica, de una doble marginación de la literatura catalana. En primer lugar, la que ha sufrido en la propia península ibérica con todos sus avatares políticos, nacionalistas y hasta clasistas. En segundo lugar, la que nosotros le infringimos, al ser, de una u otra manera, “herederos” de esa primera marginación y duplicarla para hacerla desaparecer del horizonte de la literatura y de la poesía. Doble marginación… doble injusticia. Pero en el concepto de la “Europa de las naciones”, que cada vez se parece más al mapa de la Unión Europea (sobre todo si pensamos en países como Eslovenia, la República Checa y tantos otros), la recuperación histórica, lingüística y cultural (y no me refiero a ese nacionalismo tan venenoso que intentó destruir al continente por lo menos en dos grandes y terribles ocasiones) ejerce un poderoso incentivo para redescubrir o, simple y llanamente, descubrir, los grandes tesoros que estas pequeñas naciones conservan vivamente hasta nuestros días, incluso con la tan mentada globalización que, finalmente no es más que la imposición de modelos culturales, económicos y hasta estéticos de uno o dos países que, como siempre, han dominado (o quieren dominar) al resto del planeta, desde el bolsillo hasta las neuronas.
Pero centrándonos en este breve “panorama de la poesía catalana contemporánea”, asunto por lo demás muy difícil de enfrentar, ya que este escrito podría transformarse en una larga lista de nombres que poco o nada pueden decir a nuestros lectores, me gustaría señalar que, obviamente, no podemos hablar de una poesía moderna o contemporánea o actual sin referirnos primero a la larga tradición que Cataluña posee desde la Edad Media. Si uno de los primeros documentos literarios se remonta al siglo XII, podemos afirmar con propiedad que se trata de una tradición milenaria que poco a poco fue construyendo una red de textos y autores que, en aquellos tiempos y en muchas ocasiones son traducidos a otras lenguas europeas antes que al castellano. Ya en los siglos XIII y XIV, con Ramon Llull (1232?-1315) y Bernat Metge (1346-1413), notabilísimos narradores, o en el siglo XV con Joanot Martorell (1405-1468) y su Tirant lo Blanc -tan amado por Cervantes-, la literatura catalana manifiesta sus primeras obras definitivas que la consolidan como una importante tradición europea. Y es en este siglo XV cuando aparece en Gandía (Valencia), la brillante figura de uno de los poetas peninsulares más trascendentales de la historia de la poesía catalana. Me refiero a Ausias March (1397?-1459), quien rompiendo con la tradición de la lírica provenzal, es reconocido como un prodigio en la belleza de sus poemas y de sus canciones. Inspirado en las fuentes italianas es uno de los primeros en experimentarlas en España. Ausias March es el poeta fundador, el faro y el candil que alumbra la historia de la poesía catalana. Su obra, que, por cierto, ha sido traducida al castellano tanto en verso como prosificada, aún produce una admiración unánime por todos aquellos que aman el género y, en especial, la literatura renacentista. Desde este poeta arranca con aún más fuerza la poesía catalana. Es como si Ausias March fuese el modelo y el poeta “adánico”.
La guerra de sucesión, las políticas de Felipe V y otros hechos históricos hicieron que los siglos XVI y XVII no fueran especialmente generosos con la lírica en la lengua catalana. Es en el siglo XIX con la famosa “Renaixença”, donde el romanticismo, el nacionalismo y múltiples esfuerzos por recuperar ese pasado literario glorioso, la poesía (y en general las artes y la literatura), como bien dice el término, renacen para consolidar un segundo momento importantísimo en la historia de esta nación. Bonaventura Carles Aribau (1798-1862) autor del poema La Pàtria de 1833 y Jacint Verdaguer (1845-1902) y su monumental L’Atlàntida de 1877, por mencionar a los más importantes entre muchos otros, sientan las bases y son las figuras literarias “paternas” que presidirán su siglo y los inicios del siglo veinte proyectándose en los cultores del Modernismo como Joan Maragall (1860-1911) y en su antítesis, los representantes más radicales del “noucentisme”, fundado por Eugeni D’Ors (1881-1954) que intenta la defensa de la lengua y la cultura catalana. Mención aparte merece Josep Carner (1884-1970), considerado por muchos como el primer poeta moderno catalán, autor de El cor quiet (1925) y Nabí (1941) y quien, hasta el día de hoy, se ha transformado en un referente insoslayable aún para los poetas más jóvenes.
Ya entrados, entonces, en el nuevo siglo, algunos poetas intentarán conciliar sus versos con las más novedosas tendencias literarias de Francia y del resto de Europa. Antes que Madrid, Barcelona (con periódicos o revistas como “Trossos”, “L’ Amic de les Arts” o “La Publicitat” y con tertulias muy animadas donde se discutía sobre las nuevas posibilidades de la poesía), se transforma en el espacio privilegiado para que empiecen a surgir obras y tendencias que nada tienen que envidiar a las que se publicaban al otro lado de los Pirineos. Paralelamente, algunos poetas y escritores mallorquines como Joan Alcover (1854-1926) y Gabriel Alomar (1873-1941) -autor de El Futurrisme (1905) que tan importante fuera para el joven poeta chileno Vicente Huidobro- van consolidando la unión de tendencias que parecían irreconciliables como la renaixença, el noucentisme, el modernisme y las vanguardias que ya se asomaban con inusitado vigor en esta literatura. Es con la cristalización de la vanguardia que aparecen algunos nombres centrales en la poesía contemporánea de Cataluña: Joan Salvat Papasseit (1894-1924), fundador de la revista de vanguardia “Arc-Voltaic”, muerto muy prematuramente, pero quien legó una obra importantísima entre las que se cuentan libros de poemas como L’irradiador del port i les gavines (1921) o El poema de la rosa als llavis (1923); Joan Oliver (1899-1986), quien usara el seudónimo de “Pere Quart” y que se exiliaría durante ocho años en Chile. Autor de importantes poemarios como Cataclisme (1935), La fam (1938) y Circumstanciès (1968) y el gran Josep Vicenç Foix (1893-1987), otro amigo de Huidobro, con quien mantuvo un breve pero intenso contacto epistolar a raíz del libro Finnis Brittania del creacionista chileno. Con una influyente obra, candidato al Premio Nobel, figura legendaria del Barrio de Sarría de Barcelona y donde es preciso destacar hermosos libros como Sol y de dol (1947), On he dexait las Olaus? (1953) y Desa aquests llibres al calaix de baix (1960).
Distante de las vanguardias, pero con una poesía de un decir moderno y a la vez enraizada en su Cataluña natal y en los grandes mitos y símbolos de la humanidad, la obra de otro eterno candidato al Premio Nobel, Salvador Espriu (1913-1985), es considerada como un patrimonio de la resistencia al franquismo y un constante homenaje a una patria a la que cambia de nombre frecuentemente, pero que sus lectores saben reconocer e identificarse con ella. Así, Sinera será Arenys de Mar, o Lavínia, Barcelona, o Alfaranja, Cataluña… Entre sus obras más conmovedoras y relevantes hay que citar Cementeri de Sinera (1946); Les cançons d’ Ariadna (1949); Les hores (1952); La pell de brau (1960); Llibre de Sinera (1963) y Per a la bona gent (1984).
En la orilla opuesta a Espriu y vinculado con las vanguardias históricas, el poeta Joan Brossa (1919-1998) destaca por buscar nuevos formatos para la escritura y ha sido considerado como una de las figuras más importantes, a nivel internacional, de la llamada “poesía visual”. Aún así, es autor de libros “tradicionales de poesía” donde cabe mencionar las antologías Poemes de seny i cabell (1977) y Un home reparteix fulls clandestins (2004).
El terrible paréntesis de la guerra civil (1936-1939) significó diversas convulsiones al interior de Cataluña que son imposibles de reseñar en estas páginas. Aún así hay que destacar la existencia de una poesía militante con el bando republicano y con algunas ideologías de izquierda y otras asociadas también al nacionalismo catalán. El triunfo del franquismo significó una violenta represión a la lengua y a la literatura y las relegó prácticamente a los intramuros del solar familiar. Los duros años de la posguerra, tan bien retratados por diversos novelistas españoles, fueron quizás aún más crueles para los catalanes, quienes, a fuerza de decretos, tuvieron que relegar sus costumbres y el uso totalmente libre de su lengua hasta la recuperación de la democracia y los años de la transición, con el regreso de la Generalitat como institución regidora y la proclamación del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1979.
Los años sesentas y setentas, con el retorno de algunos exiliados (entre ellos muchos escritores), la llegada masiva del turismo, una suerte de “apertura” del régimen y, principalmente con el nacimiento de la “Nova Cançó” donde destacan figuras de la talla de Raimon, María del Mar Bonet, Lluís Llach y Joan Manuel Serrat, por citar a algunos, hace que la poesía vuelva a tener un protagonismo en la cultura catalana. Los cantantes musicalizan poemas de sus grandes autores (catalanes, mallorquines, valencianos), les rinden homenajes y hasta escriben sus propios libros de poemas. Todo un fenómeno que revitaliza no sólo la industria discográfica barcelonesa, sino que alerta a las editoriales para empezar a reeditar obras de narradores, ensayistas, historiadores, dramaturgos y, por supuesto, poetas. Evito aquí el tratar a los poetas catalogados como “del bilingüismo”, dado que éste es un problema donde aún las susceptibilidades no permiten una mirada objetiva (y me refiero, por ejemplo, al caso de Pere Gimferrer, nacido en 1945).
En las décadas finales del siglo XX, Cataluña reafirma su identidad, su política lingüística y la difusión de su cultura y sus letras. De alguna manera, y de forma muy comprensible, “se encierra” un poco en sí misma tras la progresiva recuperación de sus íconos, valores, costumbres y tradiciones. Un tanto áspera con el resto de la península, es intransigente con las posibles intervenciones del gobierno central y esto se refleja, también, en el ámbito de las letras. Superados los años noventas, me parece, se produce una apertura natural hacia el resto de Europa, una empatía con otras naciones del continente y una mayor libertad en los discursos poéticos que ya no se rebelan ante una dictadura que los relega permanentemente o ante la esperpéntica figura de un Jefe de Estado que invoca a una España castellanizada del siglo XVI y que nada tiene que ver con las circunstancias de la realidad del mundo y del tiempo presente. Por otro lado, las reivindicaciones lingüísticas ceden ante una vocación cosmopolita que, aunque firme en sus raíces, explora otros territorios que los vinculan, insisto, con las preocupaciones propias de los poetas de todas las latitudes del planeta.
Nacidos en la época del franquismo pero con una mirada abierta a otras tradiciones literarias universales, hay que destacar a algunos poetas como Josep Ramon Bach (1946), quien últimamente ha derivado hacia la recuperación de la tradición de la poesía oral de los pueblos primitivos enfocado a la literatura infantil, o a Antoni Clapés (1948) notable poeta de Sabadell quien ha publicado más de doce libros de poesía entre los que destacan Trànsit (1992) A frec (1994) e In nuce (2000). Autor de gran reflexión por la palabra, en sus infinitas connotaciones e irradiaciones, con un riguroso oficio, a veces minimalista, pero no por eso superficial, y quien, además, ha sido editor, hasta el día de hoy, de una colección de “plaquettes” y libros importantísimos que han sostenido y difundido buena parte de la poesía catalana más nueva (las ediciones “Cafè Central”).
Barcelonés de la década del cincuenta, Alex Susanna (1957), poeta y también editor (Columna Ediciones) es autor de libros muy interesantes cercanos a la “poesía de la experiencia” como Abandonada ment (1977), Els dies antics (1982) o Quadern dels marges (2006). Ha recibido diversos premios y ha incursionado también en la prosa.
La lista de autores posteriores se va ampliando de forma extraordinaria. Autoediciones, revistas, múltiples editoriales en Barcelona, Palma, Valencia e incluso en ciudades y pueblos medianos o pequeños, más el verdadero “boom” o fenómeno descomunal de premios literarios en España (que ha contagiado también a los catalanes) hacen imposible una reseña medianamente rigurosa y justa. Queden los nombres de Xavier Canals, Melcion Mateu, Esther Xargay, Víctor Nik, Enric Casasses, Eduard Escoffet, Dolors Miquel y Josep Pedrals como continuadores de esta lírica, entendiendo que aquí se mencionan sin tener un conocimiento profundo de sus obras.
Para finalizar, creo que es nuestro deber como poetas, académicos y lectores interesados, despejar los nubarrones que han mantenido oculta tan importante literatura. Es necesario que publiquemos en Chile una antología bilingüe de la poesía catalana contemporánea. Que las Ferias del Libro y las Sociedades Literarias, a veces tan convencidas que sólo en Chile se escribe buena poesía, reconozcan con hidalguía su ignorancia y abran las puertas a autores y obras catalanes que, estoy seguro, más de algún secreto nos pueden contar (como ocurre con otras tradiciones poéticas que aquí se obvian como si este “finis terrae” fuese además una isla perdida en el infinito).
Los catalanes, como los chilenos, habitantes rodeados por el mar y las montañas, pueden escribir junto a nosotros un poema donde el abrazo sustituya, de una vez por todas, el desconocimiento.
Santiago de Chile, octubre de 2008
De esta manera podemos hablar, desde Chile e Hispanoamérica, de una doble marginación de la literatura catalana. En primer lugar, la que ha sufrido en la propia península ibérica con todos sus avatares políticos, nacionalistas y hasta clasistas. En segundo lugar, la que nosotros le infringimos, al ser, de una u otra manera, “herederos” de esa primera marginación y duplicarla para hacerla desaparecer del horizonte de la literatura y de la poesía. Doble marginación… doble injusticia. Pero en el concepto de la “Europa de las naciones”, que cada vez se parece más al mapa de la Unión Europea (sobre todo si pensamos en países como Eslovenia, la República Checa y tantos otros), la recuperación histórica, lingüística y cultural (y no me refiero a ese nacionalismo tan venenoso que intentó destruir al continente por lo menos en dos grandes y terribles ocasiones) ejerce un poderoso incentivo para redescubrir o, simple y llanamente, descubrir, los grandes tesoros que estas pequeñas naciones conservan vivamente hasta nuestros días, incluso con la tan mentada globalización que, finalmente no es más que la imposición de modelos culturales, económicos y hasta estéticos de uno o dos países que, como siempre, han dominado (o quieren dominar) al resto del planeta, desde el bolsillo hasta las neuronas.
Pero centrándonos en este breve “panorama de la poesía catalana contemporánea”, asunto por lo demás muy difícil de enfrentar, ya que este escrito podría transformarse en una larga lista de nombres que poco o nada pueden decir a nuestros lectores, me gustaría señalar que, obviamente, no podemos hablar de una poesía moderna o contemporánea o actual sin referirnos primero a la larga tradición que Cataluña posee desde la Edad Media. Si uno de los primeros documentos literarios se remonta al siglo XII, podemos afirmar con propiedad que se trata de una tradición milenaria que poco a poco fue construyendo una red de textos y autores que, en aquellos tiempos y en muchas ocasiones son traducidos a otras lenguas europeas antes que al castellano. Ya en los siglos XIII y XIV, con Ramon Llull (1232?-1315) y Bernat Metge (1346-1413), notabilísimos narradores, o en el siglo XV con Joanot Martorell (1405-1468) y su Tirant lo Blanc -tan amado por Cervantes-, la literatura catalana manifiesta sus primeras obras definitivas que la consolidan como una importante tradición europea. Y es en este siglo XV cuando aparece en Gandía (Valencia), la brillante figura de uno de los poetas peninsulares más trascendentales de la historia de la poesía catalana. Me refiero a Ausias March (1397?-1459), quien rompiendo con la tradición de la lírica provenzal, es reconocido como un prodigio en la belleza de sus poemas y de sus canciones. Inspirado en las fuentes italianas es uno de los primeros en experimentarlas en España. Ausias March es el poeta fundador, el faro y el candil que alumbra la historia de la poesía catalana. Su obra, que, por cierto, ha sido traducida al castellano tanto en verso como prosificada, aún produce una admiración unánime por todos aquellos que aman el género y, en especial, la literatura renacentista. Desde este poeta arranca con aún más fuerza la poesía catalana. Es como si Ausias March fuese el modelo y el poeta “adánico”.
La guerra de sucesión, las políticas de Felipe V y otros hechos históricos hicieron que los siglos XVI y XVII no fueran especialmente generosos con la lírica en la lengua catalana. Es en el siglo XIX con la famosa “Renaixença”, donde el romanticismo, el nacionalismo y múltiples esfuerzos por recuperar ese pasado literario glorioso, la poesía (y en general las artes y la literatura), como bien dice el término, renacen para consolidar un segundo momento importantísimo en la historia de esta nación. Bonaventura Carles Aribau (1798-1862) autor del poema La Pàtria de 1833 y Jacint Verdaguer (1845-1902) y su monumental L’Atlàntida de 1877, por mencionar a los más importantes entre muchos otros, sientan las bases y son las figuras literarias “paternas” que presidirán su siglo y los inicios del siglo veinte proyectándose en los cultores del Modernismo como Joan Maragall (1860-1911) y en su antítesis, los representantes más radicales del “noucentisme”, fundado por Eugeni D’Ors (1881-1954) que intenta la defensa de la lengua y la cultura catalana. Mención aparte merece Josep Carner (1884-1970), considerado por muchos como el primer poeta moderno catalán, autor de El cor quiet (1925) y Nabí (1941) y quien, hasta el día de hoy, se ha transformado en un referente insoslayable aún para los poetas más jóvenes.
Ya entrados, entonces, en el nuevo siglo, algunos poetas intentarán conciliar sus versos con las más novedosas tendencias literarias de Francia y del resto de Europa. Antes que Madrid, Barcelona (con periódicos o revistas como “Trossos”, “L’ Amic de les Arts” o “La Publicitat” y con tertulias muy animadas donde se discutía sobre las nuevas posibilidades de la poesía), se transforma en el espacio privilegiado para que empiecen a surgir obras y tendencias que nada tienen que envidiar a las que se publicaban al otro lado de los Pirineos. Paralelamente, algunos poetas y escritores mallorquines como Joan Alcover (1854-1926) y Gabriel Alomar (1873-1941) -autor de El Futurrisme (1905) que tan importante fuera para el joven poeta chileno Vicente Huidobro- van consolidando la unión de tendencias que parecían irreconciliables como la renaixença, el noucentisme, el modernisme y las vanguardias que ya se asomaban con inusitado vigor en esta literatura. Es con la cristalización de la vanguardia que aparecen algunos nombres centrales en la poesía contemporánea de Cataluña: Joan Salvat Papasseit (1894-1924), fundador de la revista de vanguardia “Arc-Voltaic”, muerto muy prematuramente, pero quien legó una obra importantísima entre las que se cuentan libros de poemas como L’irradiador del port i les gavines (1921) o El poema de la rosa als llavis (1923); Joan Oliver (1899-1986), quien usara el seudónimo de “Pere Quart” y que se exiliaría durante ocho años en Chile. Autor de importantes poemarios como Cataclisme (1935), La fam (1938) y Circumstanciès (1968) y el gran Josep Vicenç Foix (1893-1987), otro amigo de Huidobro, con quien mantuvo un breve pero intenso contacto epistolar a raíz del libro Finnis Brittania del creacionista chileno. Con una influyente obra, candidato al Premio Nobel, figura legendaria del Barrio de Sarría de Barcelona y donde es preciso destacar hermosos libros como Sol y de dol (1947), On he dexait las Olaus? (1953) y Desa aquests llibres al calaix de baix (1960).
Distante de las vanguardias, pero con una poesía de un decir moderno y a la vez enraizada en su Cataluña natal y en los grandes mitos y símbolos de la humanidad, la obra de otro eterno candidato al Premio Nobel, Salvador Espriu (1913-1985), es considerada como un patrimonio de la resistencia al franquismo y un constante homenaje a una patria a la que cambia de nombre frecuentemente, pero que sus lectores saben reconocer e identificarse con ella. Así, Sinera será Arenys de Mar, o Lavínia, Barcelona, o Alfaranja, Cataluña… Entre sus obras más conmovedoras y relevantes hay que citar Cementeri de Sinera (1946); Les cançons d’ Ariadna (1949); Les hores (1952); La pell de brau (1960); Llibre de Sinera (1963) y Per a la bona gent (1984).
En la orilla opuesta a Espriu y vinculado con las vanguardias históricas, el poeta Joan Brossa (1919-1998) destaca por buscar nuevos formatos para la escritura y ha sido considerado como una de las figuras más importantes, a nivel internacional, de la llamada “poesía visual”. Aún así, es autor de libros “tradicionales de poesía” donde cabe mencionar las antologías Poemes de seny i cabell (1977) y Un home reparteix fulls clandestins (2004).
El terrible paréntesis de la guerra civil (1936-1939) significó diversas convulsiones al interior de Cataluña que son imposibles de reseñar en estas páginas. Aún así hay que destacar la existencia de una poesía militante con el bando republicano y con algunas ideologías de izquierda y otras asociadas también al nacionalismo catalán. El triunfo del franquismo significó una violenta represión a la lengua y a la literatura y las relegó prácticamente a los intramuros del solar familiar. Los duros años de la posguerra, tan bien retratados por diversos novelistas españoles, fueron quizás aún más crueles para los catalanes, quienes, a fuerza de decretos, tuvieron que relegar sus costumbres y el uso totalmente libre de su lengua hasta la recuperación de la democracia y los años de la transición, con el regreso de la Generalitat como institución regidora y la proclamación del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1979.
Los años sesentas y setentas, con el retorno de algunos exiliados (entre ellos muchos escritores), la llegada masiva del turismo, una suerte de “apertura” del régimen y, principalmente con el nacimiento de la “Nova Cançó” donde destacan figuras de la talla de Raimon, María del Mar Bonet, Lluís Llach y Joan Manuel Serrat, por citar a algunos, hace que la poesía vuelva a tener un protagonismo en la cultura catalana. Los cantantes musicalizan poemas de sus grandes autores (catalanes, mallorquines, valencianos), les rinden homenajes y hasta escriben sus propios libros de poemas. Todo un fenómeno que revitaliza no sólo la industria discográfica barcelonesa, sino que alerta a las editoriales para empezar a reeditar obras de narradores, ensayistas, historiadores, dramaturgos y, por supuesto, poetas. Evito aquí el tratar a los poetas catalogados como “del bilingüismo”, dado que éste es un problema donde aún las susceptibilidades no permiten una mirada objetiva (y me refiero, por ejemplo, al caso de Pere Gimferrer, nacido en 1945).
En las décadas finales del siglo XX, Cataluña reafirma su identidad, su política lingüística y la difusión de su cultura y sus letras. De alguna manera, y de forma muy comprensible, “se encierra” un poco en sí misma tras la progresiva recuperación de sus íconos, valores, costumbres y tradiciones. Un tanto áspera con el resto de la península, es intransigente con las posibles intervenciones del gobierno central y esto se refleja, también, en el ámbito de las letras. Superados los años noventas, me parece, se produce una apertura natural hacia el resto de Europa, una empatía con otras naciones del continente y una mayor libertad en los discursos poéticos que ya no se rebelan ante una dictadura que los relega permanentemente o ante la esperpéntica figura de un Jefe de Estado que invoca a una España castellanizada del siglo XVI y que nada tiene que ver con las circunstancias de la realidad del mundo y del tiempo presente. Por otro lado, las reivindicaciones lingüísticas ceden ante una vocación cosmopolita que, aunque firme en sus raíces, explora otros territorios que los vinculan, insisto, con las preocupaciones propias de los poetas de todas las latitudes del planeta.
Nacidos en la época del franquismo pero con una mirada abierta a otras tradiciones literarias universales, hay que destacar a algunos poetas como Josep Ramon Bach (1946), quien últimamente ha derivado hacia la recuperación de la tradición de la poesía oral de los pueblos primitivos enfocado a la literatura infantil, o a Antoni Clapés (1948) notable poeta de Sabadell quien ha publicado más de doce libros de poesía entre los que destacan Trànsit (1992) A frec (1994) e In nuce (2000). Autor de gran reflexión por la palabra, en sus infinitas connotaciones e irradiaciones, con un riguroso oficio, a veces minimalista, pero no por eso superficial, y quien, además, ha sido editor, hasta el día de hoy, de una colección de “plaquettes” y libros importantísimos que han sostenido y difundido buena parte de la poesía catalana más nueva (las ediciones “Cafè Central”).
Barcelonés de la década del cincuenta, Alex Susanna (1957), poeta y también editor (Columna Ediciones) es autor de libros muy interesantes cercanos a la “poesía de la experiencia” como Abandonada ment (1977), Els dies antics (1982) o Quadern dels marges (2006). Ha recibido diversos premios y ha incursionado también en la prosa.
La lista de autores posteriores se va ampliando de forma extraordinaria. Autoediciones, revistas, múltiples editoriales en Barcelona, Palma, Valencia e incluso en ciudades y pueblos medianos o pequeños, más el verdadero “boom” o fenómeno descomunal de premios literarios en España (que ha contagiado también a los catalanes) hacen imposible una reseña medianamente rigurosa y justa. Queden los nombres de Xavier Canals, Melcion Mateu, Esther Xargay, Víctor Nik, Enric Casasses, Eduard Escoffet, Dolors Miquel y Josep Pedrals como continuadores de esta lírica, entendiendo que aquí se mencionan sin tener un conocimiento profundo de sus obras.
Para finalizar, creo que es nuestro deber como poetas, académicos y lectores interesados, despejar los nubarrones que han mantenido oculta tan importante literatura. Es necesario que publiquemos en Chile una antología bilingüe de la poesía catalana contemporánea. Que las Ferias del Libro y las Sociedades Literarias, a veces tan convencidas que sólo en Chile se escribe buena poesía, reconozcan con hidalguía su ignorancia y abran las puertas a autores y obras catalanes que, estoy seguro, más de algún secreto nos pueden contar (como ocurre con otras tradiciones poéticas que aquí se obvian como si este “finis terrae” fuese además una isla perdida en el infinito).
Los catalanes, como los chilenos, habitantes rodeados por el mar y las montañas, pueden escribir junto a nosotros un poema donde el abrazo sustituya, de una vez por todas, el desconocimiento.
Santiago de Chile, octubre de 2008