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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 28 de julio de 2012

LANZAMIENTO DEL LIBRO DE POEMAS "YO NO SOY QUIEN (ONELINERS)" DE MANUEL JOFRÉ EL JUEVES 9 DE AGOSTO A LAS 19:30 HORAS EN LA CASA MUSEO "LA CHASCONA" (FUNDACIÓN PABLO NERUDA)



XXXII CONCURSO INTERNACIONAL DE POESÍA Y NARRATIVA 2012 “PALABRAS SIN FRONTERAS”





Instituto Cultural Latinoamericano
Lebensohn 239 – C.P. B 6000 BHE- Junín (B)
Tel. 0236-4423734- de  8 a 14 hs.
Blog: institutoculturallatinoamericano.blogspot.com
 
 
 
XXXII  CONCURSO  INTERNACIONAL  
DE  POESÍA  Y  NARRATIVA  2012
“PALABRAS  SIN  FRONTERAS”
 
 
El Instituto Cultural Latinoamericano desde su nacimiento en el año 2000 se propuso brindar un espacio de oportunidades, es por eso que invita a autores mayores de 18 años, a participar del XXXII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa 2012 “Palabras sin Fronteras”. Las obras deberán ser inéditas, no premiadas con  anterioridad, tema libre, en idioma español.
 
PUEDEN PARTICIPAR CON:
POESIA: de 3 a 7 poemas, con un máximo de 30 líneas cada uno.
NARRATIVA: mínimo 90 líneas, máximo 210 líneas, ya sea en uno o varios trabajos.
Podrán participar en ambos géneros si lo desean.
 
PRESENTACIÓN DE LAS OBRAS: Las obras se presentarán en hojas tamaño A4, por triplicado, mecanografiadas o PC, escritas por una sola de sus caras, firmadas con seudónimo.
 
DATOS DEL AUTOR: En un sobre pequeño, que irá junto con las obras, tendrá que incluir los siguientes datos: Nombre y Apellido, DNI, Dirección, E-mail y Teléfono.
 
ENVIOS: XXXII  CONCURSO  INTERNACIONAL DE POESIA  y   NARRATIVA 2012
                 “PALABRAS  SIN  FRONTERAS”
                 INSTITUTO CULTURAL LATINOAMERICANO
                 Lebensohn 239, (C.P. B 6000 BHE), Junín, Pcia. de BUENOS AIRES, ARGENTINA.
 
Las obras que resulten finalistas con “Mención de Honor”, tendrán la oportunidad de formar parte de la Antología cooperativa.
 
PREMIOS

1º PREMIO:  Edición de libro individual de 64 páginas, 200 ejemplares, Diploma y Trofeo,
en poesía como en narrativa.
2º y 3º PREMIO: Trofeo y Diploma.
4º y 5º PREMIO: Medalla y Diploma.

Se entregarán las Menciones Especiales que el jurado estime conveniente, que recibirán Medalla y Diploma, el resto de los integrantes de la Antología recibirán Diploma y Medalla de “Mención de Honor”.
 
CEREMONIA DE PREMIACIÓN Y ENTREGA DE ANTOLOGÍAS:  Se realizará en el mes de Noviembre de 2012, (salvo que surgieran imprevistos de fuerza mayor), en el Salón Luz y Fuerza (Alsina 27) de nuestra ciudad, la ceremonia contará con pantalla gigante, exposiciones, etc. Luego, podrán compartir una cena, más detalles le serán informados cuando reciban la invitación especial para asistir a la Ceremonia.  Los autores que no puedan asistir a la ceremonia, podrán solicitar el envío por correo en forma Contrareembolso.
 
RECEPCIÓN DE OBRAS: Las obras se recibirán hasta el 15 de AGOSTO de 2012 inclusive.
 
JURADO: Estará integrado por personalidades del quehacer literario y su fallo será inapelable. El concurso no será declarado desierto. Los trabajos no seleccionados serán destruídos. Los participantes toman conocimiento y aceptación de las bases del mismo. Cualquier cuestión no prevista será resuelta por el jurado.

EL PROFESOR Y POETA MANUEL A. JOFRÉ PRESENTA SU NUEVO LIBRO "JUAN BOSCH, INTELECTUAL ORGÁNICO" EN LA XVII FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE LIMA


viernes, 27 de julio de 2012

PRÓXIMA APARICIÓN DEL LIBRO DE POEMAS "ESCRITO" DE ANDRÉS MORALES (MAGO EDITORES, 2012)



APARECEN DOS NÚMEROS (AÑO V, N. 2 Y 3) DE LA MAGNÍFICA REVISTA LITERARIA RUMANA "ORIZONT LITERAR CONTEMPORAN" (BUCAREST, 2012)





HOY, VIERNES 27 DE JULIO, A LAS 19:00 HORAS, EN VALPARAÍSO: PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE LUIS CORREA DÍAZ, "LENGUA MUERTA:POESÍA, POST-LITERATURA Y EROTISMO DE ENRIQUE LIHN" (FUNDACIÓN PABLO NERUDA, CASA "LA SEBASTIANA")







Viernes 27 / 19:00 horas

Presentación del libro

Lengua Muerta: Poesía, post-literatura y erotismo 
en Enrique Lihn

de 
Luis Correa-Díaz

(Primera edición en Chile, por Ed. Altazor)

Entrada Liberada

Luis Correa-Díaz (Santiago, 1961). Autor de:  Bajo la pequeña música de su pie (1990), Rosario de actos de habla (1993), Ojo de buey (1993), Divina Pastora (1998), Diario de un poeta recién divorciado (2005) y Mester de Soltería (2006). Y de los ensayos: Lengua Muerta: poesía, post-literatura y erotismo en Enrique Lihn (1996), Todas las muertes de Pinochet: notas literarias para una biografía crítica (2000) y Una historia apócrifa de América: el arte de la conjetura histórica de Pedro Gómez de Valderrama (2003).

PRESENTACIÓN DE LA ANTOLOGÍA POÉTICA "UNA MIRADA AL SUR 2012" EL 21 DE AGOSTO DE 2012 EN LOMAS DE ZAMORA, ARGENTINA



CONGRESO INTERNACIONAL "LITERATURA, ARTE CULTURA Y CRÍTICA COMPARADAS EN AMÉRICA LATINA: UN SISTEMA CULTURAL AL SUR DEL RÍO BRAVO", BUENOS AIRES, ARGENTINA, 26 Y 27 DE SEPTIEMBRE DE 2012


  


Congreso Internacional

Literatura, arte, cultura y crítica comparadas en 
América Latina:

un sistema cultural al sur del Río Bravo


26 y 27 de septiembre de 2012
Centro Cultural Francisco “Paco” Urondo
Facultad de Filosofía y Letras
25 de Mayo 221 - PB
Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Organiza: 
Instituto Interdisciplinario de Estudios de América Latina (INDEAL)
25 de Mayo 221 – 5to piso – 4334-7512/4343-1196 (Interno 304)


Primera circular

La cultura latinoamericana ha sido designada como conjunto sin que exista un criterio fijo para definir su unidad. Aspectos históricos, geográficos y sociales han funcionado habitualmente como conceptos unificadores, e incluso la existencia de un enemigo común a un grupo de naciones ha sido suficiente para postular coincidencias múltiples desde ese punto de partida. De hecho, la consigna de este encuentro retoma la amplitud geográfica elegida por José Martí para referirse a aquellos países que comparten un destino, ubicados “al sur del Río Bravo”, codiciados por imperialismos sucesivos.
La designación general “América Latina” reviste múltiples significados, en un espectro que abarca desde las caracterizaciones identitarias emanadas del subcontinente mismo hasta la facilidad de un expediente simplificador que desde una perspectiva externa procura unificar en una misma categoría un conjunto de aspectos que resultan ajenos a los enunciadores de tal enfoque. Así, mientras los primeros confían en una unidad arraigada en la lengua (fundamentalmente el español, pero también otras lenguas latinas como el portugués y el francés), la historia (la conquista inicialmente española y sucesivamente de otras potencias europeas, antes del avasallamiento por parte de Estados Unidos), ciertas situaciones políticas más o menos comunes (las guerras de independencia, el caudillismo interno, la intervención de los imperios modernos sobre las formaciones nacionales), los segundos se amparan en el prestigio de la academia norteamericana para lanzar sus prejuicios y tratar de unificar con una designación general todo lo que estiman exótico, menor, eventualmente atrasado, desordenado en términos políticos y degradado del propio modelo para el que pretenden una anuencia universal.
Tales extremos ameritan una revisión de los abordajes actuales sobre América Latina, lo que exige un trabajo de evaluación de los llamados “estudios poscoloniales” tanto como de los apresurados “estudios latinoamericanos” que no encuentran una definición precisa pero que resultan estrechamente ligados a formas de poscolonialismo que se extienden desde la independencia de la India respecto del dominio británico (Parta Chatterjee, Homi Bhabha), recorren los enunciados ya clásicos de Frantz Fanon y su impulso hacia el ensayo tercermundista desarrollados en los años ’60, hasta las formulaciones teóricas que abordan América Latina desde los estudios culturales a la manera de Walter Mignolo, Sara Castro-Klarén, Mary Louise Pratt y Néstor García Canclini, con excepciones en este terreno como la de Julio Ramos.
La consideración crítica de los estudios poscoloniales y latinoamericanos y su funcionalidad dentro de la teoría y la crítica contemporáneas en América Latina implica revisar asimismo uno de los enfoques con los que se inició la metodología que deriva en tales enunciados. El más característico de estos abordajes es el que proveen las literaturas comparadas, a las que modificando sensiblemente su modelo clásico que comporta la superioridad de una literatura “central” sobre otra “periférica” (con todas las inflexiones que esta dialéctica admite), se restituye en su condición de pura relación, metodológicamente demostrable y garantizada, entre diversos componentes del estudio literario: autores, obras, géneros, sistemas literarios. Estos conceptos, elaborados desde la teoría y la crítica, permiten e incluso reclaman una extensión hacia los aspectos artísticos y culturales en pos de la discusión de América Latina como sistema cultural.
Según tales nociones, y alimentando una relación en lugar del sometimiento que prometen la dependencia y la minusvalía apunta a la relación simétrica y el contacto permanente, se organiza esta convocatoria que vincula a América Latina con otras regiones y que postula la extensión interdisciplinaria y transcultural del método comparatista para abordar cuestiones como el establecimiento de los cánones, el replanteo de los sistemas literarios y artísticos y la multitud de contactos que se pueden establecer entre formas culturales cuya diversidad opera como un incentivo para recuperar la unidad de su postulación.

Ejes temáticos
ü  Influencia e intertextualidad.
ü  Lo uno y lo diverso: temas, motivos, autores.
ü  Sistemas culturales: contactos, interferencias y resistencias.
ü  Viajes y viajeros desde, hacia y dentro de América Latina.
ü  Historias comparadas (nacionales, regionales, supranacionales).
ü  La utopía de América y sus formulaciones en inter y transdisciplinarias.
ü  Clásicos y canónicos en literatura y arte.
ü  Géneros marginales (el testimonio y los géneros literarios, la no ficción y los géneros periodísticos, el cine documental, etc.).
ü  Imágenes en comparación: cine y fotografía,

Recepción de resúmenes
Hasta el 20 de agosto de 2012

Presentación de ponencias
Hasta el 12 de septiembre de 2012
  
Los resúmenes y ponencias deben ser enviados como archivos adjuntos a culturas.comparadas.uba@gmail.com junto con la ficha de inscripción.

Aranceles
Expositores: $200
Asistentes: $50

El pago del arancel se realizará junto con la acreditación, al iniciarse el congreso.
En una segunda circular se confirmará la participación de invitados especiales.
Quienes deseen realizar presentaciones de libros, revistas y otras producciones, como así también exhibición de materiales, pueden comunicarse a la dirección señalada.

HOY, VIERNES 27 DE JULIO, A LAS 19:00 HORAS: "AUTORES DE NOCHE, PROCESOS ESCRITURALES EN VIVO" (CLAUDIA APABLAZA Y JAVIER NORAMBUENA)



APARACE LA "ANTOLOGÍA Y CATÁLOGO DE ESCRITORES DE ARICA Y PARINACOTA" (EDICIONES CINOSARGO, ARICA, 2012)


lunes, 23 de julio de 2012

"DE LOS GOZOS DEL CUERPO" (ANTOLOGÍA DEL POETA COLOMBIANO HAROLD ALVARADO TENORIO) POR PABLO R. ARANGO





Una vez oí decir a Harold Alvarado Tenorio que las corridas de toros eran un espectáculo terrible, que era horrible ver cómo se festejaban la tortura y la muerte. Luego de un silencio, agregó: “pero hay momentos maravillosos. Una vez tuve una epifanía en una plaza de toros y, en un pase del torero, me pareció ver a un ángel”. Creo que podemos extraer de aquí una de las claves de la poesía de Alvarado Tenorio, una poesía que muestra –sin decirnos— que la vida es un pasaje terrible y al mismo tiempo la única posibilidad de la dicha.
       De esa visión surge la cualidad proverbial y epigramática de muchos de sus poemas; que se sitúan en el resbaloso límite entre la sabiduría, la contradicción y la tautología. Aquí la poesía no es un mero accidente, sino más bien el único recurso expresivo para la percepción de la realidad. Por eso el credo poético de Alvarado Tenorio oscila entre el consuelo y la necesidad, en esa delgada franja que habitamos entre el todo y la nada: “Para ti, madre del dolor, sólo hay gloria y pesar, / el mediodía no está escrito en tus agendas”. Pero también la poesía es “la más larga y gozosa de las noches”. Otra variante de esta incierta fe es la que ve en la poesía, no el último refugio de la vida, sino el único sitio de la misma: “La patria es el habla que heredaste/ y las pobres historias que conserva”. Porque la vida queda reducida a la visión poética o, mejor, no es otra cosa: “No había realidad/ y si la hubo/ resultó también quimera”. La poesía es, como el recuerdo, el único registro de la vida; es todo y nada: “Nuestro pasado vale tres cuartos. / Vale nada”.
Esta oscilación otorga a la poesía de Alvarado Tenorio una tensión entre la desesperanza absoluta y el goce sensual. Es así como en una de sus escenas, mientras siente la llegada inminente de la guerra, el yo poético le dice a alguien, a cualquiera: “Ven a mí, mírame a los ojos”. Ojos que permiten una comunión transitoria, a la vez que son los túneles que nos mantienen separados, como cuando “después de los goces del cuerpo, / cada presencia mira por su ojo”.
La tensión surge además de un vaivén entre dos puntos de vista. El primero se manifiesta en el uso de las primeras tres personas pronominales y revela una percepción cercana, que va desde la intimidad de la vivencia personal hasta el testimonio de la experiencia ajena. El segundo corresponde a la visión abstracta de la historia, en la que los seres humanos son si acaso meros personajes y sus vidas son intercambiables, meros acontecimientos de la materia. A veces las dos perspectivas se entrecruzan en un mismo poema, como en el que relata la muerte de Francisco Garnica, donde asistimos al recuento de la detención y tortura de un hombre, para luego ver cómo “un cadáver fue escupido/ por dos descargas de pistola”. El acontecimiento terrible, personal, también es un suceso más en la historia y el olvido de los hombres. Otras veces la voz poética habla en primera persona, en la situación de un personaje (como el poeta Taliesin o Sigurd el cruzado) o en la del propio poeta, pero el efecto general sigue siendo el de la ambigüedad que pone los eventos humanos simultáneamente cerca y lejos: aquí, en la inmediatez de la experiencia, y allá, en el polvo de los siglos. ¿Cuál de las dos perspectivas es la verdadera? La mirada poética parece responder: ambas, o ninguna. Porque mientras vivimos todo importa, pero al final nada importa. “Gran vida que das y todo quitas. / Ni siquiera el recuerdo quedará en nuestros huesos”.
Esta visión paradojal expresa lo que Albert Camus llamaba, en El mito de Sísifo, la experiencia sicológica de la nada: “nuestra propia nada adquiere verdaderamente su sentido cuando se considera lo que sucederá dentro de dos mil años”. Se trata del punto de partida de mucha filosofía, pero también del punto de llegada de muy poca. Para seguir con los términos en que Camus plantea el asunto, la tendencia natural del hombre ante el reconocimiento del absurdo consiste en negar alguno de sus términos. Pero la evidencia mundana, que es lo único que tenemos, nos muestra lo ilusorio de tal negación. De tal modo que no queda más que, como en la poesía de Alvarado Tenorio, permanecer fieles a la evidencia, en medio del sinsentido, aferrados a la efímera conciencia que constituye nuestra vida y nos da en dosis desiguales la lucidez de lo banal, de lo serio, la ironía y la premonición del desastre.
De los gozos del cuerpo (Manizales, 2012), es una antología de la poesía de Alvarado Tenorio. Sería ocioso hacer aquí una presentación de la vida y obra de su autor, puesto que él es, al mismo tiempo, una de las personalidades más reconocidas y obliteradas de la literatura colombiana. A este respecto quisiera hilvanar tres anécdotas.
En una de sus novelas Milán Kundera comienza recordando un episodio de la historia checa: en un discurso celebratorio del triunfo de la revolución comunista, el líder que parlotea bajo la nieve ha recibido de un amigo que está a su lado el favor de un gorro de invierno. En la fotografía oficial aparecían ambos: el orador y el amigo generoso. Años después, este último fue degradado como traidor del régimen y entonces en todas las copias de la fotografía su presencia fue borrada. Sólo quedó su gorro en la cabeza del líder.
Según cuenta Eduardo Arroyo, cuando Boris Pasternak recibió el premio Nobel de literatura, en la prensa española –franquista, desde luego— se vieron de todos modos en la obligación de publicar una nota con foto. La fotografía que tenían mostraba a Pasternak más o menos abatido por la certeza de que no podría salir del territorio comunista a recibir el premio y, detrás, se veía una nevera. Pues la prensa franquista retocó la foto, para borrar la nevera.
Finalmente, en una historia de la poesía colombiana publicada hace años por una reconocida casa editorial bogotana, aparecía una breve mención de Alvarado Tenorio. En la segunda edición de la misma obra, publicada recientemente por la misma casa, la nota había desaparecido. Borren la nevera, dejen el gorro.
Consuelo Triviño decía, a propósito de la poesía de Alvarado Tenorio, que “todo ocurre en el cuerpo y allí acaba”. Pero en la metafísica de Alvarado, como se ve en la presente selección, en realidad lo que ocurre es que el cuerpo es el único lugar, no hay más posibilidades, es todo lo que tenemos o, mejor, lo que somos. Sólo alcanzamos a escapar de esta pesadilla solipsista, por momentos, a través de la esquiva palabra precisa o el roce de otro cuerpo.
Harold Alvarado Tenorio (Buga, 1945) se doctoró en filosofía y letras en la Universidad Complutense de Madrid. Profesor Titular de las literaturas de América Latina en la Universidad Nacional de Colombia y Director del Departamento de Español de Marymount Manhattan College de New York, trabajó para la Editorial China Hoy, donde tradujo más de un centenar de poetas, reunidos en Poemas Chinos de Amor [1992]. Director de la revista de poesía Arquitrave[http://www.arquitrave.com], fue editor de la Página 8 Cultura de La Prensa de Bogotá. Traducido al alemán, árabe, chino, francés, griego, inglés, italiano, portugués y rumano ha sido incluido en repertorios como  Antología crítica de la poesía colombiana, de Andrés Holguín, (Bogotá, 1974), Antología de poesía latinoamericana, del Grupo Latinoamericano y Caribe, (Beijing, 1993), 100 Autores colombianos del siglo XX, de J.G. Cobo Borda, R.H. Moreno Durán, S. Gamboa y D. Saldívar, (Madrid, 2006), Revista Nacional de Cultura, número antológico 1938-2006, (Caracas, 2006), La hora sagrada, XIII encuentro de poetas iberoamericanos, de A.P. Alencart (Salamanca, 2010), Poesía colombiana, antología 1931-2011, de Fabio Jurado Valencia (Bogotá, 2011) y Um país que sonha, cem anos de poesía colombiana, de Lauren Mendinueta, traducciones de Nuno Júdice, (Lisboa, 2012).


Pablo R. Arango (Bogotá, 1975) es Maestro en Filosofía de la Universidad de Caldas. Algunos de sus libros son Introducción a la Filosofía Moral (2005); Ética y Significado: una defensa del objetivismo moral (1999) y De la belleza y otros caprichos de conservador (2006).


domingo, 22 de julio de 2012

"POESÍA Y PROSA DE MIGUEL ARTECHE" POR ANDRÉS MORALES





                                  La obra de Miguel Arteche  [1] es, indudablemente, una de las más intensas entre las producidas en Chile por la generación del 50 [2]. Una escritura que agrupa poesía, narrativa y ensayo, pero que quizás es más conocida en su dimensión lírica y, desde luego, por sus extraordinarios textos referidos a la religiosidad. Pero la obra de este autor es muchísimo más rica y muchísimo más profunda que ese par de aspectos mencionados. Su poesía irrumpe como una recuperación de la tradición clásica pero desde la visión y la existencia del hombre contemporáneo, con sus dudas, sus conflictos, sus tragedias y alegrías. Su poesía apunta a Dios, pero sin caer en los cuestionables arrobamientos de muchos escritores contemporáneos; por el contrario, se funda, otra vez, en el presente más desgarrador o indiferente y en esa necesidad inmensa que el hombre actual siente (o cree sentir) por la divinidad. Por otra parte, la poesía artecheana está inserta en las grandes temáticas de la poesía de todos los tiempos y en los símbolos indispensables a los que apela toda lírica que pueda ser considerada entre aquellas que se inscriben en el espacio legítimo que va desde la tradición y hacia la vanguardia. Es una lírica con un pie en el pasado, que duda cabe, pero sabe salir, saltar y hasta volar hacia el hoy palpitante y el mañana inexplorado. Su obra encierra una multitud de secretos que se abren, poco a poco, para el lector fiel, avezado, sensible. Etiquetar su escritura, clasificar su estilo, enmarcar su temática no hace sino acrecentar la inmensa ceguera que gran parte de la academia tuvo, tiene y tendrá sobre la poesía chilena que habrá de leerse siglos más tarde [3].
                                                        La presencia de la ciudad, la lectura de los clásicos y contemporáneos (ingleses, norteamericanos, españoles e hispanoamericanos), los símbolos de detención y movimiento, el peso de lo cotidiano, la fractura del tiempo, el sentimiento de pertenencia y huerfanía, la mirada desde la soledad de un mundo insensible, etc., son sólo algunas de las características que esta poesía puede  manifestar a aquel que traspase el prejuicio inmerecido que muchas veces pudo haber alejado a más de algún lector. Esta poesía vive en la plenitud más grande de la existencia, respira por todos sus poros y, más que eso, inquiere, descubre y hasta hiere en la transparencia del verbo que piensa, siente y dice.
                                               En el caso de la narrativa de este autor, me parece que la deuda es aún mayor.
                                   Nuevamente la idea de que un poeta es sobre todo eso, un poeta, y no le está permitido (o no puede por incapacidad) desarrollar otra escritura que no sea la del verso, ha desplazado la obra en prosa de Arteche. Varios premios a su haber (entre ellos ser novela finalista en el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral), demuestran que se trata de una producción no sólo digna, sino importante entre  las realizadas por su generación. Ironía, lirismo, agudeza y un dominio extraordinario del lenguaje hacen de esta narrativa un ámbito que exige su exploración y valoración inmediatas.
                                               De la obra ensayística se puede comentar una intensa lista de asuntos primordiales.
                                   En primer lugar, Arteche pertenece a ese escaso grupo de poetas chilenos (y pienso en Anguita, Lihn y unos pocos más) que ha reflexionado seriamente sobre el oficio de la escritura y, además, en torno a los misterios de un arte que no se puede delimitar con un par de frases o comentarios al uso o en desuso. En segundo lugar, su búsqueda apunta hacia la constitución de una “ética poética” que también – y por desgracia- ha sido muy pocas veces visitada por los autores nacionales [4]. Por último, este autor posee, como pocos en la tradición chilena, una clara idea de pertenencia y fidelidad a un entramado de voces y de marcas textuales que hacen que su escritura de reflexión esté permanentemente, en un fluido y sólido diálogo con otras tan lúcidas como las de Luis Cernuda, Gabriela Mistral o T. S. Eliot, por sólo nombrar a unos cuantos.



Una poesía entre dos mundos


                                               Como ya se ha dicho, la poesía de Miguel Arteche suele ser catalogada como “trascendental, metafísica, religiosa o existencial”. No se trata de descartar estas afirmaciones, pues, desde luego, ningún lector cuidadoso puede desechar estas “calas de lectura”.
                                   Lo interesante es la existencia de un segundo mundo en la obra de Arteche que lo vincula con todo lo anterior (Dios, el tiempo, la historia) y que puede pasar desapercibido ante los ojos de quien sólo busca semejantes tópicos. Me refiero esencialmente, a un mundo donde el autor se vincula con la cotidianidad, lo mínimo, los objetos  y personajes huérfanos o abandonados; con aquellos detalles, espacios, personas y cosas que suelen ser secundarios o no relevantes. Una bicicleta bajo la lluvia, una pelota de golf, una taza de café, un niño idiota o una pieza de ajedrez pueden ser la clave para ingresar en ese deslumbrante espacio que el hablante nos propone: contemplar al mundo desde la aparente futilidad de estos objetos y observar en ellos al mundo reflejado y desde ellos al mundo al que pertenecen. Ver como el hombre ha realizado esos objetos (poema “Golf”) para “materializarse” y alejarse de lo trascendente y/o divino; evidenciar la ternura, la historia, la anécdota de otro objeto (poema “La bicicleta”) que puede contar una historia y que trae al tiempo atrapado; o desesperar ante la imposibilidad de explicar la injusticia, el dolor, el aislamiento de una persona que no puede entender su propia condición de marginalidad (poema “El niño idiota”).
                                                        La magia de la poesía de Arteche está en conciliar los grandes temas de la poesía, la tradición endecasílaba, la forma acabada y perfecta del oficio, con una mirada desolada, a veces dulce, a veces amarga, sobre todo aquello que podría pensarse como innecesario. El poeta logra transmutar, elevar y hasta desdoblar estos objetos, personajes o situaciones para hallar su belleza intrínseca o para alzar la voz ante la injusticia de un mundo que desprecia todo aquello que no posee el brillante reflejo del protagonismo.
                                               Por otra parte, las situaciones de una vida fútil o vacía también son el escenario perfecto para que el hablante logre situar al lector entre un universo de promesa, de trascendencia, de fe, y otro de espantosa huida, ceguera y hasta desidia. Textos como “Golf” del libro Destierros y tinieblas[5], son la prueba de este contrapunto terrible entre dos mundos opuestos:


                                      El gallo trae la espina.
                                      La espina trae el ladrón.
                                      El ladrón la bofetada.
                                      Hora de sexta en el sol.

                                      Y el caballero hipnotiza
                                      una pelota de golf.
                                     
                                      Tiembla el huerto con la espada.
                                      A sangre tienen sabor
                                      las aguas que da el olivo.
                                      El gallo otra vez cantó.

                                      Y el caballero golpea
                                      una pelota de golf.

                                      ...

                                      Negro volumen de hieles.
                                      La lluvia del estertor.
                                      Ojos vacíos de esponja
                                      negra para su voz.
                                      Relámpago que el costado
                                      penetró.
                                      Cordillera del martillo
                                      que clavó.

                                      Vestiduras divididas

                                      por el puño del temblor.

                                      Se arrodilló el caballero
                                      por su pelota de golf. [6]


                                                        Este agraz poema de decir “mistraliano” (no se debe olvidar este antecedente en la obra de Arteche) puede considerarse como una de las obras maestras del autor. La denuncia frente al mundo de hoy –más preocupado del deporte, de la entretención, de lo fácil- y la espeluznante descripción del martirio de Jesús, crean una contraposición de enunciados que al chocar producen justamente el efecto que busca el poeta: contrastar la luz que vendrá después de la tiniebla de la muerte con la luz del campo de golf que solo deslumbra y nada promete. Ese hombre que se arrodilla frente a la pelota de golf (acto mayúsculo de herejía materialista) y ese otro Hombre que es traspasado por los clavos son, precisamente una de las representaciones que pueden apreciarse en la bipolaridad permanente en la poesía artecheana.
                                               Otro de los textos claves en la producción del autor es el poema “El café”, del ya citado Destierros y tinieblas. La oposición de mundos se da entre la soledad del hombre y la soledad de la taza de café. Es cierto que la atmósfera de tristeza “tiñe” a ambos opuestos, pero lo interesante es que el autor propone una mirada  después que el protagonista del poema ya se ha ido, cuando la muerte ha pasado, el río ya se ha llevado en su corriente al tiempo y el objeto, la taza, permanece con la carga de la melancolía y de lo que ya no está:


                            Sentado en el café cuentas el día,
                            el año, no sé qué, cuentas la taza
                            que bebes yerto; y en tu adiós, la casa
                            del ojo, muerta, sin color, vacía.

                            Sentado en el ayer la taza fría
                            se mueve y mueve, y en la luz escasa
                            la muerte en traje de francesa pasa
                            royendo, a solas, la melancolía.

                            Sentado en el café oyes el río
                            correr, correr, y el aletazo frío
                            de no sé qué: tal vez de ese momento.

                            Y en medio del café queda la taza
                            vacía, sola, y a través del asa
                            temblando el viento, nada más, el viento. [7]


                                                        El fluir del tiempo, (“sentado en el café”[...] “sentado en el ayer”), la imprecisión del mismo, la presencia de la muerte (que pasa “royendo la melancolía”) envuelve al texto de un misterio que lo atraviesa completamente. Ese espacio del misterio es, de alguna manera, el espacio poético exclusivo donde, otra vez, los enunciados entrechocan y consiguen evidenciar la oposición de mundos ya señalados.
                                                        Una de las virtudes insoslayables de esta poesía es la de atrapar al lector (no sólo con el ritmo, la versificación o el lenguaje). La seducción de las atmósferas y el delicado tejido de situaciones consiguen construir, junto a la utilización de tópicos, símbolos e imágenes, un ámbito de intimidad  donde el lector, gracias a un uso equilibrado de la metáfora y a una gran transparencia lingüística, puede detenerse, regresar o avanzar entre la emoción y la reflexión.




La realidad y los símbolos


                                                       
                                                        A la ya mencionada bipolaridad de mundos en la poesía artecheana [8], es necesario agregar otros “aparentes” opuestos que definen y destacan la arquitectura poética del autor: la constatación de la realidad y la fuga desde ésta hacia el espacio simbólico.
                                                        El mecanismo utilizado es similar al descrito en el acápite anterior (la transmigración desde lo concreto hacia lo inconcreto, desde lo real a lo trascendente, desde lo humano hacia lo divino). La diferencia estriba en que aquí el poeta opera desde una situación (una anécdota) aparentemente real para caer (o subir) a un espacio mítico donde los símbolos y lo irreal juegan un papel preponderante, aunque no anulen, sino que complementen, el sentido final del texto.
                                                        El apoyo en tópicos (u obsesiones) o símbolos es determinante. A partir de éstos es que el hablante logra configurar un escenario donde la realidad es rebasada por las connotaciones y significados que ellos atraen. Cosas tan comunes como una casa, la lluvia, un río o la noche, adquieren una dimensión distinta cuando se les asocia a la interpretación tradicional e histórica que todo símbolo posee.
                                                        Tal vez uno de los mejores ejemplos sobre este problema lo constituya el poema “El agua” (otra obra maestra del poeta que ha sido traducida a varios idiomas). En él, tal como señala Hugo Montes [9], es posible vislumbrar un viaje “místico” donde la esperanza vence al tiempo. Por otra parte, es interesante observar la oposición de mundos que se emplaza desde el principio y cómo el agua (un símbolo de cambio, de renovación y también de origen[10]) “limpia” las heridas del pasado para posibilitar la asunción del presente con la purificación del tiempo [11]:
                                      A medianoche desperté.
                                      Toda la casa navegaba.
                                      Era la lluvia con la lluvia
                                      de la postrera madrugada.

                                      Toda la casa era silencio,
                                      y eran silencio las montañas
                                      de aquella noche. No se oía
                                      sino caer el agua.

                                      Me vi despierto a medianoche
                                      buscando a tientas la ventana;
                                      pero en la casa y sobre el mundo
                                      no había hermanos, madre, nada.

                                      ...

                                      Nadie me dijo que saliera.
                                      Nadie me dijo que me entrara,
                                      y adentro, adentro de mí mismo
                                      me retiré: toda la casa

                                      me vio en el tiempo que yo fui,
                                      y en el seré la vi lejana,
                                      y ya no pude reclinar
                                      mi juventud sobre la almohada.

                                      A medianoche me busqué
                                      mientras la casa navegaba.
                                      Y sobre el mundo no se oyó
                                      sino caer el agua. [12]
                                                        Las inquietudes  y temores del desasosegado hablante que despierta a medianoche, desaparecen en este “diluvio” donde el agua hace navegar a las épocas idas (en su fluir, en su caer transcurre el tiempo) y ese mismo símbolo heraclíteo que hizo esfumarse (o ahogar) el pasado, se transforma en el gran símbolo de principio (origen) y fin (muerte) donde el poeta establece un ámbito irreal en el que la esperanza puede asumir la idea total del texto.
                                                        Independientemente de los esfuerzos ya realizados por ahondar en las claves poéticas de Arteche, esta poesía permanece como un territorio aún por descubrir en muchos de sus aspectos. Un estudio cabal de esta parte de la obra artecheana deberá surgir para así develar con entusiasmo otras parcelas de una lírica extremadamente rica y llena de hitos fundamentales para la comprensión de una parte sustancial de la sensibilidad poética chilena del siglo veinte.



Prosa de creación y prosa de reflexión



                                     

                                                        Para acceder mínimamente a la obra de Miguel Arteche es necesario complementar la lectura de su poesía con su prosa de creación (o ficción) y su prosa de reflexión (o ensayística).
                                                        Tal vez se trate de la parte menos conocida de su producción, pero no por eso menos interesante y, tampoco, menos prolífica: cuatro novelas (La otra orilla, de 1964; El Cristo hueco,  1969; La disparatada vida de Félix Palissa, 1975 y El alfil negro, inédito, escrito en 1984), dos volúmenes de cuentos (Mapas del otro mundo, de 1977 y Las naranjas del silencio de 1987) más al menos una treintena de ensayos [13] configuran esta zona casi desconocida de la obra del autor.
                                                        De su prosa de creación pueden señalarse varias características que aparecen ante una lectura atenta.
                                                        En primer lugar, la capacidad del autor para integrar el universo puramente narrativo (la historia, la anécdota, el diálogo) con el universo poético. En Fillo de Rucamanqui  es posible vislumbrar la historia (la fábula) con absoluta transparencia, pero si se estudian las atmósferas, el lenguaje, las descripciones, etc., se apreciará que, en todo momento, existe un atractivo lirismo que complementa ricamente el argumento del relato. En segundo lugar, es imprescindible anotar la fluidez de la narración. Podría pensarse que, al incrementar lo poético, el ritmo del texto decrecería o, peor, se detendría. Por el contrario, el autor sabe imprimirle una tensión narrativa que apunta a la atenta continuidad de la historia. Por último, una característica de casi toda la prosa del poeta es la voluntad de introducir el humor, la ironía y el sarcasmo en algunos pasajes de la narración.
                                                          Esta particularidad, precisamente, será la tónica de los dos fragmentos de La disparatada vida de Félix Palissa que se incluyen en esta selección. El autor ha decidido darles un carácter autónomo (y está claro que pueden leerse como relatos separados) que subraya su aguda ironía sobre la profesión de periodista (El periodista de otros años) o en torno a la vacua erudición de los aprendices de intelectuales (Discurso en un congreso de ornitólogos). La utilización del humor es un aspecto muy interesante (ante tanta solemnidad nacional) que debe ser destacado entre los narradores de su generación. Arteche atrapa al lector entre la carcajada y la aguda observación (y crítica) sobre la sociedad que describe. El humor está siempre al servicio de la inteligente apostilla que pretende despertar al lector y focalizarlo en un asunto, una situación o un personaje que encarna el objeto de la crítica donde el narrador, incansablemente, se concentra para manifestar los males que quiere evidenciar.
                                                        Sobre la prosa de reflexión hay que subrayar lo que anteriormente se afirmaba: Arteche es uno de los pocos poetas chilenos (y escritores chilenos) que avanza desde el terreno de la creación hacia el terreno del pensamiento. Su obra ensayística confirma a un autor que, siempre inquieto, busca reflexionar sobre los problemas que plantea la propia escritura. Tampoco estarán ajenos aquí, en ocasiones, el sarcasmo o la ironía. Su utilización buscará mostrar (en la exageración o en lo ridículo) los vicios de una élite intelectual que abandona temas y problemas que deberían ser materia de su discusión y análisis.
                                                        Pero existe una permanente intención por profundizar en asuntos que atañen al oficio poético y a las particularidades que éste ha revestido en las obras de otros autores. Gabriela Mistral, Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Alfonso Calderón o Carlos Droguett, serán algunos de los escritores en los que Miguel Arteche indagará acuciosamente. No se trata de “comentar” las características del estilo de uno u otro, sino de observar, describir, comprobar (en una suerte de espejo cómplice) aquellas búsquedas y encuentros que estos autores han tenido a la hora de componer sus obras. Arteche, más que un erudito que intenta demostrar un aspecto oscuro o desconocido en tal o cual obra de un poeta o narrador, es un artista que reconoce, persigue y explora aquellas claves que transformaron el lenguaje común en lenguaje poético, una anécdota vulgar en un atmósfera lírica, un objeto olvidado en una deslumbrante metáfora.
                                                        Independientemente de este “reconocimiento” o de estos “encuentros”, la obra ensayística artecheana tiene como sello característico establecer su propia poética. Sin constituir manifiestos ni proclamas (de las cuales el autor después podría arrepentirse), hay una voluntad por dejar en claro determinados principios que constituyen parte de las “marcas” que configuran el estilo de su escritura. La mayoría de estos ensayos apuntan justamente al oficio poético y develan aquellos principios irrenunciables que el autor practica constantemente en su poesía. Básicamente, pueden resumirse en la necesidad de un paciente y meticuloso oficio, en la indispensable condición de construir una imagen poética clara y reveladora y en la búsqueda por dotar al texto de contenidos intensos que huyan de lo vulgar y apelen al mundo intrínseco que el poeta debe descubrir.
                                                        La prosa ensayística de este autor debe aquilatarse como un complemento indispensable en la lectura de su obra poética y, también (aunque en menor medida), narrativa. Cualquier lector que pretenda penetrar en el mundo artecheano sin conocerla, olvidará que una condición fundamental para comprender el pensamiento y las orientaciones de su obra, es recorrer atentamente los tópicos y preocupaciones que confluyen tautológicamente con su escritura creativa.




[1] Prólogo a Poesía y Prosa de Miguel Arteche. Editorial Universitaria. Santiago de Chile, 2000.
[2] Conocida también como generación de 1957.
[3] El caso de Arteche no es el único que puede considerarse como mal estudiado o mal abordado por la crítica académica. Sólo por citar, menciono la obra de Enrique Lihn, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel Del Valle, Eduardo Anguita, Braulio Arenas, Jorge Cáceres y del mismo Pablo de Rokha que, salvo notabilísimas excepciones, han merecido el desprecio, el silencio o la indiferencia de la mayoría de los estudiosos de la poesía chilena.
[4] Una vez más pienso en Eduardo Anguita como otro de los ejemplos a citar. Vid. Morales, Andrés. Prólogo a Anguitología de Eduardo Anguita. Editorial Universitaria. Santiago de Chile, 1999. En las generaciones posteriores sólo Juan Luis Martínez puede ser señalado como uno de los extraños casos de poetas chilenos que reflexionan en torno a este tema
[5] Arteche, Miguel. Destierros y tinieblas. Editorial Rumbos. Santiago de Chile, 1995 (Tercera Edición).
[6] Arteche, Miguel. Destierros y tinieblasOp. Cit., pp. 48-49.
[7] Arteche, Miguel. Destierros y tinieblas. Op. Cit. p. 50.
[8] En Arteche. Fuga a dos voces (Ediciones de la Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 1987), su autor, Jaime Blume Sánchez señala muy acertadamente esta “polaridad y tensiones” en la obra del poeta.
[9] Montes, Hugo. Miguel Arteche. En Ensayos Estilísticos. Editorial Gredos. Madrid, 1975, pp. 154-167.
[10] Sobre los alcances del agua como símbolo en la obra de este autor, véase el excelente estudio de la poeta y académica Alejandra Basualto, Simbología del agua en la poesía de Miguel Arteche. Tesis para optar al grado de Licenciado en Literatura. Departamento de Literatura, Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile. Santiago de Chile, 1984.
[11] En este punto es interesante mencionar la aguda observación de Mircea Eliade quien señala: “El templo griego se llama naosnéôs –como la barca-. Meditar sobre esta imagen: El Templo, es decir, la sacralidad expresada en volúmenes, está concebido como un navío. Gracias al cual se puede viajar (evidentemente hacia el Cielo, en el Cielo), se pueden atravesar las aguas (=el no-ser, las tinieblas, el caos, etc.). La idea de que la travesía perfecta no puede efectuarse más que en un “navío”, es decir, en una “forma cerrada” que protege de la degradación, de la dispersión, de la disolución (disolución en las Aguas)”. En Eliade, Mircea. Fragmentos de un diario. Editorial Espasa-Calpe. Madrid, 1979, p.142 (“11 de enero de 1955”). Increíblemente, pareciera que Eliade hubiese leído el poema de Arteche: la casa (el navío, la “forma cerrada”), el viaje (la travesía) y las aguas consiguen una interpretación casi detallada del texto.
[12] Arteche, Miguel. Destierros y tinieblas. Op. Cit., p. 89.
[13] Donde no se cuentan los artículos y notas aparecidos en periódicos que, al día de hoy, suman más de trescientos.