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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

domingo, 28 de mayo de 2006

DESDE "EL CALEUCHE", A LA DERIVA, EN LOS MARES DE ESTE CHILE



Sin afán de polémica, sin odios, ni rencores, me parece extraordinaria esta ocasión que me ha dado el poeta Felipe Ruiz, lector de mis meditaciones en torno a las letras nacionales (1) , para reflexionar sobre algunos asuntos sobre la poesía chilena, de sus últimos años como de su más ultimísima factura.
Para empezar, debo decir en voz baja y con admiración solemne: cuánta letra, cuánta tinta, cuanto libro y cuánto artículo se ha escrito sobre tan poca cosa, muchas veces, que no merece nombrarse y que parece importante… Se ha perdido la brújula, el timón y el buque. Se ha perdido la mesura, el pudor y el tan mentado "buen gusto" en un afán exhibicionista donde las luces del escenario parecen ser más importantes que la escritura de un poema medianamente bueno o la mínima ética que ha de tener un poeta a la hora de esbozar un par de versos (y en esto pienso en Eduardo Anguita, o en Enrique Lihn o en Juan Luís Martínez). Pareciera más importante poner en escena "lo último" (con todo el valor que puede, o no puede tener) que meditar un par de segundos sobre lo que merece o no merece leer un público de por sí bastante agredido, confuso y ajeno.
Todos reclaman. Reclaman en voz alta o en voz baja (los más en voz baja, en esa voz hiriente, dolorida y curva que pertenece siempre a la inmensa y triste mayoría donde la daga es el arma emblemática en nuestro escudo nacional). Otros porque son nombrados y se olvidan sus méritos más excelsos; estos porque son solo mencionados (obviando, cómo no, su obra extraordinaria); los de acá, valientes y entusiastas, gritan, refunfuñan y patean porque nunca se les tiene en cuenta su "épica y profunda producción literaria"…
Basta ya, amigos escribientes. Este es un país, donde, sin duda (y así lo he escrito y he afirmado en multitud de ensayos, notas, conferencias, reseñas y artículos, dentro y fuera de Chile), se escribe buena poesía. No cabe duda que existe buena cepa, que sabemos lo que es un verso (a veces), que podemos escribir buenos poemas. Pero no somos el epicentro mundial de la lírica. No tenemos el privilegio de ser los únicos poetas del universo… Ese narcisismo de creernos los "iluminados" (sea históricamente, en el hoy más presente que infravalora todo esfuerzo del pasado inmediato o mediato, o que huye de lo ajeno sólo por ser extranjero) no nos conduce sino a una "caja negra" perversa y perdida que acabará pudriéndose sola, envilecida y olvidada.
Por otra parte, es menester decirlo, hay sitio para todos (o para todos casi) en este lejano país.
Nadie desprecia la gran poesía de ayer y de hoy y de mañana en Chile. La que está naciendo con mucha o poca fe. La que desanda y anda la tradición y la vanguardia, la que madruga piedras y anochece mares. No. Nadie niega a la maravillosa loca, a la demente suelta que recorre inquieta aquellos laberintos de la casa a solas.
La poesía en Chile es, quien lo duda entonces, un asunto serio, pero, también, un asunto a observar con cierta perspectiva. La teoría de "mirarse el ombligo a perpetuidad" puede ser el fin de cualquier intento por superar nuestra propia miopía.¡Qué difícil es la poesía! ¡Qué largo y qué paciente este camino! Probablemente más de alguien dirá que este es un lugar común: lo es, sin duda alguna. Desafío al Rimbaud de turno a que escriba como Arthur Rimbaud… Basta ya de tanta basura en celofán, con tintes de presumido y falso género, de teoría barata aprendida por correspondencia o en tres clases con el maestro "al uso", escudado en el margen del margen por el margen.
Sin más palabras que la única palabra: ¿hay algo más terrible, hermoso y desafiante que un verso verdadero que nos mueve, nos llama o nos deslumbra?
La difícil juventud de los poetas. ¿Importa acaso si este, o este otro, o este otro…?
La paciencia del gusano vive más que la del muerto. El difunto es un fantasma. El fantasma y el "Caleuche" por los mares van penando…
Un racconto o una historia: ¿Adónde estuvo el hoy, ayer, el mañana o este siempre?

(1) Esta nota apareció en la Revista de Internet Letras.s5.com, Escritores y poetas en español (http://www.letras.s5.com/), en respuesta a la nota del poeta Felipe Ruíz titulado "Racconto a Andrés Morales" que, a su vez, apareció a raíz de mi artículo (publicado en este blog) "Breve visión de la poesía chilena actual".


jueves, 25 de mayo de 2006

Dos fragmentos de RÉQUIEM


VI. REX TREMENDAE


El Dios que nos inunda en la desgracia.
El Dios de espinas, llagas y silicios.
El Dios de la venganza en este ojo.
El Dios que permitió la muerte injusta.

El Dios inmenso, todo, omnipotente.
El Único, la Voz, el Trueno, el Odio.

El Dios que abrió la puerta del infierno:

El Dios que hizo al hombre y a este mundo.




XVI. LIBERA ME


Del tiempo que nos cruza como un trueno congelado,
del plazo y de las deudas con los vivos y los muertos,
de la blasfemia dicha por la injusticia siempre,
de todas las mentiras que nos envenenaron
y todas las mentiras aún no pronunciadas.

Del agua y la esperanza de sanación en vida,
de los profetas ciegos, de la verdad a medias,
del grito, de la sangre, de los terrores diarios
y del vacío pleno en soledad de cárcel.

Jamás de la hecatombe, del juicio indispensable
que habrá de ensombrecer el ceño de las madres;
jamás de los castigos por las cenizas mudas:
el precipicio amargo del despeñado en culpa.

Libérame del hierro que destrozó la risa,
libérame del pan de la falsía indigna,
libérame del miedo al rayo que somete.

Libérame, mi Dios, del propio corazón.


martes, 23 de mayo de 2006

MIGUEL DE CERVANTES, POETA EN "EL QUIJOTE"


[1]



Tradicionalmente, la crítica y la historiografía de la literatura española han visto en Miguel de Cervantes a un poeta de menor cuantía, siguiendo los juicios, sin duda alguna, de los escritores y poetas coetáneos del genial novelista. Sólo algunos sonetos se señalan como “aciertos” del autor, y, también, con especial énfasis, parte de sus composiciones burlescas o aquellas de inspiración tradicional. Entre los sonetos, siempre se menciona el famoso “Voto a Dios que me espanta esta grandeza”[2] y poco más. Otro tanto acontece con el tardío y extenso Viaje del Parnaso calificado por Menéndez Pelayo como “ingenioso, discreto y elegante poema crítico”[3] comparándolo con el Laurel de Apolo de Lope de Vega donde, a juicio del exegeta, el texto de Cervantes aparece como muy menor y, de forma similar a los poemas de La Galatea y del Persiles. Tan sólo el poeta Vicente Gaos afirma la calidad de esta obra en verso siendo casi el único, en el amplio espectro de la historia de la literatura española, que rescata con sabiduría esta producción cervantina[4]. Por otra parte, poco o nada se habla de los poemas que anteceden (y prologan) Don Quijote de la Mancha. Pareciera que la mayoría de los estudiosos los consideraran textos también muy menores y que sólo aparecen en esta novela con un fin decorativo, humorístico o de evidente ironía a sus antecesoras “Novelas de Caballería”[5].
Una mirada cuidadosa de estos textos puede iluminar algunos aspectos novedosos a la hora de juzgarlos. Si bien es muy clara su función crítica e irónica sobre los antiguos novelones que exaltaban las aventuras de los caballeros andantes y sus amores idealizados con princesas o doncellas de belleza inigualable, también es cierto que orientan al lector sobre lo que ha de leer en las páginas posteriores a estas composiciones que, a vuelo de pájaro, parecen tan evidentes o escritas al “correr de la pluma”.
En éstas breves páginas se intentará valorar con la mayor justicia aquellas composiciones que ocupan un lugar destacado al comienzo de la novela. En una ocasión posterior se dimensionarán otros poemas contenidos en el Quijote (poemas tan significativos y hermosos como la “Canción de Crisóstomo” entre otros) que no sólo “condimentan” el texto, sino aportan una visión de mundo particularísima.


*


A continuación del prólogo de Cervantes a esta gran novela, luego de ese VALE que impronta toda la literatura y el habla peninsular, aparecen diez poemas que, tradicionalmente, solo merecen una lectura superficial y que poco o nada interesan a aquellos que se sumergen en las aventuras del hidalgo Alonso Quijano. Los textos dedicados al libro y a los personajes del Quijote sitúan al lector en el mágico universo de los hechiceros, las magas y los caballeros extraordinarios de las antiguas novelas de caballerías. Desde ya, Cervantes revive una costumbre muy antigua, cual es anteponer diversos homenajes en verso a los personajes que protagonizarán las aventuras contenidas en el relato principal. Diez poemas, de diversa métrica y de diversos procedimientos estilísticos en donde el autor no sólo evidencia la lectura de los clásicos del género, sino que construye un verdadero friso de personajes que estarán presentes a lo largo de toda la novela y, más que eso, en el particular imaginario del protagonista. De esta forma se suceden los siguientes textos:


1. “Al libro de Don Quijote de la Mancha, Urganda la desconocida”.
2. “Amadís de Gaula a Don Quijote de la Mancha”.
3. “Don Belianís de Grecia a don Quijote de la Mancha”.
4. “La Señora Oriana a Dulcinea del Toboso”.
5. “Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de
Don Quijote.
6. “Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante”.
7. “Orlando Furioso a Don Quijote de la Mancha”.
8. “El Caballero del Febo a Don Quijote de la Mancha”.
9. “De Solisdán a Don Quijote de la Mancha”.
10. “Diálogo entre Babieca y Rocinante”.


Como se ha dicho, poemas que, inicialmente, parecieran destinados a un mismo objetivo: homenajear al personaje principal, a su escudero o a la amada Dulcinea, pero que también encierran juicios literarios, consejos, advertencias y, finalmente, un disparatado diálogo entre Babieca y Rocinante.
Pero, ¿quienes son estos personajes y cuál es su procedencia? Algunos no necesitan mayor presentación, como Amadís de Gaula u Orlando Furioso, pero otros pueden aparecer como figuras inventadas por Cervantes o, simple y llanamente, desconocidas. En ningún caso pertenecen al imaginario del autor, con la excepción de un solo personaje y de los caballos del Cid y Don Quijote, sino que se afianzan en la gran tradición novelística de la caballería. Urganda, la desconocida, no es más ni menos que la deslumbrante maga que protege al caballero Amadís; Don Belanís de Grecia es otro caballero creado por la pluma de Jerónimo Fernández en su Historia de Belanís de Grecia, libro de caballerías de gran difusión; la Señora Oriana, es la hija del rey Lisuarte de Bretaña, esposa del famoso Amadís de Gaula; Gandalín, ya lo dice el título del poema, es el escudero de Amadís; el poeta entreverado podría ser, ya no un personaje de ficción sino ni más ni menos que el poeta Gabriel Lobo Lasso de la Vega
[6] quien podría haber colaborado, según Francisco Rico[7], en la corrección de algunos de estos poemas preliminares de Cervantes; el Caballero de Febo, es el personaje protagónico de la obra de don Diego Ortúñez de Calahorra, Espejo de príncipes y caballeros y Solisdán es un personaje desconocido que podría constituir un pseudónimo o un anagrama o bien una errata o confusión de Cervantes[8].
De entre todos estos textos es mi intención detenerme en tres que me parecen claves y que representan una síntesis de las intenciones del autor. Me refiero al de “Don Belanís de Grecia a don Quijote”, al texto “Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante” y al magnífico poema final entre Babieca y Rocinante.
En el soneto de don Belianís se cumple el objetivo de homenajear al personaje protagónico de la novela de Cervantes. Se trata de un poema, como la totalidad de los reunidos en la introducción de la narración, del que no sabemos exactamente quién lo ha recogido o antologado, pero como señala el narrador en el “Prólogo” constituyen: “los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse”
[9]. Este poema describe, en primera instancia, las proezas y aventuras de quien se dirige a Don Quijote, en un discurso hiperbólico y que raya en el ridículo por lo inusitado, extraordinario y autorreferente:


Rompí, corté, abollé y dije y hice
más que en el orbe caballero andante;
fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di a la Fama que eternice;
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mí todo gigante,
y al duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve a mis pies postrada la Fortuna
y trajo del copete mi cordura
a la calva Ocasión al estricote
[10]
(…)[11]


Como en la mayoría de las novelas de caballerías, el personaje es descrito como un ser sobrehumano que es capaz de conquistar a los gigantes, pero al mismo tiempo, ser cortés, prudente, galán y agradable a las damas, características que Don Quijote posee en plenitud y que más de algún inconveniente le acarreará a lo largo de la novela. Este poema, como otros de esta introducción, presagia y anuncia –entendiendo que se inscribe en una tradición determinada- buena parte de lo que leeremos a continuación. Podría decirse que se trata de un “adelanto” y un resumen de los contenidos del relato, en el entendido que abrevia muy sintéticamente lo que se narrará. En este caso, es particularmente significativa la mención a los gigantes que bien podría ser una introducción al motivo de los molinos de viento considerados como seres extraordinarios.
En el último terceto, el personaje de don Belamís se postra ante la figura de don Quijote:

(…)
Mas, aunque sobre el cuerno de la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura
tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!

Para el lector desprevenido, este pasaje puede perfectamente engarzar con la más rancia tradición de las caballerías, sólo al correr de los poemas a seguir y de los posteriores capítulos, el “desocupado” irá enterándose de la sátira y del propósito de la novela. Aquí el autor juega con la ambigüedad de su receptor estableciendo diversas vías de aparente interpretación que, al final, conducirán al sentido último que plantea a lo largo de todo su discurso. Por otra parte, la delirante autodescripción del caballero Belamís ya entrega algunas claves y, también, reafirma la idea de un Cervantes poeta que conoce a la perfección el arte del soneto y, mucho más que eso, puede compararse con los maestros de la ironía, en la gran tradición del humor negro español, al convertir un poema de homenaje en una sátira encifrada a priori y descarnada, a posteriori (de la lectura de la totalidad de la obra).
Enfrentado al poema “Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante”, escrito en Décimas de cabo roto, Cervantes entrega la voz a Sancho y a Rocinante. Procedimiento del todo extraordinario, el “poeta entreverado” aprovecha de dar unas descriptivas pinceladas resumiendo con maestría las características del escudero y, de paso, ejerciendo la crítica a una de las obras más importantes de la literatura española, La Celestina (asunto que retomará con buena parte de la tradición literaria hasta ese entonces, primero en la criba de los libros de don Quijote y luego en diversas menciones en toda la novela):



Soy Sancho Panza, escude-(ro)
del manchego don Quijo-(te)
puse pies en polvoro-(sa)
por vivir a lo discre-(to)
que el tácito Villadie-(go)
toda su razón de esta-(do)
cifró en una retira-(do)
según siente Celesti-(na),
libro, en mi opinión, divi-(no),
si encubriera más lo huma-(no)
(…)
[12]

El retrato de Sancho no puede ser más claro y decidor: discreto, huidizo o cobarde, práctico en su manera de enfrentar los problemas, holgazán en su rústica existencia. Otro adelanto de la novela que configura los rasgos de tan entrañable personaje. Finalmente, la exégesis mínima pero certera donde la voz de Miguel de Cervantes (en palabras de Sancho Panza) critica la forma en que La Celestina presenta los placeres fáciles y los vicios evidentes de sus personajes.
La segunda Décima, dedicada a Rocinante, también describe con claridad las particularidades de este animal que, sin duda alguna, a lo largo de toda la novela, reviste las características de un personaje:


(…)
Soy Rocinante, el famo-(so),
bisnieto del gran Babie-(ca),
por pecados de flaque-(za),
fui a poder de un don Quijo-(te);
parejas corrí a lo flo-(jo),
mas por uña de caba-(llo)
no se me escapó ceba-(da),
que esto saqué a Lazari-(llo),
cuando, para hurtar el vi-(no)
al ciego, le di la pa-(ja).
[13]


A estas alturas, el lector no puede sino comprender que el texto cervantino habrá de constituir una sátira a los libros de caballerías. Rocinante, aparentemente biznieto del gran Babieca, caballo del Cid, es un pícaro ladrón de cebada, flojo y hambriento que engaña al mismísimo Lazarillo de Tormes (otra mención literaria que enmarca estos poemas con la voz culta del supuesto poeta que escribe las décimas y donde, de forma sutil, Cervantes sobrepone sus personajes a los de la tradición que, indudablemente, muy bien conoce su público).
Finalmente, el inigualable soneto “Diálogo entre Babieca y Rocinante” (uno de los poemas más citados de Miguel de Cervantes) recuerda muchos de los grandes textos dialogados de la Edad Media y, en especial, aquellos del gran maestro francés, François Villon. Acudiendo nuevamente al género de los equinos, el autor establece de forma categórica el humor y el sarcasmo como elementos fundamentales de su obra. En un diálogo surrealista avant la lettre, Babieca interroga a Rocinante por su devenir y su fortuna:


B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se como, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Quereislo ver? Miraldo enamorado
B. ¿Es necedad amar?
R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis.
R. Es que no como.
B. Quejaos del escudero.
R. No es bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?
[14]


La descripción de la montura de Don Quijote adelanta las desventuras y agravios a los cuales estará expuesto a lo largo del relato. Se acusa al escudero y también al amo de negligencia en el trato y en la alimentación, pero lo más grave es que se señala al protagonista, el hidalgo Alonso Quijano, como un enamorado enceguecido que, finalmente es igual a un asno, es decir, tozudo como un equino y fuera de la comprensión de los problemas más materiales de este mundo. La metafísica no tiene lugar en el diario vivir de Rocinante: la realidad se impone como una losa terrible donde el no comer es más importante que cualquier otra cosa. Cervantes, como en su fabulosa ironía lo hiciera el gran Francisco de Quevedo, entrega aquí una de las piezas líricas más reveladoras de su oficio. La idea del diálogo entre los caballos, las quejas de uno, las reprimendas del otro, el conocimiento de los motivos que impiden a su amo tener conciencia de las realidades más apremiantes, empinan a este soneto como uno de los poemas más lúcidos (en su intertextualidad, en la capacidad de reírse de la propia ficción) de todos los escritos en los siglos de oro.
Con todo lo que se ha afirmado más arriba, es menester de la crítica revalorar con serenidad la obra poética de don Miguel de Cervantes, en especial, aquellos textos enmarcados en el Quijote. Sin temor a suscitar una polémica o crear una falsa expectativa, me parece que estos poemas pueden dar muchas claves de la forma de entender la tradición literaria, de juzgar a sus coetáneos y de configurar los personajes de la novela. Continuar con el mito de un Cervantes mal poeta es no querer ver el talento y la trascendencia que sólo un genio puede alcanzar.


[1] Ponencia presentada en las “Jornadas de Literatura Española” en Homenaje a los 400 años del Quijote organizadas por el Área de Literatura Española del Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Santiago de Chile, 25 y 26 de octubre de 2005.
[2] Dedicado “Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”
[3] Vid. Rico, Francisco. Historia y Crítica de la Literatura Española. Citado por Francisco Ayala y Vicente Gaos en su ensayo El soneto “Voto a Dios que me espanta esta grandeza” y Viaje del Parnaso. Volumen II. Ed. Crítica. Barcelona, 1980, p.664.
[4] Vid. Gaos, Vicente. “Introducción” a Poesías de Miguel de Cervantes. Ed. Taurus. Madrid, 1970. En este mismo texto, Gaos cita algunas voces de la poesía contemporánea, como el poeta Gerardo Diego quien afirma que la poesía de Cervantes está anclada en el paso de la lírica española: “es un poeta arcaico, retrasado, y ésta es una de las causas de su fracaso, fracaso ante los demás, ante la opinión de los doctos –oficiantes y lectores-, más que nunca esclavos de sus modas novedosas, y fracaso ante la poesía misma, que no tolera, sin grave expiación, estos pecados de retraso y anacronismo”, p. 17.
[5] Vid. De Riquer, Martín. Cervantes y el “Quijote” en la reciente edición de la R. A. E. de la novela cervantina: Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Edición y Notas de Francisco Rico. Real Academia Española. Madrid, 2004, pp. LIV-LV. De aquí en adelante señalada en este escrito como Don Quijote de la Mancha.

[6] Gabriel Lobo Lasso de la Vega, conocido también como Gabriel Lasso de la Vega (1558-1616), sirvió en la corte de Felipe III. Amigo de Fernando Cortés, nieto del conquistador de México. Contemporáneo de Alonso de Ercilla, quien aprobó oficialmente sus obras. Autor, entre otras obras de la Tragedia de la honra de Dido restaurada, publicada en 1587 y del Manojuelo de romances (1601). En 1587 publicó la Primera parte del romancero y tragedias de ... criado del rey nuestro señor: natural de Madrid (Alcalá) y la Tragedia de la destrucción de Constantinopla. En 1588 publicó la Primera parte de Cortés, y Mejicana, poema dedicado a cantar las proezas de Hernán Cortés, que en 1594 reimprimió, añadiéndole 13 cantos, con el título de Mexicana. En 1601 publicó los Elogios en loor de los tres famosos varones don Jaime de Aragón, don Fernando Cortés, Marqués del Valle, y don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz., especie de Antología donde abundan más los nombres ilustres que una obra de real interés.
[7] Vid. Cervantes, Miguel. Don Quijote de la Mancha, edición y notas de Francisco Rico. Op. Cit., p. 21.
[8] Vid. Don Quijote de la Mancha, Op. Cit., p. 23.
[9] Don Quijote de la Mancha, Op. Cit., pp. 7-8. Es curioso que Cervantes señale que no quiere incorporar este “catálogo de los acostumbrados” poemas, pero que a la postre los incluya.
[10] Se refiere a la prudencia que le llevó a maltraer a la Ocasión cogiéndola por los pelos de la frente (copete) al estridente: “por la calle de la amargura”. Nota de Francisco Rico a la edición de Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., p. 19.
[11] Don Quijote de la Mancha, Op. Cit., p. 19.
[12] Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., p. 21.
[13] Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., pp. 21-22.
[14] Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., pp.24-25.

jueves, 18 de mayo de 2006

Demonio de la nada


Demonio de la nada

El cáliz derramado, la sangre del cordero,
el odio y el silencio alientan estos días
de truenos y de rayos caídos en la frente
en medio de mi centro, del puro amor reseco.

Los huesos ya desechos del padre en su mortaja
cavilan en los ojos, se oyen por la tarde
y vuelve a la garganta el grito amancillado
por mares de fiereza, de olvido, de la ausencia.

Desenterrar los dedos desde la despedida,
reconocer el cielo que aún espera inquieto;
oír lo que se ahoga detrás de las palabras
y ver en la ceguera. Y ver en la ceguera.

Aún así retumba la herida en mi cabeza,
del párpado sin sueño, del sexo anochecido
en extravío entonces el hálito sereno
y nada ya consuela desde el recuerdo ajado.

Se cierran esas puertas de una casa a solas
y el hombre, el padre, el niño anuncian su fracaso.

Cae algún telón en ese teatro absurdo
y la memoria muerde como una bestia atada.



(A Felipe Cortés)

miércoles, 17 de mayo de 2006

TRAGEDIA Y COMEDIA EN EL HUMOR DE LA POESÍA


[1]

Para Alejandra Rangel,
con el infinito agradecimiento
por este Monterrey intenso.


Hablar del humor (o de la risa) en la poesía actual puede ser casi un chiste cruel. La escritura poética de nuestros días adolece de muchos males y uno de los más grandes, a mi entender, es el facilismo con que ésta tiende a mover hacia la risa, la carcajada o a la mueca cómplice del lector. Sin duda alguna, las vanguardias históricas y, posteriormente, la antipoesía de Nicanor Parra (al menos en mi país) consiguieron borrar el rictus solemne de buena parte de la poesía en ese entonces aún inmersa en el tardío romanticismo o en el triunfal modernismo decadente. Es absolutamente indispensable mostrar nuestro agradecimiento a Vicente Huidobro, a Oliverio Girondo e incluso a Jorge Luis Borges como figuras que consiguieron desterrar la imagen de la lírica como el espacio del dolor, del llanto o la agonía en buena parte de la poesía del Cono Sur. Lo mismo a Parra, quien con sus revolucionarios Poemas y Antipoemas acabó con los últimos estertores del poeta ensimismado en su torre de marfil o del otro omnívoro cantor de todo lo creado
[2].
Pero los tiempos han cambiado (¿han cambiado?) o quizás, yo quiero que estos cambien, y la poesía puede decirse que sufre la peste de la risa liviana y del chiste barato. No es que la poesía esté enferma –sería fácil proclamarlo- pero sí hay que señalar que es posible diagnosticarle una fiebre bastante perniciosa, contagiosa y hasta peligrosa (la rima es muy consciente). La moda de la antipoesía, del chiste para desorientar, o del artefacto gracioso
[3] ha persistido treinta años después de su nacimiento en buena parte de la poesía del sur del mundo. Si a eso se agrega el cultivo de una lírica insulsa, de afiche kitsh o de enamorados cursis, el panorama deja de ser divertido [4]. En este sentido, pareciera que el poeta quiere recuperar ese espacio amniótico de la felicidad tonta, olvidando donde está parado y qué pasa en el mundo donde vive.
Intentando desbrozar la maleza de este mal, es posible especular sobre algunas cosas que, me parecen deben ser tenidas en cuenta, más que como una solución salvadora (algo que no pretendo entregar en lo absoluto), como una serie de ideas y problemas que alcanzo a ver desde el ejercicio de la escritura poética.
De esta forma y como primer asunto, creo que puede pensarse en que la realidad dicta buena parte de lo que se escribe. Desde luego la poesía no es “esclava de la realidad”, pero su tono, su estilo y su temple vienen dados por lo que el poeta vive, intuye y cree de esa realidad (aceptando, desde luego, el insoslayable y gran papel que tiene la imaginación). La realidad actual no mueve a risa. Otra cosa es que queramos tapar el sol con un dedo y no ver lo que está allí, a la vuelta de la esquina. Nos han querido hacer creer que el mundo progresa vertiginosamente hacia un futuro esplendor y hacia la riqueza democrática. Falso. Ese mundo no existe, no existió, tal vez no exista nunca. Cuando más soberbios nos mostramos, cuando más creemos haber dominado la naturaleza (y no me refiero a la naturaleza humana), cuando enseñamos nuestros logros como una colección de maravillas de un dudoso museo del mal gusto, es cuando más debemos pensar en que ni las guerras, ni las pestes, ni el hambre, ni la injusticia han dejado de existir, trágicamente. La amenaza del desastre ecológico, de una guerra nuclear que puede iniciarse por egoísmos de pequeños países, del sida y del rebrote de la tuberculosis, del agujero inmenso de la capa de ozono, de la pobreza intelectual generalizada, de la estulticia como religión y de la miseria como mal que aún martiriza a buena parte de la población mundial, no son asuntos que puedan tomarse a la ligera. Y no es que alce mi voz contra el humor, pero ese humor ha de ser encaminado, a mi parecer, con el sabio consejo de la ironía. Más que una poesía de la risa prefiero otra de la sonrisa. Más que del humor, de la ironía. Creo que la ironía tiene un lugar extraordinariamente importante en la poesía del hoy –y del mañana-: la mirada inteligente (del autor, del lector) está en ese intenso parpadeo que sólo la buena ironía puede conseguir. La gran literatura del humor, pienso en Rabelais, pienso en Quevedo, pienso en Cervantes, se realiza, crece, juega con la ironía más que con el chiste barato. Si Quevedo puede ser procaz, jamás es vulgar. Su hiriente ingenio nos hace pensar, sonreír, pensar, hasta reír. El problema es que la poesía actual ha olvidado ese “pensar” que está entre la sonrisa y la risa; pareciera que el objetivo es hacer reír, reír y reír a costa del uso de las procacidades más abyectas o de un lenguaje que, con la excusa de ser “coloquialista” ha perdido la brújula y el sentido de su derrotero. Insisto, no estoy contra el humor, pero el abuso de éste puede hacer que la comedia se transforme en tragedia y que a costa de la risa el envoltorio sea más importante que el contenido (asunto más que preocupante no sólo en la literatura, sino en general en todo aquel arte que suele clasificarse como “postmodernista” y que de postmodernista solo tiene el adjetivo, pues no conoce, ni sabe por dónde ir o qué entregar). Este problema es, sin lugar a dudas, un tópico que debería considerarse a la hora de “elevar a los altares” a autores que poco o nada aportan a la intensidad del género y, digo esto, aunque el público celebre estos textos con vítores y aplausos que no salvarán a aquella poesía de envejecer tan prematuramente como el último chiste de moda.
A manera de ejemplo, es importante señalar que existen algunos autores, actuales y vivos, que ejercen la ironía con sabiduría y acierto. Entre algunos cuantos destacables puedo nombrar a Eduardo Espina de Uruguay, a Daniel Freidemberg y Daniel Somoilovich de Argentina, a Teresa Calderón y Carmen Gloria Berríos de Chile o a un buen número de jóvenes poetas de las últimas promociones de mi país. Estos autores han huido de lo vulgar, de lo tonto, de lo cómico para internarse en lo agridulce de la ironía, de la discusión, del diálogo que busca un lector inteligente que no siempre es capaz de asentir, aunque sonría –sin guiños prefabricados- ante la agudeza y la crítica que le provoca esta poesía. Esto comprueba, a todas luces, que no necesariamente debe regresarse a un tono trágico o solemne, sino que, perfectamente, pueden coexistir una poesía de lo irónico junto a una poesía de lo dramático. En esa misma línea la idea de lo cómico, de la comedia, de lo humorístico nunca ha dejado su condición de género menor cuando sólo apela a la carcajada. El gran salto hacia el género mayor lo da, precisamente, el uso de la ironía, pero de una ironía, como dije, adobada por la crítica.
Ahí está entonces el sentido último que, en segunda instancia, me parece debe considerarse a la hora de la utilización de la ironía: la crítica. No puedo entender una poesía autocomplaciente, satisfecha, obesa de sí misma y del mundo. Por el contrario, creo que, si existe alguna pista sobre lo que el poeta ha de hacer, o, mejor, proponer en el ejercicio poético, es, justamente mover a la reflexión y a la conmoción a través de la relativización de su entorno, de su mundo, de su tiempo. Pobre de la poesía que sólo disfraza, maquilla o se mimetiza con lo que, ya más que comprobado, hace fácil el camino al lector. Y no se trata de complicar el asunto, no. Se trata de proponer con la inteligencia y de conmover con la pasión aquello que parece dormido, o muerto u olvidado. Creer que los lectores son todos idiotas es elevar a la categoría de sublime la idiotez del que lo cree. Los mejores lectores son aquellos que se sienten desafiados, seducidos o atrapados en la fina malla de ideas y emociones que la buena poesía es capaz de desplegar ante los vivos ojos de aquel que quiere o no quiere creer lo que está leyendo.
Si se ha de construir un universo poético con la fuerza de la ironía, ésta debe acompañarse con la reflexión, primero, la especulación, después, y con la proposición (al final) de lo que el poeta piensa debe mirarse desde otro punto de vista en el vasto territorio de la poesía. El mundo dejó de ser el espacio del asombro (aunque a veces puede asombrar hasta al más incrédulo) para transformarse en el ámbito de los desastres (al menos así lo veo yo). Por supuesto, ningún poeta quiere que sus lectores acaben con una depresión incurable o, peor, en el definitivo suicidio, pero no puedo entender una poesía que rehuya los temas más importantes e inmediatos en pos de una mirada light que todo lo banaliza. La poesía, a mi entender, debe ser, hoy por hoy, uno de los últimos reductos (y casi el único) donde nadie teme a la fuerza de las emociones o a la fuerza del pensamiento. Que no sea responsabilidad del poeta hacer creer que hemos llegado a la maravilla prodigiosa de la utopía concluida. Por ningún motivo. Como el mundo no ha acabado (y es de esperar que no acabe, al menos, pronto) la poesía siempre tendrá motivos para dialogar sobre lo presente, imaginar sobre lo futuro, cuestionar el pasado y lo por venir y proponer visiones diferentes que huyan siempre de la concesión o de las prebendas que una buena carcajada puede obtener del poder y de sus defensores. La mayor subversión es aquella que nos hace crear universos distintos, realidades desconocidas, mundos inexplorados. La carcajada es sólo un acto reflejo que no logra plasmar más que el estentóreo ruido de un mundo colapsado por la contaminación acústica. La ironía, la crítica, el verdadero humor (entendiendo que existen buenos y malos humores) radica en el espacio del silencio o del canto verdadero que busca la armonía. Como diría el gran Juan Ramón Jiménez refiriéndose a la poesía y a su relación con la realidad más evidente: “el estrépito encoje el canto agranda”. Que la poesía, víctima de esta “peste pasajera”, no sucumba ante el delirio febril de la estulticia, de la superficialidad, del falso humor de los hipnotizadores de turno.


[1] Texto leído en el “Quinto Encuentro de Escritores de Monterrey”, Monterrey, México, septiembre de 2000.
[2] Me refiero esencialmente a aquellos seguidores de una vanguardia a ultranza, de la cual sólo leían la frase huidobreana “el poeta es un pequeño dios” o de aquellos que veían en el fervor acumulativo y adánico de Neruda la alternativa para hacer una poesía profética y hasta casi religiosa.
[3] Claramente me refiero a la antipoesía. No a Parra, quien halló su camino recorriéndolo acertadamente, sino a sus trasnochados seguidores que han “infectado” el panorama de la lírica en Chile, Argentina y otros países de Sudamérica.
[4] La alusión es clara a una buena parte de la poesía de Mario Benedetti y sus seguidores.

Chile



La envidia se desata en este circo pobre:

El domador aúlla y ruge y estornuda,
la equilibrista sueña con tierra firme siempre
y un payaso ordena el mundo entre sus dedos.

La patria se disfraza, cortés, civilizada
en una bendición de dones ya maduros
que enseñan gravemente la luz opaca y fría
del sol sin su destello, sin su calor sereno.

El circo se disfraza, la patria se desnuda,
la envidia nos despierta, nos mueve, nos consume.

La única verdad es la que nos desmiente:

El circo no termina, la mascarada crece,
el bufo, la corista, el fanfarrón, el santo,

todos en la pista cruel y provinciana.




(A Roberto Díaz Muñoz)



Los elegidos


Fuimos una estirpe generosa
el don que nos fue dado en privilegio
lo hicimos madurar perfectamente.
Sólo que algo nos faltó, no fue el silencio
ni el ansia de morir en la batalla.
Sólo que algo estaba allí detrás del sol
y las noches donde el mar se estremecía.

Vimos los caballos y los peces,
el rápido aletear del tiempo ajeno;
vimos el diluvio, la ruina, el esperpento
y el húmedo contacto de la tierra.

Nada es como ayer ni puede darse
el fruto en el invierno despiadado;
la historia no quisiera recortada
al tiempo reescribirlo en la derrota.

Cada cosa en su lugar,
también la muerte.

Fuimos una estirpe generosa.



(A Mauricio Barrientos)

BREVE VISIÓN DE LA POESÍA CHILENA ACTUAL


Intentar una mirada imparcial en torno a la actual poesía chilena es un trabajo casi imposible, soberbio y hasta ingenuo. La continua renovación del género impide poseer la distancia y la objetividad necesarias en este tipo de análisis que, en todo caso, no pretende, ni lejanamente, instaurar un canon o, más aún, agotar el tema. Se trata entonces de una lectura personal y basada en algunos criterios que apuntan más bien a la representatividad de los autores, a la emergencia de sus voces y al placer de la lectura íntima del que aquí suscribe.
Es común en estos días oír bastante sobre la poesía chilena. La estatura de las figuras de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas (consagrados y vueltos a consagrar continuamente por casi todas las instituciones y premios de España e Hispanoamérica) han refrescado en los lectores la imagen de una tradición marcada esencialmente por la voz de Pablo Neruda (cuyo centenario nos ha inundado con su vida y obra) y, para aquellos que conocen más de esta poesía, con las presencias de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro o Pablo de Rokha. De alguna forma, se ha hecho justicia con ambos poetas y se ha reconocido la importancia de la ya mítica generación de 1938, notabilísima en sus autores y propuestas (y quiero destacar también las obras de Eduardo Anguita, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle y de aquellos surrealistas del grupo “Mandrágora”). Aún así, la poesía chilena pareciera detenerse en ese momento histórico para la mayoría de los lectores españoles. De vez en cuando algunas editoriales reeditan las obras de Enrique Lihn, Oscar Hahn o Raúl Zurita, pero no es común que (salvo la excepción de los jóvenes Javier Bello y Leonardo Sanhueza, premiados recientemente y editados por Visor) se pueda hablar de una divulgación real de la poesía chilena. De sobra está señalar que falta urgentemente una antología completa, al menos de los últimos cuarenta años, para “iluminar”, aunque sea parcialmente, el panorama de la actual lírica chilena.
Frente a este desconocimiento es alentador poder esbozar algunas ideas y situar algunas obras de los poetas que han ido continuando una fértil tradición que hoy podría catalogarse como pluridireccional, heterogénea y superpoblada de nombres. En este sentido lo primero que hay que subrayar es la obvia coexistencia de las llamadas “generaciones” que se superponen en producción y en figuración en el pequeño escenario de las letras de Chile. Así junto a Rojas o a Parra, otras presencias insoslayables son las de Miguel Arteche, Armando Uribe Arce, Stella Díaz Varín (de la generación de 1957, conocida como “de los años cincuenta”) junto a Floridor Pérez, Jaime Quezada, Manuel Silva Acevedo, Waldo Rojas, Oscar Hahn, Gonzalo Millán y tantos otros de la generación de 1972 (tradicionalmente señalada como “de los años sesenta”). Así, sin querer transformar estas páginas en un miope e inútil listado de nombres, aparecen –casi como un fenómeno de la naturaleza- “oleadas” de poetas que por su rápida iniciación y vigencia, hacen tambalear cualquier intento de categorización desde el punto de vista generacional. De esta forma, surgen la “generación de los ochenta” (o del ’87, o “de la dictadura”, o “N.N.”
[1]), la “generación de los noventa” (o del 2002) y, en estos días, una novísima generación, sin rotular aún, que comienza a dar sus primeros frutos en libros o revistas de escasa circulación, pero que intenta “instalarse” con pie firme. Sin la necesaria perspectiva ante tan atiborrado paisaje, casi resulta más práctico y hasta más justo, hablar más que de “generaciones”, de “promociones”. Pareciera que los años de formación, los años de vigencia, etc. de cada generación no alcanzan a cumplir los plazos tradicionales que la crítica apunta en el sentido más canónico. Por otra parte, a pesar de los rasgos distintivos de estas promociones, existen líneas comunes que pueden unir a los distintos autores produciéndose una serie de vínculos intergeneracionales que hablan de una ligazón distinta a las que se conocían antiguamente. En este derrotero hay que apuntar al cambio de muchos poetas desde un discurso político, ideologizado y comprometido a una escritura más actual, con las problemáticas propias de la democracia, del mundo globalizado, de los temas tradicionales de la poesía universal[2]. Pero el problema más interesante, es la aparición constante de voces nuevas (algunas “clasificables” en grupos, promociones o generaciones) y su casi nula consolidación en la conciencia de los lectores. Muchos libros, pocas revistas literarias, casi ninguna crítica periodística[3] y casi ningún estudio, reseña o mención en la crítica académica[4], complican el afianzamiento y consistencia de estos autores. Tanto es así, que la poesía ha sido desplazada en la mayoría de la prensa y de las revistas académicas por los artículos y ensayos en torno al pequeño “boom” que se ha conocido en torno a los jóvenes y no tan jóvenes narradores chilenos. Las suspicacias aquí son muchas y, obviamente, apuntan a estrategias de mercado y publicidad de las casas editoriales más que a una justa valoración de este fenómeno.
Ante tan confuso panorama, me parece indispensable mencionar, sin ánimo de categorizar nada, las líneas que antes apuntaba como principales en la poesía chilena actual.
La generación del ochenta u ochenta y siete significó la radicalización, en muchos casos, del discurso político y social. Paralelamente a esta opción, otros autores como Juan Luis Martínez
[5] o Raúl Zurita optaron por una escritura que apelaba a los recursos de la neovanguardia y abrieron un universo extraordinario que conjuntamente a los esfuerzos desplegados por Diego Maquieira, Rodrigo Lira o Carlos Cociña, significó la aparición del discurso feminista (Teresa y Lila Calderón, Verónica Zondek, Alejandra Basualto, Bárbara Délano); neocoloquial (Sergio Parra, Víctor Hugo Díaz); etnocultural y metapoético (Tomás Harris, Clemente Riedemann, Eduardo Correa, Javier Campos, Eduardo Llanos, Gonzalo Contreras, Soledad Fariña, Mauricio Barrientos, Andrés Morales); homosexual (Francisco Casas); indígena (con el extraordinario e importantísimo poeta fundacional Elicura Chihuailaf); etc. Este hecho marcó un cambio en la lírica chilena pues permitió atisbar una diversidad discursiva como nunca antes vista, asunto de primer orden pues serviría de necesario antecedente para que las promociones posteriores (sobre todo la del noventa) pudiesen articular una poesía sin compromisos, desprejuiciada y sin ataduras ideológicas. Asunto que también, desde la segunda mitad de la década de los ochenta, se complementaría con la apertura política que permitió recuperar la democracia[6]. Este particular momento significó también un intento de reparación de parte del alicaído entramado cultural del país; con una verdadera explosión de ediciones de libros (autoeditados o en sellos pequeños), de revistas (de muy baja circulación) y, fundamentalmente, de la aparición de Talleres Literarios, espacios amparados por un par de instituciones (Sociedad de Escritores de Chile y Biblioteca Nacional) u organizados por estudiantes y poetas bisoños en universidades o, simple y llanamente, de forma privada. Años de esperanza en los años venideros, el final de los ochentas significaron la madurez de una poesía que avanzaba hacia temas y preocupaciones muy similares a las actuales.
Entrados en la década de los noventa aparece, como se ha dicho, una nueva promoción que se autodenomina “de los noventa”. Grupo heterogéneo en sus búsquedas y procedimientos, se forma casi completamente en las universidades
[7]. Entre sus hallazgos puede contarse el intento por no hegemonizar ni monopolizar ningún tipo de escritura, consiguiendo una diversidad de tonos y estilos que buscan a sus referentes en otras literaturas (neohelénica, francesa, anglosajona) más que en la propia tradición chilena o de la lengua castellana. También cultivan un desprejuicio en cuanto a las temáticas y registros, realizando una lectura abierta de las múltiples posibilidades del género. De esta forma conviven sin problemas neoclasicismo, neosurrealismo, antipoesía, neovanguardismo y, por cierto, una lírica de tono clásico. Como muy bien señalara Javier Bello en su tesis de grado[8], estos poetas se transforman en desarraigados, en huérfanos de su propia tradición cultivando una escritura donde no caben los cenáculos ni las asociaciones. Una sana desconfianza anima a la mayoría. Con inusual fuerza, estos autores se consolidan rápidamente y ocupan un espacio (lo quieran o no y dentro de los reducido del mismo…) en la palestra literaria. Voces como las de Alejandro Zambra, Javier Bello, Ismael Gavilán, Germán Carrasco, Cristián Gómez, Julio Espinosa, Armando Roa Vial, Sergio Madrid, Verónica Jiménez, Kurt Fölch, Alejandra del Río, Rodrigo Rojas, Julio Carrasco, Matías Rivas, Leonardo Sanhueza, Andrés Adwanter, David Preiss, Patricio Cifuentes o Malú Urriola entre muchos otros, publican con gran velocidad sus primeros libros y consiguen articular encuentros, antologías y talleres que, poco a poco, demuestran el notable talento que poseen. Como es tradición en la poesía chilena, también dentro de este grupo, las ciudades de las regiones han ido incrementando su gravitación en el género. Concepción, Valparaíso, Temuco y Valdivia se convierten cada día más en centros de gran producción poética. Las universidades, los centros culturales y comunitarios se han erigido en espacios donde se continúa la tradición de los talleres literarios y donde, con mayor o menor fortuna, se intentan publicar algunas revistas de poesía.
Cuando la promoción de los noventa pareciera constituirse en los “novísimos” del momento, con extraordinaria velocidad surgen otros jóvenes que quieren abrirse paso con sus libros y visiones de mundo. A veces catalogados entre los poetas del noventa, otras veces señalados como autónomos, estos últimos autores ya realizan encuentros literarios
[9], planean primeras ediciones y antologías poéticas. No es posible saber cuál es la razón de tanto interés y tanta proliferación poética, pero es indudable que, a todas luces, la calidad no merma en pos de la cantidad. Otra vez las universidades son escenario importante para el desarrollo de una nueva promoción[10], es allí donde se gestionan, otra vez, talleres y revistas de gran interés. Tema aparte y complicado es dar algunos nombres –dada la gran cantidad de autores- pero baste con señalar que se habla de, al menos, una treintena de poetas (si es que esta cifra no es, tal vez, conservadora)[11].
Como impresión o, mejor, como visión de estos últimos años es necesario repetir las ideas de una poesía donde la continuidad, la diversidad y el desconocimiento entre los diversos países de lengua castellana son las notas dominantes. Si a esto le agregamos una suerte de “desprecio” entre las diversas literaturas hispanoamericanas y española (donde se cree que lo mejor es lo realizado en el propio país y donde se mira con recelo lo escrito en otros), rápidamente se concluye como natural que muchos poetas busquen en lejanas tradiciones y otras lenguas sus referentes inmediatos.
Mientras tanto, a pesar que el género poético ha ido teniendo una condición de “desplazado”, a pesar que la crítica no logra dimensionar con justicia la extraordinaria vitalidad de la poesía y a pesar que sólo unos nombres muy consagrados parecieran abarcar toda la atención de los pocos lectores, la poesía chilena continúa en constante movimiento persiguiendo no sólo su permanencia sino también nuevos derroteros donde este difícil arte pueda dar mucho más de sí.

[1] En clara referencia a la situación de los desaparecidos en la época de la dictadura militar de Augusto Pinochet. Los “N.N.” o los “sin nombre”, como tantos olvidados en tumbas sin identificación.
[2] Particularmente en algunas voces de la generación del ’80, que en un comienzo se decantó por una escritura social y política, el caso de José María Memet, por ejemplo (o en una segunda instancia por un neovanguardia también ideologizada, el caso de Raúl Zurita).
[3] Con la sola excepción de “Revista de Libros” de “El Mercurio” o un par de columnas en periódicos como “Las Últimas Noticias” o “La Tercera de la Hora”, las más de las veces orientadas a la crítica de la “nueva narrativa chilena”.
[4] Donde sólo pueden señalarse algunos estudios importantes de Soledad Bianchi, Naím Nómez, Iván Carrasco, Grínor Rojo y Ana María Cuneo, casi todos concentrados en la Universidad de Chile o de Santiago o la Universidad Austral de Valdivia.
[5] (1942-1993). Sus obras poéticas editadas son La nueva novela (1977), La poesía chilena (1978) y Poemas del otro (póstumo, 2003).
[6] De allí el cambio en el discurso poético de algunos autores de esta promoción, quienes abandonan el compromiso ideológico ante la solidez de los cambios históricos y a la luz de los influjos de otros poetas que, desde el extranjero, exilio involuntario o voluntario, se han empapado con otras referencias culturales y otras tradiciones y temáticas “actualizando” sus obras y desplazando lo político a un segundo o tercer plano.
[7] Evidentemente con algunas excepciones. Para confirmar este hecho véase Códices. Antología Poética. de Javier Bello y Rolando Carrasco. Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile- RIL Editores. Santiago de Chile, 1993.
[8] Bello, Javier. Poetas chilenos de los Noventa. Estudio y Antología. Tesis para optar al grado de Licenciado en Humanidades con mención en Lengua y Literatura Hispánica. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile. Santiago de Chile, 1995.
[9] En octubre de 2004 se realiza en Santiago el Encuentro “Poquita Fe” donde se dan cita los más jóvenes autores del género.
[10] Especialmente en la Universidad de Chile, en la Universidad Católica de Valparaíso y en algvunas universidades privadas.
[11]Recientemente el poeta Raúl Zurita ha antologado a poetas de los noventa y de la última promoción en Cantares, nuevas voces de la poesía chilena. LOM Editores. Santiago, 2004.

martes, 16 de mayo de 2006

LA ESCRITURA POÉTICA ENTRE LA REALIDAD Y EL DESEO


Porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe [1]
LUIS CERNUDA

La escritura poética ha sido vista casi siempre como un doloroso acto donde la angustia, los fantasmas y hasta los demonios suelen salir en un intento por conciliar, hacer exorcismo o aplacar las iras de aquellas emociones y reflexiones que pesan en la conciencia del autor. Si bien esta idea está asociada al romanticismo, por lo tanto pertenece al siglo XIX más que al XX, su proyección alcanza a buena parte de los poetas de la actualidad. Pareciera que, en ese sentido, y aunque hayan mediado las vanguardias, la neovanguardia, la postvanguardia y hasta el postmodernismo, las cosas no han cambiado ni avanzado prácticamente nada. Pocos son los autores que manifiestan su alegría, su goce o su complacencia a la hora de expresarse literariamente. Sin desmerecer los “dolores del parto”, las inquietudes, inseguridades o simplemente, la angustia provocada por la transmisión de algo que proviene del interior y que se explicita hacia el exterior en forma de palabras, me parece que ha llegado el momento de plantear un nuevo enfoque y desdramatizar el proceso de la escritura poética.
No quiero con esto desechar la idea de desdoblamiento que puede conllevar un dolor natural pero soportable, lo que me interesa señalar es que la poesía debe abandonar su condición de “espacio del dolor” para transformarse en el “espacio de la dicha”, del goce, de la iluminación, del pensamiento, de la crítica y hasta del placer. No es mi intención proponer un programa a la escritura: soy un defensor acérrimo de la libertad en ella, como tampoco está en mi pensamiento “dulcificar” lo poetizado: nada de eso. La reflexión que propongo es en torno a desmitificar y dotar de un signo positivo al acto mismo de la escritura.
Aunque el tema propuesto en el poema pueda versar sobre aspectos terribles, críticos o a sentimientos de tristeza y hasta dolor, es necesario separar los orígenes propios del tema, del proceso de la escritura. Todos hemos oído la famosa frase de Yeats donde declara que la poesía es 10 por ciento inspiración y 90 por ciento transpiración: vale, pero esa transpiración como la otra, la erótica, ¿no puede ser dichosa, feliz, plena de pasión y alegría? Mi experiencia escritural de, al menos veinte años donde reconozco oficio, apunta justamente al terreno de la plenitud, del goce y de la maravilla. Si bien mi poesía puede ser catalogada como áspera, en constante lucha con la realidad y muy crítica del mundo, mi actitud vital hacia la poesía y hacia el proceso de escritura es una historia de intenso placer y satisfacciones que van desde las más modestas a las más hiperbólicas o ditirámbicas.

Pero, ¿qué papel, qué relación puede existir entre lo erótico y lo poético? No se trata de pasar revista a la poesía erótica, por cierto, pero sí, tal vez, de reflexionar sobre algunos tópicos que me parecen muy significativos.
La escritura poética es una pregunta, como el deseo, “cuya respuesta nadie sabe”, según dice Luis Cernuda. La poesía es pulsión, pasión, fuerza indomable y fiebre iluminada, perpleja, lúcida. La escritura es una manifestación del deseo que quiere romper las bardas del propio cuerpo para convertirse y/o encarnarse en la corporeidad de la palabra. Mediante erótico proceso de seducción, la idea se abre paso para enamorar a las palabras y producir el encantamiento que éstas habrán de realizar en el lector. La seducción de las palabras, del lector, del propio autor es un interminable juego de espejos voyeristas donde todos observamos y somos observados en una obsesiva retroalimentación a través del lenguaje. La poesía oscila pendularmente entre preguntas y respuestas: propone los objetos del deseo y a la vez es el objeto del deseo. No es una sublimación del deseo, no es una transformación del deseo: es el propio deseo que grita desde las palabras mismas que han gatillado la escritura y que ahora provocan al lector que, sea dicho de paso, nunca es pasivo.
La reflexión, el pensamiento, la grandeza y bajeza de nuestras emociones constituyen la materia prima del poeta que plasma, juega, ordena y hasta escenifica con las palabras que todos usamos. Su cometido es dotar a ese lenguaje común de una estética que pueda provocar conmoción en el que escucha o lee esas palabras: el poeta viste y desnuda al lenguaje, lo dota, lo enseña, lo oculta, lo asea o ensucia dependiendo de qué quiera comunicarnos. El acto de la escritura es un acto erótico donde la evidencia de la seducción está en el despojamiento o recubrimiento de ese lenguaje feliz. La imagen poética, centro de todo texto, por coloquial o llano que este pueda ser, es otra forma de erótica. La metáfora propone mundo al mundo: choca, contrasta, concilia o arrasa en pos de una idea o emoción que se desata poderoso en la palabra. Otra vez el poeta construye, como una pieza exclusiva, la unión de vocablos y sentidos que harán de las palabras simples y corrientes una expresión única e irrepetible: la imagen poética. Esta imagen (y pienso en Góngora o en Sor Juana, pero también en Neruda, García Lorca o Huidobro) es una resultante de la erótica que el poeta propone. Es su estética, su particular concepto del “objeto del deseo” que ha logrado extraer al lenguaje y a sí mismo, pero que quiere abrasar y abrazar al lector que nunca puede quedarse alejado, frío o sólo como un simple espectador.
La comunicación poética, que nada tiene que ver con la comunicación periodística, informativa o teórica, es, desde su inicio como proceso interno en el autor, un ejercicio de seducción y de erótica. Aunque las emociones e ideas puedan parecer duras, secas o abstractas, la misión del poeta es dotarlas de una electricidad única que pueda irradiar pasión, conmoción y hasta obsesión. El origen de esa comunicación, la intuición poética, juega también en la zona del deseo. La intuición y el deseo, preguntas sin respuesta, balbucean sus vocales en el espacio de lo inenarrable, del deslumbramiento, de la iluminación. Volviendo a Cernuda, la poesía intenta la conciliación entre la realidad y el deseo, entre el mundo real y la intuición de ese mundo (irreal) que el poeta lleva dentro. La poesía, el poema, el texto, puede dar cuenta de la feliz unión o la triste separación, del choque o del hermanamiento, de la similitud o de la oposición que ambos mundos, el del deseo y la intuición enfrentado al de la realidad y la existencia han producido en el espacio extraordinario que el poema propone. La resultante, el resultado, el objeto del deseo, el objeto estético, es el cuerpo del lenguaje que ha encarnado fieramente la batalla de la pasión, de la pulsión y de la idea.
Visto de esta manera el poeta puede optar entre la dicha de la unión o la frustración de la ruptura: su emoción y su pensamiento habrán de darle la clave para entender su relación con la realidad. Es en este plano – en el que puede producirse la ruptura, el divorcio, el choque - donde los autores y el público creen ver la terrible condición de aislamiento y dolor entre el poeta y el mundo. Es posible que así sea en una gran mayoría de los casos: el poeta intuye y desea algo que el mundo no tiene o le falta o aún ni siquiera imagina, por lo que su relación con la realidad puede ser dolorosa y hasta plena de mutua incomprensión. Esta es la “leyenda negra” del poeta, su terrible huerfanía, su condición de paria y de profeta, de crítico o excéntrico que, una vez más, el romanticismo instaló como idea central en la imagen que entrega el autor a la sociedad que lo rodea. Mi proposición apunta, insisto, a desdramatizar esa relación. No puede ser que creamos que siempre el poeta solloza, se duele, agoniza o está en trance de agonizar. La mirada del poeta es una mirada de fuego que galvaniza lo que ve, que lo transforma, lo carga, lo erotiza. El poeta penetra en el mundo y lo fecunda con la fuerza de la supervivencia y del amor. Plantea una nueva forma de vivir, de mirar, de habitar; su discurso es fértil (o debería siempre serlo) para criticar, re(pensar) o re(sentir), pero nunca para regresar hacia el útero materno como un ser que no nace ni es capaz de hacer nacer. El acto de la creación es un acto de vida, un acto de generosidad, de búsqueda y de hallazgo. Es, qué duda cabe, el más pleno de los actos junto al sexual. No podemos seguir viviendo en la depresión postcoital, no podemos celebrar el dolor aunque nuestro discurso se llague en las heridas del mundo. Una cosa es el texto y su fulguración de belleza, otra cosa es la actitud en el proceso de la escritura. La plenitud soberana de la palabra y su pulsión inigualable, la extraña sensación de quien ha fecundado al mundo con su voz y su energía, han de ser entendidos como procesos deslumbrantes que iluminan por sí mismos los senderos de la realidad. La poesía, ese dichoso acto entre la realidad y el deseo, entre el mundo y la intuición, habrá abierto las puertas de un nuevo siglo y un milenio nuevo con la esperanza plena en la recuperación de la emoción, con la fortaleza del pensamiento y con la certeza del hallazgo irrepetible que nunca dejará de conmovernos.

[1] Texto leído en el "IV Encuentro Internacional de Escritores de Monterrey", México, en septiembre de 1999.

domingo, 14 de mayo de 2006

Los videntes




Todos íbamos a ser Rimbaud.
Todos íbamos a ser Artaud.
Todos íbamos a ser Edgar Allan Poe.

Lo que pasa es que ni Verlaine,
ni un poeta menor, ni aquellas líneas
del pequeño escribano de la corte.

Nada, ni en el aire, ni un poema:

Todos íbamos directo al matadero.



ALGUNAS FOTOS

En la Huerta de San Vicente, casa de Federico García Lorca, Granada, enero de 2006
En París, Arco de Carrousel, Museo del Louvre, enero de 2006
En Santiago de Chile, septiembre de 2003

CHILLÁN DIBUJA UN NUEVO MAPA DE LA POESÍA EN CHILE

Realizar un Festival de poesía es, desde luego, una labor que pocos se atreven a emprender. Conseguir auspicios y patrocinios, invitar figuras destacadas, hacer coincidir el interés del público y de los poetas, organizar lecturas y conferencias, puede llevar a más de alguno a perder la razón. Aún así, y buscando desmarcarse de los tradicionales “centros literarios” de nuestro país, el Grupo Literario Ñuble y algunos jóvenes poetas chillanejos como Fidel Torres y Santiago Bonhomme, entre otros, han venido realizando un trabajo extraordinario que ha atraído la atención del público en ya tres ediciones y que, a partir del jueves 19 de enero convertirá a Chillán, una vez más, en la capital poética de Chile.
“Chillán Poesía 2005” logró hacer lo que pocos han conseguido, esto es, atraer notables académicos expertos en lírica, como Grínor Rojo, Manuel Jofré o Paula Miranda y poetas importantes y reconocidos de Chile y el extranjero (desde Estados Unidos a Argentina y Cuba). Así, junto a Omar Lara y Raúl Zurita, voces más que consagradas de nuestra poesía, leyeron sus textos jóvenes poetas de la región como Jorge Luís Muñoz-Palomo, Hugo Quintana, Arnaldo Donoso, los mencionados Bonhomme y Torres y autores tremendamente sólidos como la cubana Damaris Calderón y el novísimo poeta argentino Eugenio Conchez Silva. Lo que podría haber sido una “Torre de Babel” (por la diversidad de acentos, estilos, tonos y perspectivas) se transformó en un sólido encuentro donde prevaleció la calidad literaria de los invitados –a los que no puedo aquí enumerar a todos dada su vastedad- por sobre los tradicionales “amiguismos” y cofradías que muchas veces oscurecen el panorama de la poesía chilena actual.
Escribo estos recuerdos desde el otro lado del mundo: mi nomadía poética me hace andar hoy por las calles de Madrid, pero hay algo que no puedo olvidar cuando preparo mi maleta para regresar a Chile y en especial a Chillán al “IV Festival Internacional de Poesía, Chillán Poesía 2006”, la calidez y la verdadera amistad que crearon ligazones poderosas gracias a la iniciativa de los escritores de Chillán. ¿Cómo olvidar las tertulias hasta la madrugada en el ya mítico y desaparecido “Café de París”? ¿Las discusiones sobre autores, libros, tendencias y estilos que nos permitieron contrastar puntos de vista y que significaron un enriquecimiento para todos? ¿Cómo no recordar la acogida de un público entusiasta, de todas las edades, de todos los estratos, de tan distintas miradas, que hicieron que nosotros, los poetas, pudiésemos sentir ese añorado vínculo, esa unión tan indispensable entre lector y autor? Aquel que pensó que ésta era una reunión a puertas cerradas equivocó su juicio. Pocas veces en Chile, y también en el extranjero, he podido sentir la fuerza y el interés de la gente, del público que asistió a las lecturas, a las mesas redondas y a las conferencias. Y no digo esto por congraciarme con nadie, los que me conocen saben lo crítico y hasta despiadado que puedo ser cuando algo no me gusta o me parece mediocre. Sin riesgo a equivocarme creo que este encuentro, este hermoso Festival, seguirá creciendo con increíble potencia. Hace unos días en Granada, visitando al gran poeta andaluz Luís García Montero le entusiasmaba intensamente la idea de venir el próximo año… Lo mismo en la correspondencia que mantengo con otros poetas españoles como el extraordinario Jaime Siles o el mexicano León Guillermo Gutiérrez… Todos se manifiestan interesados, todos quieren llegar hasta este rincón del mundo para compartir con los poetas consagrados o por consagrar, conocidos o desconocidos de Concepción, Valparaíso, Chillán, Santiago, La Serena, San Felipe o Valdivia.
Sin caer en exageraciones, los escritores del Grupo Ñuble están escribiendo un capítulo indispensable en la historia de la poesía chilena. De igual manera, están levantando una nueva carta, un nuevo mapa de la poesía donde los centralismos y los olvidos empiezan a ser parte del pasado.
Cuando ya se acerca la fecha de la inauguración de esta cuarta versión y un tren lleno de poetas arribe a la estación de Chillán (con los argentinos Eleonora Finkelstein, Daniel Calabrese y Jorge Ariel Madrazo, los chilenos Stella Díaz Varín, Floridor Pérez, Juan Cameron y Sergio Badilla desde Valparaíso y Santiago), y otro tren, esta vez desde el sur, con Alexis Figueroa, Elicura Chihuailaf, Omar Lara y Rosabetty Muñoz detenga su ritmo en el andén chillanejo, estoy seguro, esa inmensa minoría de lectores, esas calles y esas plazas, los bares y las aulas, escucharán de nuevo y dialogarán de nuevo con lo mejor de las letras de Chile y de una buena parte de nuestro continente.

VISIÓN INVISIBLE Y PERTURBADA

(Poética de lo predicho) [1]


Creo, pero si he de ser sincero diré, más bien, sólo opino
que lo que suele llamarse poesía es un gran misterio único,
del cual el poeta, y concretamente cada uno, desvela un poco
o un mucho. Luego, deja la pluma o cierra la máquina de
escribir, se queda pensativo y, al anochecer, muere

JAROSLAV SEIFERT

Estrecha y amplia distancia entre la multitud de poetas que habitan mis manos; aquellos, yo repetido y predicho, que observan con sus ojos la realidad grosera, terca y miserable que reduce mi carne a la palabra.
Si he de ser sincero, poética, póiesis, en fin, un Ars Poetica
[2], es algo que se fuga de mi mente. Pero he de meditar por un momento, he de ver y desdoblarme y escaparme tomando al toro por las astas.
Tal vez, aunque suene a paradoja, he podido vislumbrar lo que yo escribo (el proceso, el acto sin palabras, y con ellas) en algunos principios de la concepción científica, más aún, en la física, y, en concreto, en las teorías de Mecánica Cuántica de Heisenberg y Shröndinger. Pascual Jordan, en su extraordinario libro La física del siglo veinte, nos afirma:

“(...) La física atómica nos ha abierto los ojos al hecho
de que el proceso de observación significa una intervención
violenta en el objeto observado y, tratándose de organismos
vivos, esta trabazón entre observación y perturbación
se evidencia en la forma más palmaria (...)”
[3]


Lo que quiere decir, si es que aceptamos este principio, es que observar es perturbar. Es imposible, por ejemplo, intentar describir un electrón en su estado natural sin tener que proyectar un haz de luz que con su energía, hace cambiar su primitiva posición, ya que al contemplarlo (aún con los métodos más modernos), alteramos, “perturbamos” su naturaleza entera.
Lejos de mi la teorización o el hallazgo de una teoría que explique la magia. Sí (y en eso sigo a Jaroslav Seifert), la magia del proceso creativo y de lo que son capaces esas tercas y bellas palabras. No intento describir la fórmula del poema: todo lo contrario, como es la soledad la que dicta, es también, la oscuridad la que ilumina. Aún así, ¿no es acaso muy curiosa la cercanía de la física con la poesía?
[4] ¿no buscamos todos –y a veces, sólo a veces, encontramos- algo parecido? ¿Qué son las estrellas, una imagen, la oscuridad de la luna, la fuerza de la voz, la fuerza de aquella gravedad, o cuál es el destino, lo escrito, ese gran libro, el mapa sideral del ser humanamente humano, humanamente cósmico?
Vuelvo a Heisenberg y Shröndinger: “observar es perturbar”. ¿Y qué es, sino, lo que hace el poeta? ¿Acaso al escribir no deforma lo que escribe? Perturba su entorno, perturba su propio corazón y su cabeza, perturba la forma, el contenido, el estilo: el acto mismo. Deforma la realidad interna y externa: es objeto observado y, a la vez, es ser observador. De allí que relativice la validez de una poética, pues lo objetivo es imposible y, si se quiere, peor en poesía. Todos los estilos, las formas, las presencias son sólo algunos eslabones de la inmensa cadena del decir.
Creo en una poesía dicha ya y ya escrita. Creo en el destino y, mejor, en el pre-destino de lo poético, por eso, no me asusta lo hermético o lo críptico. Podré ser acusado de “poeta de élite”, o “poeta de metapoesía”. Podré ser señalado como oscuro, pero he allí la clave: soy oscuro porque veo más allá.
Y, aunque deforme lo que veo, al escribir también cambio lo que soy. Estoy en el hallazgo y en la tierra...
Estoy, ya desde otro punto, en las transgresión a partir de lo creado. Es obvio constatar que la tradición es el punto de rechazo para el salto mortal de la vanguardia, por eso, escribo sin temor desde el lenguaje, y, aún mejor, desde el poeta que escribió y que hoy escribe empujando mis gestos, cada letra que ahora escribo, que tú lees y que estalla.
Me rodean lecturas: la literatura de la antigüedad, la literatura española clásica y contemporánea, la poesía inglesa, francesa, norteamericana, checa, croata, neohelénica... El surrealismo, el creacionismo, el expresionismo, tantos... ¿Hasta qué punto uno es más esto que lo otro? ¿Hasta dónde llega el influjo de un autor, de un movimiento, de una época?
[5] Que lo diga el psicoanálisis, la hermenéutica, el estructuralismo, toda la teoría literaria... He sido lorquiano, eliotiano, nerudiano, huiobreano, mistraliano, eluardiano. Nada mejor que dejarse empapar por los demás: nada más difícil salir de sus órbitas.
Me ayudó la música que nunca he abandonado: me dio el ritmo, la pausa y el silencio.
No puedo dejar de escribir. La poesía es condena perpetua. Cada acto de mi vida no deja de vibrar en poesía. No creo en la utopía: yo soy desesperanza. No me atemorizo por no ser original, por dejar de decir lo que diré. Estoy contra el murmullo y en pos del gran silencio. La música es mi llave, mi voz y mi silencio. Que otros busquen como yo y con su ritmo. Las palabras y el libro del poema es ancho y libre como el tiempo.


[En Santiago de Chile, septiembre de 1988]

[1] Texto preparado para el Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda en 1988 con ocasión de la solicitud por parte de Jaime Quezada y Floridor Pérez, de la escritura de una poética. Algunos fragmentos, modificados, fueron incluidos (como “Poética”) por Tomás Harris y Teresa y Lila Calderón en su antología Veinticinco años de poesía chilena (1970 – 1995). Editorial F.C.E. Santiago de Chile – México, 1996.
[2] La profesora Soledad Bianchi me impulsó a escribir una poética, para su antología, Viajes de ida y vuelta: poetas chilenos en Europa (Ediciones Cordillera – Ediciones Documentas. Santiago de Chile, 1992). En ese entonces (1985) redacté el siguiente texto como “Poética”: (...) Movimiento pendular entre los gestos de lo cotidiano y el lenguaje. / Segmento de alucinación./Instancia de perplejidad y certeza./Adivinación – Cfr. poietomancia-./Comunicación./Territorio descubierto (Vid. ÉPICA: LÍRICA: DRAMA)./Mímesis./No Mímesis./Antítesis del recurso./Paráfrasis de la temporalidad./Transposición de enunciados./Herida –Cfr. dolor-./Realidad./VIDA.
[3] Jordan, Pascual. La física del siglo veinte. Editorial F.C.E. México, 1950.
[4] Ambas son fruto, en muchísimos casos, de la precocidad.
[5] Al momento de escribir esta poética no conocía la obra de Harold Bloom, La angustia de las influencias.

¡LA POESÍA AL FIN!



De una vez por todas este país debe hacerse cargo de su poesía. Hace tiempo que sólo oímos de las maravillas de su narrativa y de unos pocos poetas que ya solo pasan por ser oficiales o porque gustan de la estética del comentador de turno o de la revistilla del periódico que posee el monopolio de la crítica literaria en la nación. Ninguna responsabilidad por parte de aquellos "iluminados críticos" han desviado la atención de los lectores hacia una clase de poesía que poco tiene que ver con la lírica de verdadero valor que se hace en este país... Y no sólo me refiero a mi propia poesía, sino a muchas otras voces, de generaciones anteriores a la mía (generación del ochenta) y posteriores, que deberían ser objeto de una revisión seria por parte de estos medios y sus periodistas o comentadores.
¿Qué pasa con infinidad de libros que salen de las prensas y nadie comenta? ¿Qué pasa con aquellos que no son afines con los criterios de los críticos amigos? ¿Volvermeos a los tristes años de la dictadura donde solo un par de voces, sino una solamente, alababa o hundía las publicaciones de poesía?
La poesía, al fin, pero la buena poesía. Basta ya de este circo de amiguismo, de nombres repetidos y de criterios trasnochados que han alejado a miles de lectores del género más noble de la literatura.

BIOBIBLIOGRAFÍA DE ANDRÉS MORALES



ANDRÉS MORALES nació en Santiago de Chile en 1962. Es Licenciado en Literatura por la Universidad de Chile y Doctor en Filosofía y Letras con mención en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).
Ha publicado quince libros de poesía: Por ínsulas extrañas (1982); Soliloquio de fuego (1984); Lázaro siempre llora (1985); No el azar/Hors du hasard (1987); Ejercicio del decir (1989); Verbo (1991); Vicio de belleza (1992); Visión del oráculo (1993); Romper los ojos (1995); El arte de la guerra (1995); Escenas del derrumbe de Occidente (1998); Réquiem (2001); Antología Personal (2001); Memoria Muerta (2003) y Demonio de la nada (2005).
Su obra poética se encuentra parcialmente traducida a ocho idiomas (inglés, francés, italiano, portugués, croata, sueco, noruego y chino) y ha sido incluida en más de treinta y siete antologías chilenas y extranjeras y un gran número de revistas literarias chilenas y extranjeras, siendo también distinguida con diferentes reconocimientos nacionales e internacionales entre los que destacan: Premio Manantial de la Universidad de Chile (1980), Mención en el Premio Municipal de Santiago (1983), Premio Miguel Hernández al mejor poeta joven latinoamericano (Buenos Aires, Argentina, 1983), Beca Pablo Neruda (1988), Beca de Hispanista extranjero (como poeta y académico) del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, Madrid, 1995, Fondo Nacional de la Cultura y las Artes de 1992 y de 1996, Premio Ciudad de San Felipe 1997, Beca de Creación Literaria 2001 de la Fundación Andes, Beca de Creación Literaria para escritores profesionales del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile 2001 y 2004, Premio de Poesía “Pablo Neruda” 2001 y el Premio de Ensayo “Centro Cultural de España” en sus versiones 2002 y 2003.
En el ámbito del ensayo y la crítica literaria destacan sus libros dedicados a la poesía chilena, hispanoamericana, española y europea, Antología Poética de Vicente Huidobro (1993); Un ángulo del mundo. Muestra de poesía iberoamericana actual (1993); Poesía croata contemporánea (1997); Anguitología (1999); España reunida: Antología poética de la guerra civil española (1999), Altazor de puño y letra (1999); Antología de Poesía y Prosa de Miguel Arteche (2001) y De palabra y Obra, ensayos (2003).
Actualmente desarrolla su escritura poética conjuntamente con sus clases de Literatura Española Clásica y Contemporánea y de Poesía Chilena en la Universidad de Chile en Santiago.

PRESENTACIÓN


¡Bienvenidos!

Desde hoy empiezo este blog donde iré comentando algunos hechos, expresando ideas, publicando poemas y criticando asuntos en torno al mundo de la poesía y en genral de la literatura. Espero también sus colaboraciones (artículos, notas, reseñas, comentarios, poemas, etc.). Sean entonces, nuevamente, bienvenidos.

Andrés Morales