No basta haber vivido el triunfo o la derrota total.
una sola vez frente al espejo,
en la desnudez o lleno de galas.
Es haber desaprovechado la vida propia y ajena,
y haber afrentado a Dios con toda su nada.
Es lo mismo que reírse de la desgracia del verdugo,
puesto que dicho corazón que se vanagloria de su “humanidad”
y el cerebro portententoso y laureado
no son más que juegos de muñecas rusas
y la última de ella, la de arena
nunca pudo ver que el triunfo y la derrota
se reflejan en un espiral de espejos
y en todos los espejos hay un necesario derramamiento de sangre.
Nunca ha valido la pena luchar por los pobres,
nunca ha valido la pena el enriquecimiento honesto y esforzado,
y da exactamente lo mismo al alma y al cuerpo
haber recorrido todo el mundo
o haber quedado en un sólo lugar
desempeñando cualquier oficio bien o malpagado
y asar carnes y bromas groseras junto amigos y familiares
de todos los linajes y calidades existentes
La lepra llega a todos y es merecida,
porque los actos honestos se desmiembran
por el egoísmo, el prejuicio y la insana tendencia al sacrificio.
Le das tu cetro de oro a los pordioseros,
le enseñas también a tocar la lira,
pero le niegas condición y figura humana al verdugo
niegas tu crueldad con crueldad,
te niegas a ti mismo,
cortas la mano que con gusto desuella lentamente al prójimo,
y aquello te granjea tu lepra de hielo,
aquello te condena a la necedad absoluta.
Y te lo mereces,
te lo expreso yo desde la hoguera
a la que me mandaste por crímenes de lesa humanidad
y me llamaste inhumano cuando estaba en la brasas.
No lo niego, no puedo ni quiero hacerlo:
me cambié de chaqueta y me enorgullezco,
goce de hacer daño a hombres, mujeres y niños,
y a todo lo que se arrastra por la Tierra,
desfloré Vírgenes y las abandoné con gloria,
y cuando fui Rey mandé a matar a mis enemigos,
y cuando fui pobre maté a mis propios amigos
y no tengo arrepentimiento
aquí en el fuego que me dejaste, me rio
y me rio de ti, me la paso en grande
porque tuviste un sólo espejo en tu casa
y yo tengo miles en este espiral de azules y rojos
Aunque no sea profeta
y aunque goces cuello, rostro, labio,
te harás de hielo y como hielo seguirás
Prefiero siempre el fuego,
porque el fuego es impredecible y vago,
porque en el lloro y río,
gozo padeciendo de todos los placeres crueles
y no sufro las bondades obligatorias.
El fuego es libre y a ti no corresponde,
te lo digo aquí como ceniza de la ceniza
pero que siempre tendrá sentido
para ti es el hielo,
para ti no hay trasformación,
sólo hay una ascéptica continuidad
y aquello que no cambia es lo único que realmente muere.
2 comentarios:
...y aquello que no cambia es lo único que realmente muere.
Me encantó, fue como pensar alambres de púas. Un saludo.
Que belleza de poema!
Enrique Carretero
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