(Traducción al español de la reseña en catalán aparecida en el blog Llunàtic el 20 de junio de 2017)
http://llunatic.blogspot.com.es/2017/06/el-climax-de-daniel-busquets.html
Tanto la poesía experimental como la confesional tienen en el panorama catalán pocas vías temáticas de escape. Es difícil hallar poetas que se arriesguen a recorrer nuevos caminos. Por ello sorprende una obra insólita como El clímax, de Daniel Busquets (Barcelona: Labreu, 2013; hay traducción al español, Santiago de Chile: Desbordes, 2015) que explora el mundo de las adicciones con la naturalidad de entender que la experiencia no es tan sólo un reducto de marginados, sino que se convierte en un acontecimiento transversal. Es cierto que la literatura francesa del siglo XIX y la anglosajona del XX (sobre todo la estadounidense) han explorado ampliamente el mundo de las adicciones (acuden a mi mente la redención alcohólica de Raymond Carver, el exhibicionismo pecuniario de Charles Bukowski, la exploración kamikaze de Hunter S. Thompson). Es una razón adicional para valorar la apertura de una vía temática que conduce la mirada del poeta hacia unos espacios ignorados hasta ahora.
Nos referíamos, sin embargo, a la transversalidad: desde los yonquis "En la gran nave central / de la fábrica en desuso" de "Sincronías" hasta las modelos sin cuerpo de "Pasarela", todos los personajes que retrata Busquets son exploradores y víctimas de este deseo insatisfecho. En una época en la que la sociedad busca el gozo indolente y cree controlarlo todo (aunque "El control es ilusión / o fanático fetichismo", tal como se declara de antemano en "Quién"), la búsqueda desenfrenada puede llevar a cruzar todos los límites y a estrellarse en un sufrimiento de muy diversas maneras. Y sobre todo a depender de esta aflicción. Un padecimiento en forma de droga (jeringas, pastillas, polvillos varios), pero también de sexo variado (el masoquismo de "Vacío", los glory holes de "Expectación", las orgías de "Celo") y de alcohol (con el magnífico poema "Modificación", en el que el bebedor corre el riesgo de convertirse en "hombrecito que flota / entre larva y reptil", en referencia a las botellas de mezcal y de licor de arroz.
Busquets es un poeta singular como su obra, esperó muchos años para editar su primer libro, La trama perfecta (Barcelona: Labreu, 2008). Como lector y escritor es muy exigente, y aunque en alguna entrevista afirme que le gusta "la poesía extrema", el cuidado con el que trabaja nos permite ver que este extremismo poético se refiere mucho más a una visión crítica de la realidad, descarnada, libre de moralismos, que a una expresión poética barroca o agobiada. De hecho, sus composiciones son piezas breves, de carácter sintético, que juegan con la contraposición o la paradoja en la búsqueda de su expresividad, que así deviene mucho más contundente para el lector sin abusar de recursos fáciles. "Telón aterciopelado / precede a la epifanía / y al ridículo porno", describe en "Voces". "Buitres y mil pétalos / acudían al simulacro", explica en "A media mañana". Lo más importante es que obvia cualquier apriorismo: como una cámara que objetiva la experiencia retratada, Busquets incluso bordea cierto voyeurismo morboso que podría incomodar a algunos lectores, o alejarlos de un material que no pueden acabar de captar.
El clímax es un viaje abismal, compartido por una multiplicidad de voces que quieren reflejar la variedad de adicciones, de comportamientos y de personalidades que van moviéndose en el descenso a los infiernos. Por ello, nunca se casa con una sola voz poética: raro es el momento en el que encontremos primera persona. El lector intuye tras los "tú", "él", "nosotros" y "ellos", que esa misma voz poética está escondida, a veces como un simple turista, en otras como un personaje secundario o incluso protagonista. Se trata de un detalle importante porque nos revela la voluntad del poeta de recorrer/recurrir (a) su memoria, pero sin desear caer en el tópico de la poesía de la experiencia. Un detalle que agranda la capacidad de reutilización de su poesía, y que también desnuda aún más la mirada del lector, cada vez más desprotegido ante lo que se le presenta. La falta de asideros morales es lo que convierte a El clímax len la experiencia extrema aludida anteriormente.
El clímax es una obra de doble filo: de un lado, reivindica la poetización de un material que nuestra poesía no suele tratar. Del otro, es la búsqueda del léxico y las imágenes que ayuden a construir un artefacto poético de primer orden. Los escenarios urbanos y suburbanos de las discotecas, los descampados, las autopistas, son las vistas hacia los no-lugares que nos rodean y condicionan, que se convierten en los escenarios oscuros donde es mejor ocultar las experiencias que buscan la luz del clímax. Un clímax, sin embargo, imposible, reducido a una inconsciencia indolente, amniótica: "Ahora todo se afloja / y también se estira. / Se está abriendo todo. / y todo se adormecerá".
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