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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

lunes, 31 de julio de 2006

DOS POEMAS de Alexander Sequén-Mónchez



Los ojos de una máscara

La luna de ayer sigue intacta sobre el mundo

Cinco menos cuarto
...................................... Amanece
Se escucha el ruido de un motor
La arboleda muriéndose de pájaros

Sobre el mueble....... un reloj
Haciendo........ deshaciendo
su infamia
numérica y mortal
Sigo insomnecasi derrumbado
en el último libro y la primera palabra

Se comienza a notar
las ausencias
Hay una mujer
lenta..........como un arpa
Ella es la causa
de este eclipse incomprendido
¿Cuál será de ahora en adelante
la frontera entre el amor y la soledad?

No hay respuestas.... sino muros

Después de cerrar la mano
el alba comienza a devorar mi sombra

Monólogo del bastardo

No era necesario que anduvieras por el mundo
No tenías por qué morir como los pájaros
Estoy aquí y lo lamento
Hiciste bien
Yo tampoco hago mal orinándome en tu silencio
Ojalá que esta tibia gota de sangre toque tus huesos

Ya vendrán las hormigas a limpiarte los ojos
Alexander Sequén-Mónchez nació en Guatemala en 1977. Poeta y ensayista. Investigador de FLACSO, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Rafael Landivar, ha publicado el poemario Esto no puede escribirse en prosa, con excelente acogida de la crítica hispanoamericana. Ha sido miembro del Consejo Editorial de las revistas La Ermita (Guatemala), 400 Elefantes (Nicaragua) y corresponsal de Licantropía (Chile).

domingo, 23 de julio de 2006

IV FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA "CHILLÁN POESÍA 2006"

Camino a Chillán en el "Tren al Sur" con Stella Díaz Varín.


La foto clásica del Festival, con el busto en homenaje a Claudio Arrau: Patricio Morales, Stella Díaz Varín, Carlos René Ibacache, Andrés Morales, Nicolás Barria y Juan Cameron junto a otros jóvenes poetas del sur.

Al piano en la Cena de Bienvenida.





En una de las cenas del Festival, los poetas y escritores: Carlos Almonte, Santiago Bonhomme, Cristián Basso (de pie) y Jorge Muñoz, Juan Cameron y Sergio Badilla (sentados).


Lectura de los poetas Sergio Hernández y Rosabetty Muñoz.

En la sala del Teatro Municipal, público asistente y los poetas Patricio Morales, Sergio Bonhomme, Sergio Badilla, Carlos Almonte y el Presidente del "Grupo Literario Ñuble", Carlos René Ibacache.


La noche de Chillán: en el Bar "Kharma", Cristián Basso y Carlos Almonte junto a otros escritores de Chillán.



Teatro Municipal de Chillán, sede oficial del Festival: los poetas Arnaldo Enrique Donoso, Santiago Bonhomme, Andrés Morales y Jorge Muñoz "Palomo".

Lectura de Clausura del Festival: Floridor Pérez, Mauricio Barrientos y Andrés Morales.















Algunos de los poetas invitados al Festival: Arnaldo Enrique Donoso, Carlos Almonte, Jorge Muñoz "Palomo", Mauricio Barrientos, Nicolás Barria, Juan Carlos Villavicencio, Stella Díaz Varín, Sergio Badilla, Héctor Hernández Montecinos, Floridor Pérez, Rosabetty Muñoz, Santiago Bonhomme y Cristián Basso.

sábado, 22 de julio de 2006

Un poema inédito de Jesús Ortega


YO QUE ESCRIIBO POEMAS CONTRA LA DESHUMANIZACIÓN Y
LA MAQUINIZACIÓN DE LA VIDA MODERNA......
aparte de los utensilios normales de cocina, es decir:
tostador, microhondas,
juguera, batidora y calentador de agua, (todos eléctricos),
acumulo esparcidos por mi casa:
Una aspiradora que guardo en la alacena, al lado de un plumero
y de una escoba, que viene a ser su abuela.
Un radio para escuchar los desastres cotidianos, las bombas y la guerra.
Una televisión en colores para ver la sangre por las calles.
Una cámara de video para guardar amores en conserva.
Una máquina fotográfica para congelar la dicha.
Un reproductor de video que puede detener la vida a gusto
y ofende a los dioses.
Un computador o sésamo que me abre su caja de pandora cada día.
Un teléfono movil para ir hablando solo por la calle, como los locos
que hablan con Dios o con sus fantasmas personales
y otro casero, que no me sirve para hablar con las musas.
Una Olimpia portatil que pasó al olvido
como tantas cosas que escribí con ella.
Una calculadora, que me cuenta los dineros
y me descuenta los pasos a la tumba.
Un gramófono "Garrard" que jamás usurpará el lugar de mi victrola a cuerda
con trompeta de lata,
(que encontré en un gallinero cuando iba a caballo y era un muchacho natural)
en la que escuchaba a la Lucienne Boyer,
cantando "Parlez-moi d´amour." Ay! Tan remota.
He de agregar a esta ingente colección, un reloj despertador
que nunca me sacó del sueño.
Una plancha que no alisa las arrugas del alma.
Un depilador otorrino que me borra los secretos y las malas palabras.
Un secador de pelo que sólo usa mi amada suicidandose el peinado.
Un mapa mundi iluminado que se cae a pedazos
y que por metafóricas razones yo conservo,
mas una muchedumbre de nimios adminículos, lentes, lupas, sacapuntas,
y otros que no merecen mención.
Todos esto artefactos, ya sabemos, son industria de Caín,
el transgresor,
que forjó el hierro y levantó las ciudades,
donde las casas son máquinas para vivir.
(La quijada de burro de aquel fratricidio original
fue el primer "ready made"
ya tenía forma de revolver
y mas de siete dientes en el cargador.)
*
Ante la esplendente pantalla,
sentado en el banquillo con gusano adaptador,
proso este "mea culpa" en caracteres New Times Roman,
que mi impresora vomita en rítmicas arcadas sucesivas.


Jesús Ortega es chileno y está radicado en Malmö, Suecia desde 1975. Ha trabajado en varias áreas del quehacer artístico, tales como la pantomima, la plástica y el teatro. Ha publicado los poemarios Las pizarras del mundo, Santiago de Chile 1968; Måttbandsormen (Sepentímetra), Malmö, 1987 y La vidriera irrespetuosa. Ediciones Saltomortal, Estocolmo, 1995.

CRÍTICA a "Demonio de la Nada" de Santiago Bonhomme


Los demonios de Andrés Morales

Por Santiago Bonhomme

Explorar el lenguaje al máximo en sus virtudes y fracasos, en su terror y su belleza. Esto es lo que hace el poeta Chileno Andrés Morales (1962), en su ya extensa memoria literaria. Desde su primer libro Por Ínsulas extrañas (1982), Morales ha transitado por la poesía Chilena, como pocos, de verdad (y vaya qué pocos).Siendo testigo de su tiempo -contando su tiempo- cargado de esperanza y desgracia, propósito y responsabilidad que tiene todo, y repito, verdadero poeta. La poesía de Morales es sin duda memoria, comprometida siempre con las voces de sus poetas vivos y muertos.
El último trabajo poético de Andrés Morales titulado Demonio de la nada (Santiago, RIL editores 2005), es un exorcismo terrestre, digo terrestre por el carácter humanizante del demonio, como uno más de nosotros, presente en todos nuestros actos, tanto desbordados como calmos, también memoriales. En el libro el poeta dialoga con sus demonios, en una necesidad profunda de comprender y situarse en un universo siempre adverso, donde la muerte late en todos los actos abrigando al poeta de cierta tristeza, pero el poeta, sin titubeos la denuncia, asumiéndola como parte fundamental de su lucidez. En este libro Andrés Morales navega en aguas dolorosas, mar constante en su obra.
Las aguas de la memoria hacen dudar. Se sabe que el ser humano es un ser fallido, corrompible, el país de la perfección dicen algunos es la infancia. Morales recorre su memoria con una mirada castigadora:

Entonces la memoria, el gusto, la mirada,
el ácido sabor, el dulce y cruel delirio,
todo queda entonces aquí en este sueño
de aquel que en el deseo recuerda este dolor

Las imágenes en el libro son tragedia en fragmentos que unidos conservan un temple decidor, en él también surgen islas, descansos de esperanza:
Tu boca una bandada de gaviotasque trae a mí el mar con su sonidoy nubes que aparecen y cielos que se abreno una fiel tormenta de rayos en mi boca.
La última parte de Demonio de la nada llamada por el autor cinco "Cuerpos del pecado", lujuria, soberbia, gula, codicia, ira. Un término para mí insomne, donde el poeta mantiene los ojos bien abiertos, para hacerse cargo de estos cinco pecados capitales que acaban el libro y acaban con el poeta, el sudario de éste queda ahora en el aire de un infierno también y muy bien acabado para proseguir a la puerta del juicio.
El poeta Chileno Miguel Arteche, se refirió de esta manera sobre la poesía de Andrés Morales, en un pasaje del prologo para el libro Escenas del derrumbe de occidente (Santiago, RIL editores, 1998). "Las regiones infernales que explora el hablante son las fiestas del demonio, pero también sus orgías gélidas. Son los sueños como pesadilla, el demonio del reloj, el duelo de las noches, los hermanos muertos en la puerta, la fila de difuntos puestos uno sobre otro, el quedarse en el puerto esperando algún navío que no vuelve, el vals de despedida al más allá. Es decir, la exploración del infierno de hoy."
Demonio de la nada, pareciera ser un libro póstumo, libro último para terminar un transitar por la poesía, de la manera más honesta, la de comparecer en el propio tribunal, el más castigador si se juzga desvelado. Atractivo desafío y despliegue poético, donde las imágenes abundan, desenfundando realidades terribles no muy lejanas a los ojos de todos, humanos o no, esa sentencia dejémosela a nuestros demonios.
Demonio de la nada


El cáliz derramado, la sangre del cordero,
el odio y el silencio alientan estos días
de truenos y de rayos caídos en la frente
en medio de mi centro, del puro amor reseco.

Los huesos ya desechos del padre en su mortaja
cavilan en los ojos, se oyen por la tarde
y vuelve a la garganta el grito amancillado
por mares de fiereza, de olvido, de la ausencia.

Desenterrar los dedos desde la despedida,
reconocer el cielo que aún espera inquieto;
oír lo que se ahoga detrás de las palabras
y ver en la ceguera. Y ver en la ceguera.

Aún así retumba la herida en mi cabeza,
del párpado sin sueño, del sexo anochecido
en extravío entonces el hálito sereno
y nada ya consuela desde el recuerdo ajado.

Se cierran esas puertas de una casa a solas
y el hombre, el padre, el niño anuncian su fracaso.

Cae algún telón en ese teatro absurdo
y la memoria muerde como una bestia atada.


(A Felipe Cortés)

POEMAS INÉDITOS de Juan Manuel Silva

El Libro de los Libros del Exterminio.



Libro Cuarto:


MENSAJE DE SANGRE.



Canto Primero:

LA BESTIA DEL ATRÁS



I


No están entre los vivos, a la luz
de lo que veo, ni en la tierra oscura
de las tumbas están entre los muertos.
Ibn Arabi.


¡Dios llora un sol de sangre, como un abuelo ciego...!
César Vallejo.



No es la escritura un tránsito de almas. No es el signo estafeta del aliento. Pues hay un rumor que no explica. Pues hay una cadencia que no ilumina. Pues el sentido sombrío se ha perdido con el color de la tierra y la sangre. Y es aquél nombre, aquella sentencia desde el silencio, sólo el ángel que ha sido confiado a la presencia, sólo el traductor de la muerte. Pues frente a la voz, el soplo ha traicionado al cuerpo.



II


La vida nos estaba embargando de júbilo
ma luego enfilamos rumbo al desierto
a tomarnos el reino de Dios por la fuerza
para el salto a la luz
para el deseclipse del firmamento.
Diego Maquieira.


Suspendido en deseclipses pendulares, en la precisa sucesión de la ausencia, el cuerpo tumefacto rememora lo que ha de ser, el soneto del ángel tácito sobre el edificio del mundo, la musa extinta en un abrir de loto y la composición detenida de su estancia: la contracción y explosión simultánea. Pues el huevo Ankh es la máxima densidad pútrida. La presencia introscendida del amor. Fermento. Lo que amas debe pasar, pues sólo lo que amas te será arrebatado. Así, del extranjero a la existencia, la carne, el vértigo de las fibras urdiéndose escondrijos truncos, abrazos cercenados. Bailes escritos sordos a los cantos del agua. Todo es danza. Mas la danza es el instante del abrigo, donde ni arriba ni abajo son materia. Donde el tiempo se transforma en abismo.

Sostenido en los gritos de los antepasados, de los humillados, por los árboles túmulos que descansan en la cornisa de la plétora oquedad, el nombre vaciado en piedra oscila entre el día y la noche. Bajo la frente habita el mar. Y en la espesura de la historia, la cifra que cuida de los rostros ha caído arena en un golpe de cielos aún sagrados, cuando la voz había sido, donde la pronunciación del fruto era trémolo. Y las tullidas esfinges guardaron la música del céfiro. Y los guerreros pasaron la experiencia del límite. Y los cuatro ríos durmiéronse en la afonía de los cuclillos. Y entonces las estatuas juraron la sangre en ceniza. Y entonces sus ojos no quisieron responder a los astros. Y del frágil esplendor pleno de tiempo eterno, la tibieza del aliento se cerró en el gran silencio, en el sello del agónico ahorcado. Así los gigantes sepultaron los colores. Así grabaron la orfandad de los mares siendo uno con la tierra. Así el pacto de la luz fue templado en el signo del destierro. Así ya nunca hubo escucha. Así la voz soterrada.
Sólo los mutilados resisten velando. Sólo la muerte es ignífuga.



III

Con todos los ojos ve la criatura
lo Abierto. Sólo nuestros ojos están
como vueltos al revés y puestos en torno a ella.
Rainer María Rilke.


Las constelaciones separan al niño de lo abierto. El arte celeste prevalece a las madres en el convulso retorcerse de la bestia. Y bajo las flores del pasado la noche vaga ahíta, al detener el curso interno ( Y el dolor no cesará. Y el imperio no tiene fin.), suspendiendo su pasar de las centellas. Los nacimientos del sol son seña del nombre, pues en las profundidades el hollín de los siglos limpia la órbita del bosque. Sana el rostro del afligido. Alecciona al aleccionador. Dispensa aliento a la boca. Pues sólo conoce el reflejo quien se ha traducido en luz. Pues sólo refleja, quien la voz ha destruido. Nimbados dentro de la bestia, seres diáfanos con apariencia de dioses, transforman la piedra en agua, en sangrienta teurgia fluvial, en vida verdadera, en arcano diseño bifaz. En él, el desierto desnuda la escena del exterminio y la visión del decurso, el enmudecimiento de la materia divina y, repetido en los oscuros nódulos, el umbral del hogar. En el hijo, la forma estelar ausenta la roca del criptograma. El hijo, dintel.
Y creeréis en los dones. Y temeréis los abismos, pues las galerías de la detención son más profundas que la ruina. Y el alma no puede entrar al tiempo. Y el tiempo eclipsa la reunión. Y no entrará a la familia pues el amado es el espejo en la pesadilla de la aurora. Y no hubo futuro en el origen.
Los adivinos construirán vida en el templo. Los hierofantes no soportarán la oscuridad del hogar.



IV


Secretamente andamos,
De hondura en hondura con nuestra agonía,
Desnudos frente a las ruinas,
Secretamente, atados a lo maligno.
Gustavo Ossorio.


El oráculo de los necios llama tormenta al rumor del rayo. Y aquella cadena de la concordia entonada en llamas para los hombres, ha sido perdida en la apócrifa estela traducta, donde el cenit impide acceder al crepúsculo, al llanto del astro fragmentado, pálido espejismo del éxtasis. Del huevo guardan las estaciones secretas la aparición de la sombra. La madre avispa ha hospedado de astros los cuerpos, y los derviches son el reverberar de dioses y planetas procreando la lubricidad del desconcierto. Una letra, una runa, ha sido callada en el curso de las siembras. El cuerpo hecho canto pende de los árboles ungidos en llanto por el perpetuo fracturador. Él resopla espirales descendentes que dibujan el pánico de los divinos trashumantes. Para él, el oxido de la sangre se ha consumido en tejido, y el ropaje de los hombres despierta en cada ángulo naciente. Pues el tapiz inunda el fatuo vacío, pues quien no sabe leer esconde cicatrices. Así, la música de los santos es el pan que se arroba entre las brasas Y a quien viste plata en el ojo, negado está su paso por la tiniebla. A quien desnuda el sonido de su cuerpo, sosteniendo las resonancias sin eco, lo abierto plénalo como en el tiempo del verbo, como en el tiempo de la escucha. Por eso la lengua secreta sólo besa al abismo, pues en la profundidad, ni lejía que debe el perdón al hijo, ni el hueso calado por el cántico ogaño, pueden permanecer. Sólo el nombre articulado en su prehistórica estructura, cristaliza en todos los nombres la presencia de la madre. Así el supremo desgarro duerme al hijo en el hilo de ceniza. Así la destrucción de la familia es cada epifanía, cada iluminación, cada luciérnaga, cada imperio. La fortaleza del tapiz es la cruz, el pacto, el pez donde vela el insomne amado. La larva de la avispa es el umbral de las de las cifras espirituales. Dentro de la hoguera el niño aguarda en la noche, que los ángeles corten sus alas, que la fibra se anude rasgando, que el cabello taña la calvicie, que cada oración encuentre el eclipse, que cada recuerdo sea el crisma del idiota. Pues al que habéis honrado con óleos y esencias no es más que la glosa del fruto aún no probado.
¡Los heliotropos no siguen al padre!
Mientras los vencidos buscan el oscuro zafiro, la negra barba del gran silencio anuda la horca. El arca plena de lágrimas scegadoras. Así, los pétalos de la creación dirigen la mirada a la roca, y las edades se desperezan al alba de la escritura, cuando aún los fatuos fanales no han mostrado la bimetría del desastre.

Hay un precipicio que ciega las alcobas. Hay un afuera abierto más allá del asfixiante númen. Hay un murmullo tras el horror que invita a arrojarse.

V


Pero no tengo voz, ni pañuelo, ni amante;
no sé por qué me vuelvo amigo de los perros
cuando soy transeúnte de la tarde
sin saber por qué vivo y por qué muero.
Armando Rubio.


Me acostumbro al sosiego de las lenguas, me adhiero a su ley, a su hato. Y es sólo el yo el que me duerme en la sucesión de bosques y desiertos. He aceptado el vicio del ciego, guardando a padre y madre bajo el lecho. Y es la espera de la aurora su mismo delinearse sobre el rostro, como un refulgente torbellino entre los ojos, como la efigie infantil que se halla en el óbolo, en el canto circular, en el río que deja de ascender para cobijarse en la leche, para morir en el pezón. Y es que no hay escapatorias en el arte de la luz, no hay raíces en el espejo pintado por la memoria en las espaldas. No hay advenimiento, sino avenencia. Y estoy calmo, hecho de sustancias que han comprendido lo ausente. Y el cuerpo no significa, ni puede decir, así como los signos. Y es esta mudez que ensordece, este sopor con la fusiforme mueca del crimen, la sentencia de las materias rebveladas. El límpido resplandecer de la noche sin enigmas. Pero es también hospedar el abismo, la numerosa profundidad, la invitación al tráfago oscuro de demonios que enquistan de plenitud el alma. Y es el horror el cadalso que conduce al misterio. Y es la muerte cansina que se halla en el lenguaje de ceniza, el diapasón de los aullidos, la extremidad de los nublados farellones, el resguardo policórico de las atalayas, el gesto del silencio y su figura, la joya extrañada en la diadema, crisma en la llaga que ha dejado la saeta.
Desconozco los ritmos del alma, y una sola visión perturba a los elementos que en mí convergen. De los que soy hado y clave. Aquellos que perseveran como una imagen detenida en los custodios perros del reconocimiento. Pues mi forma de sombra no es más que el aprendizaje en la comunicación con las presencias. Pues el contemplar la muerte sin saberla es no poder ser dicho por Dios como su nombre.



VI


El Maestro, por un ojo profundo, ha calmado
a su paso del edén la inquieta maravilla
cuyo estremecimiento final, en una sola voz, despierta
para la Rosa y el Lirio el misterio de un nombre.
Stephane Mallarmé.

Todo logro conseguido por el pequeño pozo puede cumplirse de inmediato por las grandes corrientes de agua. En forma similar, todos los propósitos de los Vedas pueden ser cumplidos por aquel que conoce el objetivo que hay detrás de ellos.
Bhagavad Gita.


¿Acaso el sol no esconde un fantasma? ¿Acaso el viento no es un sueño sin vigilia? ¿Acaso el agua no es la sangre diferida? ¿Acaso el tiempo del cometa no es distinto al de la carne? No hay certezas en el entusiasmo y no hay más que reflejos del aura. No hay plenitud. Y somos responsables de la muerte mas no de la vida, pues cada materia engastada en el diseño inmediato, es parte de un atrás ineluctable, vasta distancia. Y es su aparecer a la mirada sin memoria, un umbral, un pórtico que hemos de velar. No hay propiedad sobre las mutaciones, sino un disipado afán. El espíritu es la semilla intacta en la pirámide, que aún guarda su saber a la familia. Y su ley es siempre un advenir. No hay Rosa ni Lirio, sino una sujeción por la cual interceder, un mutilar a las entidades definidas. Pues la sustancia es el médium del gran silencio. Así la cobardía del futuro vuelve decible a cada ser aplomado a la existencia. No, no hay curso para el permanecer. Ya cada nacimiento significa asesinato, cada aparición su abismo numeroso. Pues el lenguaje es el tiempo del concilio. ¿O acaso la historia no ha enmudecido su fermento en hiel? ¿O acaso los sapos, los lemures, las marsopas, los hurones, las mariposas, las águilas, las ballenas, los tritones, los alerces y los hombres han entrado a la renuncia del crepúsculo? ¿No es el resistir más que un egoísmo frente a la aurora? ¿Cómo comprender al coral desde la espuria progenie? ¿No es él acaso una construcción que detiene la codicia de las genealogías?¿ No es entonces el rostro de los padres un instante invertido en el hijo? ¿No es la pirámide el secreto de los intérpretes? Y es la falacia del fin un sacramento que ha nutrido la tecnología espiritual. Pues sólo aquello muerto puede significar. Los perros y las polillas lo saben, pero pertenecen a la nimbada constelación, siendo señales de los nuncios, cuerdas en el arpa que cerró el oscuro sendero hacia el vergel. El mundo es el discurso del universo detenido. No hay traza ni duración, sólo un revés bestial que astilla nuestro tronco hasta verlo genuflecto. Y es que los elementos son una lengua entre los sordos (Ya los antiguos maestros son signos en ella). Y las ciudades, los palacios y los hogares no ciegan los besos del desierto, los montes y las riberas. Pues somos un eco del nombre que los ángeles reproducen a quienes aceptaron la cera. Y no es el decir, sino el exterminarse en cada letra como un farellón, para que la lágrima sea uno con el océano.

VII


Solo él ha pasado por el sitio donde existieron, ha huido con su monumento de hojas pero ambas manos en todos los hombres calzan uno el rostro. La mirada que desea permanecer con voluntad de sal únicamente (...)La vida no es más que la educación de la sed...
David Villagrán Ruz.

14. Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es.
Jorge Luis Borges.


Cerrad el destino de la sal. Pues es fisura entre el mar y el desierto. Cerrad el salado beso. Pues en la nutricia floración de materias desechas, en la intención del bosque, en la grama, en el soto del fresno blanco, aquel sumidero del rayo, los seres-araña tejen el una tibia trampa sobre la verdad. Ya la raíz-mariposa en el vientre, está en posición de crisálida. Ya la luz en la hierba es superficie. Y no hay contacto con los niveles traducidos: éter, minerales, flora y bestias. Y no hay regreso para el morador. Y no hay aparecer para el nacido, sólo el agua bajo el nombre, y su espejismo. Enterrad un hueso en el fingido bosque y será un niño en posición de loto. Y será digno de la repetición. La mostaza es el salto de la existencia hacia el fruto que no cae. La apertura al árbol negro. Pues el ritmo del acontecer es la celosía que impide al durmiente amado encender el hogar. Cerrad el centro salino. Pues es el único ombligo, comunicando al húmedo universo con las presencias justas, con el revés de las interrupciones, con la incontestable potestad de colosos y esfinges. La pirámide es el códice de las montañas. Y son las sales la incierta ruta hacia el fin de las mutaciones. Así, lunáticos y rebeldes, los cuerpos siguen las sibilantes procesiones de las aguas, olvidando la ley de la piedra, el lóbrego designio del astro primero, suma eclipsada de los fatuos intercambios en su compacto exterminio. Aquello llamado antiguamente huevo, no es más que la melancolía de una entidad purificándose. Así el hígado no dispensa más que aplazamiento. Así Dios no es riñón. Pues en la copa del amado el vino ya es inmunda borra. Y la embriaguez, contagio. Así el huevo, hipóstasis del organismo, limpia de sangre las vías plenas de horchata, aquella que continúa el errar de la especie. Y es que la existencia es un negativo de la luz, y no es sombra. Y es la inversión de la verdad, sin ser mentira. Cerrad el círculo de sal. Pues la humedad atrae a demonios y moscas. No, el agua no es armonía, es el cenit del sentido sombrío, donde la aurora que despertará al amado no ha sido más que un murmullo en el delirio del beodo, en la risa acuchillada del árido sereno. Cerrad el terreno de la sal. Pues incluso el residuo maldito, la sal del precio, es hermana del cometa y la eternidad constelar. Es su tiempo. Es la columna de la voz, de la invocación, el abrazo entre el reino y la corona, la iridiscencia de los cuerpos abandonados en la desnuda llanura. Y la soledad no es más que una oscura compañía. Y la sombra no es sin la tea. Y así el rigor y la misericordia. Pues sólo la sal es parte del movimiento celeste. Los minerales son la huella del pasar. Cerrad la esfera de sal y paraos dentro de ella. Pues no hay más que desaparición en el crecimiento. Y no hay más que arena para la voz. Y no hay interior, sino un vasto desierto, afuera. Abrid con la sal el sello y no con metales, que la piedra es el corazón doliente de Dios. Y no hay división del nombre. Pues la sal es la memoria que nos transforma en un puente con el remoto confín. Es el túmulo que corresponde a la figura de la bestia con la del converso. Pues aceptar la ley es desterrarse del destierro. Escribid con sal el templo e Hiram descorrerá los velos del Tabernáculo.



VIII


Y ahora, hijo del hombre, ¿qué haces aquí? Levántate, huye al desierto,
llévate allí la copa de las tribulaciones,
desgarra allí tu alma en muchos pedazos,
y entrega tu corazón como presa de una ira impotente;
vierte tus abundantes lágrimas sobre los rizos de las peñas,
y suelta tu amargo clamor para que se pierda entre la tempestad.

Hayyim Nahmán Bialik

Toda presencia en movimiento tiende a la caída. No lo señalan los orígenes, ni las artes materiales, sino los fármacos que se confunden con la grama. Así la madera rota no ha de llorar, ni hospedar a Dios siquiera. Pues recuperará la vista en la savia no dispersa. Hay un movimiento que corresponde a los pueblos, que fue escritura de todo aquello pendiente. Y la deuda, y el falso oscilar, es la pregunta de aquella vida a la que nuestro lenguaje avanza. Y el caminar del pasado fue procreación, formar en la cruz, no en la certeza del amado. Así como los signos son detenidos, las diez casas aguardan el uno, no el once, sino el regreso al atrás de la bestia. La inversión de la cifra es un camino nebuloso. Y las altas montañas son su nimbado deseclipse. El lugar donde la carne se hizo lengua, y el poema final se guardó en la memoria del libertador. Y la poesía, cadena. El desierto tiene muchos rostros, y su nombre no alude. Pues aunque sea la senda de las multitudes, sólo algunos sobreviven al sobrevivir. Pues aunque crezca la grama, el tallo y el árbol, sólo algunos tienen el rostro quemado. Y aunque se abra sin límites hacia las salidas, sólo uno conoce la entrada. Y no hay justos para el acontecer de la primavera. Y ya su condición es necrófaga. Y no es más que retardo. Pues sólo el niño junto al perro pueden ver al felino en la jungla, y cada rostro sujeto con llanto a la floración. Las rayas del tigre son el alfabeto del velo. Pues tanto adentro como afuera el soplar de lo alto regará de ceniza la sucia siembra. Pues no hay abogados ni acompañantes al final de la cosecha. Pues la tierra y su bifronte constelación ha ahuyentado a lombrices y cuclillos. Sólo un ruiseñor. Ni comunicación ni mostaza, más que el vestido de la abundancia. Y todo movimiento es ya caída, pues la profundidad es el espejo. Todo lenguaje sin sentido es destierro. Exterminio.


IX

Good words, strong words, words that could've moved mountains. Words that no one ever said. We were all waiting to hear those words and no one ever said them. And the tactics never hatched. And the plans were never mapped. And we all learned not to believe. (...) Brothers and Sisters, hope still waits in the wings like a bitter spinster; impatient, lonely and shivering, waiting to build her glorious fires. it's because of our plans man; our beautiful ridiculous plans. Let's launch them like careening jetplanes. Let's crash all our planes in the river. Let's build strange and radiant machines at this Jericho waiting to fall.
Silver Mount Zion.

Dispersados serán por el mundo las mujeres que cantan y los hombres que cantan y todos los que cantan. Canta el niño, canta el viejo, canta la vieja, canta el hombre joven, canta la mujer joven.

Libro de los libros de Chilam Balam.


La sabiduría del hombre está en el balbuciente avanzar contra su verdad. Desde la primera morada, el humor atrapado entre la profundidad de los océanos y el cielo, la señal, la letra escondida en la pronunciación, ha proyectado una advertencia. Y las almas estériles no han perdonado al fuego. No han aceptado el hambre. Han olvidado la sed. Pues la voz que de la voz es treno, la enunciación del rayo y su partitura, sólo es recogida por las semillas que rechazan el agua. Y es que la música fue un cántaro. Y así la escritura, entonces poesía, es el exilio de lo armónico, el ineluctable caminar sobre los restos de una canción exterminada. Así la huella del alfarero yace en los fragmentos. Y no fue el amor sino la obtusa creencia, la que pospuso los cuerpos del jardín. Y no es la tradición la que duerme en las letanías y oraciones. El bosque imita al desierto. La vida actúa de muerte. Y el orden, diseño de los seres al mediodía , es la frustración de no poder tañer los viejos instrumentos. Y ya la urna es nuez. Pues no hay compositor ni unidad en las revoluciones, en la forzada simpatía de siembras y cosechas. El sistema desplaza la partícula en su profuso devenir. Y el Libro no ha sido creado, ni menos existe en la lectura. No hay canto sin intérprete. No hay templo sin la piedra. No hay hogar en el agua detenida. Y no podremos nacer sin memoria. Y no habrá júbilo sin un séptimo estadio.

La sabiduría del hombre está en recibir. El errar hasta la negación de la propia naturaleza. Y la única rememoración es la del pueblo perdido. Aquellos padres muertos y todos los hijos huérfanos. Pues la celebración de la santa jornada es ya lamento, y un intenso padecer por la aurora del día que no llega.

Pensad en los niños abandonados al crecimiento.
Pensad en los frutos dentro de sus bocas sin bocas, dientes ni lengua.
Pensad en la danza.
Pensad en que no conocen el canto.

X

Defensa del Ídolo.

Tú en los ídolos eres el secreto.
Ibn Arabi.

Coraza de tormentos, de escombros victoriosos, invasión de altura comprobándose en mármoles de espanto, pierna intraterrena, en medio de ese alud pasado, rodeado de fantasmas de fantasmas para poder pensar, de presencias que me agarran desesperadamente, que se agotan, husmeando su loza viva, el pedestal de su absoluto y soberano ídolo, pero en quien todo fuego, toda aptitud terrena se ha perdido; destinado a lo indecible.
Omar Cáceres.

A

León-Bruma.


Y fue el destierro del agua y los niños, el brumo. Así el proceso es justicia para el caminante. Y fue el rojo león, profeta en el desierto. Y tuvo dos rostros. Pues no hay presencia en la voz. Y fue el violentar la lluvia su ley. Y la flor y el fruto no permanecieron, tampoco el maná ni la advertencia: es su agónica cabellera. Es el crisma y la estrella, el horizonte eclipsado por el agua entre sus ojos. Y entonces fue bruma. Y el león bautizó la arena en la clepsidra de la promesa. Y guardó al carro en su venida al reino. Y ahuyentó al timorato de la altura del monte. Llámase misericordia y ha protegido el perdón.

B

Tigre-Humo.


Y las alturas cayeron con el soplo a la caldera. Las madres en el diáfano valle nombraron ídolo al metal. Así la piedra se hizo tiempo y los niños, almendra. Pues la imagen, el ídolo grabado, son las lágrimas de humo, la cabellera escrita en llaga sobre el sacrificio de limpiar la ceguera. El tigre esconde al desierto en el bosque. Y cada árbol es un hijo sin padres. Pues no hubo alma., sino sangre en las puertas, madera, para curar la herida de un pueblo infante, anterior al lenguaje. Así la morada es la cicatriz. Así el agua y la piedra callaron como el niño en el horno. Así los treinta y seis tigres secretos. Y el tigre fue el ángel silente, y fue el bosque su lagar. Ahí el hijo es tigre, esperando con fuego la sequedad del florido espejismo. Pues el tigre es rigor. Y en él, nuestros padres limpios de lejía aprendieron el horror, la esclavitud de la ceniza. Y es ceniza el velo del hijo. Y es tigre el rostro del Mesías. Y es Mesías quien nos volverá a la hoguera.
C

Gato- Brumo.

Dedicado a Elmo,
quien sólo habiendo vivido cuatro estaciones,
salvó la vida y el alma de mi familia.


¡También se muere el mar!
Federico García Lorca.


Y fue sólo un pequeño gato, un psicopompo vestido de ceniza, el que estremeció la mudez del cielo, en la celebración de la madre. Y fue sólo un pequeño cuerpo, el que nos mostró la inexistencia del tiempo. Y fue él, Asclepio, quien saltó el lamento de los patriarcas, para cubrir con sus pisadas, la yerma extensión del exilio. Y sus uñitas florecieron como agua latente en el canto. Y las almohaditas de sus pies fueron el pan que no podría durar más de una jornada. Y las familias supimos que en su boca, estaba la invitación al santo lugar. No olvidéis sus ojos. No los olvidéis. Pues el imperio no ha tenido fin. Y el pequeño gato es la imagen arruinada de su linaje. Y sólo él pudo ser el vórtice de las sibilas. Pues el gato nublado es la enunciación de la madre. Recordad al león y al tigre, pues el gato no es ni será simio, su forma es única, ya su profundidad es superficie.

Los grandes peligros se han roto como las cuerdas de la palabra. Los grandes felinos han ahogado su belleza en la arcana fuente con voz de pozo. Y la gran enfermedad de la luz artificial ha hecho del desierto una ribera infinita, de entidades que se resisten a la siega.

Recordad al pequeño ser que moraba en el jardín. Recordad su aliento a pez. Recordad al pez. ¡Recordáis acaso el dios de vuestros padres! Ha nacido para morir el pequeño gato bajo el signo de la piedra. Ha nacido de los profetas y los justos escondidos. Ha sido el agua, la ceniza, el fuego y la nube, pero ahora es canto y debe esperar al santo errabundo. Debe volver al desierto. Pues sus ojos son la medicina para los sucios fanales. Pues la muerte engendra muerte. ¡Oh hermano noctívago! ¿Con qué melodía reparaste el cántaro en el vientre de mi madre, para que todos los hijos resuciten en ella? ¿Cómo has devuelto la noche , la arena y el momento del exterminio?

Contigo desaparecen los espíritus protectores, el antiguo ejército de 600000 antepasados, los cánticos y holocaustos. La última muralla se ha ido para ceder al llanto. Para ceder al luto y a la infancia de animales, plantas y astros.

Ahora la educación de la sal.
Ahora la educación del silencio.
Así, la cruel batalla con sedientos demonios.
Así, la lluvia.

D

Perro- Lluvia.

Entonces morderán a sus amos los Pek, Perros, pues no está lejano el día en que sobre ellos se vuelvan, sobre el que desprecia a su madre, sobre el que desprecia a su padre.
Libro de los libros de Chilam Balam.

Oh, aleja de allí al Perro, que es amigo de los hombres,
Que si no, ¡lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
T.S.Elliot.

E incluso cuando estaba entre las piernas del marinero, su rostro señalaba la patria. Incluso en la cicatriz, su lengua encontró los huesos. ¡Y no temáis por los cuerpos en barbecho! ¡No temáis por la historia de sangre hecha tierra! Pues el perro no ha venido a despertar las genealogías. Ni adultos ni viejos, sólo los niños sin padres, aquellos cargados en la huida, de pueblo en pueblo. Y es el idiota perro, con la insensatez de padre y madre, el que enseña el baile del rabo, el defecar lo santo y fornicar el lecho del amo. Es la estrella ajena al cielo, la cruz de los planetas, cuando el agua se evanece dejando la playa desierta. Y los navíos no vuelven, y la isla no está ya más sola. Y el perro es mendigo, basurero e idiota. Y es un ciego golpe el perro. Y el perro no ataca a la familia que ha perdido el templo. Sabed la idiotez, pues sólo ella puede levantar al niño encerrado. Y sólo ella puede devolver los pies a la senda. Pues el niño destruirá la sorpresa para ver dentro de lo existente. Y no tendrá miedo a la sombra. Pues el niño es un tipo de rocío ubicado a la diestra. Y cuando lleguéis al precipicio de los soles, olvidad al pueblo errante y su padecimiento. Olvidad la voz y el cayado. Olvidad los océanos, los mares y la piedra donde el perro dispensará recuerdo. Pues toda lluvia debe haber sido en el comienzo.


E

Polilla

Y luego de la noche no hay morada. Si la enfermedad encendida muestra los soles que matan la lombriz, el fruto y el nido, ni el animal del crepúsculo, ni el espíritu de dulce carne, sino el insecto, la mariposa que vuelve a la pupa y crece negra, es el carnero. Y es la bovina macho cabrío, enemigo espiritual, que liba segundos, horas, siglos, en la muda batalla del tiempo. Y es la polilla y su nombre, quien pierde las alas donde no hay realidad de cielo y de tiniebla. Pues la polilla es el amado a quien la esposa escondida deja ver el rostro. Pues hay una luz verdadera en la noche, sin padre ni velo. Y es justo cortar las riendas y anteojeras, para que el carro logre atravesarte y así también el fuego.

XI

Sin embargo, esto prueba en el perro un natural feliz y verdaderamente filosófico.
Platón.

¿Hay otro rumor más allá de la caída, en el ladrido que acompaña el abrirse de las sortes?

XII

Despierta a la bestia en la escritura
Con tu cuerpo en verso mutilado
Pues del rayo se oculta una guerra
En la que es sólo el alma un negro heraldo
Despierta a la bestia en la escritura
Haciéndote de armas espirituales
Que se encuentran ateridas dentro
Del lenguaje anterior a la madre
Despierta a la bestia en la escritura
Ahogándote en la tinta, Noche Oscura.

Es el decasílabo de la renuncia, el que atraviesa el umbrío vado, donde sólo temeréis a Dios y los demonios. Y es que más allá de montes y riberas, las cumbres son simas y fermento. Y es que el peligro de la repetición infinita, sólo es conocido por quien ha conservado la memoria del poema en la tormenta. Pues poesía es sagrada escritura en el exilio, sin reposo, la décima decasílaba al oído, invierte al converso.

CRÍTICA a "Visión del Oráculo" de Aristóteles España



Poesía de Andrés Morales
VISIÓN DEL ORÁCULO
Por Aristóteles España

Del latín Oraculum, que significa "respuesta que da Dios o por sí o por sus ministros", "lugar, estatua o simulacro que representaba la deidad cuyas respuestas se pedían", este libro titulado "Visión del Oráculo" (Red Internacional del Libro, Santiago, 2005), de Andrés Morales (1962) es un juego del imaginario personal hacia otro colectivo donde el poeta aporta una visión desintegradora de un universo que se recoge y salta en el infinito como un niño.
"Todo se detiene y habla y permanece", dice, mientras se escuchan gritos despiadados desde el fondo de la tierra y todo el poemario se estremece, saltan las vocales, los adverbios están arriba de los árboles y la historia se desplaza entre Roma, Tenochtitlán, El Cuzco. Extrañas fantasmagorías recorren las ciudades y las ventanas de un lugar que puede ser Santiago, Lima, Pekín, México, y la niebla dibuja el rostro de Vladimir Holan en medio de la noche mientras se abren los muros y leemos en su texto "Los Videntes":

Todos íbamos a ser Rimbaud
Todos íbamos a ser Artaud
Todos íbamos a ser Edgar Allan Poe.
Lo que pasa, es que ni Verlaine
ni un poeta menor ni aquellas líneas
del pequeño escribano de la corte.
Nada, ni en el aire, ni un poema:
Todos íbamos directo al matadero.

Poesía para volarse los sesos en medio de una noche de lluvia mientras las palabras cotidianas vuelan, raudas, hacia otros lugares y sólo existe una salida: la de buscar entre los escombros los espacios del porvenir como decía René Char.
Andrés Morales nos propone una lectura de los regresos, del mundo que se invierte y no hay nada que temer solo los pálidos reflejos del "quizá".
Sus textos son estremecedores, por sus grietas aparece un país desolado, el viento chileno que choca con los truenos de T. S. Eliot, el aeropuerto de Zürich donde hay ángeles llenos de miedo y el mar Adriático es un largo cementerio donde aparecen los ojos de Borges, cuando dice que la lluvia es una cosa que, sin duda, sucede en el pasado, e imágenes de autores españoles, ingleses, franceses, que Andrés Morales ha incorporado a su acervo cultural para desplazarse a toda velocidad por distintas culturas del planeta en un viaje vertiginoso jugando con el oráculo como los niños juegan con los volantines en primavera.Libro memorable que está destinado a sobrevivir en la jungla de este idioma en un remoto país como el nuestro. Gonzalo Rojas nos dice que "Andrés Morales no sólo es poeta. Está condenado a ser poeta. Errando, errando, errando, hará lo suyo prefiriendo a los éxtasis el sacrificio. No yacerá en un libro como tantos. Crecerá, volará".El libro está dividido en dos partes: "Poemas del vidente" y "Poemas a Dido". En la parte final el autor juega con las luces de una ciudad inexistente, el vacío, y el hueco que producen los vientos en las manos. Poesía que rescata el amor y las edades del mundo, para siempre.

Dos poemas inéditos del libro DESEMBARCOS de Lucía Cánobra Pompei


Piedad


A lo lejos creo oír canciones, sacras melodías,
brillos de madera negra
y la mirada en muslo y ademán.

Ordeno en rito mi púbico vello,
aliciente, lacerado.

No sonrío.
Mi ebriedad, apenas, se esconde tras la borra del café,
y mis piernas leves, separadas,
dejan ver la oscura brecha,
renovada tras el sexo de mañana.

Busco entre mis nalgas la señal,
el exacto fin de nuestras llagas.

Sin embargo viene y va,
la fiel cadencia que emociona,
mi lamento,
mi final,
mi estigma único.



Asfixia


Flotó mi cuerpo entre la espuma;
me cubrió mi propio llanto
sin poder siquiera entregarme en la plegaria.

Mis brazos se movieron sin asirse de los hombros;
mis piernas restringieron el saludo
y una tibia despedida.

Fabriqué lazos, cintas, cuerdas,
y otros tres demonios
a los que exalté en un rezó
que inventé en aquel instante:

Donde quiera que haya ido,
el perverso hielo me seduce todavía.
Donde quiera que me encuentre,
no deseo regresar.
Ya la nieve he derretido,
o el espanto de la arena incoherente.
Me veo envuelta en llamas,
en fuego, en saliva.
Me revuelco sobre mí,
provocándome un pálido estertor,
y me entrego al sueño, a vuestro espíritu;
me entrego al aire,
que otra vez me desertó.
Breve biografía



Lucía Cánobra Pompei nació hace veintisiete años en Algeciras, España. Tras un breve paso por Argentina y Uruguay, actualmente vive en La Serena, Chile. Es Intérprete superior en Piano, y en sus clases, de universidad y privadas, mezcla su afición a Brahms y Schubert, con porciones de música concreta y electrónica académica. Su primer texto: “Desembarcos”, será editado próximamente por el sello "Prometeo".

ADIOS A STELLA DÍAZ VARÍN por Aristóteles España


Para su hijo Rodrigo, sus nietos Felipe y Alvaro; para Claudia Donoso, Elvira Hernández, Leonora Vicuña, Teresa Calderón, Nadia Prado, Diamela Eltit, Andrés Morales, Roberto Contreras.

Partió al País de Nunca Jamás, la Reina de los Sirlos como la llamó Virginia Vidal, la musa de la Mandrágora, la Princesa del célebre grupo literario “El Zócalo de las Brujas”. Se fue como parte una gaviota hacia el horizonte o como una estrella que vuelve a una lejana constelación donde alguna vez vivió.
Una de las grandes escritoras de Chile y Latinoamérica, construyó una escritura en los límites del lenguaje y la vida, nos propuso una estética de la cotidianidad con la fuerza de las grandes artistas, sus palabras estaban llenas de orillas e imágenes de pájaros que inundaban el mundo con sus graznidos de ausencia. Así era ella, transformaba la realidad para hacerla más digna de ser gozada.
Alone la comparó con Vicente Huidobro; Enrique Lihn decía que era una de las pocas artistas con voz propia en nuestro país; Pablo de Rohka consideraba que era la Estrella (como su nombre) de la literatura chilena después de la mitad del siglo XX. Compartió la bohemia de los años 50 en Il Bosco, y otros espacios de la época, en recitales memorables en el Parque Forestal junto a Pablo Neruda, Francisco Coloane, Carlos Droguet, el mítico Chico Molina, Luis Oyarzún, Jorge Millas, Martín Cerda, Luis Sánchez Latorre.
Por nuestra parte, la conocimos a fines de los años 70 en casa de la poeta y fotógrafa Leonora Vicuña. Celebramos el cumpleaños de alguien. Estaba Jorge Teillier, Germán Arestizábal, José María Memet, Ramón Díaz Eterovic, Alvaro Ruiz, Verónica Poblete, Bárbara Martinoiya, Rolando Cárdenas, y otros fantasmas amigos de la época. Allí nos contó de su vida en Santiago, de cómo a los 16 años le escribió un poema al Traidor González Videla, al igual que Neruda. “A los 16 años uno se equivoca, me dijo”, mientras bailábamos una polka y brindamos por una amistad que se prolongó hasta el día de su muerte. Habíamos leído “Razón de mi ser”( 1949); “Sinfonía del hombre fósil”(1953); "Tiempo, medida imaginaria" (1959), libros fundamentales pero absolutamente desconocidos.
Le gustaba recitar “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío, ciertos versos de “Las Flores del Mal” de Baudelaire y solía inventar poemas de autores inexistentes con los cuales se burlaba de sus auditorios. Dura Stella, le decíamos y ella se reía como una niña grande que hace maldades.
Nos propuso una estética de la fuerza contra la adversidad. Nadie como ella la vivió en carne propia. Ignorada por su partido, por academias y círculos literarios fue, sin duda, la más grande de todas. Admirada, arrogante, estuvo ajena al poder y la gloria. Pudo haber sido Agregada Cultural de nuestro país en cualquier rincón de la tierra, pero su actitud crítica, mordaz, llena de entusiasmo y sabiduría le impidieron muchos honores de parte de las instituciones del Estado de su propio país. Sin embargo, fue reconocida por sus pares, y este jueves 15 de junio fue homenajeada por los artistas chilenos. Nunca habíamos visto a tanto poeta junto nos dijo una escritora amiga. Discursos de la Sociedad de Escritores de Chile, lecturas de amigas y amigos, actores, músicos, titiriteros, niños poetas, cineastas, escritores de la más diversa animalidad y especie se dieron cita para darle la despedida final. Su legado será eterno. Habrá que solicitarle a las autoridades construír una plaza con su nombre o tal vez un parque donde puedan llegar los jóvenes –quienes más la lloraron- a leer sus versos, a enamorarse en primavera con sus textos de “Los dones previsibles” donde habla de la nostalgia como ríos azules que se dibujan en los ojos del cielo. Los autores cubanos la incluyeron en su Colección de Clásicos de nuestra lengua; publicada en Argentina, EEUU, Perú, Colombia, aquí en nuestra Patria Feliz del Edén, recibió, como todos los grandes artistas, como Gabriela Mistral, el Pago de Chile. Su obra se encuentra en el portal de “www. google.com”.

SANTIAGO, junio 15 de 2006

miércoles, 12 de julio de 2006

Dos poemas de Rodrigo Verdugo



DESPUÉS DE ESE DÍA

Cambiaron la ubicación de las cosas
sabían demasiado de una música de tierra para el viaje enemigo
El aura del mar levantándose, dejando atrás nuestros terribles ejes
la forma de mirarnos a los ojos, la forma de mirar a las piedras.
Sabían demasiado bien como unirse, por eso recibieron el revés de las
cosas
y se empezó gota por gota, nombre por nombre
mientras el mito se deshojaba a nuestros pies.
Sabían demasiado bien y no esperaron retratar a sus muertos
les bastó que el revés del mundo se levantara contra los árboles y las
aguas
contra las cosas, y las vidas, contra cualquier herida que no tuviese un
arrojo de estrella.
Lo sabían demasiado bien, apareando a las sílfides contaminadas, saldando
algo con ellas
poniendo plumas quemadas dentro de las almohadas, reanudando las capturas
para que así llegaran y se ubicaran gota por gota, nombre por nombre
como antes cuando las cosas no limitaban con los hombres
sino que el tiempo limitaba con la piedra, limitaba con la luz
y piedra y sangre por igual buscaban legitimar el rayo
mientras la belleza ahuecaba los mares
y al final dios estaba esperándonos con un ramo de accidentes en las
manos.


DIECISEISAVO ANUNCIO

Llegamos a la ciudad temible
donde los corderos se columpiaban en alambres
rondaban patrullas de lenguas, calvos ancianos de negras capas
era nuestro lugar de siempre, nuestro dormitorio estaba en un ascensor
luego de verificar cada rincón, de edificar ciertas alusiones
le prendimos velas al cadáver de la distancia
llegamos a acostarnos, a copular, alguien movió la palanca
y descendimos al subterráneo, las paredes eran distintas, estaban llenas
de repisas que a su vez estaban llenas de tubos de ensayos sucios y vacíos
por una rendija se oían gritos, se veía la sombra de corderos
columpiándose
la intermitencia de esas patrullas de lenguas estaba en nuestras bocas y
en tu vagina
de nuestro dormitorio, salían alusiones a la piedra y al agua,
llegaban a todos los rincones de la ciudad.
Vi todo lo tuyo y no eras más que la inocencia del relámpago sobre la cama
nada más que la gran oscuridad de un parque
ven te dije, ven oh pájaro antes que la altura sea estrangulada
ven a mi, dijiste porque después que nos amemos, las nubes entenderán el
desgarro .
Alguien movió la palanca, otra vez ascendimos
Vistes todo lo mió, la gran oscuridad de un parque
y yo amordazado sobre la mesa uterina
vistes al que quería partir, como lo iban siguiendo esas olas
que eran los áureos carpinteros
como iban ofreciéndole verle desde todos los ángulos a la vez
para que así pudiese guardar memoria y extinción, como dos maceteros
distintos.
Vistes al que quería regresar, como las olas estallaban
y en el camino se encontraba con nidos inasibles, puertas y tatuajes
la gran oscuridad de un parque, memoria y extinción sobre la mesa uterina
mientras la sangre nos dimensionaba.
Llegamos a la ciudad temible, de prisa a nuestro lugar de siempre
llegamos a acostarnos, a copular, a ver todo lo nuestro, esas alusiones
que salían del mar
porque el mar era la víspera de nuestros cuerpos
y llegaba el turno de ellos, quienes nos traían en bandejas esas cabezas
de corderos
cabezas vertiginosas, por cierto, prueben de esa sangre, se oía por las
rendijas
porque cada vez que alguien lo hace el torbellino se persigna
prueben ponerle esa cabeza de cordero al cadáver de la distancia
mezclen esa sangre con la vuestra, decían los calvos ancianos de negras
capas
mientras se acciona de nuevo la palanca, cambian de nuevo las murallas
por las rendijas se oía como respiraba la neblina,
como si tuviera el resultado de piedras y de aguas,
ese que tienen nuestros cuerpos cuando duermen
sabréis oh hombre y mujer como regresar tanto del ángel que araña el fondo
del mar,
como de la inocencia del relámpago, ah en definitiva de la gran oscuridad
de un parque
sabréis como mover la palanca a vuestro favor o acaso vuestros cuerpos no
vuelven juntos,
justo cuando las grietas perdonan lo que pasa dentro de las nubes
y las alusiones rodean por los cuatro costados a la ciudad temible.


Del libro inédito Anuncio



Rodrigo Verdugo Pizarro nace en Santiago de Chile, el 9 de enero de 1977.

Se inició en el taller de Poesía "Isla Negra", dirigido por el poeta Edmundo Herrera, desde 1992 a 1996 en la SECH. Coeditor y articulista de la revista Derrame. Cursa estudios de licenciatura en literatura en la Universidad Andrés Bello. Su obra ha sido publicada en revistas y antologías como: Revista Aurora 55, Boletín de la fundación Pablo Neruda, Revista Piedrazo, Gaceta literaria El Bote, Revista As de Copas, Revista Voces (España), Revista Letras Jóvenes (México) Revista Electrónica Letralia (Venezuela), Revista virtual Los poetas del cinco ( Venezuela), Revista virtual La maquina de escribir (Argentina), Revista Remolinos (Argentina) Revista La Iguana (Argentina),Revista digital de literatura y cine Deriva (España), Revista virtual Luke (España) Escritores del mundo II de Alejandra Zarhi, Ed Rumbos 1995, Sitio público, Mago Editores, 2005, Desde mi ventana: soledad y vértigo, Editorial Ábaco, 2006 (España), como así mismo en las páginas Web "Sonámbula, Surrealismo Latinoamericano",México a cargo del artista mexicano Enrique Lechuga. y "Viu La Poesía", España, a cargo del grupo "Pocio Poesía y educación" de la Universidad de Barcelona, dirigido por la catedrática Gloria Bordons. En 2002 publica su primer libro " Nudos Velados". Ha sido traducido parcialmente al francés y al polaco. En 2005 participa en la exposición colectiva "Derrame cono sur o el viaje de los argonautas", en la Fundación Eugenio Granell (Santiago de Compostela, España), y obtiene el primer premio en el concurso " Alas de Poesía", organizado por la asociación "Amigos de la Poesía" (Monterrey, México). Actualmente trabaja en dos libros inéditos "Anuncio" y "Transmisión debajo de las piedras" y en un ensayo sobre la obra del poeta Gustavo Ossorio.

UNA LECTURA GENERAL DE LA POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 50


Conocida como una promoción eminentemente de narradores [1], la generación de 1957 (o de 1950, como es llamada con frecuencia) posee algunas de las voces poéticas más interesantes que ha generado Chile en la segunda mitad del siglo veinte. Desde el registro de la poesía clásica, cruzando los umbrales de la literatura comprometida, hasta la vitalidad y el cambio del neovanguardismo, este extraordinario grupo de autores puede considerarse como uno de los que ha logrado mayor versatilidad y cosmopolitismo y que ha realizado decisivos aportes al desenvolvimiento de la poesía chilena contemporánea.
Reuniendo a los poetas nacidos entre 1920 y 1935, esta generación cuenta con, al menos, veintitantos nombres destacados que ya han sido objeto de diversos reconocimientos nacionales e internacionales y cuyas obras son leídas y estudiadas ampliamente en el ámbito hispanoamericano. La nutrida lista de integrantes la componen Miguel Arteche (1926), Enrique Lihn (1929-1988), Armando Uribe Arce (1933), Sara Vial (1929), Stella Díaz Varín (1926), Jorge Teillier (1935-1996), Carlos de Rokha (1920-1962), Alfonso Alcalde (1921), Manuel Francisco Mesa Seco (1925-1991), Jaime Valdivieso (1929), Eliana Navarro (1923), Ludwig Zeller (1927), Miguel Moreno Monroy (1934), José Miguel Vicuña (1920), Raquel Jodorowski (1927), Jorge Cáceres (1923-1949), Luis Oyarzún (1920-1972), Alberto Rubio (1928), David Rosenmann Taub (1927), Matías Rafide (1928), Gustavo Donoso (1931), Fernando de la Lastra (1932), Tulio Mora (1929-1989), Ximena Adriazola (1930), Alejandro Jodorowski (1929), Delia Domínguez (1931), Antonio Campaña (1922), Alfonso Calderón (1929), Efraín Barquero (1931), Rosa Cruchaga (1931), Hugo Montes (1926), Sergio Hernández (1932), Hugo Zambelli (1926), Gastón Von Dem Bussche (1935), Guillermo Trejo (1926), Pedro Lastra (1932), Rolando Cárdenas (1933-1990), Cecilia Casanova (1926), Ennio Moltedo (1931), Hernán Valdés (1934) y Raquel Señoret (1923-1990).
La mayoría de los integrantes intenta una relectura de la tradición hispánica y consigue incorporar las enseñanzas poéticas de algunos autores europeos. Si en la generación anterior (del 38 o del 42, según se quiera) el horizonte cultural estaba regido, esencialmente por la poesía vanguardista francesa -y fundamentalmente por el surrealismo-, esta promoción se orientará a un redescubrimiento de los clásicos españoles (el caso de Arteche, Rosenman Taub, Trejo y Uribe Arce), a una búsqueda por la sencillez del lenguaje (Efraín Barquero, Eliana Navarro, Rolando Cárdenas, Jorge Teillier, José Miguel Vicuña) y a un acercamiento a la lírica anglosajona (Arteche, Valdivieso, Uribe Arce, Lihn, etc.). El tema de la ciudad, de lo urbano y del choque terrible entre el paisaje rural y la realidad de Santiago, será otro de los tópicos desarrollados por parte de sus miembros. Los temas religiosos, metafísicos y, sobre todo, del destino de una humanidad que sobrevive a la Segunda Guerra Mundial, se desarrollarán en una interesante fracción de estos poetas (Uribe Arce, Arteche, Navarro, Vicuña, Díaz Varín, Trejo, Cruchaga, etc.) Por otra parte, la incorporación de importantes voces de distintas tradiciones literarias a la competencia y formación de estos autores, ampliará notablemente los recursos y las posibilidades de una poesía que intenta instalarse dentro de la modernidad universalizando lo nacional (en el caso de Teillier, por ejemplo) o, simple y llanamente, retratando el desarraigo del hombre de la época y las particularidades comunes que lo unen a los más lejanos habitantes del planeta (siendo Enrique Lihn su máximo representante).
Entre las características de esta promoción es posible constatar una diversidad de registros
[2] que se manifiesta en tres líneas fundamentales. Sin ánimo de agotar ni clasificar las características extraordinarias de un grupo que aún desarrolla sus temáticas enriqueciendo su producción lírica, me parece importante dar testimonio de estos caminos que, en ningún caso, aparecen como antitéticos u opuestos, sino que, por el contrario, se complementan y se interrelacionan consiguiendo un diálogo extraordinariamente fructífero dentro del panorama poético nacional [3]. Las tres líneas propuestas son las siguientes:



1. Poesía urbana.

2. Poesía metafísica, religiosa y existencial.

3. Poesía lárica.



Existiendo también otras diversas particularidades que podrían dar distintos sellos distintivos a algunos de los autores de esta generación, creo que las tres categorías arriba mencionadas pueden englobar de forma clarificadora las tendencias que es posible dimensionar en la obra de estos poetas. Como he dicho antes, estas entradas para leer la poesía de esta época no deben considerarse como reductoras, sino, más bien, como instancias que permiten despejar algunas de las interrogantes que aún quedan pendientes en el estudio y análisis de la obra escrita por esta promoción.



1. Poesía urbana



Si la narrativa de esta generación apunta, precisamente, a la incorporación de la ciudad como una realidad innegable de la vida moderna (en clara oposición con las descripciones “criollistas” o rurales de las promociones precedentes), la poesía también intentará abrir el espacio de lo urbano, otorgando claramente un protagonismo al paisaje citadino en desmedro de la visión descriptiva de la realidad rural o campesina (con las claras excepciones de Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero y Alberto Rubio quienes, como se verá, integran la tercera de las líneas propuestas). Considerando que en la generación de 1942 (conocida también por “Generación del 38”), algunas voces habían intentado incluir la ciudad como uno de los escenarios y como uno de los temas importantes en sus producciones (fundamentalmente en el caso de Gonzalo Rojas y su libro La miseria del hombre, de 1948), la mayoría de sus exponentes aún se hallaban en la marcada influencia de las vanguardias (creacionismo y surrealismo) o bien en la descripción de la realidad campesina
[4]. La aparición de esta nueva promoción en la poesía chilena traerá consigo el innegable protagonismo de las características de la vida contemporánea en las grandes concentraciones urbanas.
Los autores que pueden adscribirse a esta primera línea son, sin lugar a dudas: Enrique Lihn, Matías Rafide y Alfonso Calderón (aunque este último también pueda incluirse en la segunda línea). De igual manera, una parte interesante de la obra de Miguel Arteche (fundamentalmente su libro de 1963, Destierros y tinieblas) y de Jorge Teillier (en la que el poeta mira, desde la ciudad de Santiago, hacia su proyecto lárico con desaliento y hasta frustración, dejándolo así plasmado en sus libros finales Cartas para reinas de otras primaveras de 1985 y El molino y la higuera de 1993).
Enrique Lihn (1929-1988) es el poeta que, de inmediato, es posible asociar a esta problemática urbana. Su obra, dedicada a la reflexión sobre el lenguaje y la escritura, pero también a la existencia del hombre actual (sus angustias, sus pasiones, su inseguridad, su precariedad), es constantemente puesta “en escena” en las calles de la ciudad de Santiago, París, Barcelona o Nueva York. Los títulos de algunos de sus textos más importantes, Poesía de paso (1966), París situación irregular (1977), A partir de Manhattan (1979) o El Paseo Ahumada (1983), evidencian con claridad su filiación como un poeta al que la ciudad no sólo le toca o incumbe, sino de la cual el autor es parte fundamental en su propio concepto de la existencia y de la escritura. Sus obras narrativas y teatrales, sus videos y performances también deben considerarse bajo el prisma del desesperado habitante de la urbe cosmopolita. La poética de Lihn, surgida de un vastísimo horizonte de lecturas (desde la poesía más clásica hasta la teoría estructuralista) debe valorarse como un importante crisol donde confluyen el coloquialismo de Eliot, la antipoesía de Parra, la experiencias vanguardistas de Ponge, y un amplio conocimiento de la poesía contemporánea escrita en lengua castellana.
Si la mirada sobre la ciudad, desde Baudelaire hasta hoy, ha intentado fundar el espacio citadino como el que corresponde a la época moderna, la versión de Lihn será reafirmar este tópico dotándolo de una serie de particularidades que consigan un adecuado retrato del hombre de la segunda mitad del siglo veinte. La degradación, la pérdida de la fe, el escepticismo científico, la decadencia de la moral burguesa y hasta la incorporación de lo marginal y prohibido, acompañarán al sujeto poético de esta obra. El tema del amor y hasta el de la muerte (espléndidamente tratado por el autor en su poemario póstumo Diario de muerte de 1989) se verán constantemente atravesados por las características arriba señaladas. Toda inocencia o ingenuidad serán testimonio de la hipocresía o de la estupidez que aún conserva el género humano.
El poema “Porque escribí” del libro La musiquilla de las pobres esferas (1969) es un buen testimonio de este “animal urbano” (y “estético” agregaría yo) que Lihn configura, escéptico, en una buena parte de su obra y donde la escritura únicamente y en sí misma, es la forma de aprehender y existir en el mundo:



La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.
[5]



Por otra parte, el sujeto escritural de Lihn no sólo observa, se conmueve o desespera en las tragicómicas particularidades de la vida urbana. Su voz denuncia las injusticias, el desamparo, la pobreza y la persecución de la que es víctima una parte de la población de Chile luego de los acontecimientos del golpe militar de 1973. El paseo Ahumada, obra de por sí polémica en su factura y presentación
[6], es el testimonio de ese ser urbano que es capaz de levantar la voz (al igual que los iluminados místicos que pululan hasta hoy esa arteria capitalina) para no sólo expresar su situación personal, sino metaforizar la realidad de todo el país. El poema “Cámara de tortura” es un clarísimo ejemplo de lo expuesto:



Su ayuda es mi sueldo
Su sueldo es la cuadratura de mi círculo, que saco con los dedos para
/mantener su agilidad
Su calculadora es mi mano a la que le falta un dedo con el que me
/prevengo de los errores de cálculo
Su limosna es el capital con que me pongo cuando se la pido
Su aparición en el Paseo Ahumada es mi estreno en sociedad
Su sociedad es secreta en lo que toca a mi tribu
Su seguridad personal es mi falta de decisión
Su pañuelo en el bolsillo es mi bandera blanca
Su corbata es mi nudo gordiano
Su terno de Falabella es mi telón de fondo
...
Su mala leche es mi sangre
Su patada en el culo es mi ascensión a los cielos que son lo que son
/y no lo que Dios quiere
Su libertad es mi perpetua
...
Su retrete es mi marcha nupcial
Su basural es mi panteón mientras no se lleven los cadáveres.
[7]



Con la necesaria perspectiva que otorgan los años, creo, sin equivocarme, que la obra de este poeta junto a las de unos pocos más de esta promoción, debe considerarse como una de las apuestas más conmovedoras y originales de toda la poesía escrita en Chile en la segunda mitad del siglo veinte. Una urgente relectura de su obra (al unísono con la reedición de sus libros más importantes) habrá de ratificar que, a pesar de la comprensible irregularidad de todo gran poeta, su poesía es un aporte tan o más significativo que el propuesto por Nicanor Parra con su antipoesía o los intentos –muchos de ellos fallidos- de una neo o post vanguardia que no hace más que repetir las mismas premisas (quizás bajo otras etiquetas y otros envoltorios) de las vanguardias históricas.



2. Poesía metafísica, religiosa y existencial




Esta vastísima categoría puede incluir, sin lugar a dudas, a una buena parte de los integrantes de esta generación. De una u otra forma, como señalé más arriba, todos los exponentes de este grupo fueron tocados por la tragedia de la segunda guerra mundial. Aún siendo niños o adolescentes, la realidad de los campos de concentración, el genocidio, la bomba atómica y el cuasi suicidio colectivo de la humanidad, impacta a una gran mayoría de estos autores. Como muchos europeos han señalado, “ya no se puede escribir de la misma forma después de Auschwitz o Hiroshima”. Aunque todos inician su escritura en un lejano rincón del mundo, el peso de la responsabilidad como miembros de la especie humana se evidencia a todas luces. Contrariamente a lo que podría pensarse, no existe un “escapismo” en estas poéticas: sus voces se hacen eco de las grandes preguntas surgidas después del conflicto, de la desesperación, del vacío, de la amargura y hasta del desamparo de la mayoría de los seres sensibles y pensantes. Pero, por otra parte, también formulan distintas salidas a este momento terrible de la historia. La religiosidad, la filosofía, las ideologías, son las respuestas que muchos de ellos encuentran para intentar la reconstrucción de la esperanza y de una realidad que, sin lugar a dudas, piensan que debe cambiar urgentemente.
Entre los poetas más importantes de esta promoción se encuentra la figura de Miguel Arteche (1926). Su vasta obra es un reflejo de los trágicos sinsentidos de un mundo que parece haber olvidado no sólo una lógica mínima, sino también la mayoría de las coordenadas que permiten hablar de una sociedad solidaria, sensible o generosa. Desde la íntima experiencia de la revelación poética, de las lecturas clásicas o contemporáneas (donde la poesía en lengua inglesa posee una singular importancia, a la par de los poetas españoles de los Siglos de Oro junto a aquellos de la primera mitad del siglo XX) o de la sencilla anécdota que se entrecruza con la experiencia estética, la poesía de Arteche indaga en las miserias y grandezas del género humano, de su historia y su presente. Frente a la evidente desilusión –expresada magistralmente en libros como Destierros y tinieblas (1963)- la respuesta se articula en la búsqueda religiosa como única esperanza donde el hombre puede reconciliarse consigo mismo. Lo interesante de esta poesía es que, a la par de tocar temas que pueden considerarse como mayores, de largo aliento o “trascendentales” (Otro Continente de 1957 o Cantata del pan y la sangre de 1980), el autor logra transmutar, elevar o desdoblar objetos y situaciones aparentemente menores o sin importancia, para hallar allí la belleza única de su particularidad y la perfecta armonía con el espacio de lo humano y lo divino. Textos como “Bicicleta abandonada en la lluvia”
[8], “El café” o “Lluvia” [9] son una prueba de lo señalado, aunque quizás el poema más acabado (y donde el hablante confiesa sus temores, angustias e inquietudes) sea “El agua” en que Arteche logra aunar formalmente y temáticamente la perfección de lo cotidiano y su elevación como instancia metafísica:


A medianoche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.

Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.

Me vi despierto a medianoche
buscando a tientas la ventana;
pero en la casa y sobre el mundo
no había hermanos, madre, nada.

Y hacia el espacio oscuro y frío
y frío el barco caminaba
conmigo. ¿Quién movía
todas las velas solitarias?

Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara,
y adentro, adentro de mí mismo
me retiré: toda la casa

me vio en el tiempo que yo fui,
y en el seré la vi lejana,
y ya no pude reclinar
mi juventud sobre la almohada.

A medianoche me busqué
mientras la casa navegaba.
Y sobre el mundo no se oyó
sino caer el agua.
[10]

Otro ejemplo de la gran capacidad de transmutar la futilidad y contrastarla con la historia, la tragedia o simplemente con su más lejano contrapunto (en donde el oficio poético logra una altura incomparable en su capacidad de ofrecer un paralelismo terrible) es el poema “Golf”. En él, Arteche plantea dos mundos opuestos (el hoy y el ayer), dos situaciones antitéticas (la pasión de Cristo y el juego del burgués), dos realidades cargadas con sentidos inversos (el sacrificio de Jesús y la indiferencia del jugador), estableciendo una feroz crítica al mundo que ha olvidado al Salvador y, al mismo tiempo, un llamado urgente a meditar el peso de la ofrenda del Hijo de Dios y su necesaria recuperación:


El gallo trae la espina.
La espina trae el ladrón.
El ladrón la bofetada.
Hora de sexta en el sol.

Y el caballero hipnotiza
una pelota de golf.

Tiembla el huerto con la espada.
A sangre tienen sabor
las aguas que da el olivo.
El gallo otra vez cantó.

Y el caballero golpea
una pelota de golf.

...

Negro volumen de hieles.
La lluvia del estertor.
Ojos vacíos de esponja
negra para su voz.
Relámpago que el costado
penetró.
Cordillera del martillo
que clavó.
Vestiduras divididas
por el puño del temblor.

Se arrodilló el caballero
por su pelota de golf.
[11]



En la línea de la poesía religiosa también es posible señalar a otros autores. Armando Uribe Arce, Hugo Montes, Eliana Navarro, David Rosenmann Taub, Guillermo Trejo y Rosa Cruchaga han escrito notables poemas de inspiración religiosa
[12]. Libros como Por ser vos quien sois (1989) de Uribe Arce, La Pasión según San Juan (Oratorio poético, 1980) de Navarro, Oficios y Homenajes de Montes o Cortejo y epinicio (1949) de Rosenmann Taub deben ser considerados como capitales a la hora de revisar este rasgo en particular.
El caso de Stella Díaz Varín (1926) es el de una autora que, perteneciendo claramente a una línea de escritura que pretende reformar la poesía de su época integrando a ésta el tema de la ciudad, debe considerársele en el grupo de poetas que se orientan hacia una poesía metafísica y existencial. Su obra poética, reunida en los volúmenes Razón de mi ser (1949), Sinfonía del hombre fósil y otros poemas (1953) y Los dones previsibles (1992) debe ser señalada como una de las más notables dentro de la poesía femenina en Chile. Su intensidad lírica, su penetración en temas que apuntan al origen y destino del hombre así como su perfección en el oficio, deben constituirse en razones definitivas para que la crítica especializada preste una mayor atención a su escritura
[13].
En la temática de Stella Díaz, la presencia de la muerte, el amor y el desamor, el tiempo y la precariedad de la existencia son fundamentales. El poema "De la prematura muerte" es un ejemplo paradigmático de sus obsesiones y búsquedas:


Ella dice:
¿Cómo es el amor? ¿Quién lo pretende?
El tiempo es tan efímero
y estás llorando por lo imaginario.
Es fácil el dolor, la alegría, la duda,
y el llorar de rodillas;
no es el querer morirse caminando
para no regresar después de nada.

En mis manos abiertas,
ha nacido mi querida amargura,
y tus ojos severos, están muertos
detrás de mis umbrales.
Nada tengo de ti, nada ha quedado.

Las prematuras muertes no nos unen,
no estuvimos jamás en el silencio,
ni con el tiempo, y es que nunca estuvimos.
[14]



Dentro de esta corriente es indispensable señalar a otros poetas de extraordinaria intensidad: Carlos de Rokha (hijo de Pablo de Rokha y autor de El orden visible, 1956), Alfonso Alcalde (Variaciones sobre el tema de la muerte, 1958), José Miguel Vicuña (Poemas augurales, 1965), Pedro Lastra (Y éramos inmortales, 1974), Delia Domínguez (Pido que vuelva mi ángel, 1982), Jaime Valdivieso (El peso de la luz, 1994), Ludwig Zeller (Los espejos de Circe, 1978) y los ya señalados Armando Uribe Arce (Imágenes quebradas, 1998), Guillermo Trejo (Caudal de murientes, 1986), Alfonso Calderón (Testigos de nada, 1997) y David Rosenmann Taub (Los surcos inundados, 1951).




3. Poesía lárica



En claro contraste con la poesía citadina, la poesía lárica
[15] pareciera pertenecer a poetas de anteriores promociones. La sencillez en el decir, su alejamiento de la vida moderna (o la notable antítesis que ejerce frente a este tipo de realidad) y una temática más asociada al recuerdo, la infancia, lo pasado y lo perdido, son las características principales de su discurso poético.
Rolando Cárdenas (autor de libros notables como Tránsito breve, 1959; En el invierno de la provincia, 1963 o Poemas migratorios, 1974), Alberto Rubio (con sólo un par de hermosos libros de poesía, La greda vasija, 1952 y Trances, 1987), Efraín Barquero (seudónimo de Sergio Efraín Barahona, quien ha editado La piedra del pueblo, 1954; La compañera, 1956; El pan del hombre, 1960; Epifanías, 1970 y A deshora, 1992, entre otros interesantes títulos), junto a la figura mayor de esta corriente, Jorge Teillier (autor de Para ángeles y gorriones, 1956; Poemas del país de nunca jamás, 1963; Crónica del forastero, 1968; Muertes y maravillas, 1971; Para un pueblo fantasma, 1978; Cartas para reinas de otras primaveras, 1985; Los dominios perdidos, 1992 y El molino y la higuera, 1993 junto a otros indispensables volúmenes póstumos) son los poetas que deben considerarse como los más importantes y los que, marcando cada uno su línea personal (desde el clásico soneto de Rubio hasta el intenso lirismo de Teillier) han de señalarse como paradigmáticos.
La obra poética de Jorge Teillier (1935-1996) es, sin lugar a dudas, una de las más reconocidas de toda esta generación. Proyectando una fuerte influencia sobre las nuevas promociones, se ha transformado en “objeto de culto” de lectores iniciados y bisoños. Tal vez, la sencillez de su verbo, su capacidad evocativa y la constante alusión a momentos y personajes ya casi olvidados sean los motivos por lo que su poesía es fuertemente leída, estudiada y comentada tanto en Chile como en el extranjero (particularmente en traducciones al inglés, ruso, polaco, sueco, portugués, italiano, checo, rumano y francés). Lo que es a todas luces innegable, es su extraordinaria capacidad lírica, lo que en un principio lo llevó a cantar al Chile de los pueblos perdidos, a la realidad rural y al pasado nostálgico que poco a poco desaparecía, para luego confrontar ese mundo (al llegar a la capital) con la sordidez, la soledad y el desamparo que producen todas las grandes ciudades.
Los temas de la infancia (tan rilkeano, otra vez
[16]) y de las tradiciones rememoradas son esenciales para comprender su visión de mundo. El poema “Un desconocido silba en el bosque” es notable en su nostálgica fuerza para atraer al pasado:



Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.

Se apaga en la ventana
la bujía que nos señalaba el camino.
No hallábamos la hora de volver a casa,
pero nos detenemos sin saber a donde ir
cuando un desconocido silba en el bosque.

Detrás de nuestros párpados surge el invierno
trayendo una nieve que no es de este mundo
y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido silba en el bosque.

Debíamos decir que ya no nos esperen,
pero hemos cambiado de lenguaje
y nadie podrá comprender a los que oímos
a un desconocido silbar en el bosque.
[17]



Un pasado que ya no existe más que en la memoria y del cual se han perdido las claves porque ha cambiado el lenguaje. Un universo de cuento de hadas, de inocencia, de belleza al cual se retorna solamente a través de la evocación.
Perteneciente al ciclo de sus últimos poemas, “Un hombre solo en una casa sola” representa la desesperanza y la amargura de aquel que ya no reconoce al mundo como propio y al que le invade el desamparo y la soledad. El poeta ha abandonado la aldea, la tierra y casa natales y se ha desplazado a la urbe donde, inevitablemente, todo lo que le rodea es sinónimo de pérdida, enfermedad y hasta muerte
[18]:



Un hombre solo en una casa sola
No tiene deseos de encender el fuego
No tiene deseos de dormir o estar despierto
Un hombre solo en una casa enferma.

No tiene deseos de encender el fuego
Y no quiere oír más la palabra Futuro
El vaso de vino se ha marchitado como un magnolio
Y a él sólo le importa mirar la apagada chimenea
Sólo le gustaría tener una copa que le contará una vieja
/historia
A ese hombre solo en una casa sola.

Una historia como las que oía en su casa natal
Historias que no recuerda como no recuerda que
/aún está vivo
Ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita
Un hombre solo en una casa enferma.
[19]




A la luz de estos poemas y como en el caso de Lihn, Arteche y Díaz Varín, la poesía de Jorge Teillier debe ser considerada como una de las más importantes no sólo de su generación, sino de toda la escrita en Chile a partir de la década de los cincuenta.




4. Conclusiones provisionales



Este panorama sobre la poesía de la generación del 50 puede aparecer incompleto si no se realiza un mínimo balance de su producción. Es menester entonces situar estas obras en el conjunto de las escritas en Chile durante el siglo veinte como también en el ámbito de la poesía hispanoamericana.
Desde la perspectiva de los años (a casi cincuenta años de las primeras publicaciones emblemáticas de esta promoción) es importante reconocer que se trata de un grupo de autores que no manifiesta una homogeneidad programática ni estilística. Tanto en lo que respecta a temas como a procedimientos, y como se ha visto, los recursos y los hallazgos son muy diferentes. No se hallará aquí (como probablemente sí ocurre con los narradores que pretendían superar las técnicas y las temáticas de sus predecesores) un intento absoluto se “superación” con respecto a los autores de la generación de 1938. Por el contrario, quizá se trate de una generación muy heterogénea donde más que cerrar filas en torno a una idea, un manifiesto o una forma concreta de hacer poesía, habrá una inmensa curiosidad por incorporar distintas tradiciones literarias (en diferentes lenguas) y donde los métodos para esa incorporación (y para cada sesgo personal) serán, a veces, opuestos (valga como ejemplo el caso de la poesía lárica y la poesía urbana), pero, por donde primará, sin duda alguna, un intento de reformular el mundo, de reinterpretarlo y hasta de rescatar los elementos –del pasado o del presente- que cada autor juzgue conveniente.
Desde otra perspectiva (y si es que los juicios valorativos aún pueden considerarse como serios), es evidente que, en cualquiera de las tres corrientes que describí más arriba, es posible hallar autores y textos de extraordinaria calidad. Desde los nombres fundadores (Huidobro, Neruda, Prado, Mistral, de Rokha) hasta los poetas del 38 (“La Mandrágora”, Parra, Anguita o Rojas) la poesía chilena fundaba una tradición importantísima en el espacio de la lengua castellana. La poesía del 50 no será entonces la excepción: continuando este desarrollo tan fértil y tan diverso, su producción aportará elementos nuevos y miradas que consiguen ampliar significativamente el horizonte de la poesía chilena.
Considerada en el marco de la poesía hispanoamericana (donde es posible encontrar voces tan importantes como las de los argentinos Roberto Juarroz, Alejandra Pizarnik y Juan Gelman, del peruano Carlos Germán Belli, del nicaragüense Ernesto Cardenal, del mexicano Jaime Sabines, del salvadoreño Roque Dalton o del cubano Eliseo Diego) esta poesía puede alzarse como una de las más interesantes de todo el continente. Obras como las de Lihn, Teillier, Arteche, Rosenmann Taub o Uribe Arce son estudiadas y leídas con creciente interés en casi todos los países de lengua castellana. Sin pretender, como muchos piensan, que es en Chile donde se escribe lo mejor de la poesía del idioma común, en nada desmerecen estas obras vistas desde otras tradiciones y otros cielos americanos. Un estudio que está pendiente y debe realizarse en un plazo razonable
[20] es cómo la producción de muchos de estos poetas ha influenciado notablemente una buena parte de la poesía peruana, mexicana y argentina entre otras.
Por último, es necesario aclarar que estas páginas han intentado ofrecer una veloz mirada sobre una generación que, en muchos casos, aún no cesa de entregar nuevos libros y obras sorprendentes. La fuerza, la potencia, la riqueza de estas obras y, en general, de la lírica escrita en Chile a lo largo del siglo veinte, merece muchas más lecturas –detalladas, extensas, cuidadosas- que habrán de prestigiarla más aún y abrirán las puertas a aquellos que, todavía, consiguen deslumbrarse en la belleza secreta de la gran poesía.



[1] De sobra está señalar la importancia de las voces de José Donoso, Jorge Edwards, Alejandro Jodorowsky, Enrique Lafourcade, Claudio Giaconni y otros, quienes, de una u otra forma, hicieron vastamente conocida la narrativa chilena en el exterior, vinculándola con el llamado “boom de la novela hispanoamericana”.
[2] Asunto que, para bien de la poesía chilena, siempre ha existido en las diversas promociones literarias. Desde los “fundadores” de la poesía en el siglo veinte: Mistral, Prado, Huidobro, Neruda y De Rokha hasta las actuales voces más jóvenes, es posible rastrear una serie de discursos paralelos que apuntan hacia distintas lecturas, tradiciones o métodos de composición poética.
[3] Es indispensable señalar que las líneas propuestas no son privativas entre sí. Algunos poetas pueden y deben ser catalogados dentro de una, pero, al mismo tiempo, pueden y deben ser incluídos en otra. De allí que sea posible hablar de caminos que se entrelazan y complementan. Las lecturas que pretenden oponer una tendencia con otra, más que representar la coherencia de las obras poéticas, apuntan a glosar las posibles animadversiones y/o polémicas entre algunos de los integrantes de esta generación.
[4] Los poetas bajo el influjo de las vanguardias son múltiples: por ejemplo, los integrantes del grupo surrealista “La Mandrágora” (Arenas, Cid, Gómez Correa, Jorge Cáceres), o del creacionismo (Anguita, Omar Cáceres). En lo que respecta a una poesía de corte hispanizante y rural (bajo la clara influencia de Federico García Lorca), los poetas más destacados son Oscar Castro, Nicanor Parra y Omar Cerda. Vid. Lyon, Ted. Presentación de la generación chilena del 38: Una perspectiva de cincuenta años en “Ibero-Amerikanisches Archiv” N.F., Jg. 15; H.1. Berlín, 1989.
[5] Lihn, Enrique. Porque escribí. Editorial F.C.E. Santiago de Chile, 1995. P.176.
[6] Debe recordarse que la primera edición (1983) se presenta como un periódico o folleto impreso.
[7] Lihn, Enrique. El paseo Ahumada. Ediciones Minga. Santiago de Chile, 1983, p. 3.
[8] La presencia de los distintos símbolos del agua ha sido exhaustivamente rastreada por la poeta, narradora y académica Alejandra Basualto en su tesis de grado Simbología del agua en la poesía de Miguel Arteche. Departamento de Literatura. Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación. Universidad de Chile, 1985.
[9] Todos ellos pertenecientes a Destierros y tinieblas. Ediciones Rumbos. Santiago de Chile, 1995 (Tercera Edición).
[10] Arteche, Miguel. Destierros y tinieblas. Op. Cit., p. 89.
[11] Arteche, Miguel. Destierros y tinieblas. Op. Cit., pp. 48-49.
[12] Vid. Cánovas, Rodrigo y Arteche, Miguel. Antología de la poesía religiosa chilena. Ediciones Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile, 1989.
[13] Al respecto es notable el prólogo de Enrique Lihn al libro Los dones previsibles. En él señala: “(...) La voz, que quizá se hace oír en versos largos y acumulativos, es imperiosa, arbitraria y, con la palabra amén, el sujeto de una cierta profanación (...) Algunos de nosotros, estimulados por el ejemplo de Nicanor Parra, nos alejamos rápidamente de ese tipo de poesía –del hipnotismo de las Residencias de Neruda, del gigantismo de De Rokha- Stella, no. Hasta el día de hoy sus mejores versos (Y un horizonte/donde aprendí a reverberar/con el último rayo de sol sobre las aguas”) son autoreferenciales. Adornos de la propia persona retorizada, que es la máscara del poeta (...)”. En Díaz Varín, Stella. Los dones previsibles. Editorial Cuarto propio. Santiago de Chile, 1992, pp.11-12
[14] Díaz Varín, Stella. Razón de mi ser. Morales Ramos Editor. Santiago de Chile, 1949, p.31.
[15] Término acuñado por Rainer María Rilke y que retoma Jorge Teillier en su sentido de hogar (lar), de pertenencia y de nostalgia por un paraíso perdido: la infancia.
[16] Aquel que piense en Teillier como un “poeta espontáneo”, una de las tantas leyendas con las que hoy es recordado, caerá rápidamente en su error al revisar cuidadosamente su producción lírica y ensayística. Por el contrario, Teillier es uno de los poetas chilenos que intentó, con éxito, incorporar lecturas e influjos de las más variadas tradiciones (francesa, inglesa, rusa, checa, alemana, etc.), siendo Rainer María Rilke, George Trakl, Sergei Esenin, Lewis Carroll, René Char y un largo etcétera sólo algunos ejemplos de este acabado conocimiento.
[17] Teillier, Jorge. Poemas del país de nunca jamás. Incluido en el volumen antológico Los dominios perdidos. Editorial Fondo de Cultura Económica. Santiago de Chile, 1992, p. 43.
[18] Es interesante establecer un casi insoslayable paralelo entre este poema y el famoso soneto de Francisco de Quevedo “Salmo XVII”.
[19] Teillier, Jorge. El molino y la higuera. Ediciones del Azafrán. Santiago de Chile – México D.F., 1993, p. 12.
[20] Como muchos otros pendientes en nuestra poesía: la bibliografía crítica sobre esta generación es un claro ejemplo de la inexplicable falta de interés por las obras de tan importantes autores