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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 8 de septiembre de 2006

LA LITERATURA CREATIVA EN LAS UNIVERSIDADES CHILENAS

Andrés Morales


Desde tiempos inmemoriales muchos poetas y escritores se han preguntado si es posible aprender y enseñar a escribir en una universidad. Sin duda han defendido la formación autodidacta, la experiencia personal del hallazgo y el “camino difícil” de errar y acertar en la escritura y en los libros que serán la contraparte, el diálogo y el impulso para definir y decantar la propia voz.
Hoy por hoy, muy pocos se aventuran en semejante derrotero. Es, desde luego, mucho más fácil y más rentable (si es que puede hablarse de algo rentable en la república de las letras) recibir la experiencia de otros, continuar la senda que han abierto los demás o repetir ociosamente (o provechosamente) los términos, conceptos, la información, la historia, la teoría y la práctica que las doctorales barbas reverencian e imponen. Tal vez, no queda otro camino. El valor del self made man aparece hoy como una insensatez y hasta como una quijotada… Por otra parte los múltiples “negociados” de muchos talleres –con las escasísimas excepciones notables que los distinguen de la mayoría- han desprestigiado el espacio íntimo de la transmisión del oficio que, sin trucos ni mañas, sin estafas, ni apologías al maestro (recordando el famoso poema de Allen Ginsberg), se han entronizado con damas escritoras de dudosa calidad o novatos extraviados que apenas leen la prensa local.
Entonces, con pudor o sin pudor, con aciertos y muchos desaciertos, las universidades han tomado el relevo para construir carreras que conducen a la obtención de un grado académico que puede suplir la autoformación o el taller literario. Incluso los escritores “consagrados” y los no tanto, han visto que, sin poseer títulos ni grados, sino con sus éxitos literarios o su simple trayectoria, acceden a una “tabla de salvación” al dictar clases bajo el alero de una institución universitaria. Algunos con toda propiedad, otros con una desfachatez olímpica, aparecen como rostros visibles, emblemáticos y hasta vendedores de un “producto nuevo” que los salva del desamparo tradicional que han sufrido tantos literatos en esta nación.
La experiencia no es nueva en el mundo europeo y anglosajón. En Chile, la Universidad Diego Portales, con la convergencia de Carlos Cerda y el que aquí suscribe, fue pionera no sólo en el país, sino en toda Sudamérica al implementar una Carrera de Literatura Creativa que honró a esa casa de estudios y propuso un programa absolutamente innovador en el territorio académico. Cuatro líneas centrales (Teoría e Historia de la Literatura, Lengua y Gramática, Edición y Creación) marcaron el destino de un programa que otras universidades privadas imitarían hasta desvergonzadamente. El único precedente de una experiencia similar en Chile fue y sigue siendo el “Taller de Poesía Códices” de la Carrera de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de Chile. Bajo mi dirección y con mucho esfuerzo se ha transformado en un referente obligado para constatar las actuales voces de la poesía chilena. Nombres como los de algunos ex integrantes, Javier Bello, Alejandra del Río, Germán Carrasco, Rodrigo Olavarría, Víctor Quezada, Alejandro Zambra, David Villagrán, Kurt Fölch y Verónica Jiménez, por mencionar solo a algunos miembros del taller, en dieciocho años de ininterrumpida labor[1], constituyen una prueba que en el mundo académico puede darse con éxito un proyecto de escritura creativa.
El problema de la mayoría de las carreras de literatura (creativas o no, en instituciones privadas o no) sigue siendo la constitución de una malla curricular definida que no sufra constantes alteraciones en el transcurso de pocos años o al primer cambio de mando bajo la dirección de turno. La disyuntiva entre presentar un programa “más creativo” o “más académico” ha sido el punto central de la discusión. Como si un escritor no necesitase una sólida y más que sólida formación histórica y teórica de su disciplina… Suprimir asignaturas troncales por “cursos entretenidos” (al gusto de los profesores que piensan en sus capacidades particulares más que en las necesidades de los futuros escritores) es un riesgo que algunas universidades han corrido y que pasará la cuenta, tarde o temprano, primero a los alumnos y luego a las instituciones. Es absolutamente compatible entregar una malla equilibrada entre formación “dura” y formación “creativa”. Renunciar a alguno de estos dos sentidos es renunciar a entregar, honestamente, una mínima y medianamente clara orientación al futuro escritor.
Otro asunto que puede ser polémico es el de las salidas profesionales. Si a los programas actuales de la mayoría de las universidades se les agregan uno o dos años, es posible que los alumnos se decanten “naturalmente” a lo que su vocación les demanda. Implementar postítulos o postgrados es también una solución. Así, como no todos tienen un auténtico talento como escritore(as), dos años de pedagogía pueden conducirlos a un título profesional. Lo mismo, uno o dos años en la formación de editores responsables (fundamentales en este país), o en la capacitación como “directores de talleres literarios” (bastaría un postítulo), o en la proyección a medios electrónicos y/o audiovisuales (Internet, televisión, radio, cine, etc.) o, finalmente, en la continuidad y profundización de sus estudios literarios que los conduzcan a grados superiores y a un perfeccionamiento que puede desembocar en una concreta salida académica superior o en la investigación y crítica (universitaria o periodística).
En mi opinión estos asuntos no están resueltos. He oído de ciertas carreras trasladadas enteramente de una universidad a otra (con profesores y alumnos incluidos) o, de una facultad a otra, sin entender la necesaria autonomía y la mínima sedimentación en el tiempo que merece un proyecto literario de éstas características.
Aquí aparece el problema final y, a mi juicio, clave. ¿Cuál es la ética que manejan determinadas universidades para entregar semejante grado académico? ¿Cuál es el peso específico de sus profesores y de los escritores que imparten los conocimientos y las herramientas indispensables para transformar a un(a) estudiante en un académico joven, en un promisorio narrador, editor, guionista, o poeta?
La universidad (y que me perdonen los economistas y alguno que otro termocéfalo de alto vuelo que aplica peregrinas teorías de avant garde) no es un almacén o una farmacia donde se compran conocimientos o talentos. Esto es obvio. Hoy parece que “el producto” debe entregarse al “consumidor o cliente” con todo el merchandising posible instaurando la política del centro comercial en la cátedra o en el taller. Como diría el tango: Cuesta abajo en la rodada… Este mal que ha llegado a instalarse como endémico es el cáncer que arruinará no sólo a las carreras de literatura creativa, sino al necesario ambiente de rigor, crítica, disciplina y respeto que ha de tener una universidad decente.
Por último, pero no menos importante, la constante evaluación (por los pares, por los estudiantes, por los superiores, por las instituciones, etc.) debe instalarse ya en este tipo de carreras creativas como una práctica permanente. Nadie debe “eternizarse” en nada ni “dormirse en los laureles”. La calidad académica empieza en los profesores y en los estudiantes (donde es imprescindible subir la vara, exigir esfuerzo, no cejar en la demanda).
Todos estos pensamientos, después de mis casi veinticinco años de escritura y veinte años de academia, pueden tenerse en cuenta u olvidarse… Al final y definitivamente, superados los grados, las universidades, los talleres y las cátedras, con o sin formación universitaria, con o sin título, el verdadero escritor hará lo suyo en soledad siguiendo sus instintos, equivocándose y acertando en el gozo y el delirio de la palabra propia.

Santiago de Chile, septiembre de 2006

[1] Salvo unos pocos, la mayoría de estos autores parecen haber olvidado semejante experiencia, pues casi nunca mencionan este primer impulso recibido ni tampoco a la ya histórica revista “Licantropía” –con diez años de existencia- que logró constituirse como un espacio fundamental en una época donde semejantes publicaciones casi no existían. De la misma manera, se ha enterrado en el olvido la antología poética Códices (RIL Editores – Universidad de Chile, Santiago, 1993) como uno de los primeros libros que recogieron sus poemas bisoños.

1 comentario:

baudelaire3 dijo...

Andrés querido: no puedo dejar de meter mi cuchara enel tema. Ahora que se cerró la Revista de Libros (un eterno bodrio que, sin embargo, todos leámos), me pregunto si estas palabras tuyas habrá de oírlas alguien. La respuesta, obviamente, es no. No me extraña, por ejmplo, que ninguno de los nombrados se recuerde de Codices ni de Licantropía (yo tengo aquí mis ejemplares). Pero tampoco puede llamarnos a escándalo lo que se está haciendo con las universidades, sea en las carreras de escritura creativa o no, públicas o privadas.

La venta al mejor postor del país se ha hecho a vista y paciencia de la Concertación, que para salvaguardar la conciencia del Partido Socialista a cada tanto maquilla un sistema que, en su esencia, no ha cambiado sino que ha recrudecido su aura neoliberal. Quiero decir que lo que pasa con estas carreras y la escasa o nula acreditación de muchos de los así llamados "académicos", su control público, su -suena cómico- sistema de bibliotecas inexistente y todo lo que las hará verdaderamente carreras universitarias, es parte de lo que acontece con el resto del país. Hace poco salió en las noticias el caso de un sostenedor de colegios subvencionados que debía más de cien millones por las cuentas de sus establecimientos, los que estaban todos, sintomáticamente, ubicados en las comunas más pobres de Santiago. Ya vimos lo que fue la revolución de los pinguinos, las causas de la revuelta y cómo, finalmente, la maquinaria política les creó una Comisión para aplazar ad infinitum sus demandas, aun insatisfechas. La proletarización de la educación se traduce, entonces, en tus lamentos. La calidad académica: un asunto para cazar incautos. La poesía -y toda literatura que aspira a tal tiene que tener algo de poesía- seguirá escribiéndose sola, "equivocándose y acertando".

Un abrazo muy grande,

Cristián