La página de Andrés Morales (1962), poeta, ensayista y académico chileno, es un Blog de apuntes y escritos abierto a todos aquellos interesados en la literatura y, en especial, en la poesía. Contiene poemas, artículos, notas, comentarios, críticas, reseñas, fotografías y en general, todos los tópicos imaginables e inimaginables en torno a la poesía, el cine, la prosa y la literatura chilena, hispanoamericana, española y europea de todas las épocas y estilos.
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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."
José Saramago
José Saramago
martes, 29 de mayo de 2007
PRÓXIMO CONGRESO DE LITERATURA HISPANOAMERICANA Y ESPAÑOLA EN VALPARAÍSO
Congreso Internacional
«Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo»
Valparaíso (Chile), Universidad de Valparaíso,18-21 de junio de 2007
«Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo»
Valparaíso (Chile), Universidad de Valparaíso,18-21 de junio de 2007
Organizan:
Universidad de Valparaíso
Universidad de Navarra (GRISO)
Colaboran:
Gobierno Regional de Valparaíso (V Región)
Ilustre Municipalidad de Valparaíso
El Mercurio de Valparaíso
Centro Cultural de España (Embajada de España en Santiago)
Consulado Honorario de España en Valparaíso
Fundación José Nuez Martín
Fundación Renzo Pecchenino-Lukas
Academia Chilena de la Lengua
DIBAM (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile)
La Estrella de Valparaíso
P r o g r a m a
Lunes, 18 de junio
Aula Magna de la Escuela de Derecho
(Universidad de Valparaíso)
18,30 Acto de Apertura. Presentación del Congreso. Intervención del Rector de la Universidad de Valparaíso.
19 Intermedio musical a cargo del Grupo de Música de la Universidad de Valparaíso.
19,30 Conferencia inaugural: Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, ESPAÑA), «Aventureros del Siglo de Oro».
18,30 Acto de Apertura. Presentación del Congreso. Intervención del Rector de la Universidad de Valparaíso.
19 Intermedio musical a cargo del Grupo de Música de la Universidad de Valparaíso.
19,30 Conferencia inaugural: Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, ESPAÑA), «Aventureros del Siglo de Oro».
Martes, 19 de junio
Aula Magna de la Escuela de Derecho
(Universidad de Valparaíso)
10-11,30 Ponencias. Modera: Lygia Rodrigues Vianna Peres
Andrés Cáceres Milnes (Universidad de Playa Ancha / Universidad de Valparaíso, CHILE), «La trilogía de Pizarro en Tirso de Molina: la formación del héroe indiano (nacimiento, hazañas y lealtades)».
Carlos Mata Induráin (Universidad de Navarra, ESPAÑA) «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile, de Francisco González de Bustos».
Andrés Morales (Universidad de Chile, CHILE), «Visión de Hernán Cortés como personaje histórico y protagonista literario de la Hernandiada, del novohispano Francisco Ruiz de León».
11,30-12 Coloquio
12-12,15 Descanso
12,15-13,15 Ponencias. Modera: Gonzalo Santonja
Nicasio Salvador (Universidad Complutense, ESPAÑA), «Colón, genovés».
Rodolfo Urbina (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, CHILE), «Desertores y cautivos en las fronteras: una mirada al mestizaje cultural inverso».
13,15-13,45 Coloquio
16,30 Traslado a la Casa-Mirador de Lukas (Fundación Renzo Pecchenino-Lukas)
17-18 Ponencias. Modera: José Promis
Gonzalo Santonja (Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua / Universidad Complutense, ESPAÑA), «Final y principio: Pablo de la Fuente en 1939, de Madrid a Chile».
Eduardo Thomas (Universidad de Chile, CHILE), «Un episodio en la vida del pintor viajero, de César Aira: el artista rebelde».
18-18,30 Coloquio
18,30-18,45 Descanso
18,45-19,45 Ponencias. Modera: Andrés Cáceres Milnes
Lygia Rodrigues Vianna Peres (Universidade Federal Fluminense, BRASIL), «Maluco: espacio y teatralidad de rebeldes y aventureros».
Haydée Ahumada (Universidad de Chile / Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, CHILE), «Lautaro, el sueño mestizo en Ay, mama Inés de Jorge Guzmán».
19,45-20,15 Coloquio
20,15 Visita a la Casa-Mirador de Lukas
Miércoles, 20 de junio
Intendencia Regional de Valparaíso
10-11,30 Ponencias. Modera: Hugo R. Cortés
Antonio Lorente Medina (UNED-Universidad Nacional de Educación a Distancia, ESPAÑA), «Luces y sombras de Alonso Ramírez».
José Promis (Universidad de Arizona, ESTADOS UNIDOS), «La formación de la figura de Caupolicán en los primeros cronistas del reino de Chile».
Miguel Donoso (Pontificia Universidad Católica de Chile, CHILE), «De locos, intrépidos y valientes en la crónica de Góngora Marmolejo».
11,30-12 Coloquio
12 Visita al periódico El Mercurio, Decano de la prensa chilena.
16 Excursión: «Ruta de los Poetas».
Jueves, 21 de junio
Aula Magna de la Escuela de Derecho
10-11,30 Ponencias. Modera: Lygia Rodrigues Vianna Peres
Andrés Cáceres Milnes (Universidad de Playa Ancha / Universidad de Valparaíso, CHILE), «La trilogía de Pizarro en Tirso de Molina: la formación del héroe indiano (nacimiento, hazañas y lealtades)».
Carlos Mata Induráin (Universidad de Navarra, ESPAÑA) «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile, de Francisco González de Bustos».
Andrés Morales (Universidad de Chile, CHILE), «Visión de Hernán Cortés como personaje histórico y protagonista literario de la Hernandiada, del novohispano Francisco Ruiz de León».
11,30-12 Coloquio
12-12,15 Descanso
12,15-13,15 Ponencias. Modera: Gonzalo Santonja
Nicasio Salvador (Universidad Complutense, ESPAÑA), «Colón, genovés».
Rodolfo Urbina (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, CHILE), «Desertores y cautivos en las fronteras: una mirada al mestizaje cultural inverso».
13,15-13,45 Coloquio
16,30 Traslado a la Casa-Mirador de Lukas (Fundación Renzo Pecchenino-Lukas)
17-18 Ponencias. Modera: José Promis
Gonzalo Santonja (Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua / Universidad Complutense, ESPAÑA), «Final y principio: Pablo de la Fuente en 1939, de Madrid a Chile».
Eduardo Thomas (Universidad de Chile, CHILE), «Un episodio en la vida del pintor viajero, de César Aira: el artista rebelde».
18-18,30 Coloquio
18,30-18,45 Descanso
18,45-19,45 Ponencias. Modera: Andrés Cáceres Milnes
Lygia Rodrigues Vianna Peres (Universidade Federal Fluminense, BRASIL), «Maluco: espacio y teatralidad de rebeldes y aventureros».
Haydée Ahumada (Universidad de Chile / Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, CHILE), «Lautaro, el sueño mestizo en Ay, mama Inés de Jorge Guzmán».
19,45-20,15 Coloquio
20,15 Visita a la Casa-Mirador de Lukas
Miércoles, 20 de junio
Intendencia Regional de Valparaíso
10-11,30 Ponencias. Modera: Hugo R. Cortés
Antonio Lorente Medina (UNED-Universidad Nacional de Educación a Distancia, ESPAÑA), «Luces y sombras de Alonso Ramírez».
José Promis (Universidad de Arizona, ESTADOS UNIDOS), «La formación de la figura de Caupolicán en los primeros cronistas del reino de Chile».
Miguel Donoso (Pontificia Universidad Católica de Chile, CHILE), «De locos, intrépidos y valientes en la crónica de Góngora Marmolejo».
11,30-12 Coloquio
12 Visita al periódico El Mercurio, Decano de la prensa chilena.
16 Excursión: «Ruta de los Poetas».
Jueves, 21 de junio
Aula Magna de la Escuela de Derecho
(Universidad de Valparaíso)
10-11 Ponencias. Modera: Antonio Lorente
Alfredo Matus (Universidad de Chile / Academia Chilena de la Lengua, CHILE). «“… qué desgrasias, qué de llantos, qué de muertes”: a propósito de un pasquín que circuló en Caracas en 1790».
Mariela Insúa (Universidad de Navarra, ESPAÑA), «Aventura y rebeldía en El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi».
11-11,30 Coloquio
11,30-12 Descanso
12-13 Ponencias. Modera: Nicasio Salvador
Julián Díez Torres (Universidad de Navarra, ESPAÑA), «Elementos polifónicos en El Marañón de Diego de Aguilar y Córdoba».
Guillermo Gotschlich (Universidad de Chile, CHILE), «La visión de Lope de Aguirre desde la perspectiva de Miguel Otero Silva».
13-13,30 Coloquio
18,30 Conferencia final: Eduardo Godoy (Universidad de Chile / Academia Chilena de la Lengua, CHILE), «Violencia y ternura en La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender».
19,15 Conclusiones. Acto de Clausura. Intervención del Intendente
10-11 Ponencias. Modera: Antonio Lorente
Alfredo Matus (Universidad de Chile / Academia Chilena de la Lengua, CHILE). «“… qué desgrasias, qué de llantos, qué de muertes”: a propósito de un pasquín que circuló en Caracas en 1790».
Mariela Insúa (Universidad de Navarra, ESPAÑA), «Aventura y rebeldía en El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi».
11-11,30 Coloquio
11,30-12 Descanso
12-13 Ponencias. Modera: Nicasio Salvador
Julián Díez Torres (Universidad de Navarra, ESPAÑA), «Elementos polifónicos en El Marañón de Diego de Aguilar y Córdoba».
Guillermo Gotschlich (Universidad de Chile, CHILE), «La visión de Lope de Aguirre desde la perspectiva de Miguel Otero Silva».
13-13,30 Coloquio
18,30 Conferencia final: Eduardo Godoy (Universidad de Chile / Academia Chilena de la Lengua, CHILE), «Violencia y ternura en La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender».
19,15 Conclusiones. Acto de Clausura. Intervención del Intendente
sábado, 26 de mayo de 2007
POEMAS DE SIBILA ENAMORADA (inéditos del libro Los Cantos de la Sibila de Andrés Morales)
Sólo a ti
I
Sólo bastaría tu mano entre mis cejas,
la yema de tus dedos,
el aire de tu cuerpo.
Sólo alguna gota de sangre tuya,
enhiesta
y fértil como el sol,
aguda en una noche
para morir en paz
oyendo su coraje,
su vuelo, su ventura,
su pálpito extenuado.
Sólo un gesto ciego
o mudo de tus ojos.
Sólo ese silencio de cielo sin albor.
II
Una nube pasa
entre los dos
y pasa
en el lugar más triste
y lejano de la tierra.
Cae una tormenta de pájaros
o truenos
y no es aquí o allá
o en el espejo ciego.
Nada nos invade
en nuestro amor de plata.
Nada en este mundo
ni en otros verdaderos.
Una nube pasa
inquieta por su sombra
fugaz, anochecida,
lluviosa entre los dos.
III
El eco de tu voz.
El eco de tu voz.
La huella ya lejana
de tus palabras muertas.
El aire de los días
y el humo de las horas:
Nada es suficiente en esta inquieta paz.
IV
Muerdo tu mirada
y el sol que te destella,
muerdo el ágil beso
del viento y de este mar.
Bebo de tu sombra,
en tu silueta crezco
y entero me desierto,
me agrieto, me desangro
por una sola voz,
por una sola voz,
celosamente hundida,
por siempre prisionera
en este calabozo
ahogado en mí pesar.
V
Sueño y hasta canto
y hablo y no despierto.
Sueño en una noche
de viento adormecido.
Oigo aquellos pasos
entre las tres y el alba.
(Eres la presencia,
el don de la alegría).
Sueño en esa voz.
En ese mar cabalgo.
I
Sólo bastaría tu mano entre mis cejas,
la yema de tus dedos,
el aire de tu cuerpo.
Sólo alguna gota de sangre tuya,
enhiesta
y fértil como el sol,
aguda en una noche
para morir en paz
oyendo su coraje,
su vuelo, su ventura,
su pálpito extenuado.
Sólo un gesto ciego
o mudo de tus ojos.
Sólo ese silencio de cielo sin albor.
II
Una nube pasa
entre los dos
y pasa
en el lugar más triste
y lejano de la tierra.
Cae una tormenta de pájaros
o truenos
y no es aquí o allá
o en el espejo ciego.
Nada nos invade
en nuestro amor de plata.
Nada en este mundo
ni en otros verdaderos.
Una nube pasa
inquieta por su sombra
fugaz, anochecida,
lluviosa entre los dos.
III
El eco de tu voz.
El eco de tu voz.
La huella ya lejana
de tus palabras muertas.
El aire de los días
y el humo de las horas:
Nada es suficiente en esta inquieta paz.
IV
Muerdo tu mirada
y el sol que te destella,
muerdo el ágil beso
del viento y de este mar.
Bebo de tu sombra,
en tu silueta crezco
y entero me desierto,
me agrieto, me desangro
por una sola voz,
por una sola voz,
celosamente hundida,
por siempre prisionera
en este calabozo
ahogado en mí pesar.
V
Sueño y hasta canto
y hablo y no despierto.
Sueño en una noche
de viento adormecido.
Oigo aquellos pasos
entre las tres y el alba.
(Eres la presencia,
el don de la alegría).
Sueño en esa voz.
En ese mar cabalgo.
EL CIELO QUE ME ESCRIBE de Miguel Ángel Zapata. Crítica de Cristián Gómez
EL CIELO QUE ME ESCRIBE,
de Miguel Ángel Zapata
(Ediciones El Tucán de Virginia, México, D.F., 2002)
Diario de la vida leve: así se refiere el hablante de este libro a los poemas que constituyen este volumen. Dato importante puesto que nos da una imagen elocuente de los anhelos y perspectivas que aquí vamos a presencia y/o leer. La fauna de pájaros, iguanas, perros y otros animales humanos y no humanos que pueblan las páginas de este último libro de Miguel Ángel Zapata (Perú) es el soporte para mezclar ficción y realidad, historia y verdad conjugadas en estos personajes con los cuales el hablante de este libro (otro y el mismo durante todo el conjunto) se enmascara y se disfraza como una forma de dispersar ese punto de vista que de otra manera resultaría monótono, objetivo y de afanes realistas. La historia, que parece pesar como una inevitable condena sobre ciertos sectores de la poesía peruana, incapaces de integrarla como un dato más del poema para en su lugar transformarla en el eje sobre el cual gira todo su escribir, la historia –decíamos– casi no ocupa lugar alguno dentro de la obra de Zapata. Recuento personal, diario privado de un sujeto que sin embargo es capaz de avizorar las amenazas del presente, El cielo que me escribe también cuenta entre sus peculiaridades con un sistema expresivo que ha hecho del mal llamado poema en prosa su arma principal. Y mal llamado puesto que se subentiende de esa etiqueta que su contraparte sería el “poema en verso”. Pero no sólo el siglo XX se ha encargado de enterrar estas distinciones espúreas por sí mismas, también habría que señalar que la misma práctica de este tipo de escritura hace inoficiosa estas clasificaciones. De qué otra manera interpretar el salto desde una realidad aparentemente familiar y cotidiana como la que describen muchos de los poemas de este libro (“Mujer fragante, “Los muslos sobre la grama”, “La iguana de Casandra”), hacia otra donde fantasía y verdad ya no se presentan como polos opuestos, sino como dos factores que siendo diferentes no alteran finalmente el producto.
Este borrar de fronteras entre uno y otro territorio en apariencia opuesto, le permite a Zapata construir el poema como una larga disquisición que sólo en una primera lectura se presenta sin rumbo. A medida que se avanza, el aire de extrañeza se pierde para darle paso a una familiaridad donde la intervención de lo cotidiano resulta verosímil, e incluso, esperable: la inversión de los términos terminará por hacerle parecer a la voz de estos poemas (así como también al lector) que las tumbas que pueblan un cementerio –metonimia de la muerte, si es que esta no se alude explícitamente– no son tema de luto ni de llanto, sino que gracias a los muslos de una joven, avizorados por el hablante como un contrapunto del camposanto, pueden ser el lugar indicado para una reflexión que permite hacer un balance sosegado de toda(s) la(s) (posible(s)) experiencia(s). Hago aquí mención del que tal vez sea el poema más emblemático del conjunto, “Los muslos sobre la grama”, donde el ejercicio del contrapunto es llevado hasta su máxima expresión. La vitalidad de la joven trotando se contrasta con el panorama del cementerio, pero no resulta de ello una especie de amargura fatalista sobre el destino humano o su ineluctable finitud. Por el contrario, la reflexión a la que arriba el hablante es que la celebración de la vida es más válida que la sumisión luctuosa de ésta. Tanto así, que el motivo mismo de la escritura es la contemplación del trote de la muchacha, de igual manera que en otro poema lo fue la contemplación de una mujer saliendo de la ducha. Se entiende entonces la definición del libro como un diario de la vida leve, o si se quiere, jubilosa: el asombro y un reposado jolgorio son los que marcan el temple de este libro.
No sé si las anteriores sean razones suficientes para leer un libro, o para leer este libro. Sí lo son, en cualquier caso, para reflexionar brevemente sobre dos aspectos de la obra de Zapata que llaman poderosamente la atención. El primero es la tendencia de Zapata a publicar un mismo libro que es cada vez diferente. Aunque El cielo que me escribe comparte muchos de sus textos con otros libros anteriores de Zapata, Lumbre de la letra, sin ir más lejos, al leer nuevamente estos poemas no pierden su vigor ni su lozanía. Por el contrario, este ultimo libro de Miguel Ángel Zapata pareciera descubrir un sinfín de nuevas posibilidades para esta poesía. El dialogo de los nuevos poemas con los antiguos, y el nuevo ordenamiento en que estos se distribuyen en el libro, ofrecen una lectura que recuerda las anteriores, pero que no se agota en ellas. La pasividad de este hablante que es escrito por el cielo ¿pero qué clase de cielo?, su actitud contemplativa ante el mundo, su laissez faire sutilmente hinostroziano, son marcas de una poética que no pretende ni explicar ni cambiar el mundo, apenas si compartir la experiencia que de él, por un instante, se tiene.
No es un punto menor a considerar el que se insinúa en el párrafo anterior. Este “budismo” del hablante prescinde de cualquier tipo de responsabilidades o “deberes”. La sacralización de la realidad, (“manifestaciones no convencionales de lo sagrado”, las llama no sin lucidez Oscar Hahn en el texto de su presentación del libro) a la que asistimos en estos poemas, la logra el autor a través de la extática contemplación ya sea de un cuervo (anacoreta o que ejecute obras de Ravel), ya sea de la escultura de las piernas de las doncellas (y no es gratuito que la palabra no sea simplemente “mujeres”, sino el cortesano y tal vez arcaico “doncellas”), vistas al pasar en un centro comercial. Por otro lado, y tal como lo señalara el poeta mexicano Víctor Manuel Mendiola, Zapata “ha sabido saltar por encima de la retórica del lenguaje y del neobarroco y ha tomado distancia, aprovechándose de lo más nutritivo, del surrealismo sin ton y son que han practicado, con o sin conciencia, muchos poetas hispanoamericanos”. Ajeno, efectivamente, a los repliegues efectistas del lenguaje sobre el lenguaje –y la experiencia agotadora que ello a veces implica–, el tono de Zapata se deja sentir prístino aun cuando la desrealización de lo cotidiano sea llevada hasta sus límites.
Otro acierto de la lectura de Mendiola se produce en el polo opuesto. Zapata, de acuerdo al mexicano, “ha hecho a un lado los desplantes empiristas de la poesía de la experiencia (descascaramientos de la poesía beat, de la antipoesía o de cualquier otra clase de entrega del habla o del coloquio) y nos ha entregado una poesía sofisticada pero viva, rigurosa pero también verdadera”. Todo lo anterior nos hace pensar en el lugar que ocupa la obra de Zapata en el contexto de la literatura latinoamericana. No sólo por su adscripción a ese grupo de poetas que ha cultivado el poema en prosa desde hace ya largo tiempo –aquí los nombres de Ramos Sucre, Octavio Paz, Mutis, Pizarnik y, entre los más jóvenes de los nuestros, Marcelo Pellegrini–, sino también por la ausencia de lo que usualmente se entiende como discurso latinoamericanista. Entiéndase bien. Zapata es un poeta peruano afincado desde hace años en Norteamérica. La suya, sin embargo, no es una poesía que gire en torno a temas como el voluntario exilio o la manida identidad latinoamericana. No siente la necesidad de hacerlo. Sí se hace presente la nostalgia, sí hay poemas en torno al Perú natal del autor, pero no hay una sociología ni un afán historicista en esta acometida.
Lumbre de la letra (Lima, 1997) uno de los libros anteriores del autor, entre los que también se cuentan Partida y ausencia (Madrid, Playor, 1984), Imágenes los juegos (Lima, Instituto Nacional de Cultura, 1987) y Mi cuervo anacoreta (Santiago de Chile, Red Internacional del Libro, 1995), se abría entre otras con dos citas, de Martín Adán y Theodore Roethke respectivamente. El cielo que me escribe, con una de Rilke que reza sobre la necesidad de conocer el mundo, de poner en relación escritura y vida como parte vital del proyecto poético. Pero en las citas del libro anteriormente mencionado se puede encontrar el total de la empresa literaria de Zapata. El orgasmo visual de las piernas sobre la grama se condice con ese cuerpo que se mueve, aunque lentamente, hacia el deseo, en la hermosa cita de Roethke: “What does what is should do needs nothing more. The body moves, though slowly, toward desire. We come to something without knowing why". Tal vez esto explique, entonces, la poderosa sugerencia hacia el silencio que proviene de la cita de Martín Adán (“Yo no sé de poesía,/ Sino escribir callando, todo lo que me escribo/ Como si fuera real todo lo que querría"), esa tendencia al enmudecimiento de la que hablara Paul Celan, quien dicho sea de paso aparece mencionado en el último poema del libro, “La cama”, como una especie de corolario que no atenúa ni morigera la vitalidad del conjunto, pero que sí resulta como un llamado de alerta, una especie de permanente insomnio ante el entorno que rodea al poeta:
"él sabe silbar y no me habla por algún motivo que desconozco. Es prestidigitador del silencio, y sabe estar callado como la poesía"
Diario de la vida leve: así se refiere el hablante de este libro a los poemas que constituyen este volumen. Dato importante puesto que nos da una imagen elocuente de los anhelos y perspectivas que aquí vamos a presencia y/o leer. La fauna de pájaros, iguanas, perros y otros animales humanos y no humanos que pueblan las páginas de este último libro de Miguel Ángel Zapata (Perú) es el soporte para mezclar ficción y realidad, historia y verdad conjugadas en estos personajes con los cuales el hablante de este libro (otro y el mismo durante todo el conjunto) se enmascara y se disfraza como una forma de dispersar ese punto de vista que de otra manera resultaría monótono, objetivo y de afanes realistas. La historia, que parece pesar como una inevitable condena sobre ciertos sectores de la poesía peruana, incapaces de integrarla como un dato más del poema para en su lugar transformarla en el eje sobre el cual gira todo su escribir, la historia –decíamos– casi no ocupa lugar alguno dentro de la obra de Zapata. Recuento personal, diario privado de un sujeto que sin embargo es capaz de avizorar las amenazas del presente, El cielo que me escribe también cuenta entre sus peculiaridades con un sistema expresivo que ha hecho del mal llamado poema en prosa su arma principal. Y mal llamado puesto que se subentiende de esa etiqueta que su contraparte sería el “poema en verso”. Pero no sólo el siglo XX se ha encargado de enterrar estas distinciones espúreas por sí mismas, también habría que señalar que la misma práctica de este tipo de escritura hace inoficiosa estas clasificaciones. De qué otra manera interpretar el salto desde una realidad aparentemente familiar y cotidiana como la que describen muchos de los poemas de este libro (“Mujer fragante, “Los muslos sobre la grama”, “La iguana de Casandra”), hacia otra donde fantasía y verdad ya no se presentan como polos opuestos, sino como dos factores que siendo diferentes no alteran finalmente el producto.
Este borrar de fronteras entre uno y otro territorio en apariencia opuesto, le permite a Zapata construir el poema como una larga disquisición que sólo en una primera lectura se presenta sin rumbo. A medida que se avanza, el aire de extrañeza se pierde para darle paso a una familiaridad donde la intervención de lo cotidiano resulta verosímil, e incluso, esperable: la inversión de los términos terminará por hacerle parecer a la voz de estos poemas (así como también al lector) que las tumbas que pueblan un cementerio –metonimia de la muerte, si es que esta no se alude explícitamente– no son tema de luto ni de llanto, sino que gracias a los muslos de una joven, avizorados por el hablante como un contrapunto del camposanto, pueden ser el lugar indicado para una reflexión que permite hacer un balance sosegado de toda(s) la(s) (posible(s)) experiencia(s). Hago aquí mención del que tal vez sea el poema más emblemático del conjunto, “Los muslos sobre la grama”, donde el ejercicio del contrapunto es llevado hasta su máxima expresión. La vitalidad de la joven trotando se contrasta con el panorama del cementerio, pero no resulta de ello una especie de amargura fatalista sobre el destino humano o su ineluctable finitud. Por el contrario, la reflexión a la que arriba el hablante es que la celebración de la vida es más válida que la sumisión luctuosa de ésta. Tanto así, que el motivo mismo de la escritura es la contemplación del trote de la muchacha, de igual manera que en otro poema lo fue la contemplación de una mujer saliendo de la ducha. Se entiende entonces la definición del libro como un diario de la vida leve, o si se quiere, jubilosa: el asombro y un reposado jolgorio son los que marcan el temple de este libro.
No sé si las anteriores sean razones suficientes para leer un libro, o para leer este libro. Sí lo son, en cualquier caso, para reflexionar brevemente sobre dos aspectos de la obra de Zapata que llaman poderosamente la atención. El primero es la tendencia de Zapata a publicar un mismo libro que es cada vez diferente. Aunque El cielo que me escribe comparte muchos de sus textos con otros libros anteriores de Zapata, Lumbre de la letra, sin ir más lejos, al leer nuevamente estos poemas no pierden su vigor ni su lozanía. Por el contrario, este ultimo libro de Miguel Ángel Zapata pareciera descubrir un sinfín de nuevas posibilidades para esta poesía. El dialogo de los nuevos poemas con los antiguos, y el nuevo ordenamiento en que estos se distribuyen en el libro, ofrecen una lectura que recuerda las anteriores, pero que no se agota en ellas. La pasividad de este hablante que es escrito por el cielo ¿pero qué clase de cielo?, su actitud contemplativa ante el mundo, su laissez faire sutilmente hinostroziano, son marcas de una poética que no pretende ni explicar ni cambiar el mundo, apenas si compartir la experiencia que de él, por un instante, se tiene.
No es un punto menor a considerar el que se insinúa en el párrafo anterior. Este “budismo” del hablante prescinde de cualquier tipo de responsabilidades o “deberes”. La sacralización de la realidad, (“manifestaciones no convencionales de lo sagrado”, las llama no sin lucidez Oscar Hahn en el texto de su presentación del libro) a la que asistimos en estos poemas, la logra el autor a través de la extática contemplación ya sea de un cuervo (anacoreta o que ejecute obras de Ravel), ya sea de la escultura de las piernas de las doncellas (y no es gratuito que la palabra no sea simplemente “mujeres”, sino el cortesano y tal vez arcaico “doncellas”), vistas al pasar en un centro comercial. Por otro lado, y tal como lo señalara el poeta mexicano Víctor Manuel Mendiola, Zapata “ha sabido saltar por encima de la retórica del lenguaje y del neobarroco y ha tomado distancia, aprovechándose de lo más nutritivo, del surrealismo sin ton y son que han practicado, con o sin conciencia, muchos poetas hispanoamericanos”. Ajeno, efectivamente, a los repliegues efectistas del lenguaje sobre el lenguaje –y la experiencia agotadora que ello a veces implica–, el tono de Zapata se deja sentir prístino aun cuando la desrealización de lo cotidiano sea llevada hasta sus límites.
Otro acierto de la lectura de Mendiola se produce en el polo opuesto. Zapata, de acuerdo al mexicano, “ha hecho a un lado los desplantes empiristas de la poesía de la experiencia (descascaramientos de la poesía beat, de la antipoesía o de cualquier otra clase de entrega del habla o del coloquio) y nos ha entregado una poesía sofisticada pero viva, rigurosa pero también verdadera”. Todo lo anterior nos hace pensar en el lugar que ocupa la obra de Zapata en el contexto de la literatura latinoamericana. No sólo por su adscripción a ese grupo de poetas que ha cultivado el poema en prosa desde hace ya largo tiempo –aquí los nombres de Ramos Sucre, Octavio Paz, Mutis, Pizarnik y, entre los más jóvenes de los nuestros, Marcelo Pellegrini–, sino también por la ausencia de lo que usualmente se entiende como discurso latinoamericanista. Entiéndase bien. Zapata es un poeta peruano afincado desde hace años en Norteamérica. La suya, sin embargo, no es una poesía que gire en torno a temas como el voluntario exilio o la manida identidad latinoamericana. No siente la necesidad de hacerlo. Sí se hace presente la nostalgia, sí hay poemas en torno al Perú natal del autor, pero no hay una sociología ni un afán historicista en esta acometida.
Lumbre de la letra (Lima, 1997) uno de los libros anteriores del autor, entre los que también se cuentan Partida y ausencia (Madrid, Playor, 1984), Imágenes los juegos (Lima, Instituto Nacional de Cultura, 1987) y Mi cuervo anacoreta (Santiago de Chile, Red Internacional del Libro, 1995), se abría entre otras con dos citas, de Martín Adán y Theodore Roethke respectivamente. El cielo que me escribe, con una de Rilke que reza sobre la necesidad de conocer el mundo, de poner en relación escritura y vida como parte vital del proyecto poético. Pero en las citas del libro anteriormente mencionado se puede encontrar el total de la empresa literaria de Zapata. El orgasmo visual de las piernas sobre la grama se condice con ese cuerpo que se mueve, aunque lentamente, hacia el deseo, en la hermosa cita de Roethke: “What does what is should do needs nothing more. The body moves, though slowly, toward desire. We come to something without knowing why". Tal vez esto explique, entonces, la poderosa sugerencia hacia el silencio que proviene de la cita de Martín Adán (“Yo no sé de poesía,/ Sino escribir callando, todo lo que me escribo/ Como si fuera real todo lo que querría"), esa tendencia al enmudecimiento de la que hablara Paul Celan, quien dicho sea de paso aparece mencionado en el último poema del libro, “La cama”, como una especie de corolario que no atenúa ni morigera la vitalidad del conjunto, pero que sí resulta como un llamado de alerta, una especie de permanente insomnio ante el entorno que rodea al poeta:
"él sabe silbar y no me habla por algún motivo que desconozco. Es prestidigitador del silencio, y sabe estar callado como la poesía"
jueves, 17 de mayo de 2007
LA TRADICIÓN DEL POEMA EN PROSA EN LA POESÍA DE MIGUEL ÁNGEL ZAPATA por Andrés Morales
Hablar del poema en prosa en lengua castellana es adentrarse en una vasta y profunda y tradición que si bien no es practicada por autores de todas las diversas literaturas de Hispanoamérica[1], posee un peso indiscutible en España, México y Perú. Al mismo tiempo, definir con exactitud lo que es o debe ser un poema en prosa complica aún más el panorama pues comúnmente se confunde con la llamada “prosa poética”. Atendiendo a la definición de la profesora española Ana María Platas Tasende, esta forma poética debe entenderse como “(un texto donde) se mezclan ritmos diversos, que han de estar muy cuidados, lo mismo que la entonación, y en general, el discurso entero, siempre en peligro de caer en el prosaísmo (…)”[2]. Es fundamental agregar entonces que, aunque escrito en prosa, este tipo de texto habrá de mantener y desarrollar la mayoría de las figuras y tópicos que cualquier poema escrito en verso habría de poseer. Aunque esto puede resultar evidente para un lector avezado, los poetas, la crítica y la academia aún no resuelven en propiedad este pequeño impasse que ha producido tantas páginas y ha despertado un gran número de polémicas.
Desde la perspectiva de un lector que practica también la escritura poética, me parece un tanto estéril continuar con este tipo de desencuentros en torno a una definición tan particular o concreta y a las indispensables propiedades que debe poseer un poema en prosa y que algunos quisieran acotar con una clara inspiración canónica o inquisitorial. Si bien el poema en prosa, como señalé antes, primero que nada ha de ser poesía (y con todo lo complejo que esto significa para cualquiera que quiera acometerla), allí radica esencialmente su definición: ser poesía, nada más y nada menos… Algo que posee la libertad, la audacia, la tradición y el deslumbramiento del propio género y que ningún erudito podrá acotar ni menos restringir. En el caso del poeta peruano Miguel Ángel Zapata las normas de la poesía se despliegan con absoluta e indiscutible claridad. El mismo autor hace referencia a su condición de “poeta en prosa” y así se define:
“El poema en prosa es un desierto lleno de dunas: el signo aparece bajo el cielo caliente y a veces te frota ligeramente el corazón. La planicie de la escritura se torna más amplia: tu pensamiento puede volar como las aves o como los cohetes, libre como dos hermosas piernas de mujer en la ciudad. No hay medida ni metro que te pare.
El mundo está lleno de señales, reglas y medidas. Estamos en contra de todas esas reglas inútiles, de todo encierro y control. El poema en prosa derriba muros enormes y abre todas las ventanas de la poesía. Nosotros nos hallamos más allá de los reinos y sus reyes, más allá de la opresión y el destierro: remamos alegremente contra la corriente.”[3]
De esta forma, sus poemas en prosa[4] son, antes que cualquier definición, poemas “que reman contra la corriente” de forma libre y sin mayores reglas y, más que eso, rescatando esta forma de poetizar que, insisto, para muchos resulta novedosa, pero que en estricto honor a la verdad ha sido desarrollada ampliamente por voces importantísimas de otras tradiciones literarias (inglesa, francesa, alemana, etc.) y, también en la tradición poética de la literatura española. En este sentido, siendo Zapata un escritor profundamente nuevo, con una voz propia, marcadamente hispanoamericano y, por supuesto, peruano, su voz se inscribe, pienso, como un sucesor de la gran poesía en prosa escrita en España (o más bien en el exilio español) por Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda. Más que con un especial “sabor peninsular” o con los recursos estilísticos propios que exhiben ambos autores, Zapata desarrolla desde su punto de vista (y desde un “exilio” sino político, al menos profesional, ya que vive y trabaja en los Estados Unidos) una escritura del poema en prosa que apunta a dos textos claves de este género. Me refiero a Espacio de Juan Ramón y a Ocnos de Cernuda.
En los poemas citados, ambos autores desarrollan ciertas particularidades que Zapata ha sabido incorporar y ampliar en su obra. Desde esta perspectiva, el poema en prosa, en general, se plantea como un espacio donde no existe una sobreabundancia de imágenes, pero donde si aparece la reflexión filosófica como un elemento esencial. Sobre todo en Espacio, Jiménez revisa con ojo crítico el paso del hombre sobre la tierra, no desde una perspectiva histórica, sino desde su relación con la naturaleza, su propio ser y sus acciones. Critica el desapego a sus orígenes, a la propia condición de ser natural, el olvido del afecto y del amor como instrumentos fundamentales para la convivencia y para la paz. Desde luego estas meditaciones son ejercidas por un hablante poderoso que, en el caso de Zapata, a veces puede revestirse de una calidad omnisciente y totalizadora, pero que en el caso del peruano se mediatiza por la experiencia personal, por la “propia historia” haciendo de esa mirada reflexiva no una exhibición de una teoría filosófica concreta, sino una consideración atenuada que permite la entrada del recuerdo como arma para el desarrollo de la idea. Véase, por ejemplo, este fragmento del poema “Un perro negro en Vallarta”:
Desde la perspectiva de un lector que practica también la escritura poética, me parece un tanto estéril continuar con este tipo de desencuentros en torno a una definición tan particular o concreta y a las indispensables propiedades que debe poseer un poema en prosa y que algunos quisieran acotar con una clara inspiración canónica o inquisitorial. Si bien el poema en prosa, como señalé antes, primero que nada ha de ser poesía (y con todo lo complejo que esto significa para cualquiera que quiera acometerla), allí radica esencialmente su definición: ser poesía, nada más y nada menos… Algo que posee la libertad, la audacia, la tradición y el deslumbramiento del propio género y que ningún erudito podrá acotar ni menos restringir. En el caso del poeta peruano Miguel Ángel Zapata las normas de la poesía se despliegan con absoluta e indiscutible claridad. El mismo autor hace referencia a su condición de “poeta en prosa” y así se define:
“El poema en prosa es un desierto lleno de dunas: el signo aparece bajo el cielo caliente y a veces te frota ligeramente el corazón. La planicie de la escritura se torna más amplia: tu pensamiento puede volar como las aves o como los cohetes, libre como dos hermosas piernas de mujer en la ciudad. No hay medida ni metro que te pare.
El mundo está lleno de señales, reglas y medidas. Estamos en contra de todas esas reglas inútiles, de todo encierro y control. El poema en prosa derriba muros enormes y abre todas las ventanas de la poesía. Nosotros nos hallamos más allá de los reinos y sus reyes, más allá de la opresión y el destierro: remamos alegremente contra la corriente.”[3]
De esta forma, sus poemas en prosa[4] son, antes que cualquier definición, poemas “que reman contra la corriente” de forma libre y sin mayores reglas y, más que eso, rescatando esta forma de poetizar que, insisto, para muchos resulta novedosa, pero que en estricto honor a la verdad ha sido desarrollada ampliamente por voces importantísimas de otras tradiciones literarias (inglesa, francesa, alemana, etc.) y, también en la tradición poética de la literatura española. En este sentido, siendo Zapata un escritor profundamente nuevo, con una voz propia, marcadamente hispanoamericano y, por supuesto, peruano, su voz se inscribe, pienso, como un sucesor de la gran poesía en prosa escrita en España (o más bien en el exilio español) por Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda. Más que con un especial “sabor peninsular” o con los recursos estilísticos propios que exhiben ambos autores, Zapata desarrolla desde su punto de vista (y desde un “exilio” sino político, al menos profesional, ya que vive y trabaja en los Estados Unidos) una escritura del poema en prosa que apunta a dos textos claves de este género. Me refiero a Espacio de Juan Ramón y a Ocnos de Cernuda.
En los poemas citados, ambos autores desarrollan ciertas particularidades que Zapata ha sabido incorporar y ampliar en su obra. Desde esta perspectiva, el poema en prosa, en general, se plantea como un espacio donde no existe una sobreabundancia de imágenes, pero donde si aparece la reflexión filosófica como un elemento esencial. Sobre todo en Espacio, Jiménez revisa con ojo crítico el paso del hombre sobre la tierra, no desde una perspectiva histórica, sino desde su relación con la naturaleza, su propio ser y sus acciones. Critica el desapego a sus orígenes, a la propia condición de ser natural, el olvido del afecto y del amor como instrumentos fundamentales para la convivencia y para la paz. Desde luego estas meditaciones son ejercidas por un hablante poderoso que, en el caso de Zapata, a veces puede revestirse de una calidad omnisciente y totalizadora, pero que en el caso del peruano se mediatiza por la experiencia personal, por la “propia historia” haciendo de esa mirada reflexiva no una exhibición de una teoría filosófica concreta, sino una consideración atenuada que permite la entrada del recuerdo como arma para el desarrollo de la idea. Véase, por ejemplo, este fragmento del poema “Un perro negro en Vallarta”:
“(…) No te diré cuánto he caminado ni cuánta arena tragué este verano. Tal vez tampoco tú me quieras decir nada del arte de la soledad o del bronceado desnivelado de tu cuerpo, pero te conozco bien, y sé a qué vienes a caminar por estas playas donde hay tanta gente que no puedo distinguir a nadie. Me he convertido en una estatua de sal pero he sentido momentos increíbles de verdadera felicidad (…)”.[5]
Es justamente en esta particularidad donde la escritura del autor peruano se une a la de Luis Cernuda. En Ocnos, el poeta español rememora su infancia, descubre su mundo actual desde la perspectiva de su propio pasado (recurso que Octavio Paz ha señalado como característica de uno de sus libros esenciales, La realidad y el deseo). En la obra de Zapata, no es precisamente el mundo de su infancia el que aparece como herramienta para la mirada meditativa, aunque sí la infancia de sus hijos, asunto que hace propio con naturalísima continuidad como en el hermoso poema “Un pino me habla de la lluvia”:
“La bicicleta de mi hijo rueda con el universo. Es sábado y paseamos por la calle llena de pinos y enebros delgados que se despliegan por toda la ciudad.
El sol cae en nuestros ojos por la cuesta mientras volamos con el aire seco del desierto y los piñones ruedan por las calles con el viento. El sol baja a las seis de la tarde en el invierno, y se va escondiendo por los cerros que se enrojecen con su sombra (…).”[6]
El recuerdo se presenta como un pasado no pretérito sino reciente, a veces mezclándose con el presente. La mirada no se remonta a los años lejanos, sino a experiencias medianamente recientes o, incluso, a situaciones del inmediato ayer (con la excepción de algunos pocos poemas como “Ventanas”, por ejemplo) en donde el tiempo es siempre, o casi siempre, un asunto primordial –en este sentido, vallejiano- y de una cercanía notable:
“La lluvia cae en el lago. Ha llovido toda la mañana. Mis hijas dan de comer a los patos que se reúnen en la orilla a la hora del almuerzo. Los cuervos vigilantes acampan al costado de la casa de Stevenson, el viejo vecino que fumaba e incendiaba cabañas, pero que dejó algunas maravillas bajo este vasto y estrellado cielo. Los cuervos esperan la hora del retiro, la oración que calme su casa consternada.”[7]
(“Saranac Lake”)
Otro asunto que lo “emparenta” con Jiménez y Cernuda y que, por cierto, es un rasgo propio de un autor moderno y contemporáneo es la constante alusión a textos, autores, obras y referencias literarias. Sin caer en la pedantería académica ni en la exhibición gratuita, Miguel Ángel Zapata se inscribe de una manera sutil pero a la vez muy clara en el entramado de la literatura de su patria, de Hispanoamérica y, también, de la lengua inglesa y de las literaturas europeas. Así, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Fernando Pessoa, Francis Ponge, Theodore Roethke (autor traducido por Zapata) y otros se insertan cuidadosamente, sin estridencias, en las precisiones y percepciones que el poeta entrega a su lector estableciendo un nexo que hace cómplice a éste y lo une a las lecturas del autor. Si bien, ésta no es una característica novedosa en la poesía moderna, Zapata marca una diferencia muy clara con otras formas de escritura que exageran en su barroquismo la cita y el peso de la tradición o que, simple y llanamente, obvian cualquier ligazón con ella cayendo en la aparente originalidad y en ese excesivo y, a estas horas, absurdo coloquialismo que tanto bien le hizo y tanto daño le hace a la poesía hispanoamericana.
Precisando este tema, me parece que la obra de Zapata y preferentemente su poesía en prosa, aunque en general toda su producción, posee una virtud que varios críticos han reseñado ya[8] y a los cuales me uno: la simple claridad de su palabra, su fraseo musical y armónico[9], la transparencia de un verbo que no ambiciona la altisonancia, sino el ritmo secreto de una poesía honda, que cala verdaderamente y, en este sentido, que se entrega generosamente a su lector, sin que éste tenga que enfrentarse o debatirse en el desconcierto de enmarañadas entelequias o en las boberías más que evidentes que habitan, profitan y sobreabundan en la poesía hispanoamericana.
Santiago de Chile, abril de 2007
[1] Pienso, por ejemplo, en el caso de Chile, donde este tipo de poesía ha sido poco frecuentada, con notables excepciones, desde los comienzos del siglo veinte hasta las generaciones más actuales.
[2] Platas Tasende, Ana María. Diccionario de términos literarios. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2000, p. 641
[3] Zapata, Miguel Ángel, Poeta en prosa, texto enviado al autor de este texto.
[4] En este breve trabajo me referiré a los últimos textos del autor escritos entre el año 2001 y 2006 en la ciudad de Nueva York y que ha reunido y publicado este año en Lima bajo el título Un pino me habla de la lluvia.
[5] Zapata, Miguel Ángel. Un pino me habla de la lluvia. Ediciones El Nocedal S. A. C. Lima, 2007.
[6] Zapata, Miguel Ángel. Op. Cit., p. 15.
[7] Zapata, Miguel Ángel. Op. Cit., p. 22.
[8] Me refiero a Oscar Hahn, Miguel Gómes, Víctor Manuel Mendiola, Daniel Freidemberg, Cristián Gómez, etc.
[9] Siendo muy importantes también las alusiones a compositores o piezas musicales, en especial a Corelli, por ejemplo, que aparece en Un pino me habla de la lluvia o, incluso, desde los comienzos de su obra poética en títulos como Poemas para violín y orquesta (Premiá Editora, México, 1991).
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