CHEYENNE, WYOMING
Detenerse una vez, un rato largo
En los lugares que la muerte engorda
Entre montañas dientudas, como las que amenazan
Los sueños de los hombres probos.
Cheyenne, Wyoming:
Un punto invisible en medio de la Nada.
Ibamos encapsulados, secuestrados en un bus
Reservado a parias, convictos, fugitivos
Y nos detuvimos por inercia
Para degustar un café barroso, negado además
Por una rubia rolliza con couperrose
Porque ahí tener acento hispano era peor
Que andar salpicando a los vaqueros
Con sangre contaminada de SIDA.
Y de haber vaqueros, sí que los había:
Eran como fantasmas embadurnados
Con brea o regaliz que no era de este mundo.
Ataviados con sebosas gualdrapas de cuero
Se estaban ahí parqueados, tirándose las pelotas
Afuera del café de la estación del Greyhound.
Te miraban con un odio tan inmenso como inocuo.
Ese mismo odio los tenía petrificados en el pavimento
En su capa ligera de escarcha
Con lodo y esputos rojizos de tabaco.
Los miré a mi vez con compasión infinita
Porque no es indispensable ser un cabrón, un pendejo
No es completamente inevitable recoger
Todos los gérmenes de la canalla.
No necesitamos lamer ese suelo
Cubierto de peanut butter, cuidadosamente batido
Con los orines de los últimos soldados de Custer
O con la sangre de los que murieron en Wounded Knee.
En Cheyenne, WY, uno pisa y recorre
El más completo vacío que pudiera existir
Lejos de un hoyo negro:
El vacío del alma y del cuerpo juntos.
Sólo cabe volver al bus moqueando y vertiendo
Lágrimas de cocodrilo: precisamente
Uno de ellos acababa de devorarnos.
Hay que volver, sí, al bus pringoso, infecto
De emanaciones malignas, radioactivas
Donde un negro ronca ya en tu asiento usurpado
Y hay que buscar otro en esa maraña
De cuerpos dormidos donde el sueño es un enigma
Menos oscuro que el acto de estarse ahí parados
Musitando blasfemias dirigidas a Cervantes
O a Quevedo, o a tu Santa Madre.
Lo maravilloso es que ellos
Jamás supieron del Siglo de Oro
Ni de ningún siglo semejante.
Luego el bus se pondrá en movimiento
Nunca más en la vida veremos ese paraje:
Agradezcámoslo con una ferviente plegaria
Y un pedo silencioso que permanezca ahí
Por mucho rato, flotando y congelándose
Para ser respirado por las generaciones venideras.
31.1.08
EL JAZZ
El jazz, miel de la noche y del día
Armonía de los difuntos, caramelo
Donde tus molares rotos se recomponen
Y reviven el piano donde tocaba Art Tatum
Y tocaba tu tío Cochecho, y el gringo Carnegie de Coquimbo
Que se parecía a Leslie Howard y como Glenn Miller
Murió piloteando un avión entre Inglaterra y Francia.
Con el jazz mis huesitos cantan y cantarán
Porque cuando ellos sean música, habrá un xilófono
Salido de mis despojos, donde Lionel Hampton
Hará de las suyas, o serán los palillos de su batería
Que percutirán la piel tensa del universo
Arrojando estrellas de la nada a la nada
Como si fueran migajas o chinches.
Con el jazz se hace menos dura la falta de amor
Y en su exceso o plenitud, también el jazz
Se convierte en orgasmo, para los amantes
Que sepan entregarse a su sabiduría
Como instrumentos pitagóricos del más allá.
En ese interminable país del silencio, donde los que sueñan
Se llevan cada uno una trompeta a los labios
Y donde hay un piano de marfil y ébano en cada esquina
Y las palomas se arrullan con semifusas
Y con las armonías suculentas de Al Haig
Ahí buscamos en nuestros bolsillos el espejo
Trucado de Nostradamus, donde finalmente
Se halla escrita la cuartina que nos lleva al Carnegie Hall
El 16 de enero de 1938, cuando Goodman descartuchó
A los cartuchos para siempre y donde quedó un disco
Que será el tesoro de esta vida que nos llevaremos a la otra
Y Anubis será convertido a la música sincopada
Para iluminar las tinieblas del Reino de Occidente.
El jazz merece continuarse en ese reino imposible del otro lado
Porque si hay algo que vale haber conocido en esta vida
Fue la trompeta de Miles Davis
Doliente como un ruiseñor que se muere cantando
Escuchada en los arreboles de un ocaso, junto al mar
De Isla Negra o en el Lungomare de Génova
Donde una vez encontraste a Jorge Toro
Haciendo eses, borracho como la pelota goleadora
Que se le había perdido para siempre.
Hubo un tiempo en que bastaba
El pianito de Fats Waller y su cascada de luces
Para ser felices hasta las últimas consecuencias.
Después las cosas cambiaron
Se murió Fats Waller en un tren expreso
Que a su vez iba rumbo a la muerte y todos los de su Ritmo
Slick Jones, Herman Autrey, Al Casey
Gene Sedric y el resto de la tierna banda
Bajaron también a tocar el Baile de los Negritos
En un subterráneo sin fondo y sin salida.
Sin embargo
En ese misterio que somos o que fuimos
Bastará un acorde de piano de Bill Evans
Para volvernos a la vida, por oscura e indecible
Que sea la noche donde habremos de morar
Y por ancho e innombrable que sea el río
Que deberemos atravesar a su tiempo
Allá lejos o aquí mismo
Entre las argucias de la piel y la memoria.
Hay que recordar para existir:
Con las sombras no se juega.
Y menos con tu oreja cortada
Que cuelga de la noche.
27. 1. 06
EL PADRE MUERTO
Allá abajo, volviendo
Del abismo azul de los sueños
Con sus manos de artista negado mientras vivió
Mi padre muerto me trae a mi gato muerto
Apenas ayer, en el anillo espantable de los días
Donde estoy mascando ceniza en la vigilia
Y en el sueño, vienen imágenes de otros horrores
Mezclados a las del amor despojado de todo límite.
Allí una sílaba pronunciada equivale al silencio de años
Y una palabra puede remontar el río
Que alcanza al cerebro mientras duerme
Pero lo mismo pena en sus hemisferios desiguales
Y del mismo modo nos sumergimos
En los misterios diáfanos que se resuelven muriendo.
Allá en ese territorio infinito
Que los muertos poseen para su goce
Más allá de los sentidos
Allá mi padre puede traerme por unos minutos a mi gato
Y mostrármelo junto a una ventana abierta
En un patio con geranios como el que había
Donde juntos existimos en el tiempo ido.
Vamos pues a dormir
Que mientras más largo sea el sueño
Mejor será para poder encontrarse
Todos los que fueron y ya no son
Todos los que fuimos y ya no somos
Todos los que ahora son, pero tampoco existen.
15. 12. 05
HIMNO DE LA NOCHE
La luna creciente ha desaparecido, la niebla
Se la comió hace tiempo, lo suficiente
Como para aniquilar todos los deseos: con la luna ida
Llega la obsequiosa muerte a masajearnos las costillas
Y a pronunciar una sarta de palabras vanas.
Pero también con la noche los mapaches llegan
A satisfacer el más elemental de los deseos:
Comer una mezcla de pirulos de comida de gato
Junto a la baba seca que yo les deposito cada noche
Con mi piel que se descascara como la de una vieja serpiente
Que decidiera mudársela por una última vez en su vida
Para vivir otro agosto, y que sabe a la orina de la Parca
Y al último pétalo de una rosa inexistente.
A esta hora de la noche, hay que reconocerlo
Con una sonrisa que al menos se nos abre sin reticencias
Gran parte de nuestras miserias se atenúan o disfrazan
Y el corazón va deteniéndose en su fuga, acólito
De las epifanías donde nos masacraron
Y donde en vez de agonizar, respiramos hondamente
En los pranayamas aprendidos hace cuarenta años
Y olvidados justo a tiempo para que pudiéramos envejecer
Sin gran remordimiento, sin vacilaciones o tartamudeos
Porque las palabras, en ese estado de gracia, salen solas
Bendecidas por el silencio mortal de la niebla
Que sólo triza el graznido lejano del búho
O, todavía más lejos, crujen las bellotas
Pisadas por los gatos vagabundos y por los venados
En busca del agua que ya escasea, porque es junio
Y tal vez no lloverá en otro siglo más, por suerte.
Los caracoles son quienes lo agradecen más:
Ya no serán ahogados por la lluvia insensata, pero ellos ignoran
Que un sol igual de inclemente, camuflado bajo la niebla
Los secará y los dejará inmóviles para siempre
En la puerta mecánica de mi garage
Que esconde todos los secretos del universo.
Ahora que está de noche, ahí mismo se oculta
El secreto de mi nacimiento, el por qué me trajeron
Defectuoso en medio de un mundo de efebos
Que emergían debajo de las piedras como cascarudos.
En todo espacio que está solo y aparentemente duerme
Durante la noche primordial, ahí tengo un nido
Y un paraíso perdido donde podría resucitar un día
Entre las arañas muertas y las hormigas que sí son inmortales
Por toda una estación esquiva, cuando somos o no somos
En medio de una oscuridad tan vasta y tan cadavérica
Como para apegarse a tu piel, musitando canciones de cuna
Mientras tus dolores se atenúan porque se van a otro sitio
Después de desgarrar impunemente tus tripas.
Pero ahora tengo un dolor clavado en medio de la espalda
Un dolor que no se va, que no querrá irse sino hasta el alba
Donde ni yo ni tú, ni los gatos ni los coyotes existimos
Porque las criaturas de la noche sólo pueden abrigar
Una leve esperanza cuando todo ha desaparecido.
7. 6. 05 enfermo del ‘mal de vivre’
MARIACHIS
Desde hace unos años que vivo rodeado de mariachis
Cuando abro los ojos y cuando los cierro
Hay mariachis que suben y bajan detrás de los párpados como moscas de la fruta.
Cuando meo, mariachis cristalizados caen con la orina, y suenan con ruido
de arenal en el resumidero.
A menudo me cuesta sacar los mariachis que se atascan en las muelas, me cuesta escupirlos
Porque con tanto violín, tanta trompeta, a veces tengo que estirarme las fauces
Como apagando un incendio o confesando una mentira.
Si llego a casa, hay mariachis esperándome en el vestíbulo junto a la ropa colgada
Y también al acostarme, tengo que sacudir
Los mariachis que se quedaron enredados en la sábanas
Como migajas que tocaran las Mañanitas
Cantadas en muy lejanos cumpleaños por mi tía y mi madre.
Tengo sueños malos con mariachis, sueños que al despertar se repiten y, coloreados de azul, me esperan hasta que oscurece el día.
Una vez en Mazatlán, Culiacán, Sinaloa
Vi unos mariachis congelados, petrificados bajo la luna:
Desde las orejas le salían enredaderas y plantas carnívoras.
Un dardo rojo me llegó desde una de ellas, y una lata de cerveza Tecate.
Hay mariachis persistentes, cuyos guitarrones retumban en las tripas
Y cuando amanece temprano se precipitan del vacío, rebotan en el suelo
Y hacen daño si te caen en el pescuezo.
Con sombrerazos siempre, con ese picor que viene de sus enormes alas
Que han de cubrirte la vista de todo cuanto importa ver
Como el velo marítimo que enfría la costa en el verano.
Cuando llega el domingo, no menos de tres grupos de mariachis han de tocar tu puerta
Pidiendo desayuno, exigiendo huevos rancheros y finalmente conformándose con comida de gato.
Se alejan matutinamente, se alejan pero no te dejan
Los mariachis llevan sangre caliente, llevan agujas de oro y plata
Clavadas en los pantalones bordados, y también en las ingles
Y pueden llorar cuando no se lo esperaría, esto es antes y no después de cantar
Mariachis esparcidos en la alfombra como polenta verde y roja.
Hay mucho tequila, también
Una marea de tequila abraza los verbos y los pronombres,
Los descabeza apenas nos callamos y quedamos mudos como consecuencia:
La falta de tequila es peor que la abundancia.
Cuánto tequila, cuánto tequila, madre santa
Cuánto tequila nos falta para completar otra tarde angustiosa.
Ay si no viera ni escuchara ningún otro mariachi, mi vida cambiaría
Pero estoy en este mundo, y voy navegando este río
Río inmutable donde hasta los piojos son iletrados
Y donde hay mariachis abusivos que crepitan al estallar.
Mariachis que no te dejan hablar sino en su idioma aprendido en las letrinas, y cuando lo repites
Esa lengua cambia, como si un mago estupendo te horadara la boca
Buscando a su vez mariachis atascados, trompetas inmaculadas,
Pero el camino es largo y está lleno de hoyos
Que los mariachis practicaron con sus rodillas, con las huevas
Y está flanqueado de una selva de acacias y sicomoros
Que antiquísimos mariachis plantaron, antes de que hubiera un solo hombre
O un solo mono en este mundo.
Porque es un hecho irrefutable que los mariachis llegaron antes que nosotros a la tierra
Y aquí se quedarán cuando yo esté más muerto y olvidado que una palabra que nadie pronunció en un millón de años
O una luna que nunca salió en la oscuridad de otro mundo.
2003
EL LABERINTO DEL SAPO
Cuando se navega en el laberinto
Y uno se acerca a la salida
—que es la entrada—
El Minotauro ya no intenta devorarnos
Porque ha hecho las paces con todo los viejos trucos
Y con nuestras raíces germinadas en el barro.
Ahí los misterios comienzan a develarse y los rostros
Al borrarse descubren su imagen real.
Por ejemplo, cerca de la salida
Ariadna aguarda con intensa esperanza al sapo
Que en verdad parece príncipe
Y ella, que antes encontró la salida, ahora encuentra
Únicamente la entrada.
En el presente desolado sólo puede entrar al laberinto
Llevando su hilo mortal rasgado de su camisa.
Ella espera y escucha:
El beso de Ariadna transforma al sapo en príncipe:
Lo ha dicho la conseja desde siempre.
Pero la verdad es que el sapo sigue siendo sapo
Aun transformándose a la vista de ella y de todos
Y el príncipe en su aroma de sapo, hecha al mismo tiempo
De mentira y verdad, en la pantalla efímera del aquí y ahora
Se niega rotundamente a perecer
Como sería de rigor con todo tiempo presente.
También la verdad es que el amor
Hace ver a cualquier sapo como príncipe
Y en su presencia el bostezo se transforma en sonrisa
El muro en ventana
Y el sapo—que ogro no es, pero mucho menos ángel—
Se viste de príncipe en el transcurso de un breve o interminable sueño
Y en ese sueño la palabra
Vuelta indescifrable en sus infames circunstancias
Se muta de cieno en agua cristalina
La ofensa se vuelve halago
Y las miradas de fastidio y tedio
Se visten de comprensión y tolerancia
En los otros ojos de admirado color que reemplazan a los viejos
Vaciados de sus cuencas por haberlo visto todo y porque miran
Desde otros mundos a las mismas cosas.
Después, como en los corridos mexicanos
Viene el tiempo justiciero y vengador
Y sus palabras duras e inocentes rebotan con fuerza
En las paredes del laberinto
Y no dejan huellas de su paso.
El laberinto se cierra y engulle a Ariadna.
También a Teseo, quien ahí supo encontrarla
Hace tanto tiempo como para desvestir a todos los santos
Y ahí también la había perdido
Entre las briznas ásperas de la alfombra nueva
Foresta para enanos malditos y ácaros rumiantes
De la sangre ajena.
También el sapo y el príncipe son engullidos
En un solo bocado del anticucho frito
Con su carne, emulsión de humano y batracio
Cada uno inmerso en su propio espejismo
Al que se aferran como al agua
Caída del cielo.
Cada uno devorándose
Mostrando cuerpos efímeros como fuegos fatuos
Y en el rostro una vez amado y luego olvidado
Dejan huellas que también han de borrarse.
17. 6. 07
Día del padre 2007
ODA A MARKET STREET
Hemos llegado caminando no sabemos de dónde
Hemos salido de la Nada, comiento tostitos y bebiendo
Agua Crystal Geyser en botella de plástico
Intuyendo que el que sabe sabe y el que no sabe aprende
En este territorio de Pancho donde nos sentimos anónimos
Embellecidos por la dicha de estar con los pies sobre la tierra
—Y es una tierra que tiembla frecuentemente—
Nos hemos vaciado los bolsillos de pelusas y de dólares
Porque aquí hay muchos mendigos con quienes compartir
Los dólares y los dolores
Como alguna vez dije antes, cuando recién aprendía a hablar.
Muy bella es esta calle Market Street:
Por una acera, una multitud sube riendo
Por la otra, la misma gente baja llorando
Y por el medio pasan tranvías amarillos, preciosos
Cargados de recuerdos, de pirañas, de gatitos
Como aquellos dos, lustrosos, majestuosos, dignos
Que el mendigo más caballero del mundo usa para conectarse
Con almas sensibles como las nuestras: le hemos dejado un dólar
El último destinado a los pobres, ya que los otros necesitados
Esto es nosotros, debemos comer antes de regresar a lo ignoto.
El mendigo de los gatos está sentado con sus animales en la niebla
Que es más espesa en la acera sur, porque ahí pasan las almas perdidas
Camino de la torre del embarcadero, allá un Caronte electrificado las pasará a la otra orilla
A Oakland, a Berkeley, todos irán a estudiar a Berkeley
Para doctorarse en espinas de pescado.
Pero nosotros bajaremos por Market Street hasta sentir dolor en las entrañas
Y luego subiremos hasta un negocio de la Crocker Gallery
Donde un par de zapatos de cuero de cocodrilo vale ochocientos en liquidación.
Me asimilo fácilmente a los mendigos, no me distingo de ellos
Pero los businessmen también me rodean, por cada uno de ellos
Hay un mendigo como un ángel de la guarda de la tristeza y el oprobio
Los mendigos y sus perros son la única riqueza de la comarca
Si con los pobres se va al cielo, esta es la mismísima puerta del cielo:
San Pedro es el portero del Palomar Hotel.
Llorando nos deslizamos por la acera donde se baja.
Por ahí me topé con la imagen de Ben Saltman, la muerte me lo trajo
Por dos segundos, porque él iba subiendo cuando los otros bajábamos
Le dije perdone mi ingratitud compañero, usted se marchó
Mientras yo dormía, mientras yo estaba todavía más muerto
Enseñando clases donde mi voz no podía escucharse y su mirada triste
Me respondió al pasar bien compañero, será hasta la próxima
Siempre hay una segunda oportunidad para el que honestamente se desperdicia.
Iba caminando despacio, iba caminando a pie, con un dolor en el talón izquierdo
Pasito a pasito, comiendo mis sagrados tostitos.
De paso le eché un looking a una mina caballar.
Viendo ese desenfreno de luz y sombra
Y sabiendo que de algún modo también yo era parte de ello
Estaba metido ahí hasta las masas, era como un semáforo o una migaja
Botada a las palomas y desperdigada por el viento
Pensé en el árbol de Nietzche:
Ramas en el cielo, raíces en el infierno.
Porque así como hay gringos que salvan las mariposas y las ballenas
Como Esteban el ecólogo que se juega el pellejo por los alerces de Chile
Así ejecutan a dos por semana, a sangre fría, sean inocentes o culpables
Basta que una ley maldita y espúrea los declare culpables
Ahí están aplaudiendo en el momento de la ejecución
Cuando el infeliz de turno recibe el cianuro en la vena
Aplauden con saña peor que la de Jeffrey Hammer descuartizando chinos.
Vamos para arriba riendo y para abajo llorando
De nada sirve gritar, pero peor es el silencio
Por lo menos, de mi palabra quedará el eco.
Hay que ponerse a la cola del tranvía en Powell Street
Donde los indios ecuatorianos están tocando sus quenas y sus bombos
Desde hace siglos tañen, soplan y musitan con el viento, su música no tiene principio ni fin.
Como nosotros, esperan la salida del sol
O que den las dos de la tarde, hora meridiana
En que iremos al gran Shopping Center a comer napoleones
En la Patisserie, y yo visitaré el meadero tres veces
Donde el mismo negro está sacudiéndose la verga
Como un Orfeo que apostrofase a Eurídice por haberlo dejado
En las puertas del Infierno, abandonado a su suerte.
Su cabeza cortada por las Ménades irá flotando frente a la isla de Alcatraz:
Todos somos Orfeo perdiendo a Eurídice más de una vez en la vida
Mientras bajamos al infierno o al paraíso cantando la Marsellesa.
Pero tú me esperarás en la misma puerta de nuestra casa
Para que entremos en silencio, el umbral no tiene término
Nos acompañamos mutuamente para caminar mejor
Juntos atravesando el Río del Tiempo.
Donde caminaban por Arcadia, por Cucaña, por el Valle de los Caídos
Por el Valle de Josafat, por la Vega Central, por los Campos Elíseos
En la calle Aldunate de Coquimbo
En la playa de Terracina mirando el promontorio del Circeo
—Ahí estaban mis compañeros, todavía con cara de chancho—
Junto a la catedral sumergida de Ancud
Todo eso está en el escaparate de un negocio lleno de oros y de nácar
En Market Street, a dos pasos del útero y sus márgenes ambiguas
Entrando o saliendo de los negocios donde nadan las orcas
Los pejerreyes y los delfines
Trepando por las calles con los cable cars y las vírgenes del sol
Y de la gran Pirámide de la Luna por donde vamos subiendo.
San Francisco 22. 6. 2000
CON MONK Y ‘ROUND MIDNIGHT’
Para leerse con ‘Round Midnight’ de fondo, en la versión de solo de piano o del cuarteto de Monk.
Supe por vez primera de Monk en las manos de un amigo
De Thito Valenzuela que a su vez era amigo de Los Jaivas…
En las manos de ese cuate Monk desplegaba, repetía sus disonancias
En modo especialmente artero.
Después, en Italia, regresé a Monk en un disco de Bill Evans
Comprado en Reggio Emilia, ciudad que existía sólo por la niebla.
Ahí volvía a hacer piruetas don Thelonius y mucho después todavía
Lo vi rodeado de gatos en un departamento de New Jersey
Donde tocaba ‘Panonika’ para su amiga la baronesa alemana.
Fumaban ambos como condenados
Pero ciertamente se amaban como ángeles.
Apenas al otro lado del Hudson su primera mujer, Nellie, la madre de sus hijos
Esperaba o velaba o se trasladaba de noche
Hacia donde al menos pudiese rescatarlo para sí misma.
Monk hacía piruetas en los conciertos, lo vimos escuchando Round Midnight en su noche particular
Y en otros lugares lo vimos darse vueltas como perinola
Mientras los músicos ensayaban sus creaciones en algún rincón de Amsterdam o del mar del Norte
Cerca del castillo de Elsinore, cada vez que tocaba ya se paraba del piano
Parecía no poder estar mucho tiempo sentado en ese instrumento que lo sacaba de quicio
Y al cual se aferraba como a un clavo de Cristo o una imagen soterrada del infierno
Pero del infierno musical.
Cada clavo lo transformaba en maná y ambrosía y su locura se discernía en esos pasos de baile
Frente a las audiencias estupefactas.
Yo no puedo decir que encuentre a Monk en otro sitio , sólo alrededor de la medianoche
En medio del tiempo que se extingue.
Así lo veo también muy quieto
En su ataúd y en fingida paz, finalmente descansando de sí mismo
Mientras su mujer y la baronesa sentaban juntas, como es justo que sea
Compartiendo ese muerto, la realidad de su ausencia
Como debe ser para todo lo que nos une o nos divide
Como el Hudson helado bajo su sombra y los gatos
Alejados para siempre de su mano y su caricia
Y el piano silente allí frente a los ventanales desde donde se veía el Empire State con la estrella de Rosamel en la cúspide.
En una iglesia de Harlem, por primera vez —como dijo Neruda de su Mamadre— estuvo quieto en su ataúd
Sin hacer irreverencias Monk, sin escupir locuras
Con las manos cruzadas, sin otro piano que el de la dentadura de los ángeles recibiéndolo.
Round Midnight describe pasos erráticos en mis venas
Aquí ha pasado la medianoche, aquí ha pasado el mediodía
Y todas las medias tardes, los crepúsculos y las albas
Y escuchamos esa música una infinidad de veces
Siempre como si fuera el principio, como si nunca se la hubiera sentido
Porque la canción recomienza y se recrea otra vez
Y sus flores se desbaratan en colores y formas nunca vistas.
Alrededor de la medianoche
El corazón se siente henchido y la desesperación pareciera huir
Como si fuera un perro aullando por las estepas de otro mundo
Debajo de una estrella roja y una estrella verde
Monk nos hace guiños y vuelve a darse vueltas
Como un trompo ebrio de su inocencia, en su corpachón de negro,
Indio, alevín de todos los peces giratorios que perfuman el mundo
Sin harina de pescado, claro, sino de violetas
De violetas acostumbradas a la tierra y acostumbradas al cielo.
Ahí, viejo Monk, no te sabemos cadáver
Te sabemos desquiciado junto a las uñas que se nos fueron
Pero afirmado a la última neurona visible y permisible
Ahí dentro del cráneo y desterrado de su propia miseria
Allí esa música nos mantiene vivos.
Viejo Monk se nos hace agua la boca con esta canción
Viejo Monk no nos desesperemos porque acaso otro instante nos quede
Para escucharla y a ti para telegrafiarla desde el más allá
A este lado más traicionero que tarjeta de crédito.
Este mundo gracias a ti
Se vuelve como una almohada mullida cuando llega la medianoche.
Describamos ese paso de vals, ese mambo azul indescriptible en el que termina Round Midnight
Para mejor limpiarnos los oídos, y dejar entrar la música
Que bien se toca en el otro lado y que mejor se escucha en éste
Cuando los pájaros picotean en el tejado y hacen sacar chispitas de luz
Desde esa especie de sueño que está sobre nosotros.
Alrededor de la medianoche los pájaros picotean en los tejados de nuestros ojos
Y nos hacen despertar en medio de otros signos letárgicos
Mientras los monstruos claman por mayor castigo
Más castigo y mejor castigo para nosotros los inocentes.
Sobre el techo se juntan los pájaros de la muerte para hacernos abrir los ojos
Y sobre el techo golpea Monk también, zapateando descalzo
O con escarpines chorreantes de lluvia.
Desde el techo golpea Monk
Percute con los nudillos el piano de las pobres esferas
Alimenta a los dioses del más allá
Para que ya vengan a inventarnos otra canción de cuna.
Los Osos, mayo 2000
Terminada en Santiago de Chile, 23-7-2000
UN PAISAJE, UN SUEÑO
Soñar de día es un acto permisible
A los que abrimos la boca por la tarde
O cuando la niebla ciega la península de Matanzas
Porque hacia allá se había ido
El sol del último verano.
Los viejos románticos
Por lo tanto morimos boqueando
Como los peces varados por el maremoto
El sismo que torció las almas
De los fugitivos de otro tiempo.
Teníamos una cita trunca
Pactada en otro mundo
Cuando las cabelleras ungidas de las sibilas
O los pechos aceitunos de Safo
Eran tan visibles como las estrellas del Sur
Allá en el Norte que también se hundió en el mar.
Veníamos huyendo
De ese continente perdido
Y aquí era el destino encontrarse
Cuando ya mi cuerpo me había abandonado.
Ahí me ocurrió transformarme en este sueño diurno
Que sólo puede atisbarse o a medias vivirse
Con los párpados cosidos
O como a través de cerraduras o periscopios
Buscando malamente los rayos esquivos:
El ojo del sueño que nos guía
Lazarillo extraviado, lazarillo ciego
Caminando por las dunas.
Más allá y más acá de aquel cielo diurno
Despojado de toda estrella
Que no fuera recortada y pegada allá arriba o abajo
Con las falanges sacrosantas de mi esqueleto
Que bogaba en nave de bejucos
Con campanillas o cencerros de plata
Anunciando el fin de la navegación en plena tierra
Lago estepario, árido de moluscos y con fantasmas arrodillados
Que lloraban por ti.
Híjole cómo duele perder lo que nunca se tuvo
Y cómo sangran las venas ya purgadas
Por algo así como una eternidad de vagar por el vacío
Tanto por mencionar una cifra del tiempo
Que me trajo y me llevó
Sin que nunca pudieras presenciar el tránsito penoso
Por estar ambos muertos, devorados
Por el Gran Ogro de la Montaña.
27. 4. 10
Hernán Castellano Girón nació en Coquimbo en 1937. Estudió Química y Farmacia en Santiago, pero sus actividades e intereses artísticos empezaron muy temprano en su vida. Hay un cuento ilustrado suyo (“La hormiga Cecilia y el pulpo”) de 1947. Trabajó como docente e investigador científico en la Universidad de Chile en Santiago hasta 1973, en que la dictadura militar puso en peligro a la vida de muchos intelectuales chilenos. Vivió exilado en Italia y luego en los Estados Unidos, donde obtuvo un Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Wayne State University de Detroit. Ha sido también artista gráfico con exposiciones individuales y colectivas en Europa, los Estados Unidos y Chile (2009).
Es autor del mediometraje Nosferatu una escenita criolla (1971). Libros publicados hasta la fecha:
Relatos: Kraal (Santiago: Colección el Viento en la Llama, 1965), El bosque de vidrio (Santiago: Ediciones Ars Nova, 1969), El huevo de Dios y otras historias (Santiago, LOM, 2002), Nosferatu una escenita criolla, guión y historia fílmica (Isla Negra: Tralcamahuida, 2009). Novela: El ilegible, las nubes y los años (Concepción: Cuadernos Sur, 1987), Calducho o las serpientes de calle Ahumada (Santiago: Planeta, 1998). Poesía: El automóvil celestial (Italia: Gea, 1977) Teoría del Circo Pobre (Canadá: Ediciones Cordillera 1978), Los Crepúsculos de Anthony Wayne Drive (Detroit: DOME Press., 1983), Otro Cielo (Concepción: Cuadernos Sur, 1985). Ensayo y crítica literaria: Un Orfeo del Pacífico, antología de Rosamel del Valle (Santiago: LOM, 2000), Las palabras ásperas: poesía sin pureza, antipoesía, posmodernidad (Ediciones Una temporada en Isla Negra, 2010). La selección corresponde a Un fantasma feliz (2000-2011), inédito. Distinciones importantes: Primer Premio de Cuento de la revista Hispamérica (1978, jurados: Cortázar, Vargas Llosa, Roa Bastos) Primer premio de Cuento, “Asociación de Chilenos de San Francisco”, 1993.
Poeta Laureado de la ciudad de San Luis Obispo (California, 2001). Profesor Emérito de Español y Literatura Hispanoamericana, en la California Polytechnic University en San Luis Obispo. Reside en Isla Negra desde 2008.
[1] Leyenda de Colchagua la Vieja.
1 comentario:
Con mis saludos estimado Andrés, gracias por compartir estos magníficos poemas del maestro Hernán Castellano Girón, bellos trabajos que nos invitan a un viaje interior y exterior, saludos
Leo Lobos
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