DE UN ASTRÓNOMO DE CÓRDOBA, AL ANDALÚS
(Siglo XI)
Los cuerpos lo presienten en su contorno frágil,
ningún jardín se acerca a su perfecta forma,
ni siquiera el agua seduce en su belleza.
La voz de las estrellas es una voz que rompe
toda arquitectura, toda humana obra.
La voz de las estrellas es la voz de Dios
que es como una fuente, un arco y una flecha
llegando al centro mismo de la verdad secreta.
Escrito en las estrellas, dirá el pobre sabio.
Escrito en su parábola, en su ritmo y en su cénit.
Escrito por el cielo, en el cielo, desde el cielo.
Escrito por Alá.
Descrito por Mahoma,
su Único Profeta.
El astrolabio roto, las cartas tan confusas,
el silabario torpe del que quiso enumerarlo:
nada ha de lograr el aprendiz de noches,
el testigo ciego de amaneceres rotos.
El hombre y su soberbia, el hombre, mudo y sordo.
Todo estaba escrito. Todo ya esta escrito.
Todo estará escrito, menos su final.
FRAGMENTO DE LA SENTENCIA ESCRITA POR UN JUEZ EN PARÍS EN 1461
“[…] Dicto esta sentencia de muerte por la horca, instrumento de la mano de la justicia ciega, por todos los delitos que cometió este hombre en plenas facultades y por su cruel arbitrio:
Habrá de andar camino recto hasta el cadalso, sin posible enmienda, ni arrepentimiento alguno.
Dicto esta sentencia para François Villon y obligo que mordaza impida su argumento. Que no lo escuche el vulgo, ni el cura ni el verdugo, que las palabras mueran en su garganta atada.
Sin posible prórroga ni apelación ninguna, dicto esta sentencia en París, Reino de Francia.”
Nota de un escribano en 1489:
La sentencia jamás fue ejecutada. Dícese de aquel François Villon que partió a Inglaterra (no existe tal certeza). Hace poco que circulan sus poemas publicados.
EPÍSTOLA DE CETEGO, CABEZA DEL SENADO, A SU HIJO EN ADOPCIÓN, CRASO, EN LAS VÍSPERAS DEL AÑO 547.
“Craso, hijo mío:
Todo está acabado. He resistido lo indecible en pos de mantener a Roma y a Italia libre de la anarquía y el desorden. Los bárbaros acabarán su labor colgando hasta el último perro en el Foro de Trajano.”
(Mientras tanto en Ostia Antigua
se equilibra grácilmente
el navío que lo llevará a Bizancio).
“El enemigo nunca estuvo fuera, en los muros o en las puertas de nuestra tan querida Roma. El enemigo estuvo dentro, está adentro y destruye las bases de sus columnas, las sombras de una forma de vida que nunca se repetirá. Nosotros fuimos, somos y seremos el enemigo: tú y yo, Cetego y Craso. Los cónsules ancianos que tiemblan con los pasos de cualquier legionario. La ruina del Tesoro y la Babel de dioses y sacerdotes huérfanos que leen y redactan las Sagradas Escrituras…”
(No hay gemido alguno.
No hay gentío que corra en tropel.
Sólo un silencio pesado,
hueco y pesado,
grave y pesado,
un silencio sin coro,
sin oráculos ni llantos.
Un silencio tan discreto
Que avergüenza a los patricios).
“He dejado a tu nombre los pocos bienes que, tal vez, tú sabrás administrar de las cenizas. Intenta que las hienas no rompan aún más lo fragmentos y los trozos de mármoles y sedas. Me despido de ti, con la amargura del veneno que no mata y que queda atravesado en la garganta. Con el dolor de la cosecha muerta. Con la terrible convicción del sabio resignado a su ignorancia. Quedo de ti siempre, como padre enternecido por tus ojos húmedos ante la inocencia de ese Mar Adriático. Ahora otros vendrán y tú, hijo mío, serás el único eslabón entre mi muerte presentida y la exhalación final de un mundo que ya ha muerto”.
Cetego, padre, ciudadano y Senador de Roma.
(En el horizonte se alzan
las velas del navío.
Ha partido el último.
No ha quedado nada).
UN ORÁCULO DE DELFOS
Pregunta el Sacerdote a la Sibila por orden de Alejandro, el Macedonio:
-¿Acabaré el trabajo por la paz de los reinos y ciudades y el rico porvenir que ellas merecen?
Responde el Sacerdote después de oír los gritos hondos: las guturales sílabas y el llanto entrecortado. Las interrumpidas risas. Los ojos entornados:
-El barco que te lleve
no tornará jamás.
Serás un nuevo Ulises
sin Ítaca, sin patria:
con una rica herencia,
con un legado oscuro.
El barco que te lleve
encallará en la cúspide
de un lejano Olimpo
de Dioses que poseen
las llaves de las puertas
de todas las ciudades.
El barco que te lleve
será tu propio cuerpo,
brioso, acalorado, por fiebres
consumido.
(A Patricio Morales)
2 comentarios:
Tan cerca la antigüedad de la modernidad en estas palabras, en estos fragmentos, en estos versos y sin embargo tan lejos, un saludo cariñoso,
Todo un lujo leerte, estimado Andrés.
Un abrazo.
Antonio Arroyo.
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