La poesía no es otra cosa que un viaje hacia el sentido y el sonido.
Y si algo posee sentido, sonido, musicalidad es la poesía que ha producido Andrés Morales en 29 años de trabajo inclaudicable, si no me equivoco en las cuentas, desde la publicación de su primer libro por Ínsulas Extrañas aparecido en 1982 hasta esta Antología Breve publicada por Mago Editores y Poemas publicados por RIL Editores. Con más de 27 libros publicados entre poesía y ensayos poéticos, Andrés Morales ha producido una obra, una estética, una poética solvente que como lectora de poesía agradezco. Varios versos de Andrés me han quedado resonando por años, su dios malignamente humano que nos abre las puertas del infierno y “todos íbamos a ser Rimbaud”, aunque discrepe del sueño poético.
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La poesía no es cosa fácil, y presentar un libro de poesía cuyo material de trabajo y objeto de deseo es la poesía misma, no es cosa menor. Cuesta encontrar un poeta que escriba poesía por sobre el relato personal, citadino, epistolar. Cuesta encontrar un proyecto poético serio, arriesgado, escrito por y para la poesía y que requiere de lectores inteligentes. Si a eso le sumamos que conocí la poesía de Andrés Morales hace 24 años, en esta misma casa, que he seguido sus publicaciones, que tengo un gran cariño hacia su persona y una gran admiración a su fina y rebelde pluma pues este lanzamiento parecería casi un “acontecimiento”.
La pulsión de su pluma ha trazado los distintos puntos de ese ejercicio solitario y gozoso de la poesía, de dialogar y repensar la poesía que es lo que le compete a un poeta.
Si me preguntara donde habita Morales, yo creo que me respondería entre libros de la poesía española y los poetas de la experiencia, la poesía croata, chilena, china, japonesa, inglesa y un largo etc. Lo mismo que su nave entre universidades y aulas de literatura, en resumen entre “litteras”. Por eso cuando versa “escribo sobre la piedra” y repite el verso tres veces como una contraseña nos abre la pétrea puerta de una historia que a pocos importa, pero que tanto ha enriquecido y embellecido la vida de muchos de los que estamos esta tarde convocados aquí: La historia de la poesía.
Antología Breve de Mago Editores, es una antología donde el antologador pareciera ser el mismo poeta, donde el autor dialoga con otros poetas las cuestiones que le competen a la poesía y donde repiensa varios roles: el rol del poeta y sentido de la poesía desde el cristal de un par de objetos atesorados: espejos que devuelven la propia imagen de la poesía y botellas lanzadas azul de la memoria como un canto maldiciente que reniega del canto.
Mar y memoria hacen las veces de vehículo y contenido en la poesía de Morales, que trazan un puente con personajes de otros géneros literarios.
El exitoso actor James O’Neill, ídolo y protagonista de El Conde de Montecristo de Alexandre Dumas, nacido en los años 20 y padre del dramaturgo Eugene O’ Neill. Con quien discute una cuestión fundamental que diferencia a la poesía del género dramático:
“Porque esto de mirarse en los espejos
no es juego, amor, ni nada;
esto de mirarse es algo serio
y no se ría nadie, es algo muerto”.
“un sabor inexacto de comedia”, versará Morales más adelante.
“(El médico sacude la cabeza y Eugene O’Neill llora
como nunca lloró en un estreno).”
Viaje, poesía y muerte hacen el transcurso de un camino en la poesía de Andrés, para “Morirse como un caballo de piedra” O escribir la palabra caballo y ella tan sola nos devolviera una figura, una imagen que parece eternizarse en la vieja edad de la piedras.
“ceremonia, rito de lenguaje el rostro de las horas
el brazo que recorre y no respira”
“La rueda vuelve siempre al centro de su cielo
y todo se detiene y habla y permanece”.
Para leer la estética poética de Morales hay que desentrañar sus señas de viaje. Su incredulidad, su videncia, su fina ironía inscrita en el poema Los videntes:
“Lo que pasa es que ni Verlaine,
ni un poeta menor, ni aquellas líneas
del pequeño escribano de la corte.
Nada, ni en el aire, ni un poema:
Todos íbamos directo al matadero”.
Textos litúrgicos, un réquiem para un réquiem que se aguarda entre paréntesis como un espacio de silencio, un punto aparte, un dios que abre las puertas del infierno, un:
“oír lo que se ahoga detrás de las palabras
y ver en la ceguera”.
La ironía del poema Juicio Final, refresca la esperanza del que ve más allá de los mitos:
Juicio Final
¿Y si ese día,
Dios,
nos hemos ido todos?
Por otra parte En Poemas de Andrés Morales y VIŠNJA MILOHNIC
Poeta y madre se vuelven texto poético en una geografía de paisajes lejanos donde se escribió un viaje común, un origen común, un destino familiar, un tránsito comunitario de dos seres que además compartieron el viaje de la vida. Los poemas de Višnja transitan y dejan sus improntas como el relámpago de Cuba dedicado a Andrés. Y el poema de Andrés dedicado a su madre, donde el poeta se inscribe nombrándose: De allí Andrés recuerda los años venideros.
Para quienes amamos la poesía sabemos lo que la palabra recuerdo porta en su significado y tiempo, tanto para la filosofía, como para la historia. Pero en la poesía cobra un lugar, un territorio al que veces el poeta acude a buscar a aquel que fue, antes de las palabras, cuando el sustantivo naturalista y el adjetivo desasosegado era o latía a punto de desbordarse de lleno en el lenguaje.
La relación y el diálogo que establece o no, un texto con otro, entre el poeta y su madre, nombran esos recuerdos, esos trazados de vidas y viajes, ese desarraigo y al mismo tiempo el goce de hacer del mundo un solo territorio. Madre e hijo, establecen una relación poética que si bien tenían en la vida cotidiana, queda inscrita con la publicación de Poemas.
La traducción tampoco es antojadiza, es la lengua madre de un amor, una complicidad con la que tuve el lujo de compartir algunas veces. La última fue en Cinzano de Valparaíso, donde brindamos por la poesía y por la vida. Como brindaremos esta noche por la poesía de Višnja la viajera y sobretodo por la poesía de Andrés Morales, que nos encandila con su belleza.
Santiago, 15 de septiembre de 2011
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