Es
impresionante cuando un libro, luego de quince años de su primera puesta en
circulación (1998), reaparece innovando, y vale la contradicción, reinnovando
un acercamiento al presente desde el lenguaje. Es más, ante el verso libre, que
se ha constituido en canon, parte de la novedad es la férrea adicción a los
metros clásicos de la escritura, de una época que claramente no se supera sino
que se reemplaza.
Al
abordar este libro, entrar en él, o mejor, dejarse invadir, o mejor, seducir
por él, ya desde el título nos ubica en Occidente, espacio geográfico cuyo
espesor determina parte importante de nuestra mirada, nuestro estar. Y ese
Occidente, este Occidente, corresponde al espacio mediterráneo, en un tiempo de
aproximadamente tres mil años,
incluyendo su traslado a esta América.
Las
referencia filosóficas y mitológicas, muchas veces campo vedado, o más bien
minado, no son tributarias de un quehacer arqueológico, sino un ejercicio del
presente, sin estrépito, como lo consigna el epígrafe de Juan Ramón Jiménez,
ensimismado en la palabra que designa, pero que se deja impregnar de lo
designado. Ni lo uno ni lo otro se preceden, sino que su relación es el espacio
y tiempo de esta mirada.
Aquí,
el metro como condicionante, es lo que permite traspasar su propio límite, para
dar cuenta, y ser cuenta del derrumbe constante de las condiciones del estar.
Es
significativo que los títulos, o rótulos extensos, puedan alterar su condición
con lo que designan, y así no hay encabezamiento y descripción o derivados,
sino un propio desmoronarse que en sí es la construcción. Ni antes ni después,
ni lo primero y lo que sigue, sino la palabra, el poema constituyéndose en una
realidad, ¿qué es la realidad?, que se inscribe en la realidad.
Ahora
voy a hacer algo que, creo, Andrés Morales no privilegia. Desde un ejercicio
que tiene trazas del azar, que nace de una secuencia no azarosa.
En el
Índice del libro se consignan las primeras palabras de los poemas o sus
títulos, cortados no rigurosamente al final del verso, y con tres puntos
seguidos. Lo que allí aparece es el notable registro poético de Morales, pues
en la construcción de estas páginas del índice, donde inciden elementos del
soporte, el libro, las palabras constituyen tiradas, que en sí, son poemas
surgidos casi al azar del libro.*
Bajo
el Cielo de la Noche...
Una
Luz brillante inquieta a Todos...
Aventurándose
en Tierras de otros Mares...
Todos recuerdan a sus
Muertos...
Despertando
una Mañana sin saber...
Descubren
su Deseo por las Noches...
Arropados,
enjutos, abiertos en sus Ojos...
Abarrotado
el Tren de los insomnes...
Riguroso
el Sol desciende en las Praderas...
El
Silencio como único Alimento...
Una
Grieta enciende el Cuarto a Medianoche...
Perdida
la Ciudad y nuestros Pasos...
Oficio
de Tinieblas cada Día...
Entonces
se iluminan los Desiertos...
Leímos
sin los Ojos las Palabras...
Romper
la Curvatura...
El
Teatro sin sus Luces ni Misterios...
Abrimos
las Ventanas en la Tarde...
Hundimos
nuestros Dientes en la Arena...
La
Ciudad avanza en este Sueño...
Sin
Odio, Indiferencia ni Pecado...
Desencajados,
enhiestos o perdidos...
Una
Calle abierta es otra Calle...
La
Escena que regresa nos persigue...
Un
Arco Iris negro en las Llanuras...
Los
Labios y los Cuerpos bajo el Agua...
Ningún
Sueño, ni Tormento o Pesadilla...
En
la Niebla o en el Sol...
La
Fiesta nos hacía impertinentes...
Entre
el Ritmo y el Demonio del Reloj...
La
Lucidez del Aire nos marchita...
Mientras
tanto preguntamos al Vacío...
Y
todas las Señales nos acusan...
Tantos
en el Cielo desollados...
*Se
sigue exactamente el índice, obviando la numeración, y marcado pausas, que no
están en el libro (aquí señaladas con ____ )
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