La página de Andrés Morales (1962), poeta, ensayista y académico chileno, es un Blog de apuntes y escritos abierto a todos aquellos interesados en la literatura y, en especial, en la poesía. Contiene poemas, artículos, notas, comentarios, críticas, reseñas, fotografías y en general, todos los tópicos imaginables e inimaginables en torno a la poesía, el cine, la prosa y la literatura chilena, hispanoamericana, española y europea de todas las épocas y estilos.
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José Saramago
viernes, 31 de marzo de 2023
"EL PLACER DE UN TORMENTO ETERNO" POR EL ESCRITOR CHILENO ANÍBAL RICCI
Un hombre se zambulle en la piscina y
visualiza los azulejos del fondo. No hay reglas salvo el aire saliendo de los
pulmones. La falta de oxígeno imprime desesperación al rostro. Cuatro de la
madrugada y el porno nubla su mente. Mejor caer inmerso en una serie de
Netflix, ocho capítulos de una hora en vez de dormir. Deja de respirar ante las
imágenes de un viaje futurista. La habitación oscura lo encandila. La angustia
de no llegar al otro borde de la piscina, temeroso de aflorar en medio de un
océano congelado. La realidad será profunda o traspasará esa atmósfera.
Presiono el 601 y asoma una mujer. Hay un espejo en un rincón. Me invita al
siguiente cuarto. Luce pantalones de cuero y un ceñido top que deja vislumbrar
un tatuaje. 601 inscrito sobre su pecho. Sobre el suelo un colchón blanco con
sus bizcochos marcados. No hay sábanas y todo parece tan obvio, dónde estará la
cámara. Espejos en ángulos sospechosos. Bandeja de plata con líneas de cocaína.
Bloquean los canales de la nariz. El borde de la piscina se observa lejano.
Apenas puedo respirar, pero este ascenso no requiere aire. Un sorbo de whisky
para calmar pulsaciones. Más líneas blancas y desesperación por no llegar a la
superficie. Enloquezco en sus senos y el rostro da lo mismo. Succiono el pezón
y vierto una bolsa de droga en su ombligo. Saco otra del bolsillo y trago hasta
perder la cordura. Necesito aniquilar neuronas para que la realidad tenga algún
sentido. Vomito sobre su pantalón negro y el ácido parece decolorar el cuero.
Me aparta y ordena que vaya al cajero a sacar dinero. No entiendo, tengo
tarjetas y ella una maquinita del banco. El match perfecto, pero la realidad
siempre esconde curvas. Obedezco y abandono a 601. El hombre cruza calle
Providencia y observa su entrepierna. También ha manchado los jeans, pareciera
que se hubiera masturbado. Corre como un loco entre la multitud. Muchas cuadras
en esta ciudad de bancos cerrados luego de la pandemia. Baja al tren
subterráneo y enfrenta el cajero automático. Recuerdo que yo mismo compré
cocaína a la mujer. Una transacción o varias en la maquinita. También compré la
botella de whisky y me convidó nexus; otra noche averiguaré que sus compuestos
son ketamina y éxtasis. Qué hago apretando teclas en esta máquina que ya no
dará billetes. La chica hurga mi bolso y extrae las tarjetas. Le confieso que
los medicamentos son para ordenar acontecimientos. Se desordenan y las
pastillas hacen dormir cuando no entiendo las secuencias. Primero pago por sus
servicios y luego contraigo sífilis. O la sífilis ha destruido mi sistema
nervioso y ahora ya no recuerdo que primero fui al cajero automático. Una
crisis psicótica hace que el dinero deje de importar. La otra semana pedirá un
préstamo para seguir viviendo. Los años a cuesta parecen no importar a esa
chica de menos de treinta. Para qué gastar en almuerzos si puede comer una
concha placentera. 601 me tiene enloquecido. Vuelvo del cajero y ella no me
cree. Una última brazada debajo del agua y pulso la tecla del ordenador. 602
tiene un rostro extranjero. Se coloca delante y me ofrece algo. Delicadamente
lo hago despertar mientras la droga dispara imágenes. Lo succiono y el órgano
adquiere forma. Lo trago una y otra vez hasta que adquiere rigidez. Presiento
que va a estallar y su contenido se derrama sobre mi pantalón. Las manchas esta
vez son ajenas. Obedezco y busco el cajero para continuar el proceso. Pulso las
teclas y 603 surge en la pantalla. Mi señora es voluptuosa y su vientre
acogedor. Necesito dinero para invitarla a cenar. Los billetes no tienen valor
en medio de una psicosis. Me embarga el miedo al futuro y Casandra me observa
con sus ojos azules. Imágenes circulares envuelven al hombre. Sigue extrayendo
dinero de cada una de las tarjetas. También raciona doscientos mil para 604, la
que absorbe el jugo de su cuerpo. No me gusta introducir la herramienta en esa
vagina, como tampoco en ese culo transexual, lo del condón no me da buena
espina. Con una línea puedo tener erecciones, pero el exceso insensibiliza y
sólo queda mi lengua como instrumento. De qué le serviría al hombre ahorrarse
ese dinero, si en su cabeza el futuro no tiene cabida, menos esposa e hijos.
Esos motores de arranque no tienen sentido en medio de este nuevo brote.
Trabaja vendiendo libros en las ferias y ese exceso de efectivo será destinado a
cualquier exceso. Cafés, medias lunas, una mujer, un transexual. La tarjeta
permite acceder a juegos sexuales en línea. También podría contactar a otras
personas, pero la cocaína es tan inmediata, lo demás suena a planes
inconclusos. La pantalla del ordenador tiene un fondo y los azulejos también se
vuelven azules a esta profundidad. Nado por debajo y no quiero respirar el
oxígeno terrestre. Quizás si estuviera en el espacio querría respirar ese vacío
mortal. Le gustan las películas de ciencia ficción que transcurren en otros
universos. Puede conocer a 601 o a 609 y de todo lo espacial surgen nuevas
experiencias. Un astronauta haciendo su caminata en medio del vacío. Comerse a
602, su orgasmo de eternidad produce placer. Es tan breve como la felicidad, en
cambio lo seguro es ir a trabajar y volver con dinero al hogar, un extenso
martirio. El orgasmo tiene textura y la cámara inmortaliza el instante. Los
trozos de realidad son captados por los espejos. Una fotografía resume placer,
pero la sucesión es una imagen tormentosa. Una extorsión que hará trizas tu
ego, aunque qué esquizofrénico necesita de su ego. Se alimenta con el tiempo,
pero el tiempo no tiene sentido para una experiencia psicótica. Imaginación
desbordada que te persigue en el pasado, presente y hará imposible el futuro.
La mente busca esos senderos que se bifurcan. Requiero compartimentar
emociones, debido a que los sentimientos no tienen cabida. El edificio es un
rascacielos, debes elegir un piso para gastar el tiempo. 603 podrá ser mi
señora, pero en realidad ya no siento placer al conversar con ella. Tener una
casa en la playa y compartir un pisco sour detiene el aquí y ahora, mientras me
embarga una sensación de no estar haciendo nada. La sucesión de fotografías no
tiene sentido. Simulación proclive a una extorsión. Prefiero el peligro de
hacerme trizas en cualquier instante, para simular una vida. Pequeños ciclos
temporales que acaban y vuelven a reventar con las olas. Asciendo mar adentro,
hace frío y siento miedo. Estoy más vivo que nunca y deseo conocer a 609,
aquella ninfómana que me dejará seco y luego se irá dejándome solo. Llegamos
solos y nos vamos solos de esta playa sin sentido. Siempre he estado sin
alguien, meras ilusiones que apenas clasifican como chispas dentro de una
fogata eterna.
viernes, 24 de marzo de 2023
jueves, 23 de marzo de 2023
NUEVOS MIEMBROS EN LA ACADEMIA DE BUENAS LETRAS DE MADRID
lunes, 20 de marzo de 2023
"AÑOS PERDIDOS" POR EL ESCRITOR CHILENO ANÍBAL RICCI
My
heart is lying there and will be till my dying day.
Una
taza de café será el punto de partida. Cinco de la mañana y cierro los ojos.
Medito unos minutos y escucho algo sobre los años perdidos en la voz de Bruce
Dickinson. Sentado frente al computador llegará la inspiración, retrocedo a
esos años de juventud. La canción de Phil Collins y al final de la pista de
baile esa chica responderá mi súplica. En la oscuridad rodeo su cintura y le
susurro al oído. Mi corazón está vacío y que vuelvas a mí va contra toda
lógica. Giramos en silencio sin nadie alrededor. Respiro profundamente,
esperando que brillen sus ojos. Tú eres la única que rompió mis corazas.
Conozco la letra, pero no quiero romper la magia. Desearía que me hubieses
visto llorar. Una sola frase para sentir sus manos. Te fuiste cuando más te
amaba. No ha llegado el estribillo y presiono su cuerpo. Me dejaste bailando en
medio de la discoteca. Sólo hay un espacio vacío y nada que me lo recuerde. Mis
manos entrelazan su cuerpo. Hay tanto que necesito decirte, aunque quizás una
palabra vuelva a alejarte. Acaricio su cabello y huelo el perfume. ¿Cómo pude
dejarte ir? No dejaste ningún rastro. Otra vez el estribillo, ojalá eternice
las palabras. Si hubieras querido conocerme.... habría compartido mis lágrimas,
pero ya no existía retorno. Mírame ahora esperando que no acabe esta melodía.
Notas de piano anunciando el final, tomo su mano y vamos a sentarnos a la mesa
donde esperan los tragos.
So understand,
don't waste your time always searching for
those wasted years.
Nunca
bailé esa canción, no en mi juventud ni tampoco cuando estuvimos juntos. Mi
cabeza inventó todos esos recuerdos a través de los años. Pero compartimos
hermosos momentos llenos de magia. Celebraciones en las casas de tus amigos,
los míos no iban a tomar partido. Olor a marihuana y música envolvente.
¿Querías lucirte o echar vistazo a otros hombres? Me encantaba bailar contigo y
te acompañé a esos lugares de gente desconocida. Te veía animada y no
entendería a futuro que estuvieras deprimida. No me confiaste tus secretos,
sacaste tus propios pro y contras. Lo pasamos genial con tu hijo, lo vimos
divertirse y disfrutamos de Jurassic Park, los dinosaurios murieron en una
explosión y tuvimos que contenerlo. La muerte de un humano le daba igual, no
así la de esos animales prehistóricos. Nunca entendiste que fuese tan
primitivo. Eras seductora y muy peligrosa a los ojos de otras mujeres. Te
acompañé hasta el fin del mundo, pero mi amor era pasional. No creí ser celoso,
te quería para mí. Debiste expresar que deseabas dinero, hacíamos todas las
compras en conjunto. No hubiera sido problema, pero me endeudaste
emocionalmente. Sin saberlo, contraje préstamos con cada una de mis decisiones,
yo era el responsable de esa deuda. No firmé ningún pagaré, aunque fuiste
exigiéndome pagos mensuales. Creíste que yo no daría crédito a tus exigencias.
Lo fuiste anotando en una libreta imaginaria y la deuda se fue acumulando.
Mientras más obligaciones, menores eran tus afectos. Supuse que me amabas como
yo a ti. Para mí el dinero no era lo importante. Un día cualquiera ejecutaste
el pagaré y fui el culpable de tu tristeza. Fumabas en mi ausencia para
olvidarme, pero no intentaste hablar conmigo. Nunca me amaste, simplemente
anestesié tus conflictos familiares. Yo también los tenía, pero de un plumazo
mis padres se transformaron en Los locos Addams. Te amaba y quise compartir tu
dolor. Me iniciaste en las drogas porque te pareció divertido. Ellas me
aturdieron, pero me dejaste cuando no te acompañé a ver una película. Realmente
me traspasaste tu depresión, dejaste un cargamento de pitos sobre el velador y
fui tragado por el colchón. Desaparecí en esa cama donde antes hacíamos el
amor. Te llevaste la música de mi vida, literal, huiste con todos los discos
compactos. Esos que me enseñaste a disfrutar.
My heart is lying there and will be till my
dying day.
Me
transformé en un violador. No me querías cuando compartías tu cuerpo. Notaba la
distancia y todo el acto se volvía violento. Señor Juez, soy inocente. Teníamos
sexo y yo no sabía que violaba. Prefiero asumir mi defensa en persona. No
quiero un abogado que haga dilatar mi condena. Yo actué de buena fe, enamorado
y si soy culpable de algo es que no supe escuchar. Uno cree que basta con el
amor y eso parece ser un error. Di por descontado demasiadas cosas y no me
percaté que hacía infeliz a esta mujer. Cometí el error de suponer que mis
problemas eran los mismos de ella. Pensé de manera estúpida, hoy lo entiendo,
que la entendía y era capaz de cuidarla. Hoy sé que comprender a otra persona
es casi imposible. Cada uno tiene sus propios anhelos y carencias. Yo debí
saber escuchar e interpretar las señales. Su Señoría, creo que soy inocente y
considero que el castigo fue brutal. Me condenó sin derecho a una apelación. Un
día pescó sus cosas y me dejó solo con las deudas. Señor Juez, tengo deudas
bancarias, pero las que me duelen fueron las que contraje sin saber. Ella tenía
un talonario imaginario y cuando se acabaron las hojas, su intuición personal
sacó las cuentas y decidió que nunca podría pagarle. Vio la relación como una
transacción, de alguna forma contraer matrimonio por el civil también será una
transacción lamentable.
Too much time on my hands, I got you on
my
mind,
can't ease this pain, so easily.
When you can't find the words to say,
it's hard to make it through another day.
Su
Señoría, no quiero insinuar que ella prestó su cuerpo. Se hallaba en una
situación incómoda de madre soltera. Por lo demás eso no está penado por la
ley. Ella decidía por su cuerpo y nunca se insinuó ninguna dependencia. Hablar
de dinero envilece este juicio y las relaciones humanas son demasiado
complicadas. Sólo quiero, señor Juez, que no me considere un simple victimario.
Yo nunca la violé ni la obligué a nada. De algún modo fui también una víctima.
Esta mujer me privó de su amor y me hizo sentir culpable. Nos cambiamos de casa
para que estuviera cerca de su hijo. Jamás sospeché que me iba a traicionar con
su expareja. No la supe escuchar, pero ella nunca quiso entablar una
conversación. Le hablaba y supongo que remedaba mi voz. Creo que le caía mal y
aguantaba la situación hasta que pudiera rehacer su vida. Hubo traición de su
parte, hizo que perdiera el tiempo intentando recomponer lo que ya estaba
quebrado. ¿Unas palabras eran mucho pedir? Partió un día y me dejó sus muebles.
No los fue a buscar, tuve que dejarlos en el primer piso del otro edificio.
Cuando le toqué el timbre era evidente su olor a sexo. Su polera sin nada
debajo. Me fui llorando todas las cuadras. Pensé en todas las ocasiones en que
el padre de su hijo estuvo en nuestro departamento.
So understand,
don't waste your time always searching for
those wasted years.
Años
buscando a una mujer. Mis noviazgos no duraban más de cuatro meses. Todas las
veces terminaron en una amistad no deseada. No eres tú soy yo, esa sentencia
lapidaria. Te enamoras de otra mujer y te sientes utilizado. Al menos cuando
dejé de amar siempre fui honesto y de inmediato confesé lo que sentía. Me hizo
pedazos de todas maneras, el amor desapareció y creció el vacío. El corazón
seguirá latiendo hasta mi muerte. Está lleno de cicatrices dolorosas. Y de
pronto, recuerdo la canción de Phil Collins e invito por primera vez a bailar a
la chica que amo. La conocí en un restorán, cada uno en su propia mesa. Estaba
lidiando con mis demonios y las cervezas me volvieron extrovertido. Le conversé
y al parecer le sorprendieron mis palabras. Estaba muy pasado de copas y pese a
todo comprendí que ella había iniciado una búsqueda. Era un mal lugar y las
anfitrionas no comprendieron la situación. El borracho molesto y la clienta
sofisticada. Me dio su teléfono intuyendo que lo perdería. Llegó su cita a
almorzar y me quedé esperando. Perdí la consciencia y llamé a un Uber que me
llevaría a otro lugar no deseado.
Todo
salió mal esa vez. No tuve sexo y caí encima de un computador. Contraje una
deuda de la fueron testigos las cámaras del ascensor. Al día siguiente busqué
el teléfono. Traté de olvidar los molestos flashazos de la droga. Encendí el
ordenador adquirido una semana antes. Abro Facebook y tengo un misterioso
mensaje.
«Hola»
«Quiero
saber si eras tú quien estuvo ayer bebiendo cerveza en plaza Ñuñoa»
«Leí
dos de tus escritos en tu perfil»
«No
sé cómo agradecer que escribas y lo compartas… resuenan en mí tus palabras»
«Siento
tu dolor y soledad»
«Admito
tu valentía y me pregunto si soy tan valiente como quiero»
«¿De
verdad son tan pocos los que te ven?»
Los
siguientes días fueron mágicos. Me estaba recuperando de una crisis de cocaína.
Requería estar bien para esta misteriosa mujer. Al principio chateamos mucho y
una vez me atreví a llamarla. Esperemos otra semana, dije con convicción. No sé
cómo se dieron las cosas, el tiempo no fue un obstáculo y de pronto estamos
compartiendo un vino blanco en la terraza de Casa Lastarria. Imaginé sería un
buen lugar, aunque no conocía ese espacio al aire libre. Ella estaba triste y
yo avergonzado. Me dejó tomarle la mano y quiero creer que la hice sonreír. En
su casa conversamos largo rato y sus labios me hechizaron. Busqué la canción
que siempre quise bailar. Eres la única que ha compartido mi dolor. Secaré tus
lágrimas, son tantas las emociones. Mírame ahora, de verdad te esperé por tanto
tiempo. Contra todos los pronósticos, te perseguí en cada uno de mis sueños y
apenas creo que unas simples palabras nos permitieran estar juntos.
So understand,
don't waste your time always searching for
those wasted years.
And realise you're living in the golden years.
"MÁS SOLOS SIN EDWARDS" POR EL ESCRITOR CHILENO CARLOS FRANZ
Miro una fotografía en blanco y negro. Es 1960 o 1961 y Jorge Edwards está
delante del castillo de Chillón a orillas del lago de Ginebra. Va de traje y
corbata y se inclina un poco para sostener de la mano a un niñito que apenas
camina. Ese niñito soy yo. Seguramente mi padre, su colega diplomático, le
encargó que me sostuviera mientras sacaba esa foto. Edwards lo hace con
evidente renuencia. Yo le retribuyo esa desconfianza haciendo un puchero y
tironeando para zafarme de su mano.
Nuestro siguiente encuentro ocurrió unos dieciocho años después y fue más
promisorio. En 1978 o 1979 coincidimos a bordo de un mercante argentino anclado
en el puerto de Valparaíso. Un dramaturgo bonaerense, que además era marinero,
ofrecía un asado en ese buque. Previsiblemente, acudió una marabunta de
escritores conocidos o novicios, invitados o colados. Ingerimos enormes bifes
de chorizo, buenos vinos y un enorme botellón de Chivas Regal, que el
dramaturgo navegante traía de algún puerto verdaderamente libre. Al caer la
tarde sobre la cubierta me encontré conversando de tú a vos con Edwards. Esta
vez me acogió sin renuencias. Descubrí que era típico de él crear confianzas
súbitas, sorteando las diferencias en edades y otras discrepancias
superficiales. Sentí que nos hacíamos amigos.
Yo, que lo único que deseaba era irme de Chile, le pregunté por qué diablos
había regresado desde su exilio en Barcelona a la dictadura pinochetista. Para
mí, aquella capital del boom literario latinoamericano era poco menos que el
Paraíso. Me respondió algo así: “Allá tampoco es tan estupendo todo”. Después
me acostumbraría a esas relativizaciones suyas, hijas de un escepticismo
natural, de una ecuanimidad estoica. Si el sitio más perfecto es el que vemos
de lejos eso explicaría por qué Edwards siempre estaba yéndose.
En otros textos he reflexionado sobre los libros de Edwards y sobre su
coraje político, ahora prefiero hilar anécdotas tal como Jorge solía hacerlo.
Recordar sucedidos es una forma de continuar su memoria que nos regaló tantas
horas de relatos entretenidos, escritos y orales. Pocos años después de aquel
encuentro en el buque argentino lo escuché hablar en una Feria del Libro que se
celebraba bajo los plátanos orientales del Parque Forestal, en Santiago de
Chile. Un escritor de mi generación, caustico, me susurró al oído: “Vanidosa,
esa pensée anecdotique”. No supe cómo refutarlo en ese momento.
Sufro del “espíritu de la escalera” y sólo después reflexioné que, en el caso
de un narrador, el pensamiento anecdótico puede ser el más apropiado y el menos
pretencioso. El narrador ve los casos individuales, las personas le importan
más que los grupos o las clases. Esa mirada particularista desconfía de las
teorías y de las generalizaciones. En el cuento, en la anécdota, conviven las
contradicciones y las ambivalencias. Si en sus discursos Edwards prodigaba las
anécdotas no era por vanidad, como afirmó mi amigo el caustico, sino por lo
contrario. El buen escritor cuenta el caso como lo vio o lo imaginó, con sus
detalles disparejos y sus ambigüedades irresolubles. Las conclusiones, las
ideas, quedan para los lectores. El autor se remite a la divisa de Montaigne
(santo patrono de Edwards): “¿Qué sé yo?”.
Me salto varias décadas de amistad. En 2018 Edwards y yo fuimos invitados a
los Cursos de Verano en El Escorial. Él tenía 87 años y su cabeza no era la
misma, se despistaba con facilidad. Di mi charla y luego asistí a la suya.
Empezó improvisando como siempre, sin apuntes. Me temí lo peor. Pero resultó
que subir a un podio le bastaba para orientarse. Habló durante una hora y
media: sobre Stendhal, sobre el pianista Claudio Arrau, sobre personas raras de
su familia. Habló de un Santiago de Chile en el que atronaban los tranvías y
hasta los rebuznos. Fue una mescolanza inverosímil. Pero 70 años de “tablas” lo
respaldaban: divagaba sin perderse. Su memoria iba y volvía como la lanzadera
de un telar tejiendo un tapiz de asociaciones libres. Pese a su aparente
desorden esa clase en El Escorial nos ofreció un acceso privilegiado al
funcionamiento de la imaginación de un narrador. Del contacto fortuito entre
datos incoherentes puede brotar la chispa que ilumine una idea original.
Jorge Edwards no fue una persona sencilla, ningún artista verdadero lo es.
Sabía ser muy sociable y acogedor. Y también podía ser frío. Casi a cualquiera
le abría su casa y su bar y su riquísima memoria. Era generoso incluso con sus
olvidos: enterraba fácilmente las ofensas recibidas. Pero le costaba expresar
sus afectos. En 2001 alojó durante unos días en mi casa, en Berlín. Paseamos y
nos divertimos mucho. Cuando se iba lo acompañé a buscar un taxi. En una
esquina hice ademán de abrazarlo. Pero él reaccionó más rápido, me dio la
espalda y se alejó agitando la mano por sobre su hombro. Una mano que decía:
¡nada de despedidas emocionantes! Así era Jorge.
Tuvo que morirse para que pudiera tomarme la revancha. Dos horas después de
su fallecimiento un grupo de amigos llegamos a su casa en Madrid. El cadáver
estaba sobre la cama, aún tibio, ya ceroso, flaco como un personaje del Greco.
Aprovechando un minuto en el que me quedé solo puse mi mano sobre su frente y
acaricié su cráneo, esa “noble calavera”. No pudo negarse, ni hacer gestos
impacientes que significaran “nada de despedidas emocionantes”.
Después los amigos hicimos un brindis. A no ser por el pequeño
inconveniente de la muerte estoy seguro de que Jorge se habría levantado de su
último lecho para brindar también. Y nos habría rogado que evitáramos ponernos
sentimentales. Pero no pudo hacerlo. Y ahora yo me aprovecho de ese silencio
suyo para entristecerme sin complejos. Voy a refutar aquella rima de Becquer:
“qué solos se quedan los muertos”. Es falso, nosotros nos quedamos más solos.
Extraído de "El Espejo de Tinta" (espejodetinta@icloud.com)
sábado, 18 de marzo de 2023
"EL POEMA", TEXTO INÉDITO DE ANDRÉS MORALES
Sólo una línea sola del palimpsesto infinito:
una línea del cielo, una línea del mar,
una línea que cruce el ajado cuaderno
del niño soñando una historia imposible.
Recortando palabras, construyendo silencios
afilando las sílabas con el viento del sur
y limando las piedras de consonantes rotundas.
Sólo una idea que hiera como un rayo violento,
como el relámpago fiero y el trueno en desgarro.
Algo que cambie las cosas y sacie esta hambre
de animal extraviado, de paloma sin rumbo,
desoyendo las voces de la multitud que grita
y no dice nada en un presente vacío.
Sólo una línea sola que me cuente al oído
la maravilla secreta de un mundo tranquilo.
CRÍTICA DE 'DOBLE FONDO' DEL POETA ESPAÑOL JAIME SILES
‘Doble fondo’: versos como proverbios
Jaime Siles
reivindica la rima en un libro en el que la sabiduría se canaliza a través de
formas tradicionales
De izquierda a derecha, sentados, Pere Gimferrer, su pareja Cuca de Cominges, José María Álvarez y Antonio Colinas. De pie, Vicente Molina Foix, Luis Alberto de Cuenca, Guillermo Carnero, Jenaro Talens y Jaime Siles, en una reunión de poetas de la conocida como generación de los Novísimos que participaron en Cosmopoética, en Córdoba en 2012.FRANCIS VARGAS
En Doble fondo, Jaime Siles prolonga la vocación autorreflexiva de entregas anteriores, pero eleva la apuesta. Por un lado, la pesquisa metapoética se organiza ahora en torno a tres vértices (el paso del tiempo, la indagación en la identidad y la sublimación del lenguaje lírico) que permiten interpretar el libro como un tema con variaciones. Por otro lado, la dicción se acomoda, salvo en algunos sonetos y en contadas piezas de base endecasilábica, al esquema estrófico de una cuarteta con rima asonante en los versos pares. Sin embargo, la expresividad del arte menor no implica un ejercicio de virtuosismo neopopularista ni inclina el fiel de la balanza hacia la tonalidad lúdica.
La condensación meditativa entronca
más bien con la lección proverbial del haiku o con la grave ligereza del
epigrama, aunque sustituyendo la pimienta mordaz por la sal marina. Así ocurre
en la suite inicial, que establece una analogía entre la ondulación del mar y
la sinuosidad del pensamiento, en un intento de acompasar “el ritmo de los
versos / y el ritmo de la vida”. La reivindicación de la rima como matriz de la
evocación se aprecia igualmente en la relectura de determinados tópicos
universales, a veces aludidos de forma explícita y otras veces objetivados en
correlatos pictóricos o viñetas eruditas. De lo primero dan prueba la
rotundidad de varios títulos (Ubi sunt? Ubi est? Ubi sum?, Memento mori)
o la plasticidad de ciertas imágenes: “¿Qué importa que las rosas / sean tiempo
temblando?”.
En cuanto a lo segundo, el
inexorable transcurso del tiempo se vincula con el vuelo de las palomas
surgidas de los lienzos de Magritte o de Pinazo; la caducidad humana se equipara con los farallones
mortuorios de Böcklin, y el recogimiento se pronuncia con las palabras de
Horacio o de Fray Luis. Esa pátina culturalista no aspira a conquistar el
centro del discurso, sino que se subordina a motivos como la otredad, la
condición espectral del sujeto o la invocación al poder salvífico de la
creación estética. En Doble fondo, Siles nos ofrece un
irresistible dos por uno: un combinado de poesía reflexiva y de poesía refleja
donde la palpitación existencial se conjuga con la pericia técnica.
Jaime Siles
Visor, 2022
191 páginas. 14 euros