El poeta Manuel Silva Acevedo y el poeta Germán Muñoz Pilichi.
Los poetas Germán Muñoz Pilichi, Andrés Morales y Víctor Lobos.
El doctor y músico Patricio Henríquez Huerta y el poeta y académico Germán Muñoz Pilichi.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE VÍCTOR LOBOS EL OJO Y OTROS PUNTOS DE VISTA
por
Andrés Morales
La visualidad, lo visual, es uno de los elementos centrales en el quehacer de la poesía. El escritor, el poeta, se ha movido desde siempre en este campo. No existe gran literatura sin un ojo, lúcido o ciego, que abra o cierre su horizonte.
La poesía es el espacio de la visión: interna o externa. Aunque parezca un tanto teórico y hasta arbitrario, creo que es posible concretar dos formas de acercarse a la realidad mediante la visión en la poesía: Primero, a través de una recreación de lo visto: “la visión y la memoria”. El poeta rememora, recuerda, reconstruye lo observado. Segundo, a través de la “visión interna”: la experiencia del vidente. Un buen ejemplo es el famoso “desdoblamiento doloroso” de Rimbaud. El poeta se observa, se cuestiona, es transcriptor de una experiencia íntima y única que extrae de sí mismo.
El poeta ha desarrollado muchas formas de visualidad que le han permitido enfrentarse, contar y. finalmente, poetizar el y al mundo. Entre estos es posible nombrar como ejemplos algunos “ojos curiosos” o formas de observar:
a. El ojo simbólico (presente en gran parte de toda la literatura, trabajando en un lenguaje metafórico y simbólico. Los grandes poemas barrocos de Góngora, la Primera Soledad o los poemas neobarrocos de José Lezama Lima pueden ser magníficas representaciones de este asunto)[1].
b. El ojo místico (patentemente expresado en las grandes obras que se apartan del mundo real y nos hablan de una realidad celeste, iluminada y revelada por Dios, donde un buen ejemplo es el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz).
c. El ojo vidente (ese ojo en la búsqueda en sí mismo, en el desdoblamiento del poeta que se observa y, “dolorosamente” extrae su visión desde sus revelaciones. Las Iluminaciones o Una temporada en el Infierno de Arthur Rimbaud son, quizás, algunas de estas obras paradigmáticas).
d. El ojo erótico (aquella relación entre el ojo, el deseo y el cuerpo. El ojo del voyeur, del “mirón”. Ese que une el placer y la visualidad: la búsqueda a través de los sentidos y, en concreto, de la observación donde la literatura es un espacio del placer. En este acápite podemos incluir a la mayoría de la literatura erótica, siendo La historia de un ojo de George Bataille el caso más revelador). Finalmente,
e. El ojo teórico o reflexivo (desarrollado en la mayoría de las literaturas de vanguardia y neovanguardia, en la poesía visual. Se trata de una reconstrucción del mundo a través del manifiesto, del deseo de cambio, de construir teóricamente buena parte del mundo y del arte. La poesía de Vicente Huidobro o La nueva novela de Juan Luis Martínez pueden constituir un excelente ejemplo).
Estos “ojos”, o formas de ver no son privativos entre sí. Muchas veces se complementan y potencian. A veces, “el ojo erótico” y “el ojo místico” comparten un lenguaje, un espacio y hasta un tiempo común. Otra forma evidente es la del “ojo vidente-erótico-místico” (en una buena parte de la poesía contemporánea). En el caso “del ojo simbólico”, creo que, en mayor o menor medida éste se encuentra presente en combinación con la mayoría de las otras formas de acercarse a la realidad.
Por otra parte, estos ojos y visiones construyen un mundo que puede ser paralelo al real. Alguno diría que siempre es, o debe ser considerado, paralelo al real. Buscan la ruptura con la mímesis, con la reproducción fotográfica y encuentran en la alucinación de la mirada (esto es extremando el campo de visión de ese ojo o combinándolo con otros ojos) la respuesta a un mundo que quieren diferente y que pretenden cambiar.
En otra arista de la visión, el problema del tiempo, el tiempo de la mirada, el tiempo de exposición, el “sostener” la mirada, puede constituirse en un juego o en materia de profunda reflexión. Desde el frágil parpadeo al guiño, desde la oblicua o torva mirada a la idea de mantener, metafóricamente, una mirada que trascienda el hoy e inquiera el mañana es la apuesta de muchos poetas que apunta, justamente, hacia este espacio de lo abstracto, hacia ese territorio.
Desde todas estas visiones, desde todos estos “puntos de vista” el ojo de Víctor Lobos (o el ojo del lobo) se acerca a la realidad (la historia de Víctor Brauner, pintor judío rumano, su trágica vida, su recorrido infernal), pero también a la metáfora y a la ficción (léanse esos bellísimos “Seudo haikus para René Magritte”, por ejemplo, o esa magnifica “Tercera Parte”, titulada simplemente “Ojos”, donde explora las fantasías de Van Gogh y de Hitchcock, de las “Señoritas de Avignon” de Picassso y de esa gran película que es “Solaris” de Tarkovski). Es como si el poeta quisiera hablarnos con la mirada. Retratar la de otros y ser un espejo de sus obras…Su canto es el rayo deslumbrante que emerge de la pupila, ese, aparentemente, mudo testigo que posee las claves de grandes secretos que se revelan, poco a poco y con maestría, en las páginas de El ojo y otros puntos de vista.
Los ojos de Lobos son ojos que reconstruyen una memoria perdida, al decir de Octavio Paz, pero son ojos que crean una realidad interna, intimista, casi perdida en la atroz historia de este mundo que muere en su ceguera pertinaz y frívola. He aquí uno de los mayores méritos de este libro: inquirir, inquietar y desasosegar al lector: estremecerlo apelando a su inteligencia y a su sensibilidad para que esta vida no sea sólo un tránsito fugaz que nos confunde, ahoga o extravía.
La poesía de Víctor Lobos es un hallazgo en estos tiempos donde tanto se vocifera y tan poco se dice, donde abundan los libros de poemas y falta la verdadera poesía. Volumen primero, pero a la vez tardío, este ojo es un calidoscopio finísimo de imágenes dotadas de extraordinaria fuerza que no dejarán indiferente a su lector, más aún, lo provocarán a observar y a observarse, a mirar y a cuestionar al mundo desde un nuevo prisma. Algo que quisieran muchos poetas y escribientes; algo difícil pero no imposible: he aquí la poesía de este “joven viejo” autor. He aquí una obra que respira en la certeza del oficio y en la profundidad de la buena literatura.
Santiago de Chile, agosto de 2007
[1] Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos señala; “(...) el acto de ver expresa una correspondencia a la acción espiritual y simboliza, en consecuencia, el comprender (...)”.
por
Andrés Morales
La visualidad, lo visual, es uno de los elementos centrales en el quehacer de la poesía. El escritor, el poeta, se ha movido desde siempre en este campo. No existe gran literatura sin un ojo, lúcido o ciego, que abra o cierre su horizonte.
La poesía es el espacio de la visión: interna o externa. Aunque parezca un tanto teórico y hasta arbitrario, creo que es posible concretar dos formas de acercarse a la realidad mediante la visión en la poesía: Primero, a través de una recreación de lo visto: “la visión y la memoria”. El poeta rememora, recuerda, reconstruye lo observado. Segundo, a través de la “visión interna”: la experiencia del vidente. Un buen ejemplo es el famoso “desdoblamiento doloroso” de Rimbaud. El poeta se observa, se cuestiona, es transcriptor de una experiencia íntima y única que extrae de sí mismo.
El poeta ha desarrollado muchas formas de visualidad que le han permitido enfrentarse, contar y. finalmente, poetizar el y al mundo. Entre estos es posible nombrar como ejemplos algunos “ojos curiosos” o formas de observar:
a. El ojo simbólico (presente en gran parte de toda la literatura, trabajando en un lenguaje metafórico y simbólico. Los grandes poemas barrocos de Góngora, la Primera Soledad o los poemas neobarrocos de José Lezama Lima pueden ser magníficas representaciones de este asunto)[1].
b. El ojo místico (patentemente expresado en las grandes obras que se apartan del mundo real y nos hablan de una realidad celeste, iluminada y revelada por Dios, donde un buen ejemplo es el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz).
c. El ojo vidente (ese ojo en la búsqueda en sí mismo, en el desdoblamiento del poeta que se observa y, “dolorosamente” extrae su visión desde sus revelaciones. Las Iluminaciones o Una temporada en el Infierno de Arthur Rimbaud son, quizás, algunas de estas obras paradigmáticas).
d. El ojo erótico (aquella relación entre el ojo, el deseo y el cuerpo. El ojo del voyeur, del “mirón”. Ese que une el placer y la visualidad: la búsqueda a través de los sentidos y, en concreto, de la observación donde la literatura es un espacio del placer. En este acápite podemos incluir a la mayoría de la literatura erótica, siendo La historia de un ojo de George Bataille el caso más revelador). Finalmente,
e. El ojo teórico o reflexivo (desarrollado en la mayoría de las literaturas de vanguardia y neovanguardia, en la poesía visual. Se trata de una reconstrucción del mundo a través del manifiesto, del deseo de cambio, de construir teóricamente buena parte del mundo y del arte. La poesía de Vicente Huidobro o La nueva novela de Juan Luis Martínez pueden constituir un excelente ejemplo).
Estos “ojos”, o formas de ver no son privativos entre sí. Muchas veces se complementan y potencian. A veces, “el ojo erótico” y “el ojo místico” comparten un lenguaje, un espacio y hasta un tiempo común. Otra forma evidente es la del “ojo vidente-erótico-místico” (en una buena parte de la poesía contemporánea). En el caso “del ojo simbólico”, creo que, en mayor o menor medida éste se encuentra presente en combinación con la mayoría de las otras formas de acercarse a la realidad.
Por otra parte, estos ojos y visiones construyen un mundo que puede ser paralelo al real. Alguno diría que siempre es, o debe ser considerado, paralelo al real. Buscan la ruptura con la mímesis, con la reproducción fotográfica y encuentran en la alucinación de la mirada (esto es extremando el campo de visión de ese ojo o combinándolo con otros ojos) la respuesta a un mundo que quieren diferente y que pretenden cambiar.
En otra arista de la visión, el problema del tiempo, el tiempo de la mirada, el tiempo de exposición, el “sostener” la mirada, puede constituirse en un juego o en materia de profunda reflexión. Desde el frágil parpadeo al guiño, desde la oblicua o torva mirada a la idea de mantener, metafóricamente, una mirada que trascienda el hoy e inquiera el mañana es la apuesta de muchos poetas que apunta, justamente, hacia este espacio de lo abstracto, hacia ese territorio.
Desde todas estas visiones, desde todos estos “puntos de vista” el ojo de Víctor Lobos (o el ojo del lobo) se acerca a la realidad (la historia de Víctor Brauner, pintor judío rumano, su trágica vida, su recorrido infernal), pero también a la metáfora y a la ficción (léanse esos bellísimos “Seudo haikus para René Magritte”, por ejemplo, o esa magnifica “Tercera Parte”, titulada simplemente “Ojos”, donde explora las fantasías de Van Gogh y de Hitchcock, de las “Señoritas de Avignon” de Picassso y de esa gran película que es “Solaris” de Tarkovski). Es como si el poeta quisiera hablarnos con la mirada. Retratar la de otros y ser un espejo de sus obras…Su canto es el rayo deslumbrante que emerge de la pupila, ese, aparentemente, mudo testigo que posee las claves de grandes secretos que se revelan, poco a poco y con maestría, en las páginas de El ojo y otros puntos de vista.
Los ojos de Lobos son ojos que reconstruyen una memoria perdida, al decir de Octavio Paz, pero son ojos que crean una realidad interna, intimista, casi perdida en la atroz historia de este mundo que muere en su ceguera pertinaz y frívola. He aquí uno de los mayores méritos de este libro: inquirir, inquietar y desasosegar al lector: estremecerlo apelando a su inteligencia y a su sensibilidad para que esta vida no sea sólo un tránsito fugaz que nos confunde, ahoga o extravía.
La poesía de Víctor Lobos es un hallazgo en estos tiempos donde tanto se vocifera y tan poco se dice, donde abundan los libros de poemas y falta la verdadera poesía. Volumen primero, pero a la vez tardío, este ojo es un calidoscopio finísimo de imágenes dotadas de extraordinaria fuerza que no dejarán indiferente a su lector, más aún, lo provocarán a observar y a observarse, a mirar y a cuestionar al mundo desde un nuevo prisma. Algo que quisieran muchos poetas y escribientes; algo difícil pero no imposible: he aquí la poesía de este “joven viejo” autor. He aquí una obra que respira en la certeza del oficio y en la profundidad de la buena literatura.
Santiago de Chile, agosto de 2007
[1] Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos señala; “(...) el acto de ver expresa una correspondencia a la acción espiritual y simboliza, en consecuencia, el comprender (...)”.