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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

lunes, 13 de agosto de 2007

LA CULTURA NACIONAL O LA DESIDIA por Andrés Morales




Desde hace algunos años, esto es, desde la recuperación de la democracia, los esfuerzos por reconstruir el entramado cultural, recuperar algunos espacios y fomentar la creación de instancias que permitan el desarrollo de una cultura nacional son hechos que nadie puede discutir o menospreciar. El problema es que los políticos y funcionarios, en su afán por dotar al país de esta institucionalidad no han reparado en las constantes injusticias, en la improvisación y en el desorden que, poco a poco y tras las buenas intenciones, se han ido apoderando de ministerios, agregadurías culturales, fondos de cultura y, en general, y, lo más grave de todo, de un “concepto de cultura” que poco o nada tiene que ver con lo que en otros países, digamos más civilizados, se entiende como “política cultural” o, sencillamente como cultura. Se ha argumentado que no es bueno el dirigismo: vale. Se ha argumentado que la autogestión y las iniciativas “naturales” de personas u organizaciones es preferible a un camino previamente trazado por un grupo de especialistas: vale. ¿Pero qué ha pasado finalmente? Simplemente que, lo quieran ver o no, se ha creado un Ministerio de Cultura –o al menos el cargo de ministro de cultura-, se ha controlado a quién entregar presupuestos (instituciones que a veces son “juez y parte”) y se han manipulado con frecuencia los fondos destinados a becas y proyectos que caen en manos inescrupulosas, escribientes de segunda o tercera clase o amigos y parientes del jurado de turno.
Debo confesar que yo mismo creí en la transparencia de fondos y consejos. Recibí algunas distinciones e integré (honestamente y junto a jueces que nadie podría cuestionar en su imparcialidad) jurados de esta “nueva institucionalidad”. Pero pasados los años, me asombro que algunos criterios que, supongo, hoy operan -al menos en el campo de la literatura- hayan sido desvirtuados en pos de un extraño regionalismo (la excusa de entregar dinero a las regiones es una manera de repartir muchas veces favores políticos o aparecer ayudando con mano limpia y generosa a personas e instituciones que parecieran postergadas y que no representan verdaderamente a una determinada provincia pues, muchas veces, se trata de proyectos bastante cuestionables). ¿Pero, volviendo a la realidad, qué es lo que pasa realmente? En 1998 organicé el "III Encuentro Iberoamericano de Escritores", con más de 50 invitados de Europa y Latinoamérica: el Consejo de la Cultura no entregó más que migajas. Hace 3 años ya que en Temuco y Lautaro se ha intentado montar un homenaje al poeta Jorge Teillier, recién este año se cuenta con algunos fondos y en agosto podrá llevarse a cabo. Otro asunto con ribetes de escándalo es el que aconteció hace poco con las Becas para Escritores Profesionales, donde autores de la talla de Teresa Calderón, Mauricio Electorat, Ricardo Brodsky y otros (donde me incluyo) obtuvieron los máximos puntajes para que finalmente no se les entregase la ayuda que ganaron limpiamente con la excusa que el dinero debía repartirse a regiones, entre otros absurdos argumentos. Es legítimo meditar entonces dónde está la lógica y cuáles son los lineamientos en la aprobación de proyectos, en la entrega de reconocimientos, y, más aún, en la justa distribución de la riqueza de un estado que permanentemente se ufana de sus letras (y de sus reservas económicas) pero que poco las cotiza. Y aquí se llega a otro de los puntos centrales de los problemas que he mencionado. ¿De qué tipo y de cuál cultura hablamos? ¿Hablamos sólo de los tragafuegos, de las batucadas, de los curiosos personajes en zancos, de los conciertos de rock, con todo respeto a cada uno de ellos? ¿Esa es la cultura nacional? ¿Sólo los actores participantes en campañas políticas son merecedores de la beca como agregados culturales? ¿Es que en Chile no hay pintores, escultores, músicos, bailarines, dramaturgos, poetas, novelistas, filósofos, etc.? ¿Todo ha de ser un toma y daca? ¿Eso es pluralismo o sólo “repartija”? Nuestros agregados culturales en la bien antigua democracia, nuestros diplomáticos: Mistral, Neruda, Subercaseaux, Arteche, Díaz Casanueva por nombrar sólo a algunos, creo, no sólo representaban un rostro bonito de Chile (como aquel témpano de hielo en la Exposición Internacional de Sevilla: hermoso, pero frío), sino que transmitían la profundidad de un país con claroscuros y contrastes.
Sin querer sentar cátedra de nada ni encender revoluciones, creo que llegó el momento en que los artistas, los intelectuales, los escritores, los universitarios y todos aquellos que verdaderamente viven por la cultura sean valientes para reclamar lo propio; sean consecuentes para exigir lo que es necesario para Chile (¿por qué no una Editora Nacional? ¿Existe miedo a que exista un consejo representativo para formarla o que se llame a concurso y se financien publicaciones? ¿No hay dinero para revitalizar editoriales?). Ha llegado la hora para que, finalmente, los auténticos críticos y creadores, de forma más que urgente y ahora, de una vez por todas, no se dejen avasallar por esa clase política, tecnócrata y burocrática que hacen de lo mediocre –salvo contadísimas excepciones- su discurso, su pan y su fatua impronta de cada día.



Publicado en "El Pluralista", el periódico de la Universidad de Chile, N. 7, agosto de 2007.