El 11 de agosto de 2007 fue un día con mucha luz en Santiago, soleado y cálido, intenso y diferente para ser pleno invierno. Sin embargo, un poeta me llama y me cuenta una noticia que cambia la perspectiva de este día tan luminoso: ha dejado de existir don José Miguel Vicuña.
Qué inmenso poeta fue don José Miguel Vicuña. Intenso, creador y contundente. Su voz crepitaba en el Grupo Fuego de la poesía, en aquel grupo de poetas que se reunió junto a él por más de cincuenta años. Su voz poética hablaba desde la más profunda reflexión metafísica, preguntándose por la existencia, construyendo un decir poético a la vez que cerebral, muy sentido e intenso. Entre sus libros podemos mencionar Edad de Bronce (1951), En los Trabajos de la Muerte (1956), El Hombre de Cro-Magnon se Despereza (1958), Poemas Augurales (1966), Cantos (1977), Alígera Summa (1995), Elemento y Súplica (2000). Debemos aprender de ese legado.
Abro su libro Elemento y Súplica y encuentro el poema “Despedida”, que inusitadamente describe una atmósfera que vivimos en estos días, en que la nieve y el frío cubrió nuestras miradas. En un breve homenaje transcribo una parte de este poema:
Cae tenaz la nieve, abraza el orbe y cubre
de inextinguibles sábanas la tierra.
Mas otra vez más lejos, más deseado,
perezco para ella y me libero,
cuando el curvo regreso de inesperado llanto
bruscamente me limpia
de frescor amarillo, hacia los puertos.
Hace poco más de un año que su compañera, la gran poeta Eliana Navarro, había dejado de existir y hoy él va a su encuentro en el misterio de la muerte. Ambos fueron queridísimos maestros y amigos entrañables.
José Miguel Vicuña fue una hermosísima persona y padre literario de muchos creadores. Su partida es realmente un feroz golpe para quienes lo conocimos.
Sólo puedo decir que él era un poeta verdadero.