El gran poeta cubano José Kozer y su mujer, Guadalupe, se encuentran en Chile por un par de meses. En estos días ha realizado diversas lecturas de poesía, cursos y talleres invitado por la Universidad del Desarrollo. Reproducimos aquí algunos de sus poemas como un homenaje a su presencia en nuestro país y a su extraordinaria producción poética.
BALNEARIO LA CONCHA, 1954
Era domingo, cuatro decisiones.
Mi madre nos nutría de linfa, hidromieles: se asomaba papá de veguero y visera,
mangas
cortas. Yo
proponía ir más allá de los cuatro tazones de café con leche, hablaba de otras ciudades
con muros sembrados
de logaritmos
y espirales al almuecín, yo me iba: y mi padre proponía el color esmeralda de las playas,
mamá temblaba. A sus anchas
temblaba
cuando nos íbamos los dos de casa, padre y varón veteados en un revuelo de naftas y
aceleraciones, dos
fotutazos
de albricia descarada por el amanecer y el domingo, las mujeres en casa: nos
desnudábamos de pelo
en pecho
al llegar a las casetas y mientras digeríamos al sol el desayuno mi padre recapacitaba
acerca del árbol
lila
y los caramelos que robó de niño, su guante blanco de artillero polaco y el caftán orlado
de arabescos policromos
para
días festivos, el raído caftán de peregrinaciones: nadábamos un poco hablábamos otro
pedazo de aquellos profetas interiores que
escogían a un niño, lo enseñaban
a narrar
y el niño aprendía de golpe, nunca jamás desfallecía. Nadaba
mi padre
como un perro lacio de aguas y lo vi sonrojarse cuando habló de una amiga villaclareña,
tembló
y hablamos
en seguida de su sombrero de nutria y el carromato ígneo de la guerra: nada
nos detenía ya
y compartimos una mano de mamoncillos bajo la sombra de una yagua, llamábamos
al tamalero
por su nombre y pensamos en casa, traeríamos a dos manos el maní en los cucuruchos:
llegaríamos, dos ráfagas
de sal
a casa mi madre me dio un beso que yo di a mi padre cuando besó a mi hermana,
besamos
el pan
de flauta a la mesa y hundimos las manos en los bolsillos un momento para hacer
silencio y dos genuflexiones, comprobar un
momento que éramos cuatro: el Maestro
y la noria
con el Vidente y la noria que no abriría en el suelo aún contra nosotros cuatro un
espacio, nos quedan suelo y brisa parsimonia
y arena en la boca cuajada de canela, gofios y
espléndidas natillas en los cuatro
cuencos.
PLACIDEZ
La boca
Era domingo, cuatro decisiones.
Mi madre nos nutría de linfa, hidromieles: se asomaba papá de veguero y visera,
mangas
cortas. Yo
proponía ir más allá de los cuatro tazones de café con leche, hablaba de otras ciudades
con muros sembrados
de logaritmos
y espirales al almuecín, yo me iba: y mi padre proponía el color esmeralda de las playas,
mamá temblaba. A sus anchas
temblaba
cuando nos íbamos los dos de casa, padre y varón veteados en un revuelo de naftas y
aceleraciones, dos
fotutazos
de albricia descarada por el amanecer y el domingo, las mujeres en casa: nos
desnudábamos de pelo
en pecho
al llegar a las casetas y mientras digeríamos al sol el desayuno mi padre recapacitaba
acerca del árbol
lila
y los caramelos que robó de niño, su guante blanco de artillero polaco y el caftán orlado
de arabescos policromos
para
días festivos, el raído caftán de peregrinaciones: nadábamos un poco hablábamos otro
pedazo de aquellos profetas interiores que
escogían a un niño, lo enseñaban
a narrar
y el niño aprendía de golpe, nunca jamás desfallecía. Nadaba
mi padre
como un perro lacio de aguas y lo vi sonrojarse cuando habló de una amiga villaclareña,
tembló
y hablamos
en seguida de su sombrero de nutria y el carromato ígneo de la guerra: nada
nos detenía ya
y compartimos una mano de mamoncillos bajo la sombra de una yagua, llamábamos
al tamalero
por su nombre y pensamos en casa, traeríamos a dos manos el maní en los cucuruchos:
llegaríamos, dos ráfagas
de sal
a casa mi madre me dio un beso que yo di a mi padre cuando besó a mi hermana,
besamos
el pan
de flauta a la mesa y hundimos las manos en los bolsillos un momento para hacer
silencio y dos genuflexiones, comprobar un
momento que éramos cuatro: el Maestro
y la noria
con el Vidente y la noria que no abriría en el suelo aún contra nosotros cuatro un
espacio, nos quedan suelo y brisa parsimonia
y arena en la boca cuajada de canela, gofios y
espléndidas natillas en los cuatro
cuencos.
PLACIDEZ
La boca
se le llenó
al querubín
de poemas.
Desprovisto
el querubín
analfabeto
canturreaba
VIDA RETIRADA
Durante una larga vida su enemigo fue la exasperación.
Dejó el mundo a los sesenta años: en su retiro se secarían las fuentes de su
exasperación.
A solas, día y noche, lo exasperan el canto del cuclillo, la gota del deshielo en los
carámbanos del alero, el rebrotar de los
crocos, la insoportable avaricia estival
de los insectos.
KENDO
El maestro de esgrima pasó la madrugada en silencio.
Pie
derecho al frente; mano izquierda a la cintura, en jarra; la mano derecha asida
a la empuñadura
de la espada. Alzó
vuelo la grulla; dejó su sombra en vilo sobre un pie,
a los pies
del maestro de esgrima: a sus pies el ciclamen postró sus floraciones. No se movió
el maestro
de esgrima en toda la noche: las briznas sin sosiego a la intemperie quedaron sujetas
a la espera. Las hormigas
dibujan con su rastro la sombra del maestro de esgrima que alza en vilo un pie, inclina
el torso.
VIDA RETIRADA
Durante una larga vida su enemigo fue la exasperación.
Dejó el mundo a los sesenta años: en su retiro se secarían las fuentes de su
exasperación.
A solas, día y noche, lo exasperan el canto del cuclillo, la gota del deshielo en los
carámbanos del alero, el rebrotar de los
crocos, la insoportable avaricia estival
de los insectos.
KENDO
El maestro de esgrima pasó la madrugada en silencio.
Pie
derecho al frente; mano izquierda a la cintura, en jarra; la mano derecha asida
a la empuñadura
de la espada. Alzó
vuelo la grulla; dejó su sombra en vilo sobre un pie,
a los pies
del maestro de esgrima: a sus pies el ciclamen postró sus floraciones. No se movió
el maestro
de esgrima en toda la noche: las briznas sin sosiego a la intemperie quedaron sujetas
a la espera. Las hormigas
dibujan con su rastro la sombra del maestro de esgrima que alza en vilo un pie, inclina
el torso.