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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 10 de junio de 2011

POR QUÉ MUEREN LOS POETAS...





POR QUÉ MUEREN LOS POETAS...

Por
Reinaldo Edmundo Marchant



Los poetas mueren porque la luz dorada no asoma siempre.

Los poetas comienzan a morir mucho antes de morir. Salen a buscar los cantos de los zorzales y los zorzales han desaparecido buscando a los poetas. Entonces echan a caminar con las manos en la memoria y siempre brota la geografía de un mundo infeliz.

Los poetas mueren porque nadie quiso oír sus lamentos.

Los poetas mueren porque llevan en las pupilas a un niño que se resiste a dejar la infancia. Mientras los hombres crecen, los poetas permanecen vigilantes de bosques inocentes, donde se recrean con las aves y levantan del piso retratos de hojas parlanchinas.

Los poetas mueren porque el aire apretó sus palabras.

Los poetas comienzan a morir al sentir las pisadas humanas flotando en el vientre materno. Afloran con marcas en la piel, con el otoño hundido en la mirada y la sangre escurriendo por riberas de ríos imaginarios.

Sólo los pájaros saben por qué mueren los poetas.

Los pájaros dicen que los poetas nunca mueren. Que, a la manera de una flor, de la brizna, de un rocío, parten a divertirse en las galaxias  colmadas de murmullos líricos: van al encuentro de los versos que en la tierra cruzaron ausentes por los rostros de los sabios .

Día 8 de junio del 2011, exactamente a las 12, 30, en su natal Osorno, ubicado en las ramas de un álamo, un zorzal soltó el plácido canto de sus cuerdas musicales: Mauricio Barrientos Ortega, el poeta niño, el poeta que vivió como quiso morir, fue juntando sus ojos por un instante. Dicen que el poeta murió.

Ahora nadie encenderá la luz de los astros.

Las cigarras se lastimarán la boca en los árboles caídos.

Los poetas no mueren. Parten. Entran definitivamente a la vida.

Los poetas no mueren, porque no saben morir. Las plantaciones de olvido del universo no han podido marchitar la  glorificación de versos: nunca renace más la vida que cuando un poeta se distancia con sus juegos a otra latitud.

Hay un solo problema.

Los poetas cuando mueren dejan huérfanos a otros niños que se alimentan de nostalgias y sueños.  De lo demás, el mundo no tiene nada que decir. No se ocupará jamás. Por eso los poetas parten. No es el fin. Viajan a platicar con riachuelos azules.
 
Los poetas no abrochan en la tierra. Esperan en la estrellas, impregnados de jolgorio y perpetuidad! Están donde se agita el agua, donde se abre una rosa, cuando asoma la luna o despierta la aurora. Te miran mientras piensas en él.

Dicen que el poeta murió.

Resulta que  ha viajado hasta acá. A juntar  frases. A sonreír. Pinta las murallas con paisajes de luz dorada, esas que le negaron, y que mientras vuela a través del cosmos, ella y él, tú y él, aseguran  que los poetas no saben morir.

Los poetas son pan vivo!

La palabra, que es un poeta con manos de gorrión, no conocen el olvido.

Díganle a los niños que sólo duerme serenamente junto al lecho de sus poemas!


EN MEMORIA DE MI AMIGO POETA MAURICIO BARRIENTOS (1960-2011), fallecido el 8 de junio del 2011.




El desprestigio de la muerte. 

In memoriam a Mauricio Barrientos 


por 

Jorge Núñez


Tal vez sea lo único que finalmente tengamos: el cuerpo. Un cuerpo como superficie habitable, una casa, una morada donde cobijarse, un lugar donde vivir. Y también una identidad y un sexo. Y a partir de ahí, el mundo. Todo gira en torno a estos cuerpos, algunos divinos, otros celestiales y, la mayoría, simplemente humanos. El cuerpo es lo que primero se estudia en dibujo, lo que primero nos gusta o disgusta de cualquiera que se nos ponga enfrente. A través del cuerpo sentimos toda la gama infinita de sensaciones que se pueden sentir. Y es que el cuerpo es, realmente, un lugar sin límites. Dentro de él nos propulsamos hasta el infinito; en un suspiro viajamos al fin del mundo, y un roce en la piel, esa capa fina e impermeable que recubre nuestros cuerpos, nos hace creer que podemos ser felices.
El cuerpo es la medida de todas las cosas, dijo Leonardo, y desde luego, es él mismo todas las cosas que crecen y se desarrollan a partir de sus necesidades. En el origen fue sin duda el cuerpo, el verbo hecho carne, y hoy, no quiero decir finalmente, eso es lo que somos: carne. El cuerpo como un objeto abandonado, un objeto que no queremos y modificamos, cortamos, ampliamos, achicamos; cuerpos masacrados por cualquier razón, cuerpos utilizados, destruidos; cuerpos reventados, en la realidad y en la cultura. Fragmentos de nosotros mismo, fragmentos de cuerpos que en cada girón de carne llevan una historia de amor, de dolor, de sufrimiento. Esos son nuestros cuerpos: simple materia para una lección de anatomía sangrienta.
El cuerpo se regenera completamente cada siete años. Cada una de sus células muere y es sustituida por otra que durará igualmente otros siete años. Pero no de una sola vez, los siete años de cada célula no coinciden necesariamente con la duración exacta de la vida de cada célula y, así, estamos continuamente muriendo, permanentemente cambiando, en un proceso de alteridad tan lento que no somos conscientes ni de vivirlo. Mariposas de piel, de carne, de hueso, de sangre, con una vida breve pero intensa. En total vivimos solo siete años, y este cuerpo que hoy habitamos no es el mismo que ayer besaron y amaron. Ese cuerpo se fue. Hoy, este cuerpo ya no recuerda aquellas caricias que nunca sintió. Cada centímetro de nuestra piel sigue siendo hoy, otra vez, virgen ansiosa a la espera de esa caricia que le haga tremolar. Sentimientos que también se borrarán de su piel según se regeneren sus células. La memoria no tiene cuerpo. Habla, cuerpo, cuenta tu gran historia de pasión y de cansancio, porque tu historia será necesariamente breve.
El alma dudosa es la que otorga esa aura de divinidad al cuerpo, la que al parecer le dota de la comprensión suficiente para saber diferenciar los sentimientos a partir de los roces, los tactos, las pulsiones físicas que, como quien toca un piano, sabe distinguir unas notas de otras, la clave de sol de la de mi. Pero la realidad, más o menos dura, es que nuestros cuerpos están en permanente cambio y transformación, mudan como la serpiente su piel, se convierten en ellos mismos otra vez, continuamente, pero cada vez son otros siendo los mismos.
El cuerpo de un hombre se convierte en símbolo de fuerza, de poder; el de una joven, en pureza, o tal vez en símbolo de lujuria; los cuerpos han contado historias de religión, guerra, amor y soledad, de poder y de fracaso. Rara vez se han mostrado exentos de cualquier sentimiento. Huimos de lo que somos: un objeto hecho de carne, sangre, fluidos y otras materias.
Si el arte ha utilizado el cuerpo a su antojo desde el origen, la fotografía realiza un uso más sofisticado de este objeto que en el blanco y negro alcanza el límite de la realidad. El contraste formal entre los tonos de la piel, entre las formas de los cuerpos, alcanza en la fotografía su cima absoluta. Muchos realizan un sistemático estudio de las partes, una taxonomía, una catalogación de los tipos y partes del objeto: manos, pies, hombros, vientres, aislados, sin identidad, sin rostro, fragmentos en los que el sexo no significa sensualidad, al menos no más que un pie o que un brazo. Otros hacen de una parte el conjunto, todo el cuerpo está en ese fragmento que condensa su esencia. Sin embargo, eliminado el rostro, el gesto, la duda y la certidumbre de la mirada, esos cuerpos solo son ya meros contenedores vacíos. Somos personas a través de nuestros sentimientos y vivimos en unos cuerpos que pueden ser alterados e incluso a veces intercambiables. Nuevamente la cámara y la mirada del fotógrafo corta y elimina, como un bisturí, para construir otra lección de anatomía, esta vez sin sangre, plena de belleza pero sin alma.
Qué lugar más adecuado que una morgue para esos objetos que ya no tienen sentido, que ni siquiera como máquinas funcionan. Ajenos a la vida y a los sentimientos, en ese mundo de las cosas, el cuerpo tiene una vida nueva. La fotografía prolonga eternamente, ya sin vida, sin memoria, sin recuerdos, esos muertos necesariamente estáticos sobre el papel.
Mauricio: hiciste de tu cuerpo, de tu vida un material polivalente, bello y abisal. Hiciste de la piel una materia y, de sus contornos, tu paisaje. Pero también hay algo terrible en esta bella deshumanización, algo que nos acerca a los extremos, a la locura, a la angustia, a la soledad, y a la persecución de una respuesta a una pregunta nunca formulada. El cuerpo en tu dimensión más silenciosa, hasta perderse totalmente y desaparecer. Hasta la muerte.

Jorgemente





2 comentarios:

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Es un bello homenaje Andres, el que le has rendido al poeta Mauricio Barrientos, Saludos de Carmen Troncoso,

A chuisle dijo...

Andrés admiro la delicadeza con que escoges los textos al rendir homenaje a otros hombres de letras. La lectura de estos dos textos que hoy dejaste aquí, me llevaron a una profunda reflexión. Confieso que desconozco mucho de la obra de Mauricio Barrientos, estampé mi condolencia, porque cada vez que muere un poeta me siento un poco huérfana de aquellos poemas que no alcanzó a escribir “Los poetas cuando mueren dejan huérfanos a otros niños que se alimentan de nostalgias y sueños.” Quizás ahora tenga la oportunidad de conocerlo bien a través de sus letras en las que sigue vivo. Pero no es sólo eso, me llevó a pensar cuán lejos estoy de la poesía chilena contemporánea, estoy segura que a través de tus libros y artículos me puedo acercar a ella. Tu blog es una oportunidad al más alto nivel.

En relación a POR QUÉ MUEREN LOS POETAS... de Reinaldo Edmundo Marchant, me impresionó la belleza, profundidad y trascendencia de este texto poético. Cómo se podría despedir mejor a un poeta que vive y muere la poesía cada día, sino a través de palabras poéticas sentidas y bellas como éstas:

“Los poetas no abrochan en la tierra. Esperan en la estrellas, impregnados de jolgorio y perpetuidad! Están donde se agita el agua, donde se abre una rosa, cuando asoma la luna o despierta la aurora.”

“Viajan a platicar con riachuelos azules.”

La muerte es así, un paso a la inmortalidad en su obra y en el espíritu.

“La palabra, que es un poeta con manos de gorrión, no conoce el olvido.”