(Campo de refugiados en la frontera con Ruawda)
Escribe Yamawé y no respira.
El largo desierto como avispa
clava su aguijón inesperado.
Esa cruel sorpresa del que llora
que ya no dice nada, pero grita
de hambre o de quietud,
qué mas importa:
El truécano del que todo lo ha perdido
y el terrible traficante del horror:
Un hábil alfil en la jugada
y nada que decir o más que nada,
sin ánimo patético de luna
o piélago de sol, ni mas bandera
que ojos levantando su mirada
y ojos húmeros e inmóviles
o arena hasta la piel de la locura.
Escribe Yamawé y recupera
su canto de terror, de despedida.
Escribe, escribe, escribe
y me lo dice:
El hambre habrá de hartar al más piadoso.
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