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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 29 de marzo de 2013

"PÁJAROS, MÚSICA Y POESÍA" POR EL POETA CHILENO FELIPE CUSSEN





Saint-John Perse escribía que los pájaros "conservan entre nosotros algo del sueño de la creación". Más allá del ruido de las ciudades modernas y la fragmentación de las lenguas humanas, esta reminiscencia parecería sustentarse en la pureza de su canto. La tradición dicta que la lengua hablada en el paraíso sería precisamente el idioma de los pájaros, un idioma primordial basado en el ritmo y la musicalidad de las palabras, cuyo sentido no es literal ni racional, sino espiritual. Por eso, en diversos relatos (desde la leyenda de Sigfrido hasta las peripecias narradas por Cyrano de Bergerac), entender el significado de su canto es señal de una comprensión profunda de los secretos de la naturaleza o de una comunicación directa con la divinidad. En muchas culturas, los pájaros también simbolizan el vuelo del alma, como se observa en el "Cántico Espiritual" de San Juan de la Cruz, y antes en la mística sufí, con "El relato del pájaro" de Avicena y la "Conferencia de los pájaros" de Farid Ud-din Attar. Rumi, en uno de sus poemas, se dirige a su corazón como si fuera un pájaro: "Oh pájaro, habla el lenguaje de los pájaros; yo puedo entender tu oculto significado”.
Otro poeta sufí, Yunus Emre, escribe: “Todos los poetas son ruiseñores en el jardín de Dios". Además de la recuperación de la imagen edénica, es interesante la asociación del poeta con un ave cantora. Como indica Maurizio Bettini, ya en la antigüedad grecorromana era frecuente considerar que del ejemplo de los pájaros habrían nacido la poesía y la música. Este origen común coincide, por cierto, en la misma definición de poesía lírica (poesía propia para el canto, acompañada por la lira) y en la protección hacia ambas artes por parte de la musa Euterpe, frecuentemente representada con una flauta doble en sus manos. Volviendo a Bettini, éste recalca que la filiación de la poesía con el canto de los pájaros garantizaría su especificidad, su diferencia respecto al discurso cotidiano. Arnaut Daniel, un trovador medieval, también establece esa comparación para remarcar su calidad: “Doutz braitz e critz/ e chans e sos e voutas/ aug dels auzelhs qu’en lor lati fan precx/ quecx ab sapar, atressi cum nos fam/ ab las amiguas en cui entendem” (“Oigo dulces gorjeos, gritos, cantos, sones y vueltas de los pájaros que hacen plegarias en su latín, cada uno con su pareja, así como hacemos nosotros con las amigas de quienes estamos enamorados”). Tal como destacará su admirador Ezra Pound, este intento atraviesa el significado literal de las palabras para buscar la onomatopeya: no sólo se refiere al canto de los pájaros, sino que los hace cantar en sus palabras.
En épocas posteriores (tal como demuestra el estudio de Salvador Novo), la atracción de los poetas hacia los pájaros nunca menguó, y poetas de renombre como el ya mencionado Perse, Umberto Saba y Pablo Neruda produjeron verdaderos catálogos ornitológicos. Éste último, en su Arte de pájaros, llegó a incluir aves ficticias como el barbitruqui y el tintitrán. Para muchos autores, los pájaros hoy se resignifican como símbolos de libertad e inasibilidad, y su canto vuelve a ofrecerse como un misterio. Hugo Gola va a la búsqueda de sus reverberaciones espirituales, retomando el énfasis aliterativo (como también Eduardo Milán) y un ritmo oscilante: "Sin saber/ saber/ Siembra/ su luz/ ¡su lu mi lu!". De ese modo, se alía con aquellos poetas que, en la línea de Arnaut Daniel, no sólo quieren describir a los pájaros, sino que pretenden comunicarse en su misma lengua. La indagación sonora que muchos poetas han venido desarrollando desde las vanguardias es la manera más intensa de asumir esta tradición que he venido refiriendo. Dadaístas como Kurt Schwitters o Raoul Hausmann, en su "Oiseautal", lo practicaron: "Pitsu puit puittituttsu uttititi ittitaan", al igual que Vicente Huidobro, quien no sólo se transforma en pájaro en Altazor, sino que exprime gradualmente el lenguaje hasta convertirlo en pura melodía: "Tralalí/ Lali lalá". Bob Cobbing, uno de los pioneros de la poesía sonora de las últimas décadas, explicita la aspiración de convertir su poesía en el canto de un pájaro. En su trabajo actual Martín Gubbins y Martin Bakero recorren ese camino, al igual que Lorenzo Ailllapan Cayuleo, poeta mapuche conocido como "Üñümche" (hombre-pájaro), quien en su recuento de aves también va incorporando sus sonidos: "Trililiuuuu Trililiuuuu". A la luz de todos antecedentes, las reflexiones irónicas de Juan Luis Martínez sobre el lenguaje de los pájaros adquieren una especial significación. Si bien la irracionalidad y carencia de contenido del "pajarístico" podría considerarse una condición negativa, creo que se trata más bien de la cualidad de la transparencia, del silencio, que nos acerca más al ideal de una comunicación superior, en la que se borrarían las diferencias. Quizás, como propone José Ángel Valente, "todas las lenguas, en lo poético, son a fin de cuentas la misma lengua. ¿La lengua de los pájaros?".
Vale la pena proyectar estas elucubraciones al ámbito de la música, en el que la tentación imitativa ha sido igualmente importante. En la producción contemporánea se reconocen compositores como Olivier Messiaen, pero existen antecedentes previos igualmente interesantes, no sólo a nivel instrumental, sino también vocal, en obras de Johannes Valliant y Clément Janequin. A él pertenece una famosa pieza, "Le chant des oyseaux", en la que súbitamente se escucha la jerga de los pájaros: "Frian, frian, frian, frian, frian, frian, frian, frian, teo./ Tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu,/ co-qui, co-qui, co-qui, co-qui, co-qui, tu". Pero resulta evidente que son los instrumentos aerófonos los más apropiados para intentar esta emulación. Existen innumerables ejemplos que podríamos mencionar, desde las flautas de los indios Juruna o Yudja (en los cuales se basó Caetano Veloso para su canción "Asa") hasta instrumentos como la "diuca", propia de Chiloé, compuesta por un recipiente con agua, y boquillas de entrada y de salida para el aire. Durante el Barroco, la flauta dulce ocupa un sitio importante en esta galería, con un amplio repertorio que muchas veces privilegia las flautas agudas, como "Il Gardellino" de Vivaldi. En el siglo XVIII, además, surgió la moda de enseñar melodías sencillas a los pájaros en cautiverio, utilizando una flauta pequeña conocida como flageolet. "The Bird Fancyer's Delight", una colección de 1717, incluye lecciones específicas para alondras, estorninos o canarios. Este aprendizaje mutuo entre las flautas y las aves se puede rastrear incluso en el nombre mismo de la flauta en el idioma inglés, "recorder". Como indica Ramón Andrés (citando una investigación de Christopher Welch), "la identificación con el instrumento estaba relacionada con el verbo 'to record', uno de cuyos sentidos es el de 'cantar como un pájaro'", y también equivale a "tararear dulcemente" una melodía previamente memorizada, recordada.
Junto con el resurgir de este instrumento en el siglo XX, muchos compositores europeos como Jürg Baur, Ferdinand Bruckmann, Agnes Dorwarth y Marcus Zahnhausen escogen la flauta dulce con fines ornitológicos. Dentro de esa inspiración, Rafael Díaz y Carlos Zamora también han investigado en sus trinos y gorjeos, creando otras formas de algarabía pajarística. Bajo el amparo de Céfiro, el dios del viento suave y mensajero de la primavera, nuestro propósito a lo largo de este proyecto ha sido dar nueva vida a esta antigua unión de la música y la poesía en torno a los pájaros. Así, por algunos instantes, nos hemos sentido parte de la confabulación de aquellos que, como escribió Juan Luis Martínez, tras desentenderse de sí mismos "no entienden nada como no sea lo indecible".



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