Saint-John Perse escribía que
los pájaros "conservan entre nosotros algo del sueño de la creación".
Más allá del ruido de las ciudades modernas y la fragmentación de las lenguas
humanas, esta reminiscencia parecería sustentarse en la pureza de su canto. La
tradición dicta que la lengua hablada en el paraíso sería precisamente el
idioma de los pájaros, un idioma primordial basado en el ritmo y la musicalidad
de las palabras, cuyo sentido no es literal ni racional, sino espiritual. Por
eso, en diversos relatos (desde la leyenda de Sigfrido hasta las peripecias
narradas por Cyrano de Bergerac), entender el significado de su canto es señal
de una comprensión profunda de los secretos de la naturaleza o de una
comunicación directa con la divinidad. En muchas culturas, los pájaros también
simbolizan el vuelo del alma, como se observa en el "Cántico
Espiritual" de San Juan de la Cruz, y antes en la mística sufí, con
"El relato del pájaro" de Avicena y la "Conferencia de los
pájaros" de Farid Ud-din Attar. Rumi, en uno de sus poemas, se dirige a su
corazón como si fuera un pájaro: "Oh pájaro, habla el lenguaje de los
pájaros; yo puedo entender tu oculto significado”.
Otro poeta sufí, Yunus Emre,
escribe: “Todos los poetas son ruiseñores en el jardín de Dios". Además de
la recuperación de la imagen edénica, es interesante la asociación del poeta
con un ave cantora. Como indica Maurizio Bettini, ya en la antigüedad
grecorromana era frecuente considerar que del ejemplo de los pájaros habrían
nacido la poesía y la música. Este origen común coincide, por cierto, en la
misma definición de poesía lírica (poesía propia para el canto, acompañada por
la lira) y en la protección hacia ambas artes por parte de la musa Euterpe,
frecuentemente representada con una flauta doble en sus manos. Volviendo a
Bettini, éste recalca que la filiación de la poesía con el canto de los pájaros
garantizaría su especificidad, su diferencia respecto al discurso cotidiano.
Arnaut Daniel, un trovador medieval, también establece esa comparación para remarcar
su calidad: “Doutz braitz e critz/ e chans e sos e voutas/ aug dels auzelhs
qu’en lor lati fan precx/ quecx ab sapar, atressi cum nos fam/ ab las amiguas
en cui entendem” (“Oigo dulces gorjeos, gritos, cantos, sones y vueltas de los
pájaros que hacen plegarias en su latín, cada uno con su pareja, así como
hacemos nosotros con las amigas de quienes estamos enamorados”). Tal como
destacará su admirador Ezra Pound, este intento atraviesa el significado
literal de las palabras para buscar la onomatopeya: no sólo se refiere al canto
de los pájaros, sino que los hace cantar en sus palabras.
En épocas posteriores (tal
como demuestra el estudio de Salvador Novo), la atracción de los poetas hacia
los pájaros nunca menguó, y poetas de renombre como el ya mencionado Perse,
Umberto Saba y Pablo Neruda produjeron verdaderos catálogos ornitológicos. Éste
último, en su Arte de pájaros, llegó
a incluir aves ficticias como el barbitruqui y el tintitrán. Para muchos
autores, los pájaros hoy se resignifican como símbolos de libertad e
inasibilidad, y su canto vuelve a ofrecerse como un misterio. Hugo Gola va a la
búsqueda de sus reverberaciones espirituales, retomando el énfasis aliterativo
(como también Eduardo Milán) y un ritmo oscilante: "Sin saber/ saber/
Siembra/ su luz/ ¡su lu mi lu!". De ese modo, se alía con aquellos poetas
que, en la línea de Arnaut Daniel, no sólo quieren describir a los pájaros,
sino que pretenden comunicarse en su misma lengua. La indagación sonora que
muchos poetas han venido desarrollando desde las vanguardias es la manera más
intensa de asumir esta tradición que he venido refiriendo. Dadaístas como Kurt
Schwitters o Raoul Hausmann, en su "Oiseautal", lo practicaron:
"Pitsu puit puittituttsu uttititi ittitaan", al igual que Vicente
Huidobro, quien no sólo se transforma en pájaro en Altazor, sino que exprime gradualmente el lenguaje hasta
convertirlo en pura melodía: "Tralalí/ Lali lalá". Bob Cobbing, uno
de los pioneros de la poesía sonora de las últimas décadas, explicita la
aspiración de convertir su poesía en el canto de un pájaro. En su trabajo
actual Martín Gubbins y Martin Bakero recorren ese camino, al igual que Lorenzo
Ailllapan Cayuleo, poeta mapuche conocido como "Üñümche" (hombre-pájaro), quien
en su recuento de aves también va incorporando sus sonidos: "Trililiuuuu
Trililiuuuu". A la luz de todos antecedentes, las reflexiones irónicas de
Juan Luis Martínez sobre el lenguaje de los pájaros adquieren una especial
significación. Si bien la irracionalidad y carencia de contenido del "pajarístico"
podría considerarse una condición negativa, creo que se trata más bien de la
cualidad de la transparencia, del silencio, que nos acerca más al ideal de una
comunicación superior, en la que se borrarían las diferencias. Quizás, como
propone José Ángel Valente, "todas las lenguas, en
lo poético, son a fin de cuentas la misma lengua. ¿La lengua de los
pájaros?".
Vale la pena proyectar estas
elucubraciones al ámbito de la música, en el que la tentación imitativa ha sido
igualmente importante. En la producción contemporánea se reconocen compositores
como Olivier Messiaen, pero existen antecedentes previos igualmente
interesantes, no sólo a nivel instrumental, sino también vocal, en obras de
Johannes Valliant y Clément Janequin. A él pertenece una famosa pieza, "Le
chant des oyseaux", en la que súbitamente se escucha la jerga de los
pájaros: "Frian, frian, frian, frian, frian, frian, frian, frian, teo./
Tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu,/ co-qui, co-qui, co-qui, co-qui, co-qui,
tu". Pero resulta evidente que son los instrumentos aerófonos los más
apropiados para intentar esta emulación. Existen innumerables ejemplos que
podríamos mencionar, desde las flautas de los indios Juruna o Yudja (en los
cuales se basó Caetano Veloso para su canción "Asa") hasta instrumentos
como la "diuca", propia de Chiloé, compuesta por un recipiente con
agua, y boquillas de entrada y de salida para el aire. Durante el Barroco, la
flauta dulce ocupa un sitio importante en esta galería, con un amplio
repertorio que muchas veces privilegia las flautas agudas, como "Il
Gardellino" de Vivaldi. En el siglo XVIII, además, surgió la moda de
enseñar melodías sencillas a los pájaros en cautiverio, utilizando una flauta
pequeña conocida como flageolet. "The Bird Fancyer's Delight",
una colección de 1717, incluye lecciones específicas para alondras, estorninos
o canarios. Este aprendizaje mutuo entre las flautas y las aves se puede
rastrear incluso en el nombre mismo de la flauta en el idioma inglés,
"recorder". Como indica Ramón Andrés (citando una investigación de
Christopher Welch), "la identificación con el
instrumento estaba relacionada con el verbo 'to record', uno de cuyos sentidos
es el de 'cantar como un pájaro'", y también equivale a "tararear
dulcemente" una melodía previamente memorizada, recordada.
Junto con el resurgir de este
instrumento en el siglo XX, muchos compositores europeos como Jürg Baur,
Ferdinand Bruckmann, Agnes Dorwarth y Marcus Zahnhausen escogen la flauta dulce
con fines ornitológicos. Dentro de esa inspiración, Rafael Díaz y Carlos Zamora
también han investigado en sus trinos y gorjeos, creando otras formas de
algarabía pajarística. Bajo el amparo de Céfiro, el dios del viento suave y
mensajero de la primavera, nuestro propósito a lo largo de este proyecto ha
sido dar nueva vida a esta antigua unión de la música y la poesía en torno a
los pájaros. Así, por algunos instantes, nos hemos sentido parte de la
confabulación de aquellos que, como escribió Juan Luis Martínez, tras
desentenderse de sí mismos "no entienden nada como no sea lo
indecible".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario