Hace 70 años, en un día como hoy, a los treinta y un años, en la cárcel franquista, moría el gran poeta Miguel Hernández... cuentan que unos meses antes, cuando su final se veía llegar, algunos "amigos" del poeta lo fueron a visitar y le propusieron la libertad a cambio de un pequeño gesto: una carta pidiendo perdón al Generalísimo. Miguel se acercó a la ventana de la habitación de visitas, miró a sus compañeros comunistas y les dijo: "por ellos vine aquí, con ellos vivo y lucho, con ellos me quedo". El año pasado en un "homenaje" oficial, se "olvidaron" de su identidad política, lo volvieron a matar. Pero Miguel está con nosotros, con los rojos, aunque el color de la revolución siga molestando a tantas y a tantos. Miguel se queda con los rojos y los rojos seguiremos siendo revolución, le guste a quien le guste, cueste lo que cueste, hasta la victoria, siempre.
GRACIAS A José Schulman quien recordó a este poeta y este día tan único...
BREVE ANTOLOGÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Nació en Orihuela (Alicante) en 1910 y
murió en la cárcel de Alicante en 1942. De origen humilde fue casi un
autodidacta, formándose en la biblioteca de un sacerdote y leyendo a los
clásicos españoles que influenciaron toda su obra. En 1931 realizó su primer
viaje a Madrid; al año siguiente participó en Alicante en el homenaje al gran
escritor levantino Gabriel Miró. Participó activamente, junto a su amigo Ramón
Sijé (quien a su muerte le inspiraría la famosa elegía) en la revista de
orientación cristiana “El Gallo Crisis”. Luego de varios intentos frustrados se
incorpora al mundo literario madrileño, donde recibe un importante espaldarazo
crítico (tras la publicación de su primer libro) de Juan Ramón Jiménez. Llegada
la hora de la guerra civil es nombrado Comisario de Cultura en el batallón de
“El Campesino”. Colabora, a su vez, con las revistas “Nuestra Cultura”, “El Mono
Azul” y “Hora de España”. Al finalizar la guerra y no pudiendo huir hacia
Portugal como había planeado es apresado y encarcelado. Los años inmediatos al
fin del conflicto son extraordinariamente difíciles para Hernández, quien
enfermo, es trasladado a distintas prisiones (Madrid, Cox, Valencia, Ocaña y
desde 1941 al Reformatorio de Alicante donde fallecerá un año después a
consecuencia de una tuberculosis pulmonar). Su obra poética está conformada por
los siguientes libros: Perito
en lunas (1932), El rayo que no cesa
(1936), Viento del pueblo (1937), El hombre
acecha (1939), Seis poemas inéditos y
uno más (1951), Cancionero y
romancero de ausencias (Póstumo, 1958) y Obras Completas (1959). En el teatro sobresalen sus obras Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (auto sacramental,
1934) y El labrador de más aire
(1937).
[UMBRÍO POR LA
PENA, CASI BRUNO]
Umbrío por la pena, casi
bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
[ME
LLAMO BARRO AUNQUE MIGUEL ME LLAME]
Me llamo barro aunque Miguel
me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándole a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del bando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándole a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del bando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
[COMO
EL TORO HE NACIDO PARA EL LUTO]
Como el toro he nacido para
el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro la encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro la encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
ELEGÍA
A RAMÓN SIJÉ
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto
como el rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(10 de enero de 1936)
[MENOS
TU VIENTRE]
Menos tu vientre,
todo es confuso.
Menos tu vientre,
todo es futuro,
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto.
Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo.
Menos tu vientre,
todo es futuro,
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto.
Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo.
LA BOCA
Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
dando a la grana sangrante
dos tremendos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado,
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuántas bocas enterradas,
sin boca, desenterramos!
Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.
He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.
La basura diaria
que de los hombres queda
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
dando a la grana sangrante
dos tremendos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado,
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuántas bocas enterradas,
sin boca, desenterramos!
Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.
He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.
La basura diaria
que de los hombres queda
[NANAS DE LA CEBOLLA]
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchaba de azúcar,
cebolla y sangre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchaba de azúcar,
cebolla y sangre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
VIENTOS
DEL PUEBLO ME LLEVAN
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me
arrastran,
me esparcen el corazón
y me avientan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes
que soy de un pueblo que
embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién el rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra brindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpago,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragonés de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el
hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como recién gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculos de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
Las águilas, los leones
y los toros, de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
SENTADO
SOBRE LOS MUERTOS
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos
meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a
pobres,
cuanto a tierra se refiere.
Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué ponerse,
hambriento y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.
Aunque te falten las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.
Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
LLAMO
A LA JUVENTUD
Los quince y los dieciocho,
los dieciocho y los veinte...
Me voy a cumplir los años
al fuego que me requiere,
y si resuena mi hora
antes de los doce meses,
los cumpliré bajo tierra.
Yo trato que de mí queden
una memoria de sol
y un sonido de valiente.
Si cada boca de España,
de su juventud, pudiese
estas palabras, mordiéndolas,
en lo mejor de sus dientes;
si la juventud de España,
de un impulso solo y verde,
alzara su gallardía,
sus músculos extendiese
contra los desenfrenados
que apropiarse España
quieren,
sería el mar arrojando
a la arena muda siempre
varios caballos de estiércol
de sus pueblos transparentes,
con un brazo inacabable
de perpetua espuma fuerte.
Si el Cid volviera a clavar
aquellos huesos que aún
hieren
el polvo y el pensamiento,
aquel cerro de su frente,
aquel trueno de su alma
y aquella espada indeleble,
sin rival, sobre su sombra
de entrelazados laureles,
al mirar lo que de España
los alemanes pretenden,
los italianos procuran,
los moros, los portugueses.
que han grabado en nuestro
cielo
constelaciones crueles
de crímenes empapados
de una sangre inocente:
subiera en su airado potro
y en su cólera celeste
a derribar trimotores
como quien derriba mieses.
Bajo una zarpa de lluvia
y un racimo de relente
y un ejército de sol,
campan los cuerpos rebeldes
de los españoles dignos
que al yugo no se someten,
y la claridad los sigue,
y los robles los refieren.
Entre graves camilleros
hay heridos que se mueren
con el rostro rodeado
de tan diáfanos ponientes,
que son auroras sembradas
alrededor de sus sienes.
Parecen plata dormida
y oro en reposo parecen.
Llegaron a las trincheras
y dijeron firmemente:
¡Aquí echaremos raíces
antes que nadie nos eche!
Y la muerte se sintió
orgullosa de tenerles.
Pero los negros rincones,
en los más negros, se tienden
a llorar por los caídos
madres que les dieron leche,
hermanas que los lavaron,
novias que han sido de nieve
y que se han vuelto de luto
y que se han vuelto de
fiebre;
desconcertadas viudas,
desparramadas mujeres,
cartas y fotografías
que los expresen fielmente,
donde los ojos se rompen
de tanto ver y no verles,
de tanta lágrima muda
de tanta hermosura ausente.
Juventud solar de España:
que pase el tiempo y se quede
con un murmullo de huesos
heroicos en su corriente.
Echa tus huesos al campo,
echa las fuerzas que tienes
a las cordilleras roscas y al
olivo,
y al olivo del aceite.
Reluce por los collados,
y apaga la mala gente,
y atrévete con el plomo,
y el hombro y la pierna
extiende.
Sangre que no se desborda,
juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud,
ni relucen, ni florecen.
Cuerpos que nacen vencidos,
vencidos y grises mueren:
vienen con la edad de un
siglo
y son viejos cuando vienen.
La juventud siempre empuja,
la juventud siempre vence,
y la salvación de España
de su juventud depende.
La muerte junto al fusil,
antes que se nos destierre
antes que se nos escupa,
antes que se nos enfrente
y antes que entre las cenizas
que de nuestro pueblo queden,
arrastrados sin remedio
gritemos amargamente:
¡Ay España de mi vida,
ay España de mi muerte!
LLAMO
A LOS POETAS
Entre todos vosotros, con
Vicente Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo silla
en la tierra:
tal vez porque he sentido su
corazón cercano
cerca de mí, casi rozando el
mío.
Con ellos me he sentido más
arraigado y hondo,
y además menos solo. Ya vosotros
sabéis
lo solo que yo soy, por qué
soy yo tan solo.
Andando voy, tan solos yo y
mi sombra.
Alberti, Altolaguirre,
Cernuda, Prados, Garfias,
Machado, Juan Ramón, León
Felipe, Aparicio,
Oliver, Plaja, hablemos de
aquello a que aspiramos;
por lo que enloquecemos
lentamente.
Hablemos del trabajo, del
amor sobre todo,
donde la telaraña y el
alacrán no habitan.
Hoy quiero abandonarme
tratando con vosotros
de la buena semilla de la
tierra.
Dejemos el museo, la
biblioteca, el aula
sin emoción, sin tierra,
glacial, para otro tiempo.
Ya sé que en esos sitios
tiritará mañana
mi corazón helado en varios
tomos.
Quitémonos el pavo real y
suficiente,
la palabra con toga, la
pantera de acechos.
Vamos a hablar del día, de la
emoción del día.
Abandonemos la solemnidad.
Así: sin esa barba postiza,
ni esa cita
que la insolencia pone bajo nuestra
nariz,
hablaremos unidos,
comprendidos, sentados,
de las cosas del mundo frente
al hombre.
Así descenderemos de nuestro
pedestal,
de nuestra pobre
estatua. Y a cantar entraremos
a una bodega, a un pecho, o
al fondo de la tierra,
sin el brillo del lente
polvoriento.
Ahí está Federico: sentémonos
al pie
de su herida, debajo del
chorro asesinado,
que quiero contener como si
fuera mío
y salta y no se acalla entre
las fuentes.
Siempre fuimos nosotros
sembradores de sangre.
Por eso nos sentimos semejantes
del trigo.
No reposamos nunca, y eso es
lo que el sol,
y la familia del enamorado.
Siendo de esa familia, somos
la sal del aire.
Tan sensibles al clima como
la misma sal,
una racha de otoño nos deja
moribundos
sobre la huella de los
sepultados.
Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentidos
en todo arraigan, piden
posesión y locura.
Agredimos al tiempo con la
feliz cigarra,
con el terrestre sueño que
alentamos.
Hablemos, Federico, Vicente,
Pablo, Antonio,
Luis, Juan Ramón, Emilio,
Manolo, Rafael,
Arturo, Pedro, Juan, Antonio,
León Felipe.
Hablemos sobre el viento y la
cosecha.
Si queréis, nadaremos antes
en esa alberca,
en ese mar que anhela
transparentar los cuerpos.
Veré si hablamos luego con la
verdad del agua,
que aclara el labio de los
que han mentido.
CANCIÓN
DEL ESPOSO SOLDADO
He poblado tu vientre de amor
y sementera,
he prolongado el eco de
sangre a que respondo
y espero sobre el surco como
el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta
luz y altos ojos,
esposa de mi piel, gran trago
de mi vida,
tus pechos locos crecen hasta
mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un
cristal delicado,
temo que te me rompas al más
leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi
piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento
de mis alas,
te doy mi vida en la muerte
que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero
cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en
acecho,
sobre los mismos muertos sin
remedio y sin fosa
te quiero y te quisiera besar
con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de
combate te piensa
mi frente que no enfría ni
aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una
boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha,
siéntame en la trinchera;
aquí con el fusil tu nombre
evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de
pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el
puño cerrado
envuelto en un clamor de
victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida
de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir
viviendo.
Un día iré a la sombra de tu
pelo lejano,
y dormiré en la sábana de
almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al
parto van derechas,
y tu implacable boca de
labios indomables,
y ante mi soledad de
explosiones y brechas
recorres un camino de besos
implacables.
Para el hijo será la paz que
estoy forjando.
Y al fin en un océano de
irremediables huesos
tu corazón y el mío
naufragarán, quedando
una mujer y un hombre
gastados por los besos.
EL
HERIDO
Para
el muro de un hospital de sangre
I
Por los campos luchados se
extienden los heridos.
Y de aquella extensión de
cuerpos luchadores
salta un trigal de chorros
calientes, extendidos
en roncos surtidores.
La sangre llueve siempre boca
arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan, igual
que caracolas,
cuando hay en las heridas
celeridad de vuelo,
esencia de las olas.
La sangre huele a mar, sabe a
mar y a bodega.
La bodega del mar, del vino bravo,
estalla
allí donde el herido
palpitante se anega,
y florece y se halla.
Herido estoy, miradme:
necesito más vidas.
La que contengo es poca para
el gran cometido
de sangre que quisiera perder
por las heridas.
Decid quién no fue herido.
Mi vida es una herida de
juventud dichosa.
¡Ay de quien no esté herido,
de quien jamás se siente
herido por la vida, ni en la
vida reposa
herido alegremente!
Si hasta a los hospitales se
va con alegría,
se convierten en huertos de
heridas entreabiertas,
de adelfos florecidos ante la
cirugía
de ensangrentadas puertas.
II
Para la libertad sangro,
lucho, pervivo,
para la libertad, mis ojos y
mis manos,
como a un árbol carnal,
generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más
corazones
que arenas en mi pecho: dan
espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y
entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo
a balazos
de los que han revolcado su
estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de
mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas
vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de
futura mirada
y hará que nuevos brazos y
nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin
otoño
reliquias de mi cuerpo que
pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol
talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
CANCIÓN
ÚLTIMA
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con un ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme
la esperanza.
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