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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

jueves, 23 de julio de 2015

"NOCTURNE OF SANTIAGO" ("NOCTURNO DE SANTIAGO") POEMA INÉDITO DE ANDRÉS MORALES DEL LIBRO "TRÁNSFUGO", TRADUCCIÓN AL INGLÉS DEL POETA CHILENO VÍCTOR LOBOS





El cielo cae a trozos en todas las ciudades,
el mismo cielo verde o gris, el mismo cielo
que cubre de temores rompiendo cerraduras,
espiando, derribando, muros  y ventanas,
abriendo cada puerta sin pudor, sin pausa.

El viento prevalece y quiebra geometrías
extrañamente ajeno a formas y figuras;
traspasa las esquinas, las nubes, cada plaza
sin cesar, insomne, en su sigilo plano.

Nadie está en las calles ni patios, ni en los parques,
nadie compadece al juicio de la noche.

Pero la noche irrita, perturba, ya domina
las grandes avenidas, los cruces, los paseos.

El cielo ha desnudado vergüenzas y placeres.
El viento no consuela, ni cura, no da tregua.

En todas las ciudades parece que la muerte
abrió su pozo negro de cólera y azufre
y poco queda entonces para la noche sola
dueña ya del mar, del monte, de los ríos:

hoja de cuchillo vibrante y afilada
en la memoria inquieta de la ciudad vacía.
Justo a medianoche se escuchan ruidos sordos
como si mil gusanos cruzaran el jardín
o todas esas ratas, heridas por el hambre,
salieran de sus huecos helados de silencio.

No son las alimañas, ni búhos, no son cuervos:
parece que es el quieto temblor de parturientas
o el canto de mujeres que van al sacrificio,
o el rechinar de dientes de un niño en la batalla.

Es el habitante, el ciudadano, el hombre
que repta lentamente recuperando alientos
tras reinos y dominios perdidos o ya muertos.

Es el propietario, el amo, el inquilino,
el dueño de las formas, el hábil arquitecto,
el único que sabe cómo ahuyentar la noche,
cómo espantar al viento, al cielo, hasta los ángeles
que caen a millares sobre las sucias calles.

 El orden se condensa, se alinea, ya se impone
y nada queda fuera del círculo perfecto.

El viento cesa lento hasta volverse negro.

Ha llegado el plano, el mapa de lo exacto
desentrañando selvas, distribuyendo el aire:

Ha regresado el índice que cruza tempestades
y guarda en su soberbia el miedo de los dioses.

Esta ciudad se alegra en su desgracia cierta,
esta ciudad se viste en medio del desierto,
esta ciudad se cubre los ojos y enmudece
cuando los pájaros emprenden su vuelo a la deriva.

Recrea carnavales, despierta a los difuntos,
describe dos mil saltos sobre las cordilleras.

Esta ciudad agónica de ritmos que no baila
y de frases aprendidas en una lengua muerta.   

¿Tendrá un final feliz, habrá de recordar
el tacto de los árboles, el fresco olor a noche?

Parece que se ha muerto esta ciudad alegre.

Parece que no existe esta ciudad ajena.

Parece que recuerda sus años más secretos
y cierra ya sus muros en una mueca insomne.

El campanario anuncia una mañana en ascuas
y una tarde lenta de lluvias de otro tiempo.

Monótonos en días, en horas, en minutos
los segundos muerden su pasado inquieto.
Aquí no pasa nada, ni el tiempo nos consume.

Aquí no existe Dios, ni el cielo lo presiente.

Aquí se hunde el sueño en una despedida
de voces y palabras que nunca dicen nada.

Santiago no recuerda su nombre ni sus pasos.

La atroz provincia duerme en una pesadilla
de torres que se tuercen y calles sin sentido.

La vil memoria escribe en la montaña sola:

Santiago ya no existe, Santiago no ha existido.

Esto que vivimos es otro sueño ajeno.

Y nada de invocar ese dolor de muertos,
de pálidos semblantes en esas fotos viejas.
Nada de rasgar las vestiduras propias
en señal de lutos ajenos que no acaban.

Santiago no ha llorado ni llora por su suerte,
esta ciudad se rinde al arquitecto infame
que habrá de derrumbar hasta sus cimientos.

Esta ciudad se rinde ante la voz de mando
que aún la desentraña, la humilla, la deshonra.

Nada de llorar o de entonar un canto
fúnebre y sereno,
como si todo fuese nada.

En medio de la plaza recuerdo a los que entonces
callaron ante el amo de todas las desgracias.

El cielo cae a trozos, es un decir, y cae:

El mismo cielo verde o gris, el mismo cielo
y la ciudad se esconde, escapa, se desangra
y la ciudad apaga sus luces y enmudece.

La Cordillera cae sobre la ciudad dormida.

La Cordillera toda entierra su delirio.

Las piedras atraviesan los cuerpos, las ventanas
y cada plaza estalla en un inmenso yermo.

Nadie se da cuenta de muerte tan callada,
nadie se arrepiente, ni llora, no blasfema.

La ciudad se hunde y cae en el vacío
del tiempo y los fantasmas, del odio y el olvido. 

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The sky falls to pieces in every city,
the same green or grey sky, the same sky
that covers with fears breaking locks,
spying, blowing down windows and walls,
opening each door without modesty, without pause.

The wind prevails and geometries breaks
strangely foreign to figures and shapes;
goes unabated through corners, clouds,
every square, sleepless, in its straight stealth.

No one is in the streets, neither in courtyards nor in parks,
no one pities the judgement of the night.

But the night annoys, disturbs, now holds sway
over the great avenues, the crossroads, the boulevards.

The sky has stripped shames and pleasures.
The wind doesn’t comfort neither heal, nor give respite.

In every city it seems like death
has opened its black pit of sulphur and rage
and little is left then for the lone night
now taking over the sea, the rivers, the hill:

knife blade pulsating and sharp
in the restless memory of the empty city.
Just at midnight muffled noises are heard
as if a thousand maggots crossed the garden
or all those rats, injured by hunger,
went out of their frozen holes of silence.

They are not the vermin neither the owls, nor the crows:
it feels like the quiet quivering of women in labour
or the song of those who go to the sacrificial stone,
or the grinding of teeth of a child in the battle.

It is the dweller, the citizen, the man
crawling slowly and restoring his breath
after kingdoms and dominions lost or already dead.

It is the owner, the master, the landlord,
the possessor of shapes, the skilled architect,
the only one who knows how to chase the night away,
how to scare away the wind, the sky, even the angels
falling by millons over the filthy streets.

The order thickens, lines itself up, it prevails now
and nothing is left outside the perfect circle.

 The wind ceases slow until it becomes black.

The blueprint has arrived, the map of the exact
untangling jungles, spreading the air out:

The index that passes through the storm is back
and keeps the fear of the gods in its pride.

This city rejoices in its sure affliction,
this city dresses itself in the middle of the desert.
this city covers its eyes and falls silent
when the birds fly out adrift.

Reenacts carnivals, wakes up the dead, traces
two thousand leaps over the mountain ranges.

This city agonizing of rythms that it doesn’t dance
and of phrases learned in a dead language.

Will it have a happy ending, will it remember
the touch of the trees, the fresh smell of night?

It seems to have died this merry city.

It seems there is no such alien city.

It seems it remembers its most secret years
and now shuts its walls in a sleepless face.

The bellfry announces a morning on tenterhooks
And a slow afternoon of rains from another time.

Monotonous in days, in hours, in minutes
seconds bite their restless past.
Nothing happens here, time doesn’t eat us away.

There’s no God here, nor the sky has a feeling of Him.

Here dream sinks in a farewell
of voices and words that never say anything.

Santiago doesn’t remember its name neither its steps.

The awful province sleeps in a nightmare
of twisting towers and senseless streets.

The vile memory writes in the lone mountain:

Santiago doesn’t exist anymore, Santiago hasn’t existed.

This we live through is another alien dream.

And don’t go appealing to that grief of dead people,
of pale countenances in those old pictures.
Don’t go tearing your robes as a sign
of other people`s endless mourning.

Santiago hasn’t cried neither cries for its fate,
this city surrenders to the vile architect
who will raze it down to its foundations.

This city surrenders to the commanding voice
that still unravels it, humiliates it, disgraces it.

Don’t go crying or intoning a song
funereal and serene,
as if everything was nothing.

In the middle of the square I remember those who then
remained silent before the master of all misfortunes.

The sky falls to pieces, is a figure of speech, and it falls:

The same green or grey sky, the same sky
and the city hides, escapes, bleeds to death
and the city turns off its lights and falls silent.

The Cordillera falls over the sleeping city.

The whole Cordillera buries its raving.

Stones pierce the bodies, the windows
and every square explodes in a vast wasteland.

No one becomes aware of such a quiet death,
no one regrets, neither cries nor swears.

The city sinks and falls into the void
of time and the ghosts of hatred and oblivion.

1 comentario:

RoseMarie M Camus dijo...

¡Bravo! Un hermoso poema... con su perfecta traducción. ¡Felicitaciones querido Andrés! ¡Qué bueno que regresas! Un beso.