El espacio de la muerte
cabe en una mano,
en un cráneo solitario
y en el llanto de los niños.
Espera, como siempre,
al arlequín de turno,
al tubérculo marchito,
al odio de los dados.
La ropa de los muertos
es aquel espacio mismo
donde el nacimiento es carne
de una flecha que desgarra.
La sangre del más puro
y la sangre del inmundo
se mezclan en la misma
abyecta sopa helada
que beben los agónicos
en un mar deshabitado.
Así el espacio avanza
cada día un poco
y se quiebra la balanza
y se anulan tempestades.
Yo siento el frío viento
en el cuerpo y la cabeza.
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