Notas a propósito del libro Vicio de Belleza
de Andrés Morales
Antoni Clapés
Este
es el séptimo libro de Andrés Morales[1]
(Santiago de Chile, 1962), y nos llega justo un año después de Verbo[2],
un volumen que recogía tres poemarios. Uno de ellos, Thalassa, contenía, tal vez, los mejores momentos poéticos del
autor. Cómo olvidar aquel espléndido arranque del libro, prefiguración misma de
todo el poemario:
“El mar como
un lenguaje que me encuentra:
la voz como
un silencio que ensordece”
El libro representó un
firme paso adelante y la consolidación de la “voz propia” del autor[3].
Voz que sigue pareciéndonos igualmente atractiva y, a la vez, turbadora: la
poética de Andrés Morales pone al lenguaje “en estado de emergencia” –como
reclamaba Gastón Bachelard-, y, en consecuencia, deviene plenamente creativa:
rompe la convención, lo establecido, el orden incuestionable; altera la lógica
de la palabra –de la razón- para instaurar otra lógica: la poesía[4].
Traslada el sentido a un área semántica nueva. Crea, en definitiva, su propio
lenguaje. Su poética.
Acaso esta sea la mayor
bondad con que cuenta la poesía de Andrés Morales: su capacidad de creación de
estados poéticos. A veces, el lenguaje es “estirado” de tal forma que uno teme
que vaya a romperse el equilibrio; pero no, Morales es suficientemente astuto y
hábil –conoce demasiado bien, por ejemplo, a Vicente Huidobro y a Juan Larrea-
como para saber dónde deben situarse los límites de su poética a fin de evitar
la repetición de unos moldes que pertenecen, ya, a nuestro pasado, pero que
conforman el tejido estructural de nuestro presente. El tiempo de las
vanguardias fue otro, y hoy conviene saber extraer de su lectura las bases para
alimentar nuevas poéticas.
Vicio de belleza es un libro de tonos musicales suaves, contenidos,
que, bajo el pretexto de la belleza –hilo invisible que recorre todo el libro y
que trenza su treintena larga de poemas- desarrolla algunos de los temas ya
tratados en libros anteriores: el amor, la poética, el oficio de escribir (que
es tanto como decir el oficio de vivir), la melancolía.
Pero todos estos temas
–verdadero material en estado de magma que Morales manipula a su aire- aparecen
como escondidos[5].
A veces hay que buscarlos en un sutil giro, en una metáfora:
“al cuerpo mil batallas de luces apagadas
y limpios y estridentes golpes de timón”
O, en una
metonimia:
“como piedra
por azar”,
O en una
imagen, una repetición, o un juego de palabras.
La obra de Andrés
Morales es, ciertamente, de una belleza turbadora: “La belleza nos recuerda lo
imperfecto”, dice. (¿Acaso por repetir tanta forma bella el poeta ha dado este
título al libro?). Cada poema es un espacio cerrado –un paisaje interior- en el
que ha simbolizado todo su microcosmos y también toda su potencia creadora.
“Tiene que pasar alguna cosa” en la dimensión espacio/tiempo de cada poema, en
la percepción sensitiva que tiene el lector, después de cada lectura. Y este
“instante anterior” al momento en que “tiene que pasar alguna cosa” es el que
sabe materializar Andrés Morales con sus poemas.
El uso de la palabra
debe ser, en consecuencia, exacto, riguroso, preciso. No avanza el discurso a
través de meandros retóricos, sino que progresa linealmente –tal vez despacio,
gozando el hecho mágico de crear-, y sin hacer ninguna concesión. Con una
sorprendente economía de palabras. Con el ritmo adecuado que imprimen las
palabras elegidas, por la fuerza de las imágenes y no por una rima (casi) inexistente
o por unos versos de regular métrica. En ocasiones, esta contención nos hace
creer que estamos ante poesía oriental, escrita bajo la influencia del zen: tal
es el grado de interiorización de las emociones, la intensidad de unas
vivencias que hablan el lenguaje de lo místico (del silencio). Los poemas
“Danza”, “Glorieta al amanecer” o “Imagen nocturna” son potenciales haikús a los que tan sólo les faltaría
seguir el ortodoxo silabario de 5-7-5:
“La sombra o
la figura
de esa
sombra.
El paso hacia
el silencio de su centro.”
(¿Es Bashô, Rausetsu, Kikaku, o
algún otro poeta zen?)
Pero al lado de esta
poesía intimista, minuciosa y preci(o)sa, están los grandes poemas, de larga
versificación, de índole moralizante, como “Edgar Lee Masters reflexiona”,
“Tiempo” o el poderoso “Los elegidos”, verdadero manifiesto generacional:
“Fuimos una
estirpe generosa:
el don que
nos fue dado en privilegio
lo hicimos
madurar perfectamente”
Que rezuma melancolía,
al recordar el tiempo pasado y las ilusiones tal vez vencidas. Una melancolía
que es un estado pasajero y no necesariamente fatalista. Una melancolía que
puede crear una poética. (Ya nos advirtió Víctor Hugo que “la melancolía es el
placer de estar triste”). Porque en “Última voluntad”, Morales recupera el tono
combativo, creador:
“Domar un
largo río en la blanca línea de la mar
(…) entonar
el canto,
el grito,
recuperar el
agua y el ritmo que deslumbra.”
Lo único que puede
temer el poeta es el silencio –entendido éste como imposibilidad material o
metafísica de escribir, porque anula su propia condición de esclavo de la
palabra-, tal como lo expresa en el poema-manifiesto “El ojo del huracán”:
“El óxido no
llega ni aparece,
el viento
como un muro no susurra.
La única
derrota es el silencio”,
Ya que su praxis
consiste en preguntar (y preguntarse):
“en medio de
la luz,
detrás del
sol,
en medio de
la muerte
(…)
donde [se
halla] el corazón de las palabras”.
Vicio de Belleza es un espléndido libro de poesía, un verdadero
regalo. Andrés Morales, con este poemario nos retorna el placer por la lectura,
el placer por la vida, por la poesía. Por la poesía, sí, por esa
“imagen de la
imagen de la imagen
espejo del
espejo repetido”.
[Barcelona,
Cataluña. España,
junio de 1993]
[1]Morales,
Andrés. Vicio de Belleza. Red
Internacional del Libro. Santiago de Chile, 1992.
[2]Morales,
Andrés. Verbo. Red Internacional del
Libro. Santiago de Chile – Buenos Aires, 1991.
[3]Ana
María Cuneo escribió, a propósito de Verbo: (…) una búsqueda de unidad, un
deseo de estructura que se materializa en la organización casi matemática de
los poemas, una voz poderosa pese al excesivo enciframiento del mensaje y un
trabajo notable sobre los textos hace de este libro un eslabón importante en el
desarrollo de la poesía chilena actual.” En “Revista Chilena de Literatura”, N.
38. Santiago de Chile, 1991.
[4]“La
poesía es lo único rebelde ante la esperanza de la razón”, escribió María
Zambrano en su libro Filosofía y poesía.
[5]Personalmente,
discrepo de Ana María Cuneo cuando habla de “excesivo enciframiento del
mensaje”. La poesía de Andrés Morales proporciona pistas más que suficientes
para reseguir su discurso. Sin embargo, es cierto que la evidencia de las
pistas no es inmediata: el lenguaje, todo lenguaje, empaña el espejo de la
realidad, esconde el sentido de lo que, en apariencia, es evidente. “Todo lo que
podemos llegar a describir, también podría ser diferente” (Wittgenstein, Tractatus, 5. 634).
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