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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

miércoles, 27 de febrero de 2019

PENSAMIENTOS DE ARTURO SORIA (EXTRAÍDO DEL BLOG ELECTRÓNICO "EL ADELANTADO DE INDIANA". 2019)







Pensamientos de Arturo Soria y Espinosa,
discrepante antimultitudinario.

Ni mandó a necios, ni obedeció a pícaros


Eloísa Sanz

Soria era hombre con una capacidad encomiable de llamar a las cosas por su nombre. Muchos de sus pensamientos son el fruto de toda una vida. Otros son respuestas in promptu a situaciones provocadas por la vida cotidiana. La evocación de uno de aquellos momentos puede permitirnos la claridad de su juicio y la oportunidad de sus reacciones, aún mermado por la enfermedad.  Un día en el que caminábamos por calle de Diego de León, se acercó un hombre joven y ciego, pidiendo una limosna. Soria sacó una moneda de cinco pesetas del bolsillo de su chaleco. Una mujer se interpuso. No le de usted nada - dijo – ¡No es ciego! Soria  le entregó el dinero y le estrechó entre sus brazos. Amigo mío, - añadió -me congratulo de que no sea usted ciego. Inmediatamente encaró a la  mujer: ¡Miserable! ¿Por cinco miserables pesetas pretende usted  que este joven sea ciego! (Nota de R.M.)
Amar es salir a la mar.
Lo afectivo es lo efectivo.
La mujer es un ser humano y el hombre un ser instrumental.
La soledad es el vacío más que estar sin humana compañía.
El vacío no es el hueco, es nada menos que la ocupación del espacio por la nada.

Término medio: 
Trasvase de lo puro en lo impuro; 
Fusión de lo injusto con lo justo: 
Subordinación de la razón a lo irracional.
Contubernio, mezcla, confusión;
Permanencia de lo arbitrario; mal menor.
Por el término medio a la mediocridad.
Cuerdo es el infeliz que ignora la extravagancia.
La extravagancia desborda la imaginación sin llegar a la incoherencia.
El interlocutor lúcido, con riqueza verbal y, si es posible, con moderada extravagancia, ha sido mi plato predilecto.

§

De las riquezas, la verbal es la primordial.
Vivir seguro es vivir sumido en la sumisión defensiva de tu patrimonio.
El dinero carece de normas salvo para la efectividad de los cobros.
El envase es el féretro mercantil para los productos embalsamados.
Lo que vale no se vende.
Lo que se vende es el artefacto.
El artefacto ocupa, pero no llena.

La mujer que explota  lo que, como su cuerpo, le pertenece, no es puta, es modesta y desdichada industrial. Putos son los hombres que explotan a los demás.
Sociedad Anónima:
    1. Albergue del abuso.
    2. Vehículo para la expoliación.
    3. Cauce para la corrupción.
    4. Poder para los mental y moralmente incapaces.
    5. Apellido para los hijos anónimos.
    6. Arma para el atraco impune.
    7. Banquete para los voraces.
    8. Afrenta universalizada.
    9. Mafia de la putocracia.
    10. Apoteosís del lucro ilegítimo.
Relaciones públicas: versión actualizada de La Celestina.
A quien ni cede, ni cesa, ni se vende, se le arrasa.
 
Orinal: estadio mínimo.
Estadio: orinal máximo.

En el balón damos las patadas que no podemos dar en el cerebro de los otros.
El acéfalo encuentra en el fútbol la alfalfa para su pensamiento.
La capacidad de expresión permite la plenitud de la vida.
La capacidad de consumo subordina la vida a lo subalterno, efímero y evacuable.

§

La mayor parte de los contemporáneos usa el motor de gasolina como complemento del alma.
Sólo en el reposo cabe la actividad. La actividad con traslado físico es transporte. La circulación mental recorre el mundo sin carburante ni vehículos.
Si vas para volver, quédate.
Lo más vivo de la vida en el reposo lo encuentras: con él mueves el pasado, percibes el presente y concentras esfuerzos para el porvenir.

§

La vida transcurre entre el ilusionismo estéril y la obcecación en el error.
Lo peor de la adversidad es la claudicación.
Resistir no es aguantar.
Aguantar es consentir.

Quien se adapta a la conveniencia es cambiante y desaparece.
Las masas no se han rebelado, se han mansificado.
El mandamás está de más, es la excrecencia del poder ilícito.
Quien obedece ciegamente, manda bestialmente.
En las disidencias, sed víctimas antes que victimarios.
Militar para no meditar.
El hombre, en cuanto se subordina a los demás, deja de ser quien es y pasa a ser un secuaz, un miembro del adoquinaje multitudinario.
Frente a la organización, el pensamiento. 
Frente a la disciplina militar, la disciplina orquestal.

Sólo es deber el compromiso voluntariamente aceptado.
Las ideologías administran burocráticamente las ideas.
El pueblo unido y no en partidos.
El partido parte y reparte y se queda con la mejor parte.

Sólo la solidez moral permite la solidaridad.
Socialista: socio listo para la burocracia estatal.
Comunista: Sumiso con obcecación, obediente gratuito, pedante con ideología territorial.
El franquismo convirtió España en un balneario vertical prostibulario.
La “dialéctica de las pistolas” fue la gran empresa de convicción exterminadora.
Para convencer, conversar.
Terror: error.
Tras el terror desalmado de las armas, la sumisión terrorificante de las almas.


§

El único patrimonio de la vida es el tiempo.
¿Pertenece usted al subalterno, pero predominante mundo de la industria y del comercio?
Si tu dinero se incrementa, tu destino será el de guardián del mismo.
Si tienes en abundancia, instauras las carencias.
Nunca el interés es lo interesante.
Se llama vivir a emplearse, pero sólo sobreviviendo se vive, y sobra.
El universitario es el servicio doméstico de la sociedad establecida.
El hombre busca fin y destino y sólo encuentra fin en la muerte y destino en vender su vida por horas como se vende la tela por metros y el dulce azúcar por kilos.
Servil: ser vil.

§

La espera a la intemperie se acerca a la inmortalidad.
El recuerdo es la cuerda que ata al pasado.
La historia es la noria de aguas múltiples.
Lo que infinito empieza, mal acaba.
El destierro es la incongruencia de tener dos tierras y las dos convertidas en ajenas.
El condecorado es el decorado de muchas vanidades.
Conocer al necio es evitar su embestida.
La ciudad desaparece por aglomeración y el campo por abandono.
En el pueblo, por sus límites, se permanece. En la gran ciudad, por su extensión, uno se disuelve.
Si la actividad humana se inserta mayoritariamente en las estadísticas, es señal de que predomina una realidad perecedera cuyos productos tienen por destino la alcantarilla.
Planificación: castración castrense del porvenir.
Eficacia: en general, subordinación a lo subalterno efímero.
Lo diluido manifestado coincidentemente es la opinión pública.
Si la respiración es un problema, la vida es una broma siniestra.

§

Si piensas, respiras.
Espiritualidad es el aire del pensamiento. El pensamiento no espiritual es pienso de pesebre.
El rigor no es la ferocidad ni la dureza, es la exactitud.
Pensar es un quehacer incierto sobre una realidad inestable.
Las ideas son como la lluvia que salva las cosechas.
Las ideologías son como el humo que contamina las ciudades: son la contaminación mental.

Sólo falla lo que se da por seguro.

§

Melancolía: lía e impide la alegría.
Los muertos están en los huertos de los recuerdos.

Lo que se ve, se va, no es.
Lo que se alcanza, se termina.
Todo el mundo, si es algo, es fin.


Escribir es el acto insolente de pretender la perdurabilidad de la idea y el pensamiento propio.
Soy amigo de la perennidad e indiferente al progreso.
Mi fidelidad la mantengo llorando siempre por lo que he llorado una vez.
La trombosis te convierte en un trompo: con la cuerda que lo mueve, se acaba la tuya.
Lo que pasa, no pesa
Y como todo pasa, 
Nada debe pesar.



Eloísa Sanz: Fragmento


Un hombre de palabra*


Arturo Soria y Puig


Arturo Soria y Espinosa (1907- 1980) .... español naci­do en la Ciudad Lineal de Madrid. Contribuyó al des­arrollo de ... Se dio a conocer con ... Durante la ... ocupó el cargo de ... Su obra abarca ... y ha influido sobre ... 
Así disecciona las vidas una enciclopedia. Las vidas que a ello se prestan. La de Arturo Soria y Espinosa se resiste a ese tratamiento. Por lo pronto, no es fácil ponerle una etiqueta a su ac­tividad y rellenar así los primeros puntos suspensivos del molde enciclopédico habi­tual. 
De joven, antes de la gue­rra civil, a la usual pregun­ta: «Usted, ¿qué es?», repli­caba: «En lo físico, escuáli­do, y en lo moral, conse­cuente.» Luego, cuando un ti­fus. acabó con su escualidez, la respuesta pasó a ser otra. «Soy discrepante anti-multi­tudinario», contestaba mar­cando las cesuras con provo­cativo deleite. 
- Ya ... , musitaba desconcer­tado el autor de tan tópica y equívoca pregunta, pero ... usted, ¿qué hace? 
Ni mando a necios ni obedezco a picaros
Su autodefinición cambió en la forma, pero no en el fondo. La discrepancia anti­multitudinaria era otra ma­nera de expresar la conse­cuencia moral y no una aver­sión elitista a los movimien­tos colectivos. Fue antimulti­tudinario sólo en la medida en que integrarse en una or­ganización multitudinaria o de masas requiriese abdicar de la moral o, lo que viene a ser lo mismo, supusiera la anulación del individuo. Sólo en esa medida, pues casi to­da su vida estuvo proyectan­do y animando iniciativas de carácter colectivo que agru­paran a personas individua­lizadas, no a dóciles secua­ces. «El discrepante antimul­titudinario es individualiza­dor, no individualista», solía decir. 
Las enciclopedias, en las es­quelas de quienes ellas entie­rran con su inevitable esque­matismo, acostumbran con­ceder un puesto. preferente al lugar y país de nacimiento del difunto. En el caso que nos ocupa, el ser «español, nacido en la Ciudad Lineal de Madrid», no fue un mero accidente, sino un hecho de­terminante asumido y vivido con especial intensidad.


Su abuelo, Arturo Soria y Mata, el inventor de la Ciu­dad Lineal, escribió: «No me entusiasman los besos y las manifestaciones públicas de amor teatral a la bandera, pero mi última voluntad es que me sirva de mortaja la bandera española.» Y así fue. 
Su padre, Luis Soria y Fer­nández, que tenía aire y tra­za de caballero londinense, al ser preguntado por una andaluza que luego se con­virtió en su mujer: 
«¿E usté inglé?», contestó: «Soy español y me precio de serlo.» 
Arturo Soria y Espinosa, que nunca se consideró des­cendiente -¿qué es eso de descender?-, sino «prolonga­ción histórica» de ambos, no fue menos patriota. Sí, pa­triota. A quienes les choque, recordémosles las palabras de Lamartine: «Hay dos patrio­tismos. Uno se compone de todos los odios, todos los prejuicios ... El otro se com­pone, por el contrario, de to­das las verdades y todos los derechos que los pueblos tie­nen en comú ... » Los pue­blos del mundo y, por su­puesto, los de la Península. 
Por patriota, su ocupación y preocupación fundamental y absorbente fue España. Así, como suena. 
Una persona absorbida por tan descomunal e indefinible ocupación y preocupación, ¿qué hace si se niega a se­guir carrera política o mili­tar y renuncia a emborronar páginas y páginas con sus particulares especulaciones al respecto? ¿Acaso contribuyó Arturo Soria y Espinosa al desarrollo de algún aconteci­miento importante en su día para España.? La respuesta vuelve a romper los moldes enciclopédicos.



Ortega junto a un grupo de estudiantes de la F.U.E



Por ejemplo, él creía fir­memente haber contribuido de manera decisiva al adve­nimiento de la IIª República en su condición de dirigente de la F. U. E. (Federación Universitaria Escolar), la cual puso en marcha en nu­merosas universidades ( San­tiago, Sevilla, Valencia, Va­lladolid, Salamanca, etc . ) . Pero, al mismo tiempo, se encargó deliberadamente de no dejar huella alguna de su protagonismo. En su opinión, «los movimientos colectivos deben ser consecuencia de aportaciones anónimas». To­do intento de figurar y bri­llar personalmente es atentar contra ese movimiento colec­tivo. 0, dicho de otra mane­ra, no cabe discrepar trasla­dando a la acción colectiva la esencia misma de la so­ciedad establecida: capitali­zar en beneficio propio cuan­to se hace. 
Un indicio más o menos contundente de su intensa participación en el adveni­miento de la IIª República es fortuito. Existe una famosa foto tomada el 14 de abril de 1931 en el Ministerio de la Gobernación y reproduci­da centenares de veces, en la que se ve en primera fila a los miembros del Gobierno provisional: Azaña, Alcalá Zamora, Miguel Maura, Lar­go Caballero, Fernando de los Ríos, Lerroux, etc. En un segundo plano aparece Artu­ro Soria y Espinosa, que ha­bía sido convocado esa tarde a una reunión en Casa de Miguel Maura con todos ellos y que ese mismo día empezó ya a discrepar de la gran mayoría de los políticos republicanos.

Apoyándose en la vasta red de contactos personales que sus actividades universitarias le habían proporcionado y queriendo dar continuidad al movimiento estudiantil que habia luchado contra la Dic­tadura, transformándolo en un movimiento profesional y cultural, fundó a principios de 1932 y, en casi toda Espa­ña, los Comités de Coopera­ción Intelectual. Dichos Co­mités intentaron fecundar la vida cultural provinciana y organizaron en numerosas ciudades sonadas conferen­cias de escritores como Gar­cía Lorca y Gómez de la Ser­na, conciertos de músicos co­mo Nicanor Zabaleta y Re­gino Sainz de la Maza, vela­das de teatro con La Barra­ca (que era, dicho sea de paso, el teatro de la F. U. E.) o de cine con las últimas pe­lículas de Eisenstein. 
Con los Comités pretendía desarrollar una política al servicio de la cultura y de la República en general, no una cultura al servicio de unos políticos republicanos determinados. Pero, al no ser fácilmente capitalizable esa política por partido o grupo de presión alguno, republica­no o no, no encontró el más mínimo apoyo oficial, y los Comités de Cooperación In­telectual, tras una actividad de casi un año, se vinieron abajo por falta de recursos económicos. 
En 1934, considerando ame­nazada la República, fundó, con Corpus Barga, el sema­nario «Diablo Mundo», con el objetivo de defenderla, pero, una vez más, sin iden­tificarse necesariamenie con los gobernantes que la timo­naban. Contó con la colabo­ración de lo más representa­tivo de la intelectualidad de la época: lo mismo escribía Pascual Carrión sobre pro­blemas agrarios que América Castro de historia, por no mencionar a escritores como Alberti, Aub, Bergamín, Es­pina, Gómez de la Serna ... Llegó a tirar 10.000 ejempla­res. Pero duró poco. Sus ata­ques a la C.E.D.A. y su indepedencia le enajenaron apoyos económicos y no pa­só del número 9.


Nada más comenzar la gue­rra toma por sí y ante sí otra iniciativa político-cultu­ral: con un grupo de amigos monta el Servicio Español de Información. Su pretensión era informar lo más verídi­camente posible al extranjero {Einstein y Thomas Mann, entre otros, acusaron recibo de la información que se les hizo llegar y se pronunciaron públicamente en contra de la sublevación franquista) y preparar material de pro­paganda, como el conocido y anónimo cartel «Los Nacio­nales», de cuya paternidad intelectual se ufanaba. 
Al constituirse el Ministe­rio de Propaganda de la Re­pública sobre la base del Servicio Español de Infor­mación le nombraron secre­tario general de aquél. Sin embargo, no consta, porque se negó a que su nombra­miento apareciera en el «Bo­letin Oficial», que es la enci­clopedia del Estado. Le pare­cía indigno hacer méritos pa­ra futuras pensiones o jubi­laciones mientras otros mo­rían en el frente y ridículo el tratamiento de ilustrísimo que el cargo llevaba consigo. Por otra parte, tampoco du ró mucho en él: chocó fron­talmente con los comunistas. 
En el trato personal no pa­ró nunca mientes en la ideo­logia. Fue él, por ejemplo, quien editó, durante su exi­lio en Chile, las primeras obras completas de Neruda y quien, poniendo mucho en juego, se hizo cargo de su defensa y de su casa cuan­do en 1948 le expulsaron de Chile por comunista. Pero en el terreno de las ideas dis­crepó siempre de los comu­nistas. Cuando éstos, duran­te la guerra civil, hacían de la unidad, entendida al mo­do estalinista, uno de los ejes de su propaganda, escribió provocativamente en un pe­riódico mural comunista: «La unidad es el camino de la simplicidad. Los simples, uni­dos, forman los partidos y, conformados por deforma­dos, logran la uniformidad. Soy amigo de la compleji­dad, la multiplicidad y la di­versidad.» 
En realidad, desde el 14 de abril de 1931 las circunstan­cias caminaron en una direc­ción que no dejaba mucho lugar para la acción pública y colectiva de hombres como él. Los políticos republica­nos le parecían, en general, inconscientes de lo que se traían entre manos y no se recató -¡faltaba más!- de proclamarlo. Luego se inició en España el ascenso de dos ismos -el fascismo y el co­munismo- que acabaron siendo multitudinarios y que redujeron aún más su posi­ble campo de acción en la vida pública, aumentando el de sus discrepancias.



Winnipeg



Tras la guerra civil vino un largo exilio en Chile, que duró exactamente veinte años y un día. Por más que la acogida fuera en extremo cordial y hospitalaria -a di­ferencia de la que hoy brin­da España a los exiliados americanos-, nunca pensó afincarse allí, y en cuanto pudo, en 1959, retornó - a su país. 
Mientras estuvo en Chile, casi todo su afán lo volcó en lo que llamaba la España extraterritorial, que conside­raba formada por todos los exiliados. Se trataba de asu­mir la representación cultu­ral, política y social de Es­paña ame los países que los acogían y estrechar lazos con ellos. Con este fin llevó a Chile a dar conferencias a personas como León Felipe.



Salvador Jacinto Polo de Medina: La vena rota


 Fernando de los Ríos, Jimé­nez de Asúa, Corpus Barga o Américo Castro; fundó «Cruz del Sur», donde editó, junto a autores chilenos, a clásicos y desterrados espa­ñoles; grabó discos con la voz de Alberti, Gómez de la Serna, León Felipe, Marcel Bataillon, Neruda, Rómulo Betancourt, etc., y organizó programas de radio y actos de toda clase.


Emblema de la editorial Cruz del Sur


Vuelto a España, inició un segundo exilio mucho más duro al padecer la «incon­gruencia de tener dos tierras (España y Chile) y las dos convertidas en ajenas». Su campo de acción se vio re­ducido aún más y el de dis­crepancia aumentó nueva­mente. 
Por un lado, comenzó una lucha sin cuartel contra el vocabulario imperante en la España de entonces: nunca toleró que en su presencia se llamara, por ejemplo, «nacio­nales» a los franquistas -¿acaso no era él tan «na­cional» como el que más?-, «rojos» a los republicanos -hasta 1936, ¿qué tuvo que ver la República con el co­munismo?- o «Movimiento» a la sublevación militar del 36. Esa permanente lucha contra la tergiversación ver­bal de la historia y su inal­terable decisión de hablar por doquier como si no exis­tiera ni censura, ni policía, ni Tribunal de Orden Públi­co ahuyentó a la mayoría de sus antiguos amigos. 
Por otro lado, su retorno coincidió con el inicio en Es­paña del consumismo· des­arrollista, contra el cual también volcó sin cesar su artillería verbal; aparte de vivir, por supuesto, completamen­te al margen del mismo, ha­ciendo gala de lo contrario: de la austeridad, del ocio, de la meditación. 
Pero una cosa era verse constreñido a un campo de acción cada vez más peque­ño en extensión y otra des­animarse. Si no podía obrar con otros, obraba solo. Si se veía sin medios de difusión a su alcance -radio, prensa, libros-, como le ocurrió a su retorno a España, bajaba a la calle y con la «rotativa de la lengua» -reveladora expresión de Valle-Inclán que hizo suya- se dedicaba a hacer la «guerra de esqui­nas», abordando al primer mortal que le diera ocasión a ello. «Estoy seguro -escribía desde España a un amigo chileno-- de que mis impac­tos individuales, incesante­mente reiterados, han llega­do a miles de seres capaces de llenar un gran estadio.» y de verdaderos impactos se trataba, pues si el abordaje al desconocido viajero del autobús, al taxista, depen­diente, funcionario o simple transeúnte solía ya ser insó­lito, lo que seguía no iba a la zaga: una discrepancia ra­dical (del franquismo, del comunismo, de cualquier is­mo) expuesta, con vehemen­cia e imaginación, en un vo­cabulario personalísimo, acentuado con enérgicos ges­tos y contundentes epítetos. 
Su seguridad en sí mismo era tal que, aparte de hacer­le inasequible al desánimo, le permitía ignorar el sentimiento del ridículo. Por ig­norarlo podía hacerse pasar por tonto para ahuyentar a un visitante indeseado; por archifranquista, para escan­dalizar a todos los viajeros de un «bus» de las barbaridades que llegaba a decir un fran­quista consecuente, o por re­cadero, para poner en eviden­cia al conocido que sólo se guia por lo externo. 
Se abanicaba con las apo­cadas y aburridas convencio­nes de la clase media. Le di­vertía vestirse de manera es­trafalaria y observar las re­acciones de la gente. De jo­ven presumía de que su des­cuidada indumentaria «tenía más brillo y esplendor que la corte pontificia». De ma­yor se ufanaba de su pobre­za. La gente no le cohibía lo más mínimo. Más bien era él quien cohibía a sus acom­pañantes si éstos eran tími­dos, pues igual simulaba con la voz un cáncer de gargan­ta para impresionar a un gru­po de desconocidas jovencitas fumadoras y disuadirlas del tabaco, que bailaba ante quien fuese «Madrileña soy», grotesco baile «unipersonal y arrítmico» de su invención. Según la ocasión, se mostra­ba conmovedoramente tierno o inauditamente violento con un vozarrón acoquinante. 
Si en uno de estos múlti­ples episodios diarios surgia un imprevisto o un enemigo de talla, su agilidad y capa­cidad polémica le permitían salir indemne de las mds comprometedoras situacio­nes. Muchas de ellas surgían al intentar hacer valer ante la jauría automovilística sus derechos de peatón. 
Recuerdo un día que a un conductor que se saltó un disco le llamó a voz en grito «¡ladrón!» Este frenó y se bajó dispuesto a vengarse a puñetazos. «¿Yol ¿Ladrón?», preguntó amenazadoramente. «Sí, ladrón, ladrón. Me ha ro­bado usted el paso», contestó gritando aún más que antes. La carcajada de los circuns­tantes hizo desistir al infrac­tor de su empeño vengador. 
En otra ocasión, los trans­gresores del semáforo, col­mados por él de altisonantes improperios y gesticulacio­nes, eran unos jóvenes que frenaron de inmediato y, con aire del que dice: «Ahora ve­rás lo que es bueno», se iden­tificaron como policías. Yo, que le acompañaba, pensé que acabaríamos en la comi­saría. Pero él, con su aplo­mo característico, replicó: 
"Supongo que vienen ustedes a disculparse de un compor­tamiento tan indecoroso co­mo el que han tenido, máxi­me tratándose de agentes de la autoridad.» Nada más le­jos de sus intenciones, pero, desconcertados, optaron por la retirada, no fuera a tra­tarse de un general de pai­sano. 
Salir del paso dando la ca­ra era lo suyo. Toda la vida en el aire y siempre saliendo del paso con dignidad y hu­mor. A ello le ayudó su in­ventiva, en lo cual también recogía y prolongaba una cierta tradición familiar.



Ciudad Lineal


Su abuelo solía calificar la Ciudad Lineal de «invención española», y, además de ésta, realizó otras muchas: un teo­dolito impresor automático, un talentómetro, un avisador de las crecidas de los rios y decenas de complicados po­liedros. Su padre inventó, entre otras cosas, un engra­sador para los tranvías, una máquina para lavar y una lo­ción para el pelo. El, de ado­lescente, inventó un sistema para crear una biblioteca postal circulante. Luego ya no paró de inventar origina­les organizaciones: la Fede­ración Universitaria Escolar, con sus coros, su teatro (La Barraca) y sus deportes; la Universidad Extraoficial, que montó gracias al apoyo de Ortega y Gasset; la Sociedad de Interayuda Universitaria, la Unión Federal de Estu­diantes Hispanos, los Comités de Cooperación Intelectual, la Sociedad de Albergues, el Instituto de la Comunidad de Pueblos Hispánicos, el Servicio Español de Informa­ción, la España Extraterrito­rial, el Archivo de la Pala­bra, lo que llamaba, aludien­do a los soviets, su SOBIED (Sociedad de Bibliotecas y Ediciones), el Instituto de Traductores, o la idea que tuvo en Chile y rescató en la efervescencia universitaria de los años sesenta: en vez de formar un patrimonio pú­blico a través de un único órgano, el Estado, como pro­pugna el socialismo, hacerla a través de las universida­des, que se constituirían en un cuarto poder al que irían a parar los bienes mal habi­dos en tiempos del fran­quismo.


José Ricardo Morales


Tanto antes de la guerra civil como después, la mayo­ría de sus invenciones y em­presas respondió, entre otros, a un inusual objetivo: poner sus dotes de organización e imaginación al servicio de los amigos que admiraba por su talento y dignidad y que, con su obra y conducta, en­riquecían, en su opinión, a España. Diríase que su gene­rosidad y seguridad en si mismo le permitió admirar, sin reservas ni envidias, las dotes ajenas. Durante la Re­pública, lo mismo se encar­gaba discretamente de que Ramón Gómez de la Serna tuviera un programa de ra­dio que de organizarle a Gar­cía Lorca conferencias remu­neradas. Igual editaba en Chile a entonces noveles au­tores, como José Ferrater Mora y José Ricardo Morales, que publicaba en Espa­ña un libro de versos de Ber­gamín, en cuyas contrapor­tadas figuraban comentarios de Machado, Azorín, Juan Ramón Jiménez y Unamuno, entre otros, elogiando al au­tor cuando el "ABC" y Fraga Iribarne, desde el Ministerio ad hoc, lo infamaban torren­cialmente allá por 1963. Y todo ello sin haber tenido nunca fortuna, ni ingresos saneados, ni mucho menos asegurados.


José Bergamín: El arte de birlibirloque



Como hombre que daba gran valor a la palabra, nun­ca permitió que en su pre­sencia se echara la menor sombra sobre la conducta de un amigo. Si alguien se atre­vía a lanzar una insinuación malévola, saltaba raudo: 
"Supongo que usted no ten­drá inconveniente en acompañarme y repetir sus palabras en presencia del afectado.» La seriedad y firmeza de los gestos y de la voz transpa­rentaban que no era broma, sino algo que se iba a llevar con todas sus consecuencias hasta el final, y el incauto re­culaba, haciéndose entonces acreedor, de inmediato y co­mo poco, al apelativo de irresponsable. 
Un hombre de palabra solo dice acerca de las personas o las circunstancias aquello que está dispuesto a mante­ner ante quien sea. Cuando esa disposición existe de ve­ras, se trasluce y confiere a quien la tiene una rara auto­ridad que, si va acompañada de inteligencia y audacia, se traduce en una inverosímil inmunidad. El no dudaba en llamar cara a cara a un funcionario inepto «mamón del prepucio presupuestario», o a un plumífero vacuo, «acé­falo grafómano», ni se reca­taba de atacar a voz en gri­to, en público y con los más feroces epítetos, al régimen franquista -por ejemplo, al «Ministerio de Infamación y Putismo», que había hecho de España un «balneario ver­tical prostibulario»- y no le pasó nunca nada.


La impresión que producía la reflejó así uno de sus me­jores y más admirados ami­gos, el poeta catalán Joan Oliver (Pere Quart), que en una carta de 1978 le decía:


Joan Oliver (Pere Quart)



«Entre mis papeles acabo de encontrar unos versos que te dediqué en Chile (en los años cuarenta, cuando compartían allí el exilio). Creo que no los conoces. Me parece recordar que no me atreví a leértelos. Pareados que poseen dos solas virtu­des: están en verso y son verdad. 

Fulgura y restalla, fulmina y desuella 
la voz de mi amigo con nombre de estrella. 
En nuestras Españas caso nunca visto,
 no escribe, cual Sócrates y cual Jesucristo. 
Heroico preserva del puto y el grullo 
los libros que alumbra con pena y orgullo.
 Y ese hombre, señores (¡al­[bricias! ¡albricias!) 
prefiere el desorden a las inmundicias. 
Por esto abomina, unamu­niano,
 la sucia victoria, la paz del Enano. 
¡Solo y altanero, intrépido y puro 
español-chileno-catalán: AR­TURO! 
Toma la buena voluntad»


Tras lo dicho huelga seña­lar que obra externa catalo­gable en una enciclopedia ni dejó ni le preocupó dejarla. Su verdadera obra fue su vida, entregada en buena parte a la difusión de la obra ajena, y los miles de impactos individuales que produjo sobre conocidos y desconocidos. Cuanto más cuesta arriba resultaba la puesta en práctica de sus invenciones de carácter colecti­vo y más difícil la acción pú­blica, más entusiasmo volca­ba entonces en inventarse día a día su vida, en enrique­cerla con imaginación, hu­mor, ternura y amistad. Si las circunstancias le cerra­ban una puerta, su imagina­ción se lanzaba inmediata­mente a inventar otras, y si, a pesar de todo, se veía re­ducido a la inacción, repetía con entusiasmo y convicción la genial frase que Ramón Gómez de la Serna le escrí­bió en una carta: «No olvide usted, gran Soria, que el ocio más o menos hambriento es la suculencia máxima del destino, y que los que. hoy están en la guía de teléfo­nos, mañana no estarán ni en la guía de teléfonos

Carmelo Soria


Cuando se vio reducido a la inactividad y la muerte diezmó su círculo de amista­des, inició la redacción de sus memorias, pensando so­bre todo en que las leyeran sus hijos y nietos, aunque sin excluir tampoco una di­fusión mayor. En 1976, el ase­sinato en Chile de su herma­no Carmelo por la DINA de Pinochet fue el desencade­nante de una grave trombo­sis. Careciendo de fuerzas y siéndole difícil concentrarse como para proseguir la re­dacción de las memorias, de las que dejó unos centenares de folios deshilvanados, se dedicó, pensando igualmente en legarlo a su familia, a concentrar su experiencia vi­tal en breves frases y a ju­gar con las palabras, trastro­cando sílabas y letras. Gran parte de sus hallazgos los apuntaba en servilletas, bille­tes de autobús, agendas, hojas sueltas. 
Lo que aquí se presenta no es, pues, un manuscrito pre­parado por él para la publi­cación. Se trata de una se­lección, arbitraria corno to­das las selecciones, y, en al­gunOS casos, de una reelabo­ración de apuntes que no terminó de desarrollar ni de puntuar. El responsable es el abajo firmante, y el induc­tor, Manuel ArroYO, que me incitó a rescatar estos di­chos de mi padre Y ha hecho posible sU publicación. 
Dichos Y no frases. Dichos de acuerdo con los cuales vi­vió, Y que quiso transmitir a los suyos, y no meras frases escritas para publicar. Corno hombre de palabra que fue, detrás de cada uno de estos dichos está él por entero Y están sus hechos. 
Una vez más, él tiene la palabra ..


 Este hermoso texto escrito por su hijo – Arturo Soria y Puig - prologó la recopilación de aforismos de Arturo Soria y Espinosa que con el título de Labrador del aire, publicó la editorial Turner en 1984.


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