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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 22 de mayo de 2020

CRÍTICA A TRES GRANDES PELÍCULAS JAPONESAS POR EL ESCRITOR CHILENO ANÍBAL RICCI


CUENTOS DE TOKIO (1953)
Dirigida por Yasujirô Ozu

La estética de esta película es exquisita. Planos fijos donde personajes entran y salen de escena, diálogos que los enfrentan, montaje a la usanza del ruso Eisenstein. Una pareja de ancianos (Shukichi y Tomi Hirayama) conversa de espaldas mientras la cámara los filma de perfil. Provienen del puerto de Onomichi, situado a muchos kilómetros, han llegado a Tokio con el objeto de visitar a sus hijos. Ozu sitúa el punto de vista en estos abuelos, los hijos les dan una fría bienvenida, los nietos son unos maleducados. No sólo los separa la distancia, sino también los muertos de la guerra, ellos provienen de la provincia y Tokio es una urbe donde sus habitantes, en busca de progreso, se desloman trabajando. Para el director Tokio es el telón de fondo, sus edificios son mostrados por escasos segundos. La conversación transcurre al interior de las casas, donde una cámara situada a ras de piso es testigo de diálogos intrascendentes, los hijos no tienen tiempo para desperdiciar con los viejos, los envían a un balneario de jóvenes donde apenas podrán dormir. Estos ancianos no quieren molestar, pero deciden volver para huir del ruido. Noriko (esposa de su difunto hijo) les brinda atención y los llevará a recorrer las calles de Tokio. Ozu utiliza el silencio para evidenciar la distancia emocional, los viejos observan el paisaje, descansan sobre el pasto, un breve travelling los filma de espaldas, caminando junto a un muro que los separa de sus hijos, de la ciudad y sus fábricas. Shukichi se emborracha con los amigos, uno ha perdido los hijos en la guerra, mientras Shukichi le confiesa que también está decepcionado porque sus hijos viven en barrios periféricos. Tomi (su esposa) sostiene un diálogo profundo con Noriko. A pesar de no ser hija de ellos, es la única que muestra una preocupación genuina, les tiene cariño, luego de enviudar no ha vuelto a casarse. Su casa es modesta, pero los atiende como reyes. Tomi ha estado sufriendo mareos, no parece nada importante, pero algo en su cuerpo expresa cierto malestar. El retorno a Onomichi empeora su salud y los médicos pronostican una pronta muerte. Los hijos acuden a verla en sus últimos minutos, luego la velan y asisten al funeral. Dejan al padre en compañía de Noriko, la única que lo acompaña en ese doloroso trance. Shukichi le pide que se case y reanude su vida, le agradece su bondad y reprocha a sus hijos, la distancia que los separa es insalvable. A pesar de su belleza, las imágenes ofrecen un tono melancólico, de gestos que desnudan incomprensión, donde los silencios son más significativos que los diálogos. La aparente simplicidad de la historia esconde conflictos de gran espesor narrativo. Existe distancia geográfica y afectiva, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial han minado las costumbres ancestrales, el boom económico de la recuperación no es más que un espejismo.  

(idioma original con subtítulos en español)
(tráiler en idioma original)




CUENTOS DE LA LUNA PÁLIDA (1953)
Dirigida por Kenji Mizoguchi
La escena fantasmagórica en que Genjurô y Tôbei surcan el lago junto a sus esposas, en búsqueda del poblado mayor con el objeto de vender las cerámicas a mejor precio, es de tal belleza estética que conmueve y anticipa que la cinta se moverá por cauces de cine fantástico. Genjurô y Tôbei son dos campesinos ambiciosos, el primero quiere enriquecerse a costa de la guerra civil que transcurre durante el período feudal y el segundo desea convertirse en samurái. La historia se basa en una leyenda japonesa que intenta mostrar los estragos que produce la avaricia en el corazón del hombre. Mizoguchi, que desprecia tanto el comercio como la milicia, intenta a través de esta fábula exaltar el valor de la familia. Genjurô se dejará seducir por la princesa Wasaka y se internará en una vida de lujos junto a un espectro que ha vuelto a materializarse en busca del amor verdadero. Será hechizado y apartado de su mujer, esta última deberá arreglárselas sola con el hijo. Tôbei, por su parte, huye con el dinero, se compra una armadura y mata cobardemente a un samurái, accediendo al honor de convertirse en uno de ellos. Sus esposas son las que pagan los platos rotos, la de Genjurô es asesinada y la de Tôbei es violada. Ambos vuelven arrepentidos luego de asumir sus culpas y darse cuenta de lo que dejaron atrás. Los encuadres, unidos a una buena utilización de la música, dan a este melodrama una tonalidad tétrica, profundizada por el claroscuro de su fotografía en blanco y negro. Para lograr que perdure la familia, los hombres deberán poner los pies en la tierra y olvidarse de sueños inútiles, siendo las mujeres las que aportan inteligencia e instinto de conservación. La voz en off de la mujer de Genjurô, desde el más allá, supone que su esmero ha rendido frutos, mientras un hermoso plano se despliega tras su tumba.

(idioma original con subtítulos en español)
(escena del fantasma de la princesa Wasaka)





LOS SIETE SAMURÁIS (1954)
Dirigida por Akira Kurosawa
Película protagonizada por siete samuráis que deben defender a un pueblo de las garras de cuarenta forajidos. Los agricultores ofrecen comida como único salario y los samuráis aceptan el encargo debido a que piensan que es una causa justa. Los códigos de honor de los samuráis son muy distintos al de los pobladores, seres temerosos y cobardes que ocultan sus intenciones. Hay un acertado tratamiento de personajes, donde cada guerrero tiene características e historias particulares, conformando un grupo que trabaja la estrategia colectiva y en que Kanbei (Takashi Shimura) destaca por su temple y liderazgo. La otra cara del espejo es representada por Kikuchiyo (Toshiro Mifune), joven arrogante, de origen campesino, que intenta hacerse pasar por un verdadero samurái. Kurosawa también hace una radiografía a algunos lugareños, que tienen otros temores aparte de los bandoleros, estos últimos caracterizados sólo como grupo. El director no abusa del movimiento de cámara: la mayoría son planos fijos, entre los cuales hay muchos planos generales y sólo algunos primeros planos para destacar emociones. Hay escenas memorables como el incendio del molino y el final deja los pelos de punta al contrastar las sensaciones de los samuráis con las de los aldeanos. La película es una fiel fotografia del Japón feudal (siglo XVI), destacando el profundo humanismo con que dota a los personajes, con lo que se distancia de cintas meramente de acción. En 1960, John Sturges (lejos de ser John Ford o Sam Peckinpah) adaptó la película de Kurosawa en clave western (Los Siete Magníficos) y resultó una historia absurda, sin contexto histórico, donde la banda sonora era lo mejor logrado. En comparación, la cinta de Kurosawa brilla por el equilibrio entre la historia, los personajes y las imágenes. El genio del director japonés nos cautiva en las casi tres horas y media del metraje, en cambio, la película de Sturges se torna inconexa, una especie de matiné de dos horas que nos remite al cine de acción y aventuras de menor calado.

(película completa doblada al castellano)

(tráiler en idioma original con subtítulos en español)

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