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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 1 de julio de 2023

"AMIGO ENTRAÑABLE" POR ANÍBAL RICCI (CHILE)


 

Los primeros seis meses dormí en el cuarto de alojados y desde el tercer mes comencé a arrendarle la casa de adelante. La limpié a fondo y compré un colchón nuevo, pero todavía mi cerebro escuchaba demasiadas voces como para ir a vivir en solitario. Un automóvil se fue a estrellar contra el portón de la entrada, deformando la puerta chica y sin posibilidades de cerrarla. Acudía todos los días a meditar en el sillón plegable y de a poco acostumbrándome a otras voces que habitaban el nuevo espacio.

 

En ese entonces tomaba 400 milígramos de quetiapina y 200 de Trazodona para lograr conciliar el sueño. Me acostaba a medianoche, apagaba la luz y veía películas hasta las tres de la madrugada. Sin volumen obviamente, tras la pared escuchaba pasos toda la noche y voces amenazantes. La ventana no tenía bisagras, por lo que la sensación de inseguridad era máxima. A cada rato me levantaba en medio de la oscuridad y escudriñaba a través de las cortinas. En una fábrica abandonada hacían fiestas bailables con un locutor que cada media hora hace alusiones retorcidas hacia mi persona. Estos eventos iban los jueves, viernes y sábado, por lo que esos días las veladas de streaming duraban hasta los primeros rayos de sol. Ponía en silencio el volumen del computador y oía un molesto ruido, que no era otra cosa que el disco duro que colaba voces malditas. Evitaba dormir temprano por temor a que los fármacos me dejaran inconsciente mientras ingresaban al cuarto y me apuñalaban. Cristian dormía profundamente, en la noche cuando me escapaba al baño subía a la tina y vigilaba por el vidrio de la ducha. Luego de dos meses no tenía tanto miedo y salía en pijama a recorrer el patio y el fondo que daba a la ventana. Nunca sorprendí a alguien, ni siquiera a los gatos merodeando. De hecho, ellos tenían su baño en la otra esquina que daba a la habitación de Cristian. Los ruidos nocturnos eran infernales, apenas podía mantener la atención en los subtítulos. Prefería las películas de acción y de ciencia ficción debido a sus concisos diálogos. Cristian Cottet contactó a Raúl Flores de la revista Dilemas y empecé a clasificar comentarios de películas del pasado para enviarle semanalmente.

 

Al cuarto mes volví a las salas de cine en compañía de Cristian. Acudíamos a los ciclos a bajo precio de la cineteca de La Moneda. Revisité películas de Wim Wenders, entre ellas Las alas del deseo. Reconozco que el director alemán es medio ampuloso a veces, pero tras una toma cenital, el punto de vista de los ángeles se desplegó magnífico en la pantalla. La cámara se internó por los edificios de Berlín y a pesar de las voces altisonantes que me hablaban tras el telón, pude enfocarme en la película y en medio de la oscuridad iba apuntando frases en mi cuaderno. Nadie se dio cuenta de que tomaba notas, al parecer en ese cine no me perseguía la gente que frecuenta las multisalas. Los ángeles no distinguen colores, desconocen el sabor de las cosas, pero pueden escuchar los pensamientos y susurrar palabras para rescatar a los mortales de la tristeza. Escucho esos susurros, pero son puros insultos que me hacen enfocar mis ojos en la puerta de salida. No hay nadie sospechoso. De verdad Cristian no se da cuenta de las voces que salen de todos lados, aunque por primera vez siento que me están dejando en paz, que sólo hablan de cosas sin importancia. Observo a Cottet y al parecer esta película no le está agradando, pero es la primera que pretendo comentar desde que llegué a Trinidad Oriente. Se está impacientando más de la cuenta y falta media hora para que termine. Sale de la sala y a pesar de quedar desprotegido, permanezco sentado en la butaca haciéndome el leso, tratando de pasar desapercibido entre los otros espectadores.

 

Termina la función y Cristian me espera en el hall de entrada. Mi amigo está molesto. Cómo le explico que me salvó durante estos meses. Los días que cocino hago cosas elementales como arroz, salteado de verduras, puré, hamburguesas y afortunadamente vamos a los chinos una vez a la semana. Cristian a veces hace cazuelas y platos más elaborados, por lo que temo todo el tiempo que no le agrade mi comida. Pero tras esos tensos minutos iniciales disfrutamos de la compañía y sellamos cada almuerzo con un café. Compré una máquina por goteo para hacer café de grano, mi manera de agradecer su amistad. Las tardes son tranquilas, sentados en la mesa rústica al aire libre y escuchando canciones de Sabina, Serrat, el «quiéreme» de Eduardo Aute. Aunque sea de verdad, sabiendo de mis excesos, sin el más mínimo pudor, este hombre luchó por la libertad de todos, incluso de los que ocuparon los cargos públicos. La democracia sobrevino a la dictadura, pero sabemos, un ex mirista como Cottet siempre supo que la izquierda está tan llena de alimañas como la derecha y que van a buscar réditos de sus exilios. La gente que perdió un riñón y fue torturada sabe de lo que habla y Cristian a la salida del cine me dice que la película le pareció una mierda. Los ángeles son seres que en cierto modo aún no han nacido, viven la eternidad sin correr riesgos, no se han jugado la vida en un juego de dados. Miserables que volvieron al país a que les devolvieran su poder con el fin de administrar el destino de los más pobres. Yo le retruco que la película rescata la fuerza de la palabra en esos tiempos aciagos. El actor se detiene en un puesto de comidas, en medio del frío matinal saborea un café y luego fuma un cigarrillo. Eso es lo que envidian los ángeles, le digo a Cristian. Me responde que los hombres le temen a la muerte, no como estos ángeles de pacotilla. Lo abrazo y le digo que es una historia de amor, que un ángel ha bajado a la tierra por una mujer. Una historia tan pura como nuestra amistad. Estoy apoyado en un fierro del Metro y me brotan lágrimas ante este gran hombre que tengo delante. Le convido una yanqui Coca-Cola y nos reímos en silencio. Lo quiero como nunca lo he querido, empieza a anochecer en ese instante y parecemos dos amantes. Amigos del alma que cambian de andén y hacen combinación a la línea cuatro. En la estación se suben unos barristas que patean los fierros y las puertas del vagón, es evidente que van drogados. Al primero que nos toque un pelo lo molemos a patadas. Cottet está sentado al lado del más violento, simplemente lo mira y el sujeto se va calmando. Ese instante ha muerto como si el mundo acabara. Cristian jamás me hizo un reproche, evidentemente no entiende a un drogadicto, pero soy su amigo y si le tocan un pelo, los muelo a palos. Llegando a casa unos borrachos han entrado por la puerta chica. Los golpeamos contra la reja, Cottet me ha dado ese espacio y ahora tomo posesión. Me dice que tengo que mudarme a la casa de adelante. Ya es hora y esa primera noche escuché más voces que en todo el mes anterior. Pero Carlina y Patana fueron a hacer la guardia y espantaron a todos los espíritus. Ese fue el adiós a todos los miedos contenidos, a esos almuerzos tirantes de opiniones encontradas, de dos entrañables amigos de vidas tan disímiles.

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