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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 1 de julio de 2023

"ESTALLIDO SOCIAL" POR EL ESCRITOR CHILENO ANÍBAL RICCI

 

 

David Costa declamaba en el escenario al interior del museo Artequín. Antes albergó al museo aeronáutico y tras los cristales se divisaba la Quinta Normal. Con Igor llegamos caminando desde la Plaza de Armas. Algo pasaba en el centro de la ciudad relacionado con estudiantes que saltaban los torniquetes del tren subterráneo. La iluminación de la sala no era suficiente, pero los focos instalados a ras de suelo daban atmósfera al drama. Un puñado de espectadores aplaudimos esa obra minimalista. Antes de entrar habíamos comprado un paquete de galletas en el quiosco del frente. Esa tarde preferí una Fanta y terminé su contenido al bajar las escaleras luego de la función.

 

Un amigo de David nos invitó a su departamento en calle Herrera. Los sillones y una mesa a baja altura dejaban a la vista unas paredes desnudas. De la cocina americana salieron unos pancitos para untar con salsas. Se destaparon unas botellas de vino y el anfitrión nos dio un recorrido por el quincho del segundo piso. Conversamos de la obra y de temas triviales. David nos visitaba desde Buenos Aires y por primera vez había montado en un lugar distinto al Chancho 6. Con Igor conversábamos en la terraza cuando en las noticias mostraron llamas al interior de las estaciones del Metro. Las imágenes eran impresionantes, la tarde ya auguraba que algo andaba mal ese día. Algo emotivo flotaba en el ambiente, faltaba contexto para dar una opinión, pero en primera instancia el fuego encendía los ánimos. A ninguno se le ocurrió que habían incendiado uno de los símbolos del neoliberalismo. Eso hubiera dicho Igor, pero en ese minuto su espíritu revolucionario lo transportaba cincuenta años atrás. El bombardeo de La Moneda era un símbolo del pasado e Igor estaba seguro de que estos incendios eran el comienzo de una insurrección popular. Guardando las proporciones, sentí algo parecido al día en que derribaron las Torres Gemelas. Atracción y repulsión al mismo tiempo. Seguro que tendríamos que alojar en el departamento debido a que era probable que no existiera movilización y también era lógico pensar en disturbios callejeros.

 

Al día siguiente el presidente Piñera anunciaba que estábamos en guerra cuando tan sólo unas semanas antes él mismo proclamaba un oasis. Nos tenía acostumbrado a esas declaraciones desafortunadas como las del día en que invitó a los venezolanos a escapar de su país. No le vamos a echar toda la culpa del posterior descontrol migratorio, pero de que ayudó, claro que lo hizo. La declaración de guerra era un voladero de luces y las propias fuerzas armadas contradijeron sus palabras. De hecho, los militares no se apostaron a defender las estaciones del Metro y a muchos les constaba que la fuerza pública no había intervenido ante los incendios. Deben haber pensado en sacar réditos políticos, pero en los hechos las estaciones permanecieron sin custodia durante los días posteriores.

 

Uno de los invitados a la reunión se ofreció a acercarnos a nuestras casas. Ese día me dejaron cerca de la estación Vicente Valdés cuyas puertas estaban cerradas. Estaba amaneciendo y caminé hacia el sur por Vicuña Mackenna. Al llegar a Rojas Magallanes observé las puertas de la estación derribadas. Subí las escaleras y la boletería estaba quemada junto a los cajeros automáticos. Todo el piso estaba tapizado de vidrios y algunas personas husmeaban entre los restos. Cottet me contaba por celular que la estación Trinidad había sido dañada gravemente. Seguí caminando bajo las plataformas de tren subterráneo y las calles lucían desiertas. No había casas dañadas, pero el ambiente estaba cargado de algo similar al pesimismo. La gente no salía de sus casas rumbo al trabajo. Tampoco existía locomoción y la avenida no lucía su flujo habitual de autos. Antes de llegar a casa de Cristian observé los destrozos en estación Trinidad. No me parecieron muy distintos a los de la estación anterior. Las puertas estaban destruidas y tampoco había nadie custodiando los alrededores. Ni carabineros ni personal de Metro, el lugar estaba abandonado a su suerte. Doblé en la esquina y Cristian estaba despierto. Tomamos desayuno y se mostró tranquilo. Ninguna teoría conspirativa, sólo constatar que habíamos quedado aislados y que todos los cajeros a la redonda habían sido destruidos. Los negocios funcionaban y aceptaban tarjetas de crédito, por lo menos estaba asegurado el abastecimiento para los próximos días. Primeras preocupaciones ante el caos en que amaneció la ciudad.

 

Al día siguiente, con Cristian subimos las escaleras de la estación cercana y yo constaté que había sido atacada en los mismos puntos que la estación Rojas Magallanes. Subimos a las vías del tren y nos fuimos caminando hasta el siguiente nudo. San José de la Estrella también había sido vandalizada, salimos del andén y nos percatamos del daño a las instalaciones eléctricas. Le dije a Cristian que en todas ellas habían desmontado los paneles, siempre en el mismo punto y arrancado la parte neurálgica de la red. Volvimos a subir a las vías y Los Quillayes manifestaba daños en los lugares habituales. Seguimos las vías hasta Elisa Correa, pero aquí nos encontramos con algo dantesco. Muchos carros incendiados, convoys enteros absolutamente quemados. Ingresamos a los vagones que habían sido arrasados por el fuego. Era evidente que habían usado combustible, lucían igual que los buses quemados en las protestas a las afueras de Beauchef en tiempos de dictadura. Tantas veces observé buses reducidos a escombros en cosa de minutos.  Esto era parecido, pero a una escala amplificada. La estación Sótero del Río era la única que se había salvado de las llamas, una especie de consciencia social por no alterar el entorno de uno de los grandes hospitales de la capital.

 

En los meses siguientes se reunía una muchedumbre a quemar neumáticos a los pies de estación Trinidad. Puntualmente a las seis se iniciaban los disturbios, pero esta vez eran aplacados por la fuerza policial. La quema de las estaciones del Metro fue una potente señal que fue ganando adeptos que se reunían todos los días en la Plaza Italia. Cottet anotaba en su bitácora lo que sucedía todos los días. A veces entrevistaba a algunos integrantes de la primera línea. En su tiempo militó en el MIR y había luchado contra la represión de Pinochet. Jamás aventuró una explicación de lo sucedido al tren subterráneo, pienso que estaba sorprendido de la planificación rigurosa de todos los eventos. Pero cada vez que conversamos en la rebautizada Plaza Dignidad, siempre vimos una violencia desbordada contra la policía. Se les iba la vida gritando contra unos tipos que tenían que contener los disturbios todos los días. Un partido de fútbol que necesitaba de dos equipos, los que lanzaban piedras desde las barricadas y los que tiraban bombas lacrimógenas. Se transformó en un deporte, pero las fuerzas fueron mermando y el partido se empezó a jugar sólo los viernes. Todo fue orquestado desde el primer momento, pero los abusos de políticos y empresarios a lo largo de la última década fueron el combustible real de ese estallido social.

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