Dos noticias han marcado estos primeros días de junio. Al margen de las más que justificadas demandas estudiantiles que llevan de cabeza a los políticos y al gobierno, el mundo de la poesía chilena se cargaba de alegría y tristeza. En lo dulce, el gran poeta Oscar Hahn obtenía el prestigioso Premio "Casa de América" de España y en lo agraz, Eliana Navarro poeta intensísima y secreta, se nos iba de puntillas -como siempre anduvo en esta tierra- al espacio infinito de otra vida. Imposible no pensar en las ironías de lo cotidiano, de esta vida, de estos años. Mientras Oscar, amigo admirado, es consagrado, una vez más en España y el mundo, y, como indudablemente, merece (aunque persista el injusto y tradicional olvido de los galardones chilenos, siempre esquivos para él), Eliana, también amiga, también queridísima, parte dejándonos una obra honda que puede situarse entre las mejores, no sólo escritas por una mujer en el Chile de los últimos cincuenta años, sino al lado, en estatura y belleza, de los pocos y grandes poetas verdaderos de nuestra poesía del siglo veinte.
No podemos olvidar a Eliana, postergada también en su reconocimiento en nuestras tierras. Recordemos su figura menuda, su voz templada y serena y leamos su poesía con la reflexión y la emoción que merece.
Tampoco olvidemos a Oscar, al que algunos han querido menospreciar en su sincera bondad y que, cada día más, nos entrega una poesía fundamental en estos tiempos.
1 comentario:
Andrés:
Comparto tu pensamiento en torno a Eliana Navarro, querídisima amiga y maestra. Sí, ella no quiso para sí misma una gloria ampliamente merecida. Ella sólo construyó una maciza obra y dejó que sólo su poesía hablara y ella calló. Sentí mucho su partida, pero estoy seguro de que siempre, siempre, siempre estará viva en su poesía.
Un abrazo,
Ernesto González Dávila
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