Buscar este blog

"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 22 de junio de 2007

ANTOLOGÍA BREVE DE "EL OLOR DE LOS CLAVELES" de Juan Eduardo Díaz




las flores


De mi cuerpo, sus partes marinas irritan horizontes,
negros huesos me sostienen y lo cautivo devorador,
en mi llanto buscan cuajarse mármoles y palomas.


Humberto Díaz Casanueva.



los claveles no huelen a cementerio

No sé cuál será el día al borde de los huesos
continuados uno a uno atrozmente
como anaqueles invisibles, algunos recuerdos

se descuelgan atacando florestas, mansedumbre
que asusta al amanecer.
Los claveles no huelen a cementerio, el abedul

llora imitando a un sauce, es que al fondo de la tumba
hay un charco de agua. Pero no te preocupes vidita
que son los cementerios los que huelen a claveles.



cuando los niños se marchen


a Danilo Díaz C.

Los niños tomarán sus pistolas de agua
y sus autos de madera, las niñas
sus muñecas de trapo y sus vestidos de colores

luego, con sus juguetes, se marcharán juntos
fuera del mundo de los grandes, nosotros

quedaremos solos y tan tristes
en medio de un páramo ardiendo en la garganta
como la ira de Caín.



verso cortés


Fragua verso mío toda esta noche
que luego volveré a tu voz
quién sabe si mañana llegue a quererte tanto
para decorar de claveles y jazmines

el portal de tu nicho sepulcral
o en demasía repudiar tu canto
y sea capaz de restregar violento tu trazo
con el odio implacable de mi borrador.



el limpiador


Jabonosos los jureles apilados
del limpiador, cuchillo veloz
a veces puñal, la vista hincada en las entrañas.

Gaviotas y albatros devoran los deshechos
un pelicano lanza al aire un pescado.
Botín en su bolsa vuela.


el hombre que no habla


Oculto entre mis vértebras
se arrodilla frente a un muro y llora por las manos
vive a través de mi registro malgastado
se estremece a la manera de una antorcha.

Es en este oficio donde se puede sentir tibio el rostro
hasta caer por el barranco en mansedumbre bovina
como las tercas piedras que no pueden
aunque quisieran moverse.

El hombre que no habla delega el deber a los cirios
que ya piensan en retornar vacíos
de aire y tierra en los ojos.
El miedo largo a la sombra antes de tocar mis pies.

Entonces tornamos a mirar
como hasta el inocente color verde
se ha marchitado en la estepa del pellejo
cortado a saña por una hoja mellada del insolente álamo de la infancia.



la curiosidad
nos matará a todos
a Cristian Carrera
No es conveniente hurguetear en la bolsa de sorpresas
que se nos entrega al momento de recibir la vida
es posible que un día nos encontremos con la muerte
o peor aún con nada.



con treintaisiete edades


a Vladimir Maiakovski

El arma que conservo en mi abrigo
tan paciente esperará a que lleguen treintaisiete edades
cuando me entalle en la camisa amarilla

y redoblen las campanas
mal grabadas de la catedral de mi pueblo
hasta que al fin la angustia literaria me acabe

el acero frío de mi arma cortésmente aguardará
en mi viejo abrigo, cuando Moscú
esté cubierto por la nieve y en San Bernardo

griten otoños las hojas bajo los zapatos de los poetas
que embobados
todavía insisten en los románticos rusos.




el imberbe

a Marcelo Sepúlveda

El imberbe se ha cansado de sus fantasmas
nunca fue buena la idea de seguir prisionero
en la cama del enfermo, los ojos no se gastan
si sólo se observa desnudo frente al televisor

pero es sobornable la quimera infantil.
Basta una caricia postrera para ser recordado
un insinuante beso con restos de comida
y los labios grasientos por la sopa fría.

A veces es bueno entregarse al silencio
a veces una sonrisa no basta, pues el mar
se queda en halito seco de cada mañana.



nicho


Como tomar de la nada aunque sea un puñado
y recordar las mandas incineradas
por la soberbia de cientos de velas.

Tengo el alma grisácea, como una camisa húmeda
treinta años en el tendedero, la espina
de un ángel negrísimo escondido tras los huesos.

Por la nariz escurre vaporoso un tono de rubí.
El balbuceo en rezo que se arrastra al modo de las piedras es como el color azulado de la noche

donde se pierden un par de miradas
separadas por el océano, y ya no queda más
que llorar sobre las nuevas yemas.


bastedad de amigos


¿Has tenido la espalda al sol
hasta que el frío se esconda en el abrigo de lana?

Pues, los amigos huelen a bastedad
la chaqueta de poeta es a sudor usado, ajeno.

Hay que mantener las botas limpias
dejar el amor maniatado en el bolsillo
de la camisa de los domingos
y consultar el reloj de vez en cuando.


la sombra


Pasó por este lugar.
En lo sosegado de la mañana se entromete nublosa
por los barrotes de la vidriera, se echa tibia
en el piso como un perro.

Era distinguir la sombra o manejar el miedo
con los ojos vendados.

Al vuelo canallesco un cuervo
imita el planear con esqueletos de gaviotas
de un lado para otro sobrevuela las tablas del piso

interrumpe el sueño tosco.
La ánima en mi habitación a ras del suelo
pero sin siquiera mirarme.



última visita


Quebrarse y hacer agua por todos los rincones
al modo de la sabana un aumentar lento de niebla
en la morada, el coro nupcial a la arrastra
en un millar de voces, por debajo del piso de madera

por debajo de la puerta se desliza.
Las patas de la cama hierven al rocío de la escarcha
a un costado inmóvil el espíritu, —retrato de parada—
abrazado a una maleta la divisa a ella.

No es capaz siquiera de asomarse el sol
por el patio se pasea inquieto, de vez en cuando
se empina por la ventana como ese pequeño
que lleva mi nombre y concibe lo sucedido aquí dentro.
Los deudos por fin respiran y sollozan
a veces sonríen, a veces no.


la vigilia


Y ahora que se está ahí dentro
a la manera de un terno antiguo
puesto confortablemente en aquel baúl.
La conclusión del tiempo hace caer por ley de gravedad
hasta las plegarias, la carne y la fragancia de los claveles.

La forma es lo menos que importa.
Aunque pareciera la siesta al sol luego del almuerzo.
La contemplación de la tarde hasta que el sangrar
se hace vigilia.

Todo el resto de la noche para meditarlo
las cuatro lumbreras apagadas.
En la habitación de adjunto la pena de todo un océano.
El dolor diluido hasta la puerta de calle.

Diferente es que todo decante en lo profundo y
no temer a las llamas, menester ahora
de ángeles y demonios.
Es el espíritu jugado a una partida de ajedrez.



honra fúnebre


Huir de las fosas que tientan a cantos de voces oscuranas
hábitos roídos de monjas, la represión por ajuares de sedas
y encajes blancos.
En forma de composición musical, es el texto litúrgico
en la misa de los difuntos.

Ésta, la honra de la afonía, en que se es capaz de negar
la voz materna, donde se doblan hasta el quiebre los dedos
y el eco de los huesos se sala hasta hacerse una misa.

Descubrir por el peso en el hombro las exequias
como caminando con las viseras a la arrastra
y negarse a ser ánima y llegar a odiar las flores olvidadas
que inciensan de ese olor a partida estos pasajes.

El cuerpo enraizado al fondo de la bóveda.
Es preciso quitar los tallos que martirizan la brizna de la tarde
el agonizar del silbido luminoso que me ampara.

Población de lugares comunes, es cuando la tarde
se hace por los techos junto a los gatos. Esmalte vigoroso
de la laude que no se cansa de ser lápida y hasta la tos
el olor del palo santo tan capaz de quemar a rabia de carbón estos números romanos y todas estas cruces.
el luto


Nuestros ángeles fueron los lugares comunes
oscurísimos demonios atados a las costillas con cadenas
aquí en el pecho

justo donde más duele la pérdida:
de la confianza, del espíritu, la coherencia de las cosas
del tiempo, de la vista, de todos los sentidos
las piernas, el pelo, los dientes.

La muerte de Dios, de los parientes
de todos los amigos, del amor
todo aquello y aquellos que ya no están
nuestros muertos.



las flores


Con el alardear de la época, tan cercana a la imbecilidad senil
es fácil revolver el agua turbia para alcanzar el olor del aire
que hace meditar en su crimen.

Hemos soñado la época feliz de los padres
como el indeciso desbarrancamiento de la memoria
sobre un plato de sopa fría
el desquiciado mirar de las sobras
como la suciedad domestica, los derrames
sobre la cocina y el basurero hastiado.

Porque fuimos quienes aparecimos desarropados
y pervertidos tras el velo, nunca fuimos la multiplicación
de la miseria, la catarsis contemplativa del que va en caída.

En la bolsa del pan se esconden todas las vilezas
y los tedios de un alma muerta de hambre, y reseca
como la antigüedad en escabeche de la creación final
del hombre.

La cortesía ordinaria de pasear mirándolo todo
hasta la mala costumbre del manoseo casi malhechor.

Ni siquiera tocaría invitar al entierro sotanas ni hábitos.
Y es que tampoco nos estremece la honesta inseguridad
de Dios ya corrompido como un cadáver.

Tengan el valor que tengan, antes o luego del pacto
todas la flores son reutilizables
hasta el marchitar de la conciencia
ellas son públicas.


Juan Eduardo Díaz bacio en San Bernardo en 1976. Ha publicaso Sombras de Valparaíso (2001) y Ángeles ebrios (2002). Además ha escrito laa obra teatral Cuerpo libre estrenada en VAlparaíso ese mismo año. Obtuvo el premio Enrique Linh del certamen nacional del arte y poesía joven de la Universidad de Valparaíso en el año 2002.