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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

miércoles, 26 de diciembre de 2018

"DARÍO EN CHILE" POR ANDRÉS MORALES



                                             La poesía chilena debe reconocerse como tributaria de tres figuras extranjeras fundamentales para la literatura iberoamericana. Estos escritores no sólo contribuyeron al desarrollo de las letras nacionales, sino que abrieron un campo inexplorado -al decir de Vicente Huidobro- para que Chile se inscribiera en el mapa literario hispanoamericano y mundial.
                                                     La primera de ellas y de la cual se dice “fundó poéticamente” a nuestro territorio es el gran poeta épico español Alonso de Ercilla (Madrid, 1533 – 1594) quien, con su extraordinario poema La Araucana inicia la literatura chilena pues posee seguidores como Pedro de Oña (nacido en Chile, en Angol en 1570 y muerto en Lima en 1643) quien con su Arauco Domado se convierte en el primer poeta verdaderamente chileno. Ya que en Chile se considera a Ercilla como el primer poeta, es menester señalar que el poeta español estuvo poco tiempo en el país y pertenece a la tradición poética puramente española. Pero lo trascendental es que Ercilla da “el primer paso” para que la poesía (épica) empiece a florecer y, en general, la literatura (crónicas, diarios, otros poemas épicos, tratados filosóficos, etc.).
                                                     La segunda figura monumental es la del venezolano Andrés Bello (Caracas, 1781 – Santiago de Chile, 1865) quien refunda la literatura chilena a la par de inmensas obras que abarcarían las leyes, las traducciones, la poesía, la política, la filología, la gramática, la educación (fue el primer Rector de la Universidad de Chile, la más antigua y prestigiosa del país) y la diplomacia entre otras actividades. Sus poemas inspiraron a la Generación de 1842, la primera generación de poetas genuinamente chilenos amparados por las ideas y consejos de Bello plasmados en sus poemas como la “Alocución a la poesía” y la “Agricultura de la zona tórrida” que, marcaron profundamente a los jóvenes escritores de ese entonces que luego abrazarían al Romanticismo (Mercedes Marín del Solar, quien es la primera poeta femenina de Chile, Eusebio Lillo -autor de la letra del Himno Nacional-, Eduardo de la Barra y José Antonio Soffia entre muchos otros).
                                                     Pero estas breves páginas han de centrarse en el tercero de los poetas extranjeros que influenciaron indiscutiblemente y de manera señera la poesía de Chile: el nicaragüense Rubén Darío (Ciudad Darío, Matagalpa, 1867 – León 1916). Llega a Chile en junio de 1886 donde, al principio, vivió tiempos difíciles económicamente y para darse a conocer como escritor. Publicó una novela titulada Emelina, considerada como de tipo sentimental. Luego inicia su labor como periodista en el periódico “La Época” en ese mismo año de 1886. Su salto hacia el reconocimiento de la aristocracia y de los políticos de ese entonces lo consigue gracias al joven poeta, Pedro Balmaceda Toro, hijo del gran presidente chileno José Manuel Balmaceda. Gracias a Balmaceda Toro publica su primer libro de poemas, Abrojos, aparecido en marzo de 1887. En el año 1888, en Valparaíso, principal puerto de Chile y capital cultural y económica del país, se edita su extraordinario Azul, que al principio no gozó de gran resonancia ni en la crítica ni en los escritores, pero que más tarde y gracias a sendas cartas del español Juan Valera, comenzó a influir notablemente en la poesía chilena. En el año 1889 Rubén decide regresar a Nicaragua, con una breve escala en Lima y siendo ya colaborador del extraordinario periódico bonaerense “La Nación”. Por lo expresado anteriormente y por lo que se verá más adelante, Darío debe considerarse como el padre de la literatura chilena contemporánea, pues influyó en figuras tan diferentes y esenciales de la tradición poética nacional (incluidos los dos Premios Nobel de Literatura) como Gabriela Mistral, Pedro Prado, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro y Pablo Neruda.
                                                     El caso más notable entre los mencionados más arriba es el del gran y fundamental poeta Vicente Huidobro (Santiago de Chile, 1893 – Cartagena, Chile, 1948), poeta muy joven, aristócrata, más tarde amigo de grandes figuras de la literatura y del arte vanguardista (tanto en América como en Europa) y padre del movimiento Creacionista, autor quien en sus comienzos abrazó el Romanticismo para después deslumbrarse con el Simbolismo francés y el Modernismo dariano. La presencia del Modernismo se revela en sus obras iniciales: La gruta del silencio (1913), Canciones en la noche (1913) y Las Pagodas ocultas (1914). Muchos autores y críticos han señalado, con grave ignorancia, que el poeta chileno despreciaba la obra de Darío (leyenda que aún continúa en algunos “círculos literarios y académicos”), nada más lejos de la realidad. Huidobro fue un ferviente seguidor de Darío y, como se ha dicho, sus primeros libros así lo demuestran. Lo que sí es cierto es que el poeta chileno miraba muy en menos a los seguidores del nicaragüense, a los “sucedáneos”, a los que pueden catalogarse como “modernistas tardíos” que no aportaban casi nada a la literatura de la época y que, ya muy atrasados, repetían mecánicamente los procedimientos y temas de Rubén.
                                                     Otra prueba incuestionable del influjo y de la importancia que Vicente Huidobro le otorgaba a Darío es la creación y fundación de dos revistas esenciales en la lírica chilena: “Musa joven” (de escasos seis números, donde el número 5 se dedicó a Rubén Darío) y, nada menos que “Azul” (con tres números publicados, incluyendo textos del nicaragüense y fundada junto a otro grande de las letras nacionales, Pablo de Rokha). Otro asunto a considerar, más bien anecdótico, es que el chileno inició una campaña para traer nuevamente a Darío a Chile, empresa que no prosperó y que desilusionó grandemente a Huidobro.
                                                     Un poeta y escritor de aquellos tiempos -todavía desconocido para muchos lectores y críticos chilenos e hispanoamericanos que solo recientemente ha logrado una justa valoración- y que puede señalarse como deudor de Darío (tanto en lo literario como en lo personal) es Francisco Contreras (Quirihue, Chile, 1877 – París, 1933) autor, entre varios libros trascendentes, de El Pueblo Maravilloso (1926) y que se desempeña como redactor del periódico parisino “Mercure de France”. Sus textos denotan una influencia notable del Modernismo y aunque puede considerarse como un autor tardío de la escuela de Rubén posee una calidad indiscutible.
                                                     Finalmente, y dado el escaso espacio de estas páginas, existen otros autores esenciales que pueden filiarse como marcados profundamente por la estética de Darío.
                                                     Importantímo en la poesía chilena, y quien otorgó renombre a la lírica nacional en todo el mundo, como Pablo Neruda (Parral, Chile, 1904 – Santiago de Chile, 1973) con su famoso e inicial Crepusculario (1923) y los archiconocidos -y al que debe su primera fama en Chile e Hispanoamérica- Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924).
                                                     Paralelamente, hay múltiples poetas que siguen hasta la década de 1950 escribiendo textos, de escasa valor, hay que decirlo, en la senda del Modernismo. No es importante mencionar sus nombres, pero con esto se puede afirmar que Darío improntó, con toda seguridad, a decenas de autores tanto en su prosa como en su poesía.
                                                     Para terminar, y como se ha dicho, Rubén Darío es un autor primordial para dar el “espaldarazo final” a la lírica chilena, deudora hasta estos días del gran nicaragüense.


                                                           Santiago de Chile, diciembre de 2016 – marzo de 2017

                                                      

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