A SETENTA AÑOS DE LA MUERTE DEL GRAN POETA CHILENO VICENTE HUIDOBRO PRÁCTICAMENTE NADIE RECUERDA EN CHILE (COMO ES USUAL) CONMEMORAR ESTA EFÉMERIDE DE UN AUTOR QUE FUE UNO DE LOS PRIMEROS EN "COLOCAR" EN EL MAPA LITERARIO MUNDIAL A NUESTRA AMNÉSICA REPÚBLICA.
Al cumplirse sesenta años de la muerte del gran poeta chileno Vicente Huidobro (Santiago, 1893-Cartagena, 1948) su figura ha ido creciendo en la conciencia de los poetas, críticos y lectores al punto de convertirse, hoy en día, en un referente indispensable para cualquier visión, panorama o estudio medianamente riguroso de la poesía escrita en lengua castellana. Años atrás, las extraordinarias sombras de Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges o César Vallejo parecían oscurecer y hasta ocultar la voz de Huidobro. Desde la década del setenta, poco a poco, se ha comenzado a hacer justicia con su obra y, tal vez, no han sido los críticos o exégetas los que han señalado la necesidad de reconocer la obra y la teoría poética del chileno: Octavio Paz, Gonzalo Rojas, Juan Jacobo Bajarlía, Enrique Lihn u Oscar Hahn -poetas todos ellos a la par de ensayistas- han sido los primeros en recuperar la figura y el peso de Vicente Huidobro. Como digo, hasta bien entrados los años setenta la crítica casi no había dado nada de sí, o, si se había reconocido medianamente su obra, sólo se le mencionaba en artículos, en algunas críticas o en estudios panorámicos y misceláneos[1]. Había que "redescubrirlo" en estas épocas de tanto revival, postmodernismo y nostalgia. Y, es así, que algunos académicos y críticos (se ha de subrayar que sólo unos pocos, aunque de gran calidad, Ana Pizarro, Hugo Montes, Mireya Camurati, George Yúdice, Antonio de Undurraga o René de Costa) revisaron, "re-vieron" e introdujeron al poeta en las cátedras de las universidades y en las así llamadas revistas serias.
Por otra parte, los lectores también se encontraban inmersos en la ignorancia o en el desconcierto. Las escasas ediciones o reediciones, las tardías Obras Completas, a la par de absurdas leyendas negras[2], junto a no reconocidas influencias de más de un poeta "deudor" o, en muchas ocasiones, la simple y llana ignorancia e ingenua clasificación de “poeta francés” o de “poeta burgués afrancesado” (Huidobro, miembro antes que Neruda del Partido Comunista, aunque primero también en abandonarlo) y otras simplezas peores, contribuían a que el público no descubriera el valor de sus escritos, el carácter y la auténtica revolución que produjo este poeta en el mundo de las letras chilenas, hispanoamericanas, españolas y hasta francesas. No hace falta argumentar más, basta con revisar el archivo del autor cuidadosamente clasificado en la Fundación Vicente Huidobro de Santiago de Chile[3] para comprobar que muchas de las polémicas, del ciego partidismo literario y de, incluso la política se encargaron de ocultar la trascendencia de este autor. Pero el transcurso del tiempo ha alterado radicalmente el escenario, hasta que por fin hoy se han ido eliminando estos prejuicios y, de tal forma, que en el presente, desde México hasta la Patagonia -e incluso en Europa- todos o casi todos los poetas actuales (y los no tan actuales) se sienten comprometidos, tributarios y deudores de la poesía del chileno. Se puede decir que se ha configurado un verdadero "tópico Huidobro" donde casi todos los autores contemporáneos afirman su influjo, su trascendencia y sus contribuciones.
Valorar hoy a Huidobro, sin caer en la exageración de la apología o en el pecado del entusiasmo y de la parcialidad, significa revisar la historia de la poesía en castellano desde finales del siglo diecinueve hasta prácticamente ahora. De allí que sea indispensable anotar algunos puntos esenciales que hagan más fácil la comprensión de su figura, su gesto, su poética y su poesía.
* * * * * * * * * * * * *
Para comprender su obra, en primer lugar, hay que señalar que Huidobro escribe sus textos iniciales bajo el influjo del romanticismo, del simbolismo y del modernismo, como la mayoría de los poetas de la lengua castellana de esa época. La presencia de los poetas franceses, de Rubén Darío (a quien nunca rechazó, como si lo hizo con aquellos que repetían su estilo y establecieron una verdadera retórica postrubendariana) y hasta del romántico tardío, Gustavo Adolfo Bécquer, empapaban toda la poesía del continente americano y de España. Nadie se salvó (ni aún Vallejo o Neruda) y tampoco Huidobro. No se trata aquí de descalificar semejantes influencias, pero sí de dejar en claro que muchas de las formas utilizadas, de las atmósferas de los textos y del “tono poético” se repetían, trasnochadamente, hasta la saciedad. Vicente Huidobro en Ecos del alma (1911), Canciones en la noche (1913) o en Las pagodas ocultas (1914) experimentó este mismo problema. Tal vez, la etapa de formación del poeta sea la época de su producción menos interesante, aunque destacan formalmente los caligramas de sus Canciones en la noche, un esfuerzo sólo comparable, en Hispanoamérica, al del mexicano José Juan Tablada.
Huidobro tampoco escapó a las teorías filosóficas del norteamericano Ralph Waldo Emerson o del uruguayo José Enrique Rodó: Adán (1916), un poema de largo aliento, fundacional, aunque formalmente aún en territorios ya probados, intenta ver al hombre en su condición primera y con su especial capacidad de nombrar, decir y recrear al universo entero.
Pero en ese mismo año de la aparición de Adán, ve la luz El espejo de agua, breve libro o plaquette que esboza totalmente el espíritu de gran parte de la obra creacionista de Vicente Huidobro. Es allí donde se incluye el famoso poema "Arte Poética", casi un manifiesto, una declaración de principios, un "juramento poético” que, a la par con sus primeras conferencias ("La poesía") y Manifiestos ("Non Serviam"), trazará las líneas de su nueva forma de poetizar. Desde aquí en adelante todo serán polémicas, algunas de ellas aclaradas o casi aclaradas (como la acusación de antedatación de El espejo de agua, desmentida en diversas ocasiones por el profesor norteamericano René de Costa y un número no menor de especialistas), otras que aún pesarán de forma injusta en la mente de algún poeta o crítico excesivamente incrédulo, quisquilloso o parcial en las que el "repertorio" de dudas y problemas varía desde si él es el "padre" del creacionismo o no, si fue influido o influyó (por) o en tal o cual autor, si es que realmente estuvo ligado y qué importancia tuvo en la gestación de la mediocre aunque necesaria vanguardia española del ultraísmo, etc. Asuntos que, con el correr de los años, en vez de desprestigiar al poeta sólo han conseguido demostrar la estrechez de horizontes de los "acusadores" o bien, de los "defensores a toda prueba". Pero no me detendré en estos tópicos. La obra auténticamente revolucionaria, refundadora, indómita y temeraria de Huidobro es suficientemente reveladora por sí misma.
Como dije antes, es con la “plaquette” El espejo de agua (supuestamente editada en Buenos Aires en 1916) y, fundamentalmente con poemas como "Alguien iba a nacer" o "Arte Poética" ("...inventa mundos nuevos y cuida tu palabra [...] Por qué cantáis la rosa ¡oh Poetas!/ Hacedla florecer en el poema...") donde se enuncia el camino a seguir y que será proyectado en otra lengua, el francés, con Horizòn Carré publicado en 1917, en París (con gran ayuda de su amigo el notable pintor cubista español Juan Gris en la traducción de buena parte de los poemas). Allí aparecerán casi todos los textos del breve poemario de 1916[4] con la excepción de "Arte Poética" -tal vez demasiado obvia en el París de las vanguardias- y se producirá la fusión entre los intentos de Pierre Reverdy, los aciertos deslumbrantes de Guillaume Apollinaire, entre otros, y los esfuerzos del chileno. Mucho se ha hablado de esta época, pero hay que recalcar que se trata de un momento de eclosión, de un boom (si cabe el término), de necesaria ruptura y oxigenante -en palabras Octavio Paz- que "contagia" a pintores, músicos, dramaturgos, novelistas, escultores, poetas y artistas en general -por programáticos o anárquicos que se autoproclamen- y que los hallazgos se comparten, se transmiten y sirven de precedente o influencia para los que llegan, o cambian o se inician en las letras y en las artes. Juan Gris tradujo, como se ha dicho, poemas de Huidobro al francés y hasta intentó escribir una poesía propia o variaciones sobre textos del poeta de Altazor. Edgar Varesse musicalizó algunos poemas de Tablada y Huidobro, Pablo Picasso retrató al chileno, Delaunay ilustró el libro-poema Tour Eiffel, Hans Arp escribió conjuntamente con Vicente Huidobro Tres novelas ejemplares (publicadas en Santiago de Chile en 1935), hasta Federico García Lorca, en España, dedicaría un hermoso poema de homenaje y reconocimiento para el chileno. En este punto, es imprescindible señalar los viajes de Huidobro a Madrid como puntos de flexión, conjunción y reflexión en torno a la poesía escrita en la península ibérica. La importancia de su encuentro con Rafael Cansinos-Assens, con Ramón Gómez de la Serna o con Guillermo de Torre (más tarde tenaz enemigo del chileno como queda explicitado en las múltiples injusticias cometidas en contra de la verdadera trascendencia que tuvo Huidobro en España en su libro Historia de las literaturas de Vanguardia) y más aún -por muy deficiente que sea su calidad poética como hoy podamos constatar- por el impulso definitivo que consiguió dar para el nacimiento del ultraísmo hispano y para producir un verdadero “remezón” en la conciencia y en los poemas de los autores españoles, tan importante como la lograda por Rubén Darío en sus viajes a la península. Gerardo Diego, el último y genuino exponente del creacionismo español y Juan Larrea (que luego derivaría hacia una línea distinta) son los “encuentros” más felices entre la poesía hispanoamericana y la poesía española. Incluso, al influenciar a Diego, a De Torre, a Pedro Garfias y a Cansinos, Huidobro hace de sus estadías en Madrid algo verdaderamente renovador -aunque sólo sea para un grupo pequeño de iniciados- que permitirá a los poetas de la llamada “Generación del ‘27” o “Grupo de 1927” conocer las vanguardias y asumirlas (junto a sus propias búsquedas personales, claro está) y cambiar esa suerte de “retórica” archiconocida e intentar otra clase de poesía: más actual, menos aislada del resto de Europa, más contemporánea. Incluso, a través del ultraísmo español (que influenciaría al, en ese entonces, joven Jorge Luis Borges), el poeta chileno consigue un fenómeno muy especial (probablemente involuntario y sin mayores pretensiones): devolver la vanguardia a Hispanoamérica en un viaje de ida y vuelta al plantear –Jorge Luis Borges mediante- las líneas del ultraísmo argentino. Curioso fenómeno: el creacionismo comienza a gestarse en América, se consolida, crece y se desarrolla en Europa y vuelve al nuevo continente con particularidades quizás distintas, pero con una intención semejante, esto es, replantear la poesía, olvidar los pasados influjos y construir una poética otra.
Y aquí surgen algunos problemas. Huidobro escribe, produce con gran velocidad. Publica libros en París, en Madrid, en Santiago de Chile; es antologado e incluido en revistas italianas, inglesas, norteamericanas, hasta checas y polacas… Su obra se fragua en el argumento del cambio, de la renovación, pero, en el afán por lo nuevo, tal vez, pierde altura, emoción, llegada (como todos los vanguardistas en sus momentos álgidos al cuestionar todo arte anterior e, incluso, hasta la misma recepción del lector), transformándose en una “poesía de tesis” donde se quiere ejercer el cambio y demostrarlo a todas luces, antes que esté y aparezca en el poema y no con el poema. Sin duda encontraremos textos bellísimos, reveladores, abiertos a cualquier lector sensible, pero serán los menos. Desde Horizón Carré hasta la aparición de Altazor o el viaje en paracaídas (1931) y Temblor de cielo (1931), Vicente Huidobro seguirá (con excepciones como Hallalí, poéme de guerre de 1918 o los notables poemas de Tout á coup y Poemas árticos- en su trazo demostrativo, hasta pedagógico, si se quiere, de lo que para él debe ser la nueva poesía.
Con Altazor su obra consolida el “salto mortal” de la vanguardia (Cantos “V” y “VII”) y la belleza transparente, del asombro, penetrante, hasta producir la conmoción del lector (“Prefacio”, Cantos “I”, “II” y “IV”, por ejemplo). Lo mismo en el ya nombrado Temblor de cielo. El análisis de Altazor o Temblor… me llevaría a extender latamente estas palabras. Ana Pizarro, René de Costa, George Yúdice, Jorge Schwartz o Mireya Camurati, han conseguido magníficas interpretaciones. Lo importante es subrayar, desde la aparición de estos dos libros recién mencionados, la auténtica plasmación de forma y contenido que se produce en su obra. Un verdadero “Arco voltaico”, como diría Huidobro, un arco del prodigio que ilumina el camino poético y que hasta podría oscurecer su trabajo anterior: Ver y palpar (1941), El ciudadano del olvido (1941) y fundamentalmente sus póstumos Últimos poemas (1948, recopilados por su hija Manuela Huidobro de Yrarrázaval) acrecientan la estatura del poeta y lo transforman de tal manera que su escritura se vuelve más espontánea: de la sangre, de alto vuelo y con una “emoción directa” fácil de recuperar.
El lenguaje, la expresión, el tono, el temple y la constitución o anatomía del poema hace del conjunto de estos libros últimos su aporte mayor a la poesía del siglo veinte. La locura, la fiebre del vanguardismo se alejan para que la voz del poeta entone el canto mayor con precisión, con rigor y buscando no el “truco” ni el “equilibrismo”, sino la interioridad con mayúsculas, sumergiéndose en las preguntas esenciales del hombre, del poeta. Adivinando la fugacidad, la caída, el fin: presintiendo la muerte y redescubriendo a la naturaleza, ya no la ficticia o la imaginada, sino la real (véase, por ejemplo “Monumento al Mar”), para no sólo incorporarla como un escenario, sino hacerla surgir entre el espacio negro de la letra de molde y el espacio blanco, del silencio, de la página impresa.
Huidobro es poesía y poesía de arte mayor, pero también es el misterio de la voz prodigiosa. Es el representante de una época, hoy revisitada sólo parcialmente, donde la pasión y la fuerza junto a una fresca e incomparable inteligencia lograban el hallazgo definitivo. Tal vez, a sesenta años de su muerte, sea el momento en el que logremos recuperar el milagro de sus utopías, el ahora palpitante que nos sobrecoja en el placer de su canto, de su palabra, de su voz.
Santiago de Chile, enero de1993- abril de1998- junio de 2008
Por otra parte, los lectores también se encontraban inmersos en la ignorancia o en el desconcierto. Las escasas ediciones o reediciones, las tardías Obras Completas, a la par de absurdas leyendas negras[2], junto a no reconocidas influencias de más de un poeta "deudor" o, en muchas ocasiones, la simple y llana ignorancia e ingenua clasificación de “poeta francés” o de “poeta burgués afrancesado” (Huidobro, miembro antes que Neruda del Partido Comunista, aunque primero también en abandonarlo) y otras simplezas peores, contribuían a que el público no descubriera el valor de sus escritos, el carácter y la auténtica revolución que produjo este poeta en el mundo de las letras chilenas, hispanoamericanas, españolas y hasta francesas. No hace falta argumentar más, basta con revisar el archivo del autor cuidadosamente clasificado en la Fundación Vicente Huidobro de Santiago de Chile[3] para comprobar que muchas de las polémicas, del ciego partidismo literario y de, incluso la política se encargaron de ocultar la trascendencia de este autor. Pero el transcurso del tiempo ha alterado radicalmente el escenario, hasta que por fin hoy se han ido eliminando estos prejuicios y, de tal forma, que en el presente, desde México hasta la Patagonia -e incluso en Europa- todos o casi todos los poetas actuales (y los no tan actuales) se sienten comprometidos, tributarios y deudores de la poesía del chileno. Se puede decir que se ha configurado un verdadero "tópico Huidobro" donde casi todos los autores contemporáneos afirman su influjo, su trascendencia y sus contribuciones.
Valorar hoy a Huidobro, sin caer en la exageración de la apología o en el pecado del entusiasmo y de la parcialidad, significa revisar la historia de la poesía en castellano desde finales del siglo diecinueve hasta prácticamente ahora. De allí que sea indispensable anotar algunos puntos esenciales que hagan más fácil la comprensión de su figura, su gesto, su poética y su poesía.
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Para comprender su obra, en primer lugar, hay que señalar que Huidobro escribe sus textos iniciales bajo el influjo del romanticismo, del simbolismo y del modernismo, como la mayoría de los poetas de la lengua castellana de esa época. La presencia de los poetas franceses, de Rubén Darío (a quien nunca rechazó, como si lo hizo con aquellos que repetían su estilo y establecieron una verdadera retórica postrubendariana) y hasta del romántico tardío, Gustavo Adolfo Bécquer, empapaban toda la poesía del continente americano y de España. Nadie se salvó (ni aún Vallejo o Neruda) y tampoco Huidobro. No se trata aquí de descalificar semejantes influencias, pero sí de dejar en claro que muchas de las formas utilizadas, de las atmósferas de los textos y del “tono poético” se repetían, trasnochadamente, hasta la saciedad. Vicente Huidobro en Ecos del alma (1911), Canciones en la noche (1913) o en Las pagodas ocultas (1914) experimentó este mismo problema. Tal vez, la etapa de formación del poeta sea la época de su producción menos interesante, aunque destacan formalmente los caligramas de sus Canciones en la noche, un esfuerzo sólo comparable, en Hispanoamérica, al del mexicano José Juan Tablada.
Huidobro tampoco escapó a las teorías filosóficas del norteamericano Ralph Waldo Emerson o del uruguayo José Enrique Rodó: Adán (1916), un poema de largo aliento, fundacional, aunque formalmente aún en territorios ya probados, intenta ver al hombre en su condición primera y con su especial capacidad de nombrar, decir y recrear al universo entero.
Pero en ese mismo año de la aparición de Adán, ve la luz El espejo de agua, breve libro o plaquette que esboza totalmente el espíritu de gran parte de la obra creacionista de Vicente Huidobro. Es allí donde se incluye el famoso poema "Arte Poética", casi un manifiesto, una declaración de principios, un "juramento poético” que, a la par con sus primeras conferencias ("La poesía") y Manifiestos ("Non Serviam"), trazará las líneas de su nueva forma de poetizar. Desde aquí en adelante todo serán polémicas, algunas de ellas aclaradas o casi aclaradas (como la acusación de antedatación de El espejo de agua, desmentida en diversas ocasiones por el profesor norteamericano René de Costa y un número no menor de especialistas), otras que aún pesarán de forma injusta en la mente de algún poeta o crítico excesivamente incrédulo, quisquilloso o parcial en las que el "repertorio" de dudas y problemas varía desde si él es el "padre" del creacionismo o no, si fue influido o influyó (por) o en tal o cual autor, si es que realmente estuvo ligado y qué importancia tuvo en la gestación de la mediocre aunque necesaria vanguardia española del ultraísmo, etc. Asuntos que, con el correr de los años, en vez de desprestigiar al poeta sólo han conseguido demostrar la estrechez de horizontes de los "acusadores" o bien, de los "defensores a toda prueba". Pero no me detendré en estos tópicos. La obra auténticamente revolucionaria, refundadora, indómita y temeraria de Huidobro es suficientemente reveladora por sí misma.
Como dije antes, es con la “plaquette” El espejo de agua (supuestamente editada en Buenos Aires en 1916) y, fundamentalmente con poemas como "Alguien iba a nacer" o "Arte Poética" ("...inventa mundos nuevos y cuida tu palabra [...] Por qué cantáis la rosa ¡oh Poetas!/ Hacedla florecer en el poema...") donde se enuncia el camino a seguir y que será proyectado en otra lengua, el francés, con Horizòn Carré publicado en 1917, en París (con gran ayuda de su amigo el notable pintor cubista español Juan Gris en la traducción de buena parte de los poemas). Allí aparecerán casi todos los textos del breve poemario de 1916[4] con la excepción de "Arte Poética" -tal vez demasiado obvia en el París de las vanguardias- y se producirá la fusión entre los intentos de Pierre Reverdy, los aciertos deslumbrantes de Guillaume Apollinaire, entre otros, y los esfuerzos del chileno. Mucho se ha hablado de esta época, pero hay que recalcar que se trata de un momento de eclosión, de un boom (si cabe el término), de necesaria ruptura y oxigenante -en palabras Octavio Paz- que "contagia" a pintores, músicos, dramaturgos, novelistas, escultores, poetas y artistas en general -por programáticos o anárquicos que se autoproclamen- y que los hallazgos se comparten, se transmiten y sirven de precedente o influencia para los que llegan, o cambian o se inician en las letras y en las artes. Juan Gris tradujo, como se ha dicho, poemas de Huidobro al francés y hasta intentó escribir una poesía propia o variaciones sobre textos del poeta de Altazor. Edgar Varesse musicalizó algunos poemas de Tablada y Huidobro, Pablo Picasso retrató al chileno, Delaunay ilustró el libro-poema Tour Eiffel, Hans Arp escribió conjuntamente con Vicente Huidobro Tres novelas ejemplares (publicadas en Santiago de Chile en 1935), hasta Federico García Lorca, en España, dedicaría un hermoso poema de homenaje y reconocimiento para el chileno. En este punto, es imprescindible señalar los viajes de Huidobro a Madrid como puntos de flexión, conjunción y reflexión en torno a la poesía escrita en la península ibérica. La importancia de su encuentro con Rafael Cansinos-Assens, con Ramón Gómez de la Serna o con Guillermo de Torre (más tarde tenaz enemigo del chileno como queda explicitado en las múltiples injusticias cometidas en contra de la verdadera trascendencia que tuvo Huidobro en España en su libro Historia de las literaturas de Vanguardia) y más aún -por muy deficiente que sea su calidad poética como hoy podamos constatar- por el impulso definitivo que consiguió dar para el nacimiento del ultraísmo hispano y para producir un verdadero “remezón” en la conciencia y en los poemas de los autores españoles, tan importante como la lograda por Rubén Darío en sus viajes a la península. Gerardo Diego, el último y genuino exponente del creacionismo español y Juan Larrea (que luego derivaría hacia una línea distinta) son los “encuentros” más felices entre la poesía hispanoamericana y la poesía española. Incluso, al influenciar a Diego, a De Torre, a Pedro Garfias y a Cansinos, Huidobro hace de sus estadías en Madrid algo verdaderamente renovador -aunque sólo sea para un grupo pequeño de iniciados- que permitirá a los poetas de la llamada “Generación del ‘27” o “Grupo de 1927” conocer las vanguardias y asumirlas (junto a sus propias búsquedas personales, claro está) y cambiar esa suerte de “retórica” archiconocida e intentar otra clase de poesía: más actual, menos aislada del resto de Europa, más contemporánea. Incluso, a través del ultraísmo español (que influenciaría al, en ese entonces, joven Jorge Luis Borges), el poeta chileno consigue un fenómeno muy especial (probablemente involuntario y sin mayores pretensiones): devolver la vanguardia a Hispanoamérica en un viaje de ida y vuelta al plantear –Jorge Luis Borges mediante- las líneas del ultraísmo argentino. Curioso fenómeno: el creacionismo comienza a gestarse en América, se consolida, crece y se desarrolla en Europa y vuelve al nuevo continente con particularidades quizás distintas, pero con una intención semejante, esto es, replantear la poesía, olvidar los pasados influjos y construir una poética otra.
Y aquí surgen algunos problemas. Huidobro escribe, produce con gran velocidad. Publica libros en París, en Madrid, en Santiago de Chile; es antologado e incluido en revistas italianas, inglesas, norteamericanas, hasta checas y polacas… Su obra se fragua en el argumento del cambio, de la renovación, pero, en el afán por lo nuevo, tal vez, pierde altura, emoción, llegada (como todos los vanguardistas en sus momentos álgidos al cuestionar todo arte anterior e, incluso, hasta la misma recepción del lector), transformándose en una “poesía de tesis” donde se quiere ejercer el cambio y demostrarlo a todas luces, antes que esté y aparezca en el poema y no con el poema. Sin duda encontraremos textos bellísimos, reveladores, abiertos a cualquier lector sensible, pero serán los menos. Desde Horizón Carré hasta la aparición de Altazor o el viaje en paracaídas (1931) y Temblor de cielo (1931), Vicente Huidobro seguirá (con excepciones como Hallalí, poéme de guerre de 1918 o los notables poemas de Tout á coup y Poemas árticos- en su trazo demostrativo, hasta pedagógico, si se quiere, de lo que para él debe ser la nueva poesía.
Con Altazor su obra consolida el “salto mortal” de la vanguardia (Cantos “V” y “VII”) y la belleza transparente, del asombro, penetrante, hasta producir la conmoción del lector (“Prefacio”, Cantos “I”, “II” y “IV”, por ejemplo). Lo mismo en el ya nombrado Temblor de cielo. El análisis de Altazor o Temblor… me llevaría a extender latamente estas palabras. Ana Pizarro, René de Costa, George Yúdice, Jorge Schwartz o Mireya Camurati, han conseguido magníficas interpretaciones. Lo importante es subrayar, desde la aparición de estos dos libros recién mencionados, la auténtica plasmación de forma y contenido que se produce en su obra. Un verdadero “Arco voltaico”, como diría Huidobro, un arco del prodigio que ilumina el camino poético y que hasta podría oscurecer su trabajo anterior: Ver y palpar (1941), El ciudadano del olvido (1941) y fundamentalmente sus póstumos Últimos poemas (1948, recopilados por su hija Manuela Huidobro de Yrarrázaval) acrecientan la estatura del poeta y lo transforman de tal manera que su escritura se vuelve más espontánea: de la sangre, de alto vuelo y con una “emoción directa” fácil de recuperar.
El lenguaje, la expresión, el tono, el temple y la constitución o anatomía del poema hace del conjunto de estos libros últimos su aporte mayor a la poesía del siglo veinte. La locura, la fiebre del vanguardismo se alejan para que la voz del poeta entone el canto mayor con precisión, con rigor y buscando no el “truco” ni el “equilibrismo”, sino la interioridad con mayúsculas, sumergiéndose en las preguntas esenciales del hombre, del poeta. Adivinando la fugacidad, la caída, el fin: presintiendo la muerte y redescubriendo a la naturaleza, ya no la ficticia o la imaginada, sino la real (véase, por ejemplo “Monumento al Mar”), para no sólo incorporarla como un escenario, sino hacerla surgir entre el espacio negro de la letra de molde y el espacio blanco, del silencio, de la página impresa.
Huidobro es poesía y poesía de arte mayor, pero también es el misterio de la voz prodigiosa. Es el representante de una época, hoy revisitada sólo parcialmente, donde la pasión y la fuerza junto a una fresca e incomparable inteligencia lograban el hallazgo definitivo. Tal vez, a sesenta años de su muerte, sea el momento en el que logremos recuperar el milagro de sus utopías, el ahora palpitante que nos sobrecoja en el placer de su canto, de su palabra, de su voz.
Santiago de Chile, enero de1993- abril de1998- junio de 2008
[1] La notable excepción la constituye Cedomil Goic con su volumen fundador La poesía de Vicente Huidobro. Ediciones de los Anales de la Universidad de Chile. Santiago, 1956. Incluso las primeras Obras Completas tendrían que esperar largos años (hasta 1976) para ver las prensas bajo el cuidado de Hugo Montes en la Editorial Andrés Bello de Santiago de Chile. Nuevamente Goic, en el año 2003, bajo el sello de Archivos – ALLCA – Universidad Católica de Chile, publicará su definitiva Obra Poética Completa (incluyendo los famosos “Poemas Pintados” y los Manifiestos) en una edición crítica extremadamente rigurosa y cuidada acompañada por diversos estudios de los más notables estudiosos de Huidobro, junto a cronologías y una extensa bibliografía
[2] Y me refiero a las polémicas que Huidobro sostuvo con tantos poetas, escritores y críticos que, desde luego, no ayudaron en lo absoluto a divulgar su obra.
[3] En 1992 tuve el privilegio de trabajar en la constitución del Archivo del legado del escritor chileno con los funcionarios y bibliotecarios de la Fundación Vicente Huidobro, todos bajo la responsable e inteligentísima dirección de la Profesora Ana Pizarro, directora, en ese entonces, de la institución y del nieto del poeta y todavía presidente de la misma, Vicente García Huidobro, lo que me permite afirmar con propiedad lo anteriormente dicho. Allí se encuentran celosamente microfilmados y clasificados los manuscritos, las revistas, antologías, cartas y poemas que lo enlazan con lo mejor de las letras de esa época: Gerardo Diego, Raymond Radiguet, André Malraux, Francis Picabia, Guillaume Apollinaire, Pierre Reverdy, Jean Cocteau, Juan Larrea, Federico García Lorca y un larguísimo etcétera que bien podrían exhibirse en un “Museo de la vanguardia” donde especialistas y público de todo el mundo pudiesen admirar estos escritos. Con el paso de los años, esta institución no ha tenido los respaldos económicos necesarios para continuar con su importante labor y, hoy, casi escondida en el vetusto y hermoso edificio de la “Casa Colorada”, funciona heroicamente tratando de resistir múltiples “vientos contrarios” y continuar la difusión de la obra de la obra y figura del poeta ante una sociedad y un “establishment” político y cultural que en más de una ocasión le ha dado la espalda.
[4] De allí es que he preferido su versión auténticamente creacionista, reelaborada en ese libro parisino y traducida por José Zañartu, años después, al castellano. Igualmente, en esta selección, se ha utilizado el criterio de dar a conocer sólo las traducciones vertidas al castellano, más que nada por problemas de espacio. Las restantes versiones a la lengua materna del poeta pertenecen al mencionado José Zañartu, l poeta vanguardista chileno (miembro del grupo "Mandrágora") Teófilo Cid y al profesor y compilador de las Obras Completas de Huidobro, Hugo Montes.
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