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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

miércoles, 15 de septiembre de 2010

A TREINTA AÑOS DE ESCRITURA. ANTOLOGÍA PERSONAL. DEL LIBRO "SOLILOQUIO DE FUEGO" DE ANDRÉS MORALES



(Soliloquio de Fuego. Orgon Editores. Santiago de Chile, 1984)

 Escena nocturna



Esta botella que abro
cuando la casa está sola,
cuando recorro pasillos
y cierro las puertas
y callo.


Esta botella vacía
con años de tierra y de mundo,
casi parece la historia
esta botella cerrada.


Adentro cipreses caídos
y un piano que suena
a lo lejos.


Adentro, la noche:
olas altas y estrechas.



(A Miguel Arteche)





Me voy quedando azul


De tanto sobresalto y mar,
de tanto cielo abierto y recortado,
me voy quedando azul en la ventana
y en todos los rincones, en las noches,
oyendo las pisadas y esperando.


De tanto en tanto ver, sin encontrar,
un día estaré aquí como si nada,
con todo el mundo entero entre mis cejas,
con todo el tiempo y tiempo un solo día.


Porque esto de mirarse en los espejos
no es juego, amor, ni nada;
esto de mirarse es algo serio
y no se ría nadie, es algo muerto.


De tanto retocarme y esperar,
de tanto ir y venir, estoy seguro,
ya no me esconderé de las llamadas:


Habrá silencio grande alguna noche,
un árbol de silencio y tempestad,
un cielo rojo, largo, por delante.



(A Alejandra Basualto)






Juicio Final


¿Y si ese día,
Dios,
nos hemos ido todos?




(A Cristián Montes)






Biografía fragmentada de Eugene O’Neill




A Nelly Donoso




I. Las Noches




Las botellas enfilan hacia el muro
donde tu hermano duerme:


En noches como ésta,
Eugene O’Neill corría
entre bares de New Orleans.


En noches como ésta,
las botellas devuelven sus muertos
y un loro carraspea en el balcón.


La orquesta entera caía
por el abismo de los muebles,
mientras caían los discos,
mientras caía tu madre
en los sueños largos del opio.


James O’Neill no te creyó
cuando quisiste romper
el cordón de seda en las ventanas,
cuando viajaste en barcos carboneros,
cuando aprendiste el español
del “buenos días”:


-Convéncete tú mismo:
no hay más vida que en las noches
donde se ahorcan los curas,
los niños,
los poetas.


Y tú quisiste abrir en las calderas
un hueco donde esconder al Conde de Montecristo,
donde morder el soliloquio del fuego
y adivinar familias felices
en la costa de Nueva Inglaterra.


II. El mono velludo


Como el mono velludo,
imaginabas los dólares de plata,
como el mono velludo,
bailando,
regresaste cargado de hollín
y novedades.


Europa era una sopa de letras,
Europa era el grito desde el puente,
Europa era bombas de azufre
y tuvo que quedarse en una guerra.


Como el mono velludo,
abrazaste las jaulas rituales
y tus mujeres sintieron
los dedos del sol.


Y allí comenzaron los aplausos
y el mar al que volvías
sin saber por qué,
resonando en las botellas.


Como el mono velludo,
James O’Neill te mira
creyendo que le llevas periódicos
al banco del Central Park,
para taparlo entre las últimas modas
y un sabor inexacto de comedia.




III. Entre hermanos


-Tú no te acuerdas del sol
que vimos en Utah:
cómo corrían los mormones
bajo la lluvia creciente.


-Tú no te acuerdas,
tú no te acuerdas.


(Otra vez la lluvia asemeja
las noches del teatro vacío
y James O’Neill se muere
como un caballo de piedra).


-Tú no te acuerdas del sol:
Yo solo veía amanecer
y tú cerrabas postigos
para soñar con los aplausos.


(El último,
por fin,
el último segundo
en que James O’Neill dejaba
los parques,
los días,
el mar).


-Tú no te acuerdas de nada
y nunca dejaste mi sombra.


-Tú no te acuerdas de nada,
de nada,
de nada.


(El médico sacude la cabeza
y Eugene O’Neill llora
como nunca lloró en un estreno).




IV. Después


Lo que vino después
ya no importa,
todo el mundo lo sabe.


Lo que vino después
fue el mar,
de nuevo el mar
y una mujer de mármol
para negarle los hijos.


Lo que vino después,
en el infierno,
James O’Neill también lo sabe:


Un largo camino de noche
para no encontrar el día.


Un hijo suicida,
otra vez la muerte,
y ahora,
rompiendo sus vasos de oro
y todas las botellas.






País de ojos y sueños




A Ana María Cúneo



... Y en país sin nombre me voy a morir...


Gabriela Mistral






I


Sentado en mi silencio, en un país sin nombre.
es difícil no pensar en las tinieblas,
aquí con este sol y en las estrellas:


La verdad está en las calles,
pero también en las tormentas.


Y ya después, detrás las puertas
de ciudades y torreones,
acariciar montañas, reconocer el fuego,
escalar las olas.


Hoy miro los muros de la patria mía
y me voy como antes, con la piel quemada:


Yo tengo en los ojos la llovizna quieta.
Hoy el ritmo seco de campanas negras
me sigue en los paseos y en la mañana a solas.


Yo no descubrí las playas y el desierto,
pero prefiero verme con todos frente a frente:


Así y como se escucha,
reconstruir los ojos, abrir los laberintos.


No estamos aquí para encerrarnos siempre:


Aquí, sólo y bien claro,
sólo la siesta y el pan,
solas las cosas, los brazos,
las palabras lentamente.




II


Estaba despertando y pude ver el cielo
como una estrecha cinta.


Busqué como he buscado al sol entre la niebla
y mis dedos se clavaron sobre un pájaro en el suelo.


¿Hay algo más terrible, más muerto, más ceniza
que la visión cercana de un pájaro desecho?


Busqué entre los muros de la ciudad lejana
un hueco, un monumento
y guardé los huesos secos entre mi abierta sangre.


Así la muerte siempre entre mis dedos vive,
entre mis ojos siempre.



III


La tarde ya va entrando por esa puerta abierta,
la tarde, viento a viento, por las estrechas grietas.


Ahora estoy pensando en mi país de sombra,
de luces apagadas, de niños asustados.


Ahora llego, pronto, hasta mi casa vieja
y anudo en las ventanas dos mil abrazos muertos.


Yo quisiera caer por otras avenidas,
pero los ojos siempre se quedan en la puerta.


Desde las rejas, solo, se ven mejor las horas,
se sienten las cadenas, se buscan las salidas.


Desde la tarde viajan los niños y los viejos
hacia la libertad, hasta la mar adentro.




IV


¿Cómo quedarse en el día si después llega la noche?


Los fantasmas salen a pasear sus trajes nuevos
y desde siempre un niño quiere mirar las estrellas.


¿Cómo quedarse en la cárcel si hay que encontrar cerraduras?


Nunca quisimos más tiempo que para tenerlo oscuro.


En mi país de rumores la noche estaba detrás
de océanos y puertos, de bruma y de peligros.


En mi país no quemaba el sol de las tierras secretas:
en mi país noche y día eran la misma palabra.


¿Cómo querer encontrar otro mundo y otro suelo?


Hay que mirar y mirar: debajo de la corteza
el árbol no muere, no muere.


Debajo de las palabras asoma un sol verdadero.




V


Después de tantas visiones,
después que los ojos cansados no esperan mirar otros ojos.


Ahora, cuando la lepra descubre hasta las mismas ventanas,
cuando no es suficiente quedarse porque se acaban las horas.


En este momento, hoy mismo, hay que volver a las aguas,
hay que volver a la muerte.


Desde mi patria de sueños regreso herido y herido
hasta mi patria de sal, hasta mi patria desecha.


¿Por qué negarnos el sol si es más real que nosotros?


Desde mi patria de sueños advierto los muros de piedra,
observo los muros gigantes.


¿Por qué separar las ventanas y dejar el pan intacto?


Desde mi patria de sueños vislumbro las calles abiertas
y el fuego en el aire, quemando.


Ahora por fin en la noche, regreso durmiendo a la casa
y sueño mirando despierto un horizonte de manos,
un pájaro vivo y siempre
la tierra esperando mis ojos.

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