(Aprés Dante)
Los dioses que cerraron esa puerta,
aquellos que deseaban ese fin,
los mismos, los de siempre, que hoy no están,
habrán de maldecir en este instante
el paso de los días,
el mar y su paisaje,
el hábil padecer de nuestras horas,
la rosa que murió en estas manos,
el monte y el volcán
en esa esdrújula quietud en la que esperan
aquel plácido ritmo repetido
de aquel que tontamente en una esquina
perdona al insensato y al doméstico,
rudo, tosco adiós en el castigo
de un ciego que los guarde y los bendiga.
(A Camilo Retamales)
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