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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

martes, 29 de octubre de 2019

CHILE: DE LA PESADILLA AL SUEÑO, O UNA “NUEVA PATRIA” POR ANDRÉS MORALES






Chile está herido, lo sabemos: Chile ha sido, casi siempre y, probablemente siempre, la historia triste de una provincia larga, lejana, acongojada, inmensamente sola y dolorosa: desde su nacimiento, huérfano, sin rumbo, con pobreza, pleno de sombras inquietas. Su historia está llena de naufragios, pero, desde luego, llena de sueños y extrañas aventuras -a veces felices y a veces trágicas-, que han hecho de este país un espacio único y extraordinario para los ensayos más increíbles, más decorosamente impronunciables y, fantásticamente, dispares, de la política, de la sociología y de la cultura.
                                          Desde hace una semana han pasado muchas cosas en nuestro hermoso territorio. Alguno dirá que es una “revolución encubierta”, la mayoría describirá el miedo y hasta el pánico del desarraigo y la represión frente a un estado inútil. Otros, los visionarios, entenderán que hoy y ahora es el momento único y casi irrepetible donde podemos invertir y desandar las injusticias y reencauzar las aguas torrentosas de un país desangrado por la inequidad. Hemos vivido una semana de horror y de belleza, de miedos e intuiciones, de dolor y convicciones. ¿Qué le ha pasado a Chile, entonces…, es que Chile ha cambiado? No, su historia desdice cualquier proclama de un país enteramente nuevo, de algo profundamente distinto a lo ya vivido. Los chilenos hemos sido un pueblo que siempre ha reclamado con valor y con profundos deseos de justicia, la verdad y la necesidad del más postergado, los que han vencido las inclemencias de los vaivenes políticos, de aquellos eventos naturales y climáticos y de los experimentos fallidos, de esos, únicos esos, “iluminados” que creen interpretar el espíritu de una época. Entonces, “nada nuevo bajo el sol” diría aquel: los chilenos (un pueblo mestizo, bella y profundamente “quiltro”, indígena y europeo, clasista, chovinista, racista, sexista, patriarcal y permanentemente ansioso por ser lo que no es) han demostrado saber y conocer -casi como un milagro o una epifanía- cómo retomar un camino de verdadera paz y de aquella hoy tan mentada “empatía” con los desarrapados, los pobres y los leprosos al uso.
                                          ¿Pero, es suficiente una marcha de casi un millón y medio de santiaguinos y de centenas de miles de habitantes de las ciudades y de los pueblos de todo un país para demostrar el enojo, la impotencia, el horror del diario acontecer y la esperanza de existir, por fin, al fin, con el “derecho de vivir en paz”? Por un lado, sí: esperamos, si cabe, la voz del mísero poder, del maltrecho poder y del cándido poder que, en su insensibilidad, ha perdido la brújula, el tiempo y la oportunidad de mantener una estructura, que creemos, sólida. Al decir del poeta español Miguel Hernández, “nos queda la esperanza”, aunque, a veces, ésta sea ciega e infantil… Por otro lado, no, no y no: todo es poco para aquellos que no quieren, o aparentan, no escuchar… Hay que refundarlo todo, redistribuirlo todo, quemar hasta los cimientos la concepción de un estado (que se ve fallido desde hace años) impermeable a los cambios e inepto en su respuesta violenta y mal pensada frente a la demanda que se justifica en la clara e inaudita razón de treinta años de neoliberalismo salvaje que nunca ha tenido piedad por nada y por nadie.
                                          Y me vuelvo a preguntar (en este texto que, con todas las licencias que el lector aguante, debe inquirir más que afirmar): ¿qué haremos ahora?, ¿qué debemos hacer?
                                         Hemos vivido una pesadilla terrible (llena de monstruos devoradores de la libertad, del derecho y de la belleza intrínseca y necesaria para la vida). Para comenzar, para iniciar, para recomenzar y de una vez por todas, y gracias a los dioses (o a ese Dios o al destino imponderable) debemos parir y mantener siempre un sueño de posibilidades que han de construir un nuevo mundo, una nueva patria, un espacio humano. Debemos trabajar sin ninguna pausa. Este es el punto crucial: humano y el otro punto inconmensurable y necesario y crucial: sin pausa, para una nueva patria… Basta de sesudos economistas que no abandonan sus puestos de “grandes sacerdotes” y no quieren repartir el mísero patrimonio de la nación subdesarrollada. Basta con los tibios ejercicios de dádivas conocidas y, peor, repetidas. Basta de palabras que no dicen nada y que nos hacen valorar, muchas veces, el gran y necesario silencio.
                                          Decir que el sueño es posible no es creer que toda utopía es viable en un mundo que no nos quiere y que sólo nos considera cuando debemos pagar deudas o entregar nuestros recursos naturales o nuestra dudosa soberanía. La globalización nos ha derrotado. Somos muñecos fáciles e ingenuos ante titiriteros muy hábiles, lo sabemos bien. Esto no es globalización: es una cultura que se impone sobre otra. Y no una cultura buena, no, es una cultura idiota que busca el onanismo de la satisfacción estéril de un sistema envenenado en su individualismo: “y el dinero es Dios” decía Francisco de Quevedo y también el tango, y esa es la gran trampa de un planeta insensible con sus “trabajadores hormigas”, aquellos solitarios y desamparados en la agonía de una individualidad malsana o de una falsa y penosa “familia unida” (metáfora del Mundo feliz de Huxley) que rezuma a gran fracaso…
                                          Entonces, ¿qué hacemos?, ¿dónde queda nuestro querido Chile?
                                          No nos hagamos tantas ilusiones. Chile ha de progresar siempre con un lastre decimonónico y conservador, pero, siempre, ha, y, debe, progresar para un gran bien. Las multitudes, los millones de manifestantes, los jóvenes sin gloria, los anarquistas sin ilustración ni ventura, los viejos que veneran a una juventud sin ninguna palabra de entrañable rigor, si es que en algo sirven, los antiguos, como es natural, han de existir para enseñar a los propios y ajenos, a los chilenos y al mundo, que las cosas nacen, crecen y maduran a pesar de las barreras, los límites y la repugnante indiferencia. No somos solamente el fruto de una “historia biologista” y estéril científicamente: somos un cuerpo real, a veces, muchas veces, sin alma, que quiere caminar por un sendero nuevo que, esperamos, habrá de conducir a la emoción y al conocimiento, al respeto, a la filosofía, a la historia y a la postergada alegría. Y, así, la estética, la belleza fea y la belleza hermosa, la emoción y la conmoción, la reflexión austera, el pensamiento enhiesto y la libertad serena han de dotar al cuerpo y al alma de Chile, con prudencia y sabiduría, de esa necesidad y de ese saber hambriento de los que no conocen, o no saben, o se marchitan pronto.
                                  Así, en este derrotero, unas últimas palabras. Por estas líneas cortas de entendimiento fértil, creemos con soberbia, y, peor, tal vez en serio, que auguramos locos, sin más desfachatez y por siempre ingenuos: “parches ante heridas” y, a veces, frases profundamente fatuas… Calma, paciencia, serenidad.
                                    Pronunciamos, de una vez, sin más pudor, el anatema duro que nadie quiere oír:
                                  Chile ha perdido, desde hace mucho tiempo, su alma clara y bella: por ese monedero sucio y ese egoísmo impío, desgraciado siempre. Tras ese yo desierto, inquieto, estéril, muerto, Chile se ha perdido, pero no creamos, hoy, que está desesperado o irremediablemente seco y en la desgracia yerma o inevitablemente muerto, muerto y enterrado. Ese sueño que aparece, después de aquella inmensa, tortuosa, larga pesadilla infértil: antigua, barroca y tenebrosa, no es el letargo brujo de un encantamiento vacuo. No es la somnolencia fruto de una noche, de borrachera inmóvil en el cruel exceso… Es un “campo de flores” y de espigas que maduran, sin fuerza, quizás y con razón. Que busca amanecerse con niños y con globos, con un poema claro y una canción de guerra. Con la esperanza cierta después de la batalla.


                                  Santiago de Chile, 25-26 de octubre de 2019.- 



CHILE


La envidia se desata en este circo pobre:

El domador aúlla y ruge y estornuda,
la equilibrista sueña con tierra firme siempre
y un payaso ordena el mundo entre sus dedos.

La patria se disfraza, cortés, civilizada
en una bendición de dones ya maduros
que enseñan gravemente la luz opaca y fría
del sol sin su destello, sin su calor sereno.

El circo se disfraza, la patria se desnuda,
la envidia nos despierta, nos mueve, nos consume.

La única verdad es la que nos desmiente:

El circo no termina, la mascarada crece,
el bufo, la corista, el fanfarrón, el santo,

todos en la pista cruel y provinciana.



(A Roberto Díaz Muñoz)



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