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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 17 de julio de 2020

"LLÁMALAS, SI QUIERES, EMOCIONES" POR EL POETA CHILENO ANTONIO ARÉVALO



Llámalas, si quieres, emociones
Dime cuántos «me gusta» tienes y te diré quién eres



Levantado muy de mañana, preparado el desayuno, abierta la ventana, abierto el ordenador, abierta la correspondencia, leídas las noticias, echada una mirada a la calle, abierto Facebook y Twitter, leídos los mensajes. Twitter es un mundo tacaño, se lee aquello que uno cuelga, pero no te dan un like ni pagando. El mundo de Facebook siempre se muestra generoso. Y aunque apenas lo sigo, acabo de comprobar que tengo seguidores en Instagram. Y no son pocos.
Nos han impuesto el dime cuántos «me gusta» tienes y te diré quién eres. Y a mí me haría falta un asistente que llevase todo esto.
He visto llegar desde mar adentro, con las velas desplegadas, personalidades varias que me asistieron en mi trayectoria, que me ayudaron en mi trabajo, que me tendieron una mano para realizar mis tareas curatoriales. Pero la Torre de Babel contiene distintas vías, puertas y muros, escaleras sin conexión, por donde se pasa para alcanzar la cima.
Como sucede con la moviola de las retransmisiones televisivas, contemplar retrospectivamente, guiados tanto por el recuerdo del momento de partir como por el resultado final, aquellas imágenes, es algo que nos ayuda a a desbrozar la mente de algunos prejuicios que la atenazan.
El ojo se topa de frente con una luz. En una sucesión de sombras, penumbras, intensidades distintas, reverberaciones y transparencias, la luz vibra mágicamente bajo un cielo nocturno o en la atmósfera diurna, moviéndose ininterrumpidamente sobre la pista que comunica la esfera del alma con la esfera del cuerpo.
Experimentó sobresaltos, experimentó palabras discontinuas, experimentó algo comparable, pero hábil, algo imposible de narrar, de decir, de pensar siquiera. Sentado esperando, esperando sentado en el pensamiento de que aquella había sido una excelente ocasión.
El otro día me preguntaba: ¿qué sería lo máximo? ¿Levantarse al mediodía y tras el café atravesar el Campo del Palio de Siena canturreando una canción de Palmenia Pizarro? Hay quien, sin embargo, prefiere mantener una elevada conversación en el Circolo degli Uniti.
Se dice que en aquellos salones es prácticamente una costumbre el no respirar, procurando así no perturbar la paz que envuelve el círculo.
Recurrir a los pensamientos intentando no recordar y resurgir en los intersticios entrelazados entre sí, y no habrá susurros, cosas pensadas y nunca pronunciadas. Nunca se convertirán en la esencia de cosas establecidas, de cosas atendidas. En definitiva, el error del ser y del continuar siendo, escribiendo ese libro en el que ya estamos inscritos.
La búsqueda del equilibrio es la característica más importante de la poética y es uno de los principios fundamentales de la composición clásica. Pero el equilibrio no es descifrable a través del pensamiento, no representa un modelo mental basado en leyes matemáticas. Solo podemos aproximarnos cavando dentro de nosotros mismos, puesto que este equilibrio es pura armonía emotiva, perseguida a través de la impalpabilidad de las presencias.
Sale el sol. Hace calor. Llegan las nubes, los indios con los paraguas, de cinco bajan incluso a los dos euros. Llueve como si el cielo se hubiese roto. Graniza, para, vuelve el sol, llueve. ¡Qué fastidio! Mejor hubiera sido irse directamente hasta el Caribe.
Después de toda esta lluvia, ¿no nos convertiremos en anglosajones?
Para aliviar la ansiedad de esas gotas intermitentes, me distraía en las redes sociales subiendo frases y refranes cada cinco minutos. Al hacerlo no dejaba nunca de reír, pensando que quien los leyese hiciese otro tanto:
Allí donde fueres… la lluvia que vieres.
En carnaval, la lluvia está mal. Agua pasada (¡sobre todo de lluvia!) no mueve molino. De lavar la cabeza del burro se ocupa la lluvia. En la lluvia nadie manda (¡maldición!). A la lluvia dadle un dedo y se quedará la mano. A grandes lluvias, grandes remedios. No maten al mensajero que trae noticias de la lluvia (¡por favor!). Amor nuevo va y viene, la lluvia vieja se mantiene. Aguanta caballo que la lluvia no cesa. Lluvia que ladra no muerde. Quien a lluvia mata, a lluvia muere. Camarón que se duerme, se lo lleva de la lluvia la corriente. Quien es causa de su propia lluvia, se llore a sí mismo. El que siembra vientos recoge tempestades (¡y bien está!). No es más rico el que más tiene, sino el que más se baña. Quien va despacio, llega lejos (¿pero adónde?). El cielo ayuda al que está contento (es un broma, ¿no?). Cielo aborregado, suelo mojado. Los trapos sucios se lavan en casa. Y para acabar: la gota horada la piedra (¡ecco!).
¿Será (es) difícil ser poeta chileno fuera de Chile? ¿O estar fuera es imposible y cada uno solo es dentro: dentro de la manzana, dentro de la sombra, dentro de la forma, dentro del ritmo, dentro de la tipografía audaz, dentro de la imagen y las muecas, los gestos, los tics de un modo de hacer poesía que cada tanto olvida/recuerda, reduce/multiplica las raíces? me preguntaba hace años mi amigo Ignazio Delogu.
Hundirse en el sueño (acto de dormir) y no hundirse en el sueño (producción onírica).
Me dicen que en San Telmo, en Buenos Aires, luce por fin un sol hermoso. Allá en el mercado, parece que hay gente que toca los mismos tangos de hace cien años. ¿Es este acaso el elixir que alarga la vida? Me siento como un corazón tendido al sol.

¡Jaque mate al rey y a la reina si el cielo es un tablero de ajedrez y el sol se detiene cúbicamente! Pero en soledad, como la llamada de un cuchillo, el pensamiento se mueve, se mueve, abandona el centro para producir chispas en la periferia. Uno encuentra un bisturí en la mano cuando la voz humana se aleja y aún resuena débilmente, la campana se pierde en las profundidades de los mundos. Hoy estoy en las antípodas. ¿Es un insecto, un pájaro, una serpiente de cascabel que ronda a mi alrededor? Estoy al acecho. Aguanto la respiración. Lo escribo.
(Blaise Cendrars, «Elogio de la vida peligrosa»).

He aquí que empiezan a llegar respuestas a mi búsqueda de asistente. Escuchad esta:

Sí, que necesita un asistente, eso lo entendí. Ahora bien: ¿en relación a qué actividad? Dado que él se dedica a la poesía, a la traducción, al periodismo, al teatro, a la preparación de exposiciones, etc., etc., resulta difícil poder intuir qué es lo que le tiene en mente.

Pues qué. Creo que la voy a contratar.
Hace algún tiempo estuve de visita en un campamento nómada a las afueras de Roma. Los adolescentes recorren los límites, se entregan a juegos inocentes, provocadores, satánicos, y todo se muestra anómalo porque no sabemos dónde acabará. La base militar de Guantánamo, una morgue clandestina, la escena de una guerra, el rostro de un desaparecido, imágenes de explosiones en Irak, crímenes de guerra y de lesa humanidad, lugares devastados por conflictos se nos proponen de manera tan deductiva como llena de armonía, y parece formar parte de una película recién estrenada en Netflix, en la cual, mediante el recurso a un amplio espectro de tonalidades, se le muestra a uno el terror, como bravos trapecistas del lenguaje lo muestran integrando nuestra cotidianidad, el panorama de las cosas que habitan nuestro mundo.

Sino porque es mucho estar aquí, y porque al parecer nos necesita todo lo de aquí, estas cosas efímeras que, de manera extraña, nos conciernen. A nosotros, los más efímeros. Todo una vez, sólo una. Una vez y nada más. Y nosotros también una vez. Nunca otra. Pero este haber sido una vez, aunque sea una sola…
(Rainer Maria Rilke)

En definitiva, no se trata de crear blasfemia. Por el contrario, se trata de arremeter contra la hipocresía de quien se preocupa más por la apariencia que por la esencia de las cosas.
¡Si no te conozco, no me etiquetes, si ni siquiera te conozco! En vez de limitarte a autopromocionarte, solidarízate, enfádate, dinos una palabra verdaderamente humana, ¿no ves lo que está pasando a tu alrededor? ¡Carajo!
¿No os ha sucedido nunca que os habéis encontrado con amigos después de quince, dieciséis años, y al verlos afloran los mismos sentimientos, las mismas sensaciones de lo vivido entonces? Es como encontrarse con los hermanos, la misma emoción alrededor de un plato, una botella, el mismo amor. Me ha sucedido hoy, salgo con el corazón lleno de estrellas, escintilando.
Mi divina invitada no se traiciona jamás. Después la bellísima artista que funge en ocasiones de trabajadora, como una abeja reina construye paso a paso la colmena. Yo observo desde lejos, en silencio y con suma admiración el nacimiento de la obra y aprovecho la conexión sin cables. Duermo poco, llevado por los nervios del debut.
Hora 14.15: estoy en la estación de autobús de Tiburtina. Es un caos. Te acercas a la taquilla y nadie sabe nada de nada. Sereno mi espíritu, espero cerca del autobús, intentando comprender. Alguien me saluda calurosamente. Soy Marco. Pienso un segundo: ¡Marco! Claro que me acuerdo, ¿pero estás yendo a Pescara? Sí, ¿tú también? ¿Vienes de estar con Sibilla Panerai? No, voy al espacio Alviani, a la exposición de Gino Sabatini Odoardi. Perfecto. A ver si nos volvemos a ver yendo a Pescara como antaño. Me viene a la cabeza el comentario sobre Pusole que esta mañana colgó Helga Marsala; en Pescara vi por primera vez el camión con remolque volcado de Paola Pivi, conocí a Cesare Manzo, Cesare Pietroiusti, pude apreciar el trabajo de un bisoño Pino Boresta. Sobre Marco Fioramanti escribí en un artículo dedicado a la Roma de los ochenta: Marco formaba parte del grupo multimedia Trattista. Mi artículo repasaba todo aquel momento.
Mientras tanto, termino una conversación online. Dicen que dos milagros tuvieron lugar en la mina. El primero, que están vivos. El segundo, que la mayoría de ellos, que jamás habían escrito una carta de amor, ahora sí lo hicieron.
En un sueño atravesé toda la ciudad de Santiago, escapando de los grandes eventos. Taxis y kilómetros para llegar a la otra parte de la urbe, «donde no vive nadie», como le gusta decir a cierta gente de Chile, para volver a encontrar a tu madre toda vestida de azul, más hermosa que la luna, y a tu hermana, que es una estrella.
Luego decido que es hora de hacer limpieza general. Bolsas y bolsas de vestidos para tirar, aprovechar los armarios, los cajones. Al final, el premio merecido, tortilla de espaguetis, ensalada verde y cerveza sin alcohol.
¿¿Qué tal si hoy... un poco de Viterbo, un poco de lago Bolsena, Marta?? (A pesar de mi melancolía lacustre!).
Descubrí que padezco una extraña patología: la melancolía lacustre. Hace muchos años fui con toda la familia Barattini-Contreras, huéspedes de la familia Giuliani, al lago Trasimeno (centro de Italia: región de Umbría, provincia de Perugia). Sucedió que no bien pusimos el pie en la isla que hay en el centro del lago, me quedé sin respiración, me tumbaron y hubieron de mandarme de vuelta a la orilla. El médico me dijo que sufría de melancolía. Desde entonces, añadí ese dato a mi currículum.
Sin embargo, solo uno de ellos lo hizo mejor, y se trataba de un joven venido de lejos, pero capaz de mirarlo desde la distancia y también desde la distancia regalarle su corazón.
Hablando de amigos cercanos y lejanos en el tiempo, tengo que haceros una confesión. Ayer, a causa de una buena amiga que estaba en Roma, nos encontramos un grupo de amigos, algunos de toda la vida, otros de memoria muy reciente, un verdadero reencuentro, una reunión en la que charlamos, bromeamos, comimos y bebimos. Pero fue tan solo hacia el final de aquel día, cuando ya no quedábamos más que dos o tres personas, cuando nos dimos cuenta de que ninguno de nosotros había sacado una foto o se había hecho un selfie, y nadie había enviado un mensaje con el móvil o usado WhatsApp. Niente di niente. Estoy dolido. ¡Os juro que no volverá a suceder!

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