–Dostoievski
es esquizofrénico.
–¿Quién
te lo dijo, Danitza?
–A
mi padre le cargan las novelas.
–Lo
que escribes es muy bueno.
–Es
soldador en la construcción y dice que mis cuentos son basura.
–Piensa
que jamás ha leído al ruso.
–Quería
que estudiara contaduría.
–Tú
sigue mandando historias por Facebook.
–Me
duelen las palabras de mi padre.
–Tu
chica tecno es atrevida, construiste un personaje fantástico.
–¿Cómo
llegaste a El Club?
–Solía
ir con Úrsula.
–¿Ella
te enseñó a bailar?
–Me
engañó con su marido.
–¿Vives
solo en este departamento?
–Me
gusta subir a ver las estrellas.
–Están
buenísimos los porros.
–Escóndete
–dice Jorge–. Cerraré con llave la puerta de acceso.
–Es
súper bonita.
–Agáchate
–casi susurrando–. Debe haber venido a buscar algo.
–Me
dijiste que habías terminado.
–Ella
me pateó y dejó su ropa y los muebles.
–¿Todavía
tiene llave?
–La
echo de menos –aspiró fuerte–. Pero yo tengo la única llave de la azotea.
–Dejé
mi cartera en el sofá.
–Supongo
que ya sabe cómo te llamas. ¿Danitza cuánto?
–Qué
te importa.
Se besan mirando las estrellas.
–Quédate
unos días en mi casa –la invita Jorge.
–¿Te
falla la azotea?
–Me
encanta ser seducido por una extraña.
–Puedo
abrir otra botella del licor rojizo.
–El
amaretto es engañador. ¿Por qué elegiste Gabriela como nombre artístico?
–Me
sonó poético.
–¿Le
gusta a tus clientes?
–Cuando
se haya ido nos pegamos un polvo.
–Te
quedaron re-bien las botas.
–¿Me
veo alta?
–Úrsula
es súper cuica, pero Dios no la hizo muy alta.
–También
le robé este vestido.
–Todavía
tiene su olor –aspira nuevamente–. ¿Por qué te saliste del politécnico?
–Los
números no eran lo mío.
–Quizás
tu padre tenga razón –dice completamente volado–. Dostoievski es… tú y yo
sabemos lo gran escritor que es. A su manera era un soldador, construía
historias y personajes fascinantes. Epiléptico, padre alcohólico y escribía
como los dioses.
–Mi
viejo sí que es borracho –confiesa Danitza–. Le pegaba a mi mamita que en paz
descanse.
–«Si
Dios no existe, todo está permitido» –dice Jorge sin pensar.
–Desde
chica me hacía cariños extraños… era otra persona cuando llegaba borracho.
–Anda
a saber cómo fue su infancia.
–Viejo
de mierda, nadie se va a acordar de él cuando muera. ¿Quién leería a «Soto-ievski»?
–Sigue
escribiendo y echa afuera esa rabia –dice Jorge con los ojos en lágrimas–. Mi
madre murió por complicaciones de parto.
–Lo
siento de veras.
–Úrsula
me movió el piso.
–¿Para
qué te metiste con una mujer casada?
–Me
hacía reír, su sonrisa malvada.
–¿Ya
no te gusto? –Susurra al oído y modela una pose sensual.
Se besan mirando las estrellas.
–¿Vas
a trabajar hoy?
–Tengamos
sexo salvaje –propone Gabriela.
–Si
quieres, te paso a dejar a tu esquina.
–No
te das cuenta que soy una princesa.
–Apenas
se vaya Úrsula puedes elegir algo más sexy.
–Eres
un bruto –responde fingiendo una voz infantil.
–No
me hace gracia tu actuación –Jorge la toma de su cintura–. Conozco tus
perversiones, comulgo con el dolor de tus historias.
–Ella
era tu musa, ¿no es cierto?
–Amo
tus cuentos descarnados sin espacio para romanticismos.
–Mejor
me voy a trabajar –decide Gabriela.
–Te
paso a buscar a las cinco.
–¿Vas
al recital de La Pozze Latina?
–Tú
eres la única «chica eléctrica» de La Batuta.
–Buenas
las líneas que nos tiramos esa vez.
–Escribe
como profesional, deja escapar a la princesa del castillo y escribe, aunque sea
para enojar a tu padre.
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