LA
ESPERANZA OCULTA EN
STELLA
DÍAZ VARÍN[1]
En la vastísima
categoría de la llamada “poesía metafísica o existencial”, la obra de Stella
Díaz Varín ocupa un lugar de privilegio dentro de toda la gran poesía chilena.
Y no hablo de la poesía femenina, ni de la poesía escrita por mujeres, ni menos
de la poesía feminista[2].
Aquí, no hay un problema de género de géneros o de istmos. Aquí sólo vale la
palabra que en realidad es verdaderamente poesía: sola ella, desnuda ella, con
todo lo bueno, lo peligroso y lo deslumbrante que puede acarrear para el lector
y, qué duda cabe, para la poeta. Si bien
la mayoría de los exponentes de la generación del cincuenta o de 1957
–generación en la cual generalmente se inscribe la poesía de Stella- fueron tocados por la tragedia de la Guerra Civil Española
y de la Segunda Guerra
Mundial (aunque fueran muy jóvenes), por la realidad de los campos de concentración,
del genocidio, de la bomba atómica y del cuasi suicidio colectivo de la
humanidad, impacta que a pesar de todo esto, aún así exista un gran número de autores que insisten en la escritura de una poesía (esperanzada
o desesperanzada) que consideran, por sobre todas las cosas, indispensable.
Aunque todos estos chilenos inician su oficio poético en un lejano rincón del
mundo, el peso de la responsabilidad como miembros de la especie humana se
evidencia a todas luces. Contrariamente a lo que podría pensarse, no existe un
“escapismo” en estas poéticas: sus voces se hacen eco de las grandes preguntas
surgidas después de estos conflictos, de la desesperación, del vacío, de la
amargura y hasta del desamparo de la mayoría de los seres sensibles y
pensantes. Pero, por otra parte, también formulan distintas salidas a estos
momentos terribles de la historia. La religiosidad, la filosofía, las
ideologías, el rescate del pasado, la metapoesía y la preocupación por lo estético
del lenguaje son las respuestas que muchos de ellos encuentran para intentar la
reconstrucción de la esperanza y de una realidad que, sin lugar a dudas,
piensan que debe cambiar urgentemente.
Entre los poetas
más importantes[3] de esta promoción se
encuentra, como he dicho, la figura de Stella Díaz Varín (1926), poeta que,
perteneciendo claramente a una línea de escritura que pretende reformar la
poesía de su época integrando a ésta el tema de la ciudad (léase poesía urbana
improntada por la voz de Enrique Lihn y de los narradores del ’50 o ‘57), debe
considerársela en el grupo de poetas que se orientan hacia una poesía
metafísica y existencial. Su obra lírica, reunida en los volúmenes Razón de mi ser (1949), Sinfonía del hombre fósil y otros poemas (1953)), Los dones previsibles (1992), Poesía (1994) y (Con)vivientes en la palabra (1998) debe ser señalada como una de las más notables
dentro de la poesía escrita en la segunda mitad del siglo veinte en Chile. Su
intensidad y densidad lírica, su penetración en temas que apuntan al origen y al
destino del hombre así como su perfección en el oficio, deben constituirse en
razones definitivas para que la crítica especializada preste una mayor atención
a su escritura[4].
En la temática de Stella Díaz, la presencia de
la muerte, del amor y del desamor, del tiempo y de la precariedad de la existencia
son fundamentales. Entre sus primeros escritos, el poema "De la prematura
muerte" es un ejemplo paradigmático de sus obsesiones y búsquedas:
Ella dice:
¿Cómo
es el amor? ¿Quién lo pretende?
El
tiempo es tan efímero
y
estás llorando por lo imaginario.
Es
fácil el dolor, la alegría, la duda,
y
el llorar de rodillas;
no
es el querer morirse caminando
para
no regresar después de nada.
En mis
manos abiertas,
ha
nacido mi querida amargura,
y
tus ojos severos, están muertos
detrás
de mis umbrales.
Nada
tengo de ti, nada ha quedado.
Las
prematuras muertes no nos unen,
no
estuvimos jamás en el silencio,
ni
con el tiempo, y es que nunca estuvimos. [5]
“Yo
estaba como aquel a quien le han sido
/arrancados
los
ojos por una manada de serviles águilas. Y mi
/sangre
entonces,
era vertida en el pozo más oscuro de mi
/casa
(…)
Anadir,
si te dijera que acabas de nacer junto
/conmigo
me
tendrías más confianza, pero ya ves, la fatalidad
ronda
mis puertas y no puedo mentirte,
(…)
Entonces tu planta bailará sobre los
cristales
/líquidos
de la lluvia y reirás como una niña recién parida”.
(“Cantos
a Anadir I”)
Es
la poeta quien se enfrenta a su hijo, a su objeto amado, a su objeto poético, “Anadir”,
a quien desea ver reír y bailar bajo la lluvia…La hablante es la inmóvil, la
testigo, la petrificada. El mundo sigue su curso, a pesar de ella, a pesar de
su canto, a pesar de su dolor. No puede, entonces, tacharse esta escritura como
una suerte de lamento interminable donde no existe la luminosidad del mañana ni
el deslumbramiento por el futuro. Stella Díaz Varín recorre los laberintos del
dolor, sí; se desgarra en el desdoblamiento doloroso, al decir de Rimbaud, sí;
se destruye en el tránsito para construir en él la palabra, el universo utópico
de un verbo que se agita con la fuerza inusitada de la “razón de su ser”,
parafraseando a la misma autora.
La
esperanza oculta está en leer más allá del mito; y no sólo en el ya repetido
mito de la propia autora (la combativa, la rebelde, la joven eterna, la bella
luchadora que siempre nos encandilará), sino en el mito que ella solamente es
capaz de recorrer: el mito de la errante, de la poeta a secas, de esa especie
de “goliarda” presa de la palabra inútil, quizás, pero siempre en el vaticinio de
una existencia perfectible. Y en esto soy enfático. Creo, y lo digo sin
pudores, que casi nadie conoce la obra de Stella Díaz Varín[6]. Acabados los
“coloquialismos baratos” que tanto bien y tanto mal le hicieron a la poesía
chilena, española e hispanoamericana, finalizados los trasnochados y
destemplados cantos de sirenas donde
el simplismo tonto y evidente reemplazaban la hondura curva de la sólida roca,
la obra de Stella Díaz Varín se revitaliza cada día más y adquiere su “peso
específico”, su “espesura” frente a tanto vagabundeo estéril que gime novedad
anquilosándose en el grito…
Que
vengan y que vengan a rendirle pleitesía… Pero que lean su obra de una vez por
todas.
Que su mano es ágil, dura, fuerte y potente como el rayo; que su garganta es como
el grito de mil océanos cantando.
Pero por sobre todo que surja ese rugido inmenso, mil veces acallado,
quieto, hermoso; esa, su palabra de ámbar, de cuchillo; esa que destelle y que
rompa la mirada del que leyó y leyó; y no olvida, y no podrá olvidar.
[1] Texto leído en ocasión del homenaje realizado a Stella Díaz Varín en “La Chascona ”, Fundación
“Pablo Neruda”. Santiago de Chile, agosto de 2005.
[2] Y destaco también la obra de las poetas Delia Domínguez y Eliana
Navarro otras “postergadas” de nuestras letras.
[3] Y, a riesgo de ser injusto, es necesario mencionar a otros poetas
notabilísimos como Enrique Lihn, Miguel Arteche, Armando Uribe Arce, Alejandro
Jodorowsky, Carlos de Rokha, Jaime Valdivieso, David Rosenmann Taub, Efraín
Barquero, Guillermo Trejo, José Miguel Vicuña, Eliana Navarro, Alfonso Calderón,
Delia Domínguez y, aunque un tanto
distante, a Jorge Teillier, entre muchos otros.
[4] Al respecto es notable el prólogo de Enrique Lihn al libro Los dones previsibles. En él señala:
“(...) La voz, que quizá se hace oír en versos largos y acumulativos, es
imperiosa, arbitraria y, con la palabra amén, el sujeto de una cierta
profanación (...) Algunos de nosotros, estimulados por el ejemplo de Nicanor
Parra, nos alejamos rápidamente de ese tipo de poesía –del hipnotismo de las Residencias
de Neruda, del gigantismo de De Rokha- Stella, no. Hasta el día de hoy
sus mejores versos (Y un horizonte/donde aprendí a reverberar/con el último
rayo de sol sobre las aguas”) son autoreferenciales. Adornos de la propia
persona retorizada, que es la máscara del poeta (...)”. En Díaz Varín, Stella. Los dones previsibles.
Editorial Cuarto propio. Santiago de Chile, 1992, pp.11-12.
[6] Algo similar ocurre con Gabriela Mistral, tan nombrada y tan poco
leída, o de tantos otros autores que se mencionan con voz altisonante y, salvo
raras excepciones, no son reeditados, ni estudiados, ni menos conocidos por la
crítica y por los lectores.
STELLA
(Poema de Andrés Morales)
(In
Memoriam)
Y
verás con otros ojos la superficie plana
del
mundo sin sentido, sin gloria, sin pasión.
Y
no habrá ni un solo lirio que atrape tu belleza
para
enrrostrar mi pena de perro a medianoche.
Y
ya sin despedidas, en el murmullo insomne,
habrás
cruzado el cielo con tu palabra sola.
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