Hasta
que el perdón en su cruel desgracia
no sea
desventura, ni siquiera pena.
Hasta
que el perdón, abriendo el cielo roto
abrace
un cuervo hambriento encima del desastre.
Así, con
la belleza de un campo abandonado,
así con
la sonrisa de un niño en la mañana,
confieso
la verdad, la víbora que habita
mi
vientre ciego y viejo, amarillento, muerto:
No puedo
contenerme, no puedo deslumbrarme
con los
amables gestos de triunfos y campañas,
con la
tibieza oculta de un canto a medianoche,
con el
desaire yerto que puebla las ciudades.
Así en
los caminos vacíos y en cadalsos
y en las
cabezas huecas de negras calaveras
crece la
belleza de una rosa quieta.
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