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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 3 de abril de 2020

"DIEZ POEMAS DEL TIEMPO DE LA PESTE" DEL GRAN POETA ARGENTINO GUILLERMO EDUARDO PILÍA






Pródigo se anuncia el invierno en esta tierra

Pródigo se anuncia el invierno en esta tierra,
rico en lanchones con fruta de estación
y días infinitos. Con ellos se presentan
de tarde en tarde el sol y el sentimiento
de la vida eremita: corazones apergaminados
para reliquias de iglesias,
noches de oración y estudio junto al fuego
resinoso, sueños impregnados de ríos y caballos.

Aire antiguo: golpea con el viento el presentir
de la epidemia, las bubas del tiempo en nuestras ingles
de hombres de este siglo.

Río nuestro, 1988


Presagio de peste

La lluvia invernal, la primera,
ha desquiciado el dulce letargo
de la vida eremita, la certeza
del fuego y las bodegas bien abastecidas;
ha traído a los muros protectores
del convento, la lepra de los años,
el moho de los muertos embutidos
tras las húmedas paredes. Un temor de peste
clausura los ruinosos huertos, emigra
el alma de la vieja iglesia.

Hacia el río y los confines
de la tierra, qué triste corre
sobre el cipresal el humo de las sábanas.

Huesos de la memoria, 1996


Sobrevivientes

Surge en lo alto de la calle el campanario
y el rosetón de la iglesia. Retorna silenciosa
la nueva estación y sus fogatas. Y los cipreses
que van creciendo de las ruinas
como torres mutiladas.

Una lluvia de bellotas cae desde el follaje.
Una lluvia de hojas cubre pudorosa
el rostro de los muertos. Y en los canales
que fluyen hacia el río, una ceniza
de otoño cubre pudorosa los muertos disgregados.

Tristes cruces se elevan en las quintas
y en los senderos del parque.
Cada tierra es un páramo; cada árbol se nutre
de un cuerpo cribado. Al atardecer,
los sobrevivientes encalamos las moradas
como en un antiguo presagio de peste.

Huesos de la memoria, 1996


Poema 5

Vivo en la ambigüedad de la plegaria:
la palabra es la tierra que se extingue
de pronto ante  mis  pies.

Patria de los recuerdos que se esfuman,
murmullo de mendigo en madrugadas
en que amaina la fiebre.

Y este dolor de enfermedad sencilla,
esta pesadumbre de muslo enfermo
que alimenta una llaga.

Caballo de Guernica, 2001


Poema 29

Busco un día sin mal:
que todo lo que es ley
en mi interior se cumpla.

Que ya no lleve un nombre de persona
ni barba para que crezca tras la muerte.

Que me hablen solamente con los dedos
y a través de un cristal:

con señas, como se habla a los internos
de un pabellón de infecciosos.

Caballo de Guernica, 2001



Poema 43

Hay en las sentinas de la memoria
señales de agua muerta.

Derivan incompletos los recuerdos
como efigies de monedas leprosas.

Hay naves del pasado
que adelantan el dolor de sus proas
como su cáncer de labio un enfermo.

Nadie se arrima al barco que navega
con bandera de peste.

Caballo de Guernica, 2001



Poema 51

En esta tarde limpia nadie quiere
morir de desamparo: ya se fueron
los años de epidemia.

Las llagas devoraron las falanges,
algunos ojos; quien más o quien menos
conserva carcomido el corazón.

Ahora son ausencias,
agujeros o pozos que desnudan
la lámpara interior;

cicatrices que deja la navaja
en el cuerpo del pan.

Caballo de Guernica, 2001


Detrás de un vidrio opaco he visto un mundo

Como el santo, llevo ocultas mis máculas,
mis bubas, mi albarazo; así parece
que convalezco de un mal metafísico.

Detrás de un vidrio opaco he visto un mundo
con los labios en llagas. Y no he ido
más allá de mi laja o mi baldosa:

igual que un cuadripléjico, que un tísico
que después de postrado varios meses
ya no acierta a tentar los viejos pasos:

el que un día, sin dolor, reconoce
que aquel juego de piernas y tobillos
nunca fue caminar.

Herido por el agua, 2005


Los secretos

Detrás de la ventana existe un árbol
al que el otoño lentamente transforma.
Desde su cama lo mira una enferma incurable
y piensa en futuras estaciones, en tardes
de convalecencia, en promesas de salud. Ella ignora
que ya no arribarán tales días, que a su lado
todos fingen porvenires rumbosos, que esas hojas
que caen son la única certeza. Yo la veo
mirar hacia el árbol que el otoño
y la tarde transforman, y no es tristeza
por su destino lo que siento: es más bien
piedad por el niño que yo fui, alimentado
con las mentiras de los moribundos,
con frases a media voz, con miradas
secretas, suspicaces; con palabras ambiguas
que siempre escondían algo sucio o terrible.
La enferma que sospecha de las risas forzadas
y la amabilidad de los médicos, es hoy el niño
que ayer yo fui: temeroso de aquello
que el mundo entonces me ocultaba; temeroso
de la muerte y de Dios, y también de la vida.

Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama, 2009


La muerte era palabra vedada

Se acerca un día sin dolor, vacío,
un día destinado a emprolijar la casa
en la que aún flota en plenitud la enfermedad.
Hoy has vuelto, madre, como cuando era niño,
para arropar mi tristeza, como si todo
volviera hacia el principio, hacia aquel tiempo
en el que la muerte era palabra vedada.
Abrir ventanas al aire, a la noche,
lavar los pisos, sahumar los colchones,
fingir que la vida sigue, que nadie
se marchó a los remotos países del humo.
De nuevo el tiempo de doblar las sábanas,
de guardarlas en los baúles de alcanfor,
para siempre, como vendajes y sudarios.

Ainadamar, 2016


Guillermo Eduardo Pilía nació en La Plata, Argentina, en 1958. Graduado en Letras, enseño durante años lenguas clásicas y teoría literaria. Es autor de unos veinte títulos de poesía que le valieron numerosos premios internacionales y la traducción al inglés, italiano, portugués, catalán y griego moderno. En 2014 obtuvo el Premio Andrés Bello e ingresó a la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, de la que actualmente es presidente. En 2016 fue nombrado Ciudadano Ilustre de La Plata y dos años más tarde ingresó como miembro correspondiente a la Academia de Buenas Letras de Granada. Es secretario general de la Sociedad Argentina de Escritores y visita distintas universidades latinoamericanas dictando conferencias sobre poetología. Codirige con Andrés Morales la colección de poesía bilingüe Cuadernos de Casa Bermeja.




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