JOKER (2019) Dirigida por Todd Phillips
Arthur Fleck acaba de cometer un acto criminal en el tren subterráneo que a esa hora
circula vacío por los túneles de la ciudad. Vestido de payaso ríe nerviosamente ante el
infortunio ajeno. Lo patearon y su personalidad se transfiguró, encontrando el único
cauce posible para un ser humano que ha sido tratado peor que un animal.
Hay mucha lucidez en el guion de esta película, los detalles son meticulosos y Joaquín
Phoenix ofrece una actuación insana que se interna por los recovecos de un alma
atormentada. La mente de Arthur Fleck es la protagonista. Tanto lo han agredido en
las calles y se han burlado de él, que su psiquis no tiene suficiente espacio para
afrontar el maltrato. Está atrapada en una esquizofrenia cuyos orígenes permanecen
ocultos, esperando estallar en cualquier instante. Una persona enferma que toma
medicamentos para intentar sonreírle a la gente. Su madre lo alentó desde niño, pero
ese recuerdo parece no ser real.
Arthur ha cometido ese acto de extrema violencia y la euforia invade sus
pensamientos. Despierta su instinto sexual y una psicosis delirante lo instala
aparentemente en el apartamento de su vecina. Posteriores flash-backs darán cuenta
de la verdad. En su interior se aloja otro ser que se retroalimenta con el sufrimiento de
su pasado y lo lleva a observar la realidad como un mundo oscuro que percibe mucho
más amable que la superficie de civilidad. En el caos encuentra la paz que le permite
abandonar su invisibilidad, la violencia es sólo un medio para desatar la ira. Nos deja
perplejos con su rito de iniciación. Arthur ha desaparecido y el Joker ocupó su lugar.
La ciudad es cruel y la gente adinerada no cultiva la empatía: «hay que acabar con la
violencia». No la entienden como un síntoma de inequidad, sino que la violencia es
simple delincuencia, la señalan como el último escalón de la maldad. El multimillonario
se postulará a alcalde para arrasar con el crimen de las calles. Parece un calco de otra
realidad mucho más cercana.
Arthur cuida de su madre enferma que inventó historias delirantes para sobrevivir. Los
programas de televisión fueron reemplazando sus verdades ficticias. El idilio con el
millonario es otra mentira. Dejó que abusaran sexualmente de Arthur en su infancia, lo
ató a un radiador y lo hizo padecer hambre. Sobrevivió como pudo y su mente ocultó
esas vejaciones. La madre era una desequilibrada, pero la sociedad se encargó del
resto. Arthur terminó en un psiquiátrico y cuando salió lo privaron de asistencia social.
Sin medicamentos enfrentó al mundo y se enteró de la verdad familiar al robar un
expediente. No era el hijo bastardo del millonario, había sido adoptado por esa mujer
que escondió los vejámenes con una historia descabellada. No tuvo más remedio que
dejar que el Joker tomara las riendas.
Arthur trabaja en un empleo miserable de anunciante callejero e intenta ser
comediante en un bar poco concurrido. Pernocta en un edificio destartalado y cuando
la vecina le hace una mueca en el ascensor, lo interpreta como un acto de amabilidad,
incluso de coqueteo. Un espejismo, nada más lejos de la realidad. Arthur imagina su
vida social inexistente, un ser solitario que no inspira empatía en otros seres humanos.
De apariencia física desgarbada, gesticula risas forzadas con mucha dificultad ante
situaciones que nadie encuentra graciosas. A pesar de trabajar de payaso, su rostro
evidencia una tristeza y soledad desquiciantes. La sociedad lo ha relegado a un papel
secundario donde aparecer en televisión le daría visibilidad. Su comportamiento en el
estudio de un programa de conversación resulta alienante y el mismo animador se
encargará de burlarse editando sus patéticos monólogos.
La película avanza a un ritmo lento que muestra a una ciudad que ha dejado de lado a
sus habitantes menos afortunados. Arthur es uno más de los desdichados que no
experimentarán jamás un minuto de felicidad. Joaquín Phoenix está irreconocible,
logra dar con un personaje que de verdad parece no existir. Su carencia de ego resulta
chocante y el actor más que destacar, logra desaparecer por completo.
El telón de fondo es un mundo individualista, una crítica feroz a una sociedad que
pretende uniformar a todos bajo la apariencia de obediencia y sumisión al sistema.
Resulta terrorífico darse cuenta que no hay libertad para expresar la individualidad,
simplemente serás arrasado por el escrutinio de la mayoría si no encajas con sus
patrones y no respondes a lo que se denomina ser exitoso (aparecer en televisión).
La ciudad coprotagonista no es Ciudad Gótica, es la mismísima Nueva York de la época
de Ronald Reagan, la década de los ochenta con su neoliberalismo a ultranza donde los
ricos se volvieron inmensamente ricos y donde el ciudadano de a pie sobrevivió gracias
a la teoría del chorreo, recogiendo aquellas migajas que constituían el subproducto del
sistema. Todd Phillips recoge el universo prestado de los villanos y superhéroes y lo
transforma en un espejo de la realidad, no aquella del siglo pasado, sino que referencia
el mensaje de la película a esta segunda década del siglo XXI. Porque esta Ciudad
Gótica resulta el símil de la era de Donald Trump (Ronald, Donald, hasta se parecen sus
nombres) cuya maximización de utilidades ya no es sólo económica. Rescata la avaricia
sin límites del sistema neoliberal, pero Donald la perfila desde el egoísmo. «Yo soy rico
y no quiero compartir mi riqueza…» con los negros, los latinos, con ninguno de estos
inmigrantes que tanto molestan. Donald habla con franqueza, su falta de respeto hiere
a las personas como Arthur Fleck que representan a los ciudadanos de segundo orden.
La película escapa del simplismo de Marvel o DC Comics. El mérito es que le da voz a
los oprimidos. El mundo del libre mercado es demasiado televisivo. Por eso es tan
potente la imagen de un presentador al que en medio de su show le vuelan la cabeza.
Imagen violenta, pero es mucho más violento el mundo higiénico e inalcanzable que se
publicita en esos programas. Espejismo violentísimo que aplasta a Arthur Fleck, que de
tanto ser vulnerado y pasado a llevar por una sociedad sin escrúpulos, no le queda otra
opción que convertirse en el Joker.
La verdad subyacente tras esa transformación del personaje es que los Arthur que va
generando la sociedad se vuelven millones. Individuos que la sociedad ha enfermado,
esquizofrénicos que comienzan a surgir en un mundo paralelo de caos gratificante.
Volcando la ira a un ámbito destructivo, no sólo de su individualidad, sino con el objeto
de ser escuchados, abrazando la peor cara de la anarquía, que enfatiza el concepto de
insurrección y contraviene los modos tradicionales de la sociedad.
El sistema imperante propicia la aparición de habitantes desquiciados, dañados a tal
punto que su personalidad se trastoca. Están enojados, quieren que la sociedad pague
por el sufrimiento causado. Se ocultan tras una máscara de payaso, unos
encapuchados que no tienen nada que perder. La violencia que infringen a la ciudad no
es delincuencia, es el resultado de un mundo despiadado fundado sobre valores
miserables. Están enojados y enfermos, no tienen nada que perder.
Donald es otro payaso que se esconde tras su máscara de pseudo libertad. También
está enojado. No quiere compartir su riqueza. América First es su lema, que el resto
del mundo se vaya a la mierda. Es un enojo respaldado en recursos económicos que
pretende involucrarnos en distintas guerras contra vecinos, países, continentes, contra
nuestro hábitat natural.
A la película no le importa el destino de Batman o el Joker. Es una cinta incómoda tal
como lo fue «La Naranja Mecánica» a comienzos de los años setenta. Joker no es un
comodín, es el fruto de un sistema que oculta su enfermedad tras el brillo de los
rascacielos.
Artículo publicado en Revista Occidente N°501, noviembre de 2019.
Artículo publicado en Revista Occidente N°501, noviembre de 2019.
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