(Poética de lo predicho) [1]
Creo, pero si he de ser sincero diré, más bien, sólo opino
que lo que suele llamarse poesía es un gran misterio único,
del cual el poeta, y concretamente cada uno, desvela un poco
o un mucho. Luego, deja la pluma o cierra la máquina de
escribir, se queda pensativo y, al anochecer, muere
JAROSLAV SEIFERT
Estrecha y amplia distancia entre la multitud de poetas que habitan mis manos; aquellos, yo repetido y predicho, que observan con sus ojos la realidad grosera, terca y miserable que reduce mi carne a la palabra.
Si he de ser sincero, poética, póiesis, en fin, un Ars Poetica [2], es algo que se fuga de mi mente. Pero he de meditar por un momento, he de ver y desdoblarme y escaparme tomando al toro por las astas.
Tal vez, aunque suene a paradoja, he podido vislumbrar lo que yo escribo (el proceso, el acto sin palabras, y con ellas) en algunos principios de la concepción científica, más aún, en la física, y, en concreto, en las teorías de Mecánica Cuántica de Heisenberg y Shröndinger. Pascual Jordan, en su extraordinario libro La física del siglo veinte, nos afirma:
“(...) La física atómica nos ha abierto los ojos al hecho
de que el proceso de observación significa una intervención
violenta en el objeto observado y, tratándose de organismos
vivos, esta trabazón entre observación y perturbación
se evidencia en la forma más palmaria (...)” [3]
Lo que quiere decir, si es que aceptamos este principio, es que observar es perturbar. Es imposible, por ejemplo, intentar describir un electrón en su estado natural sin tener que proyectar un haz de luz que con su energía, hace cambiar su primitiva posición, ya que al contemplarlo (aún con los métodos más modernos), alteramos, “perturbamos” su naturaleza entera.
Lejos de mi la teorización o el hallazgo de una teoría que explique la magia. Sí (y en eso sigo a Jaroslav Seifert), la magia del proceso creativo y de lo que son capaces esas tercas y bellas palabras. No intento describir la fórmula del poema: todo lo contrario, como es la soledad la que dicta, es también, la oscuridad la que ilumina. Aún así, ¿no es acaso muy curiosa la cercanía de la física con la poesía?[4] ¿no buscamos todos –y a veces, sólo a veces, encontramos- algo parecido? ¿Qué son las estrellas, una imagen, la oscuridad de la luna, la fuerza de la voz, la fuerza de aquella gravedad, o cuál es el destino, lo escrito, ese gran libro, el mapa sideral del ser humanamente humano, humanamente cósmico?
Vuelvo a Heisenberg y Shröndinger: “observar es perturbar”. ¿Y qué es, sino, lo que hace el poeta? ¿Acaso al escribir no deforma lo que escribe? Perturba su entorno, perturba su propio corazón y su cabeza, perturba la forma, el contenido, el estilo: el acto mismo. Deforma la realidad interna y externa: es objeto observado y, a la vez, es ser observador. De allí que relativice la validez de una poética, pues lo objetivo es imposible y, si se quiere, peor en poesía. Todos los estilos, las formas, las presencias son sólo algunos eslabones de la inmensa cadena del decir.
Creo en una poesía dicha ya y ya escrita. Creo en el destino y, mejor, en el pre-destino de lo poético, por eso, no me asusta lo hermético o lo críptico. Podré ser acusado de “poeta de élite”, o “poeta de metapoesía”. Podré ser señalado como oscuro, pero he allí la clave: soy oscuro porque veo más allá.
Y, aunque deforme lo que veo, al escribir también cambio lo que soy. Estoy en el hallazgo y en la tierra...
Estoy, ya desde otro punto, en las transgresión a partir de lo creado. Es obvio constatar que la tradición es el punto de rechazo para el salto mortal de la vanguardia, por eso, escribo sin temor desde el lenguaje, y, aún mejor, desde el poeta que escribió y que hoy escribe empujando mis gestos, cada letra que ahora escribo, que tú lees y que estalla.
Me rodean lecturas: la literatura de la antigüedad, la literatura española clásica y contemporánea, la poesía inglesa, francesa, norteamericana, checa, croata, neohelénica... El surrealismo, el creacionismo, el expresionismo, tantos... ¿Hasta qué punto uno es más esto que lo otro? ¿Hasta dónde llega el influjo de un autor, de un movimiento, de una época? [5] Que lo diga el psicoanálisis, la hermenéutica, el estructuralismo, toda la teoría literaria... He sido lorquiano, eliotiano, nerudiano, huiobreano, mistraliano, eluardiano. Nada mejor que dejarse empapar por los demás: nada más difícil salir de sus órbitas.
Me ayudó la música que nunca he abandonado: me dio el ritmo, la pausa y el silencio.
No puedo dejar de escribir. La poesía es condena perpetua. Cada acto de mi vida no deja de vibrar en poesía. No creo en la utopía: yo soy desesperanza. No me atemorizo por no ser original, por dejar de decir lo que diré. Estoy contra el murmullo y en pos del gran silencio. La música es mi llave, mi voz y mi silencio. Que otros busquen como yo y con su ritmo. Las palabras y el libro del poema es ancho y libre como el tiempo.
Creo, pero si he de ser sincero diré, más bien, sólo opino
que lo que suele llamarse poesía es un gran misterio único,
del cual el poeta, y concretamente cada uno, desvela un poco
o un mucho. Luego, deja la pluma o cierra la máquina de
escribir, se queda pensativo y, al anochecer, muere
JAROSLAV SEIFERT
Estrecha y amplia distancia entre la multitud de poetas que habitan mis manos; aquellos, yo repetido y predicho, que observan con sus ojos la realidad grosera, terca y miserable que reduce mi carne a la palabra.
Si he de ser sincero, poética, póiesis, en fin, un Ars Poetica [2], es algo que se fuga de mi mente. Pero he de meditar por un momento, he de ver y desdoblarme y escaparme tomando al toro por las astas.
Tal vez, aunque suene a paradoja, he podido vislumbrar lo que yo escribo (el proceso, el acto sin palabras, y con ellas) en algunos principios de la concepción científica, más aún, en la física, y, en concreto, en las teorías de Mecánica Cuántica de Heisenberg y Shröndinger. Pascual Jordan, en su extraordinario libro La física del siglo veinte, nos afirma:
“(...) La física atómica nos ha abierto los ojos al hecho
de que el proceso de observación significa una intervención
violenta en el objeto observado y, tratándose de organismos
vivos, esta trabazón entre observación y perturbación
se evidencia en la forma más palmaria (...)” [3]
Lo que quiere decir, si es que aceptamos este principio, es que observar es perturbar. Es imposible, por ejemplo, intentar describir un electrón en su estado natural sin tener que proyectar un haz de luz que con su energía, hace cambiar su primitiva posición, ya que al contemplarlo (aún con los métodos más modernos), alteramos, “perturbamos” su naturaleza entera.
Lejos de mi la teorización o el hallazgo de una teoría que explique la magia. Sí (y en eso sigo a Jaroslav Seifert), la magia del proceso creativo y de lo que son capaces esas tercas y bellas palabras. No intento describir la fórmula del poema: todo lo contrario, como es la soledad la que dicta, es también, la oscuridad la que ilumina. Aún así, ¿no es acaso muy curiosa la cercanía de la física con la poesía?[4] ¿no buscamos todos –y a veces, sólo a veces, encontramos- algo parecido? ¿Qué son las estrellas, una imagen, la oscuridad de la luna, la fuerza de la voz, la fuerza de aquella gravedad, o cuál es el destino, lo escrito, ese gran libro, el mapa sideral del ser humanamente humano, humanamente cósmico?
Vuelvo a Heisenberg y Shröndinger: “observar es perturbar”. ¿Y qué es, sino, lo que hace el poeta? ¿Acaso al escribir no deforma lo que escribe? Perturba su entorno, perturba su propio corazón y su cabeza, perturba la forma, el contenido, el estilo: el acto mismo. Deforma la realidad interna y externa: es objeto observado y, a la vez, es ser observador. De allí que relativice la validez de una poética, pues lo objetivo es imposible y, si se quiere, peor en poesía. Todos los estilos, las formas, las presencias son sólo algunos eslabones de la inmensa cadena del decir.
Creo en una poesía dicha ya y ya escrita. Creo en el destino y, mejor, en el pre-destino de lo poético, por eso, no me asusta lo hermético o lo críptico. Podré ser acusado de “poeta de élite”, o “poeta de metapoesía”. Podré ser señalado como oscuro, pero he allí la clave: soy oscuro porque veo más allá.
Y, aunque deforme lo que veo, al escribir también cambio lo que soy. Estoy en el hallazgo y en la tierra...
Estoy, ya desde otro punto, en las transgresión a partir de lo creado. Es obvio constatar que la tradición es el punto de rechazo para el salto mortal de la vanguardia, por eso, escribo sin temor desde el lenguaje, y, aún mejor, desde el poeta que escribió y que hoy escribe empujando mis gestos, cada letra que ahora escribo, que tú lees y que estalla.
Me rodean lecturas: la literatura de la antigüedad, la literatura española clásica y contemporánea, la poesía inglesa, francesa, norteamericana, checa, croata, neohelénica... El surrealismo, el creacionismo, el expresionismo, tantos... ¿Hasta qué punto uno es más esto que lo otro? ¿Hasta dónde llega el influjo de un autor, de un movimiento, de una época? [5] Que lo diga el psicoanálisis, la hermenéutica, el estructuralismo, toda la teoría literaria... He sido lorquiano, eliotiano, nerudiano, huiobreano, mistraliano, eluardiano. Nada mejor que dejarse empapar por los demás: nada más difícil salir de sus órbitas.
Me ayudó la música que nunca he abandonado: me dio el ritmo, la pausa y el silencio.
No puedo dejar de escribir. La poesía es condena perpetua. Cada acto de mi vida no deja de vibrar en poesía. No creo en la utopía: yo soy desesperanza. No me atemorizo por no ser original, por dejar de decir lo que diré. Estoy contra el murmullo y en pos del gran silencio. La música es mi llave, mi voz y mi silencio. Que otros busquen como yo y con su ritmo. Las palabras y el libro del poema es ancho y libre como el tiempo.
[En Santiago de Chile, septiembre de 1988]
[1] Texto preparado para el Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda en 1988 con ocasión de la solicitud por parte de Jaime Quezada y Floridor Pérez, de la escritura de una poética. Algunos fragmentos, modificados, fueron incluidos (como “Poética”) por Tomás Harris y Teresa y Lila Calderón en su antología Veinticinco años de poesía chilena (1970 – 1995). Editorial F.C.E. Santiago de Chile – México, 1996.
[2] La profesora Soledad Bianchi me impulsó a escribir una poética, para su antología, Viajes de ida y vuelta: poetas chilenos en Europa (Ediciones Cordillera – Ediciones Documentas. Santiago de Chile, 1992). En ese entonces (1985) redacté el siguiente texto como “Poética”: (...) Movimiento pendular entre los gestos de lo cotidiano y el lenguaje. / Segmento de alucinación./Instancia de perplejidad y certeza./Adivinación – Cfr. poietomancia-./Comunicación./Territorio descubierto (Vid. ÉPICA: LÍRICA: DRAMA)./Mímesis./No Mímesis./Antítesis del recurso./Paráfrasis de la temporalidad./Transposición de enunciados./Herida –Cfr. dolor-./Realidad./VIDA.
[3] Jordan, Pascual. La física del siglo veinte. Editorial F.C.E. México, 1950.
[4] Ambas son fruto, en muchísimos casos, de la precocidad.
[5] Al momento de escribir esta poética no conocía la obra de Harold Bloom, La angustia de las influencias.
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