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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 14 de agosto de 2010

PRESENTACIÓN DE "ESTILO Y DESTRUCCIÓN" DE JULIO FAÚNDEZ HERRERA POR ANDRÉS MORALES



Conocí el trabajo de Julio Faúndez cuando estudiaba su Licenciatura en el Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Junto a otros jóvenes poetas (que estoy seguro muy pronto darán mucho que hablar y otros que ya se empinan como una nueva promoción de “recambio”) trabajó muy seriamente en perfeccionar su escritura. Hoy somos testigos de los resultados de ese esfuerzo, de esa paciencia y de esa voluntad.

Pero vamos al grano. Parto por el título: Estilo y destrucción, es como si hablásemos de la “retaguardia de la vanguardia” o, mejor aún, de una poesía que emprende la reconstrucción del mundo desde la poesía. La poesía es, por definición, creación, pero Faúndez va más allá en una búsqueda de lo que no podemos ver a simple vista: la poesía es destrucción del yo para la recreación de un nosotros, siempre crítico, alerta, siempre con una mirada descreída del universo. Lo que no falta es el estilo, ese instrumento que transmuta el lenguaje común en lenguaje poético, razón por la cual este libro propone y advierte desde su portada que las cosas sufrirán un cambio, una metamorfosis violenta, desde y por el lenguaje y en un espíritu de denunciar y rehacer al mundo en las palabras y en la visión del poeta que, de por sí, todo lo transforma.

El poeta en este libro no es lo que se puede denominar “un hablante esperanzado” o un poeta “adánico”. Por el contrario, desde el primer texto “Spleen de Santiago” vemos a un flaneur desolado por las calles de la capital (o de cualquier urbe en el mundo) que “se duele de nombres”, donde “a lo largo de esta ciudad [todo] transcurre como un largometraje (…) sobre las tumbas de toda la poesía contemporánea”. El fracaso de la modernidad y la desesperanza de la postmodernidad, dirá alguno, pero más que eso, este spleen es un “rumbo incierto de mis huesos/cargando este corazón de tristes toneladas”, donde la escritura no es un consuelo, sino una condena, una marca, casi una maldición a la que el hablante esta condenado, como Sísifo, a cargar por toda la eternidad. A lo largo de todo el libro, el autor propone esa mirada trágica, aunque nunca lacrimógena, de un universo que quiere destruir y reconstruir: en este sentido y, como veremos, en muchos más, se acerca a la poética de Federico García Lorca que quiere “quemar el Partenón para volver a construirlo durante la noche”, pero siempre, desde otra perspectiva, desde otros presupuestos y con la seguridad de poseer ese estilo, antiguo y nuevo, para poder reconstruirlo.

Y llegamos a una disyuntiva o, mejor dicho, a un diálogo entre tradición y vanguardia. En esta obra de Faúndez Herrera se escuchan diversos ecos, desde Baudelaire y su mirada sobre la ciudad (inicio de la poesía moderna), pasando por T. S. Eliot y su “Tierra Baldía”, Neruda y sus primeras dos residencias, García Lorca y Poeta en Nueva York, Huidobro y su desafiante Altazor, hasta Jorge Teillier y su desesperada relación con el universo citadino. Esta es, sin duda, una poesía de ciudad, de avenidas y rincones, de casas que se derrumban, de un mundo descascarado, a veces aburrido, la mayor de las veces, insufrible. Cuando hablo de “ecos” no digo sólo una sana influencia, sino una inscripción en el delicado y complejo palimpsesto de la poesía, donde todo buen poeta, y Julio Faúndez lo es, se inscribe con sus versos en la humildad de saber que su aporte es, tal vez, un único verso en el gran poema de la humanidad, pero, y esto es lo difícil, que sí puede pertenecer a ese magnífico testimonio que habremos de dejar unos pocos.

Y las pruebas más sobresalientes de lo que afirmo está en sus imágenes. ¡Qué buenas imágenes! ¡Qué hermoso delirio de palabras! y ¡Qué fluidez en el decir…! Cito, por ejemplo:


“Sólo entiendo que el suelo se llena de fisuras
Y que este planeta me duele de una sola catástrofe”


“Sólo escucho un tremendo derrumbe de elefantes
Detrás de todas las cosas intactas”


“Sólo sé que vengo
Aunque no quieras escucharme
Con la antorcha de mi nombre arrodillado”


“un camello sin arpa a través del desierto dibujado con tiza”


“Yo sé
(…)
Que la felicidad es un estanque vacío
Un convertible
Sin bencina
Abandonado
En algún punto de la carretera”


Y así podrá seguir interminablemente… Pero antes quiero detenerme en la utilización de un verbo que el poeta utiliza con frecuencia: “detonar”. Las palabras y las cosas “detonan” a través de las páginas, todo estalla (o quizás el poeta quiere que estalle). En muchos instantes (salvo en algunos espacios donde aparece la esperanza, vinculada esencialmente con el amor), este libro es una amenaza al lector, una bomba de tiempo que habrá de estallar en el transcurso de la lectura y, creo, ese es el desafío que nos plantea el autor: ser capaces de soportar esta detonación que sólo la buena poesía puede conseguir trasladando la metamorfosis del hablante a una metamorfosis del lector que no saldrá igual después de la lectura.

Quiero terminar estas palabras con los últimos versos del poema que Julio instala con maestría para cerrar el libro: “los días se suceden unos a otros/ como versos y estrofas y páginas”. La vida es la poesía, el arte es vida. No se sabe dónde se encuentra la frontera. Este volumen de poemas es una propuesta encendida para entender que no existen diferencias o que, si las hay, son sólo incidentes propios de una existencia imperfecta de la que adolecemos todos los seres humanos… Quiero saludar al poeta por este libro. Desearle muchos más. Felicitarlo porque este texto ha puesto un listón muy alto por superar. Pero estoy seguro, Julio Faúndez Herrera sabrá sortearlo y habrá mucho más de su poesía: esta vocación, y vuelvo a Sísifo, es una piedra terrible y hermosa a la cual estamos condenados a perpetuidad.


Santiago de Chile, 12 de agosto del 2010.-

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