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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

miércoles, 19 de noviembre de 2014

“LOS OJOS DE ÁFRICA” POR ANTONIO COSTA GÓMEZ (EXTRAÍDO DE LA REVISTA “MITO”)




Miradas de escritores africanos


Sabemos como ven África los ojos occidentales. Como la ven los escritores, los fotógrafos, los directores de cine. Alguna vez de manera original y auténtica, muy a menudo con un montón de tópicos y lugares comunes. África es nuestro jardín salvaje, que nos asusta y nos fascina, en el que queremos emociones controladas, chillidos de ama de casa burguesa, a ser posible desde el ordenador o desde el cristal del autobús de la agencia de viajes. Y si no, un poco de exotismo de postal y un olor fuerte desde el sofá del salón.
Pero no sabemos como la ven los africanos ni como nos ven a nosotros. Los africanos también tienen ojos. Si leemos a algunos autores africanos podemos ver qué ojos tienen. En Uganda Otok Bitek escribió “La canción de Lawino” situada en la región de Acholi, en el límite con Sudán. En esta novela en verso (que imita las historias tradicionales orales) Lawino se queja de que su marido Okol la deja de lado por una amante occidental. La desprecia y adopta la cultura de su amante: sus bailes, su manera de besar, su tecnología, su cristianismo. “La lengua de mi marido es amarga”, dice. Ataca la cultura tradicional, sus supersticiones, su desnudez, sus danzas, sus historias. Sin embargo Lawino reivindica sus danzas, sus maneras de adornar las chozas, sus bailes entusiastas. Y observa que los blancos son puritanos, esclavizan a los negros, condenan a los que no creen en su religión, creen en cosas tan raras como las que creen los negros.



Moses Isegawa en “Crónicas abisinias” hace un fresco de la historia de Uganda moderna equivalente a “Guerra y Paz”. Abisinia es el abismo, el infierno, la verdadera Abisinia según él es Uganda, y la novela sería como un viaje sin anestesia por los infiernos. En un estilo árido, sin miramientos, desenfadado, cínico a veces, muestra como el protagonista sobrevive a los cristianos fanáticos, las brutalidades de Idi Amin, las contradicciones de los que se enfrentaron a él, la miseria, las guerras continuas , y últimamente el paternalismo de los europeos en Ámsterdam. Le fastidia que los europeos trafiquen con imágenes de negros sufriendo, con las miserias de los africanos, como si África fuera el campo de cultivo de sus buenos sentimientos, el mismo que son los pobres para los ricos en los bulevares de Europa. Está harto de ser un indígena de postal, quiere mirarnos con la misma intensidad con que le miramos nosotros, es una personalidad tan intensa como nosotros, puede dialogar con cualquiera de nuestros escritores en un café de Ámsterdam.
Susan Kiguli escribió “Saga Africana” y leyó sus poemas por toda África y Europa. En el poema “Tus ojos” su madre le dice que mire las cosas en lugar de ella, le dice que los ojos se hacen más grandes en los viajes, pero Susan le pregunta cómo puede hacerlo si ella nunca supo alimentar a catorce ojos hambrientos con dos peces y cinco panes como su madre, si nunca tuvo una enciclopedia de miradas como ella, si nunca se rió ante la mirada simplona de los extranjeros, si no pone un discurso profundo ante cada experiencia, como ella, si no sabe como ella que la viudez es tan intensa como el teatro en Europa.



Ngugi wa Thiongo en Kenia escribió una obra sobre la lucha de los Mau Mau, “Un grano de trigo”. Y ya no son solo las barbaridades que cuentan los blancos, los asaltos a las granjas, las brutalidades feroces de salvajes. En esa obra vemos el desprecio invencible de los blancos que los tratan como ganado, las palizas salvajes a los africanos, la negación de sus necesidades más básicas, las torturas, las humillaciones y negaciones. Y si los ojos blancos ven una masa indiferenciada de salvajes, los ojos de Thiongo ven a una serie de personas diferentes, el indolente, el apasionado, el contradictorio, el enamorado, el traidor, el falso héroe, el falso traidor, la mujer de leyenda que los enamora, el que no sabe lo que es, y momentos poéticos, y pasiones en los bosques, y sueños extraños, y el tren pasando cerca de las aldeas como el film mítico con el que se encantan miles de negros. Y como tampoco se trata de una historia de buenos y malos, también él vio la corrupción y la tiranía de los gobernantes postcoloniales y por eso estuvo exiliado y cuando volvió unos desconocidos asaltaron su casa y violaron a su mujer y le robaron casi todo.



Binyavanga Wainaina publicó en la revista Granta un texto titulado “Cómo escribir sobre África” donde se burlaba de los estereotipos de los occidentales sobre África: hay que tratar África entera como si fuera un solo país, no decir cosas demasiado complejas, hablar de gente con costillas prominentes y nunca de personas de clase media, decir que los africanos llevan el ritmo dentro, recordar las cosas más raras que comen, no hablar de la vida cotidiana, ni del amor entre africanos a no ser que esté relacionado con muerte, no mencionar escritores africanos, no hablar de niños que van al colegio y no sufren ningún virus ni mutilación genital. Y luego publicó la novela autobiográfica “Algún día escribiré sobre África”, y habla de un niño que va a una buena escuela, de una madre que tiene un pequeño negocio, de un padre profesional en una compañía, de la ciudad de Nakuru, de sus lecturas, del presidente Keniata, del apego a la tierra, de una vida sin tragedia, de un estudiante perezoso en la universidad, de una Ciudad del Cabo que es como el París de África, del regreso a Kenia, de la vida de escritor, de los viajes por África, de las distintas etnias, de las muchas lenguas. Wainaina empieza: “Es por la tarde. Jugamos al fútbol cerca del tendedero, detrás de la casa. Jimmy, mi hermano, tiene once años, y Ciru, mi hermana, cinco y medio. Yo soy el portero”. Habla de un niño que es un niño, no una postal ni un cartel de una ONG. Y como muchos niños descubre el lenguaje: “Estoy en mi dormitorio, solo. Tengo un vaso de agua. Intento bebérmelo de un tirón, como Jimmy. Esa palabra, sed, sediento, es una palabra llena de determinación: empuja a la gente a actuar con rapidez. Las palabras, pienso, deben ser cosas concretas. No sugerencias, imágenes vagas y sensaciones cambiantes y al azar ¿verdad?”.
Abdulrazak Gurnah nació en Zanzíbar y frecuentaba los cafés literarios de Stone Town. En su “Paraíso” también aprendemos como mira un africano de cultura musulmana. Habla de un muchacho que vive en una realidad muy dura que le envuelven en sueños. Está con un mercader, viaja con él hasta el mítico Gran Lago que los europeos llaman Victoria, visita en las noches a la mujer solitaria de su jefe, se entiende con otro muchacho, escucha las historias de un camionero cuando está borracho, y no sabe que su padre lo ha vendido, que su jefe es su amo, que él es el pago de una deuda, que puede soñar muchas cosas pero vivir muy pocas, que el Paraíso está en las palabras y en las leyendas. Y mira a los blancos desde lejos, desde lo que le cuentan los ojos africanos: los blancos son feroces, lo exterminan todo, utilizan a todos, entran en las ciudades sin piedad, atacan todas las religiones, se creen que solo ellos tienen la verdad, desprecian los sueños de sus abuelos, pretenden arrasarlo todo.
Euphrase Kezilahabi es el más importante autor contemporáneo en swahili. Nació en Tanzania junto al lago Victoria, estudió en universidades norteamericanas y enseñó literatura africana en la universidad de Botswana. Sus poemas rompen con las convenciones de la poesía swahili tradicional pero siguen llenos de elementos tradicionales, rasgos de oralidad, recursos fónicos, las historias que le contaba su madre. En el poema “Inundaciones” del libro “Fiesta” habla de la fragilidad de las vidas de sus compatriotas desde los elefantes hasta los cuartos de baño, desde las rayas de las cebras hasta las camisetas, como todo un mundo es amenazado, como la épica terrible puede amenazar la lírica de las intimidades: “Las inundaciones de este año son una gran amenaza/ tenemos que contárselo a nuestros nietos”.



Shaaban Robert es el Cervantes de Tanzania, el más respetado de los escritores swahili. En su novela “Kusadikika” (La Increíble) imagina un país ilocalizable en el cual todos los viajeros que han ido a los países vecinos son encarcelados al volver para que no perturben a la gente con sus historias y no les hagan imaginar cambios posibles en el país. Pero Karama, que cuenta todos esos viajes y es acusado por ello de traición, se defiende a sí mismo y cautiva a todos con sus historias. Los ojos de un africano pueden negar las utopías terribles y soñar con los cambios y las contradicciones de la vida. En otras novelas suyas la gente siempre está cambiando de sitio y tiene que adaptarse a sus cambios. Las sociedades africanas actuales son realidades complejas resultado de muchas etapas y muchas mezclas culturales y no valen los estereotipos sobre ellas.




El ojo que ves no es ojo porque lo miras, dice Antonio Machado, es ojo porque te ve. De modo que no son solo ojos brillantes o asombrosos para salir en la portada de National Geographic. Son ojos que reflejan a seres vivos, a almas contradictorias, a subjetividades que palpitan y no pueden atraparse. Están tan vivos como nosotros, pueden hablar con nosotros. Puede que no los comprendamos, pero al menos podemos intentarlo, mirar cómo nos miran.


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