Miradas de escritores africanos
Sabemos como ven África los ojos
occidentales. Como la ven los escritores, los fotógrafos, los directores de
cine. Alguna vez de manera original y auténtica, muy a menudo con un montón de
tópicos y lugares comunes. África es nuestro jardín salvaje, que nos asusta y
nos fascina, en el que queremos emociones controladas, chillidos de ama de casa
burguesa, a ser posible desde el ordenador o desde el cristal del autobús de la
agencia de viajes. Y si no, un poco de exotismo de postal y un olor fuerte
desde el sofá del salón.
Pero no sabemos como la ven los africanos
ni como nos ven a nosotros. Los africanos también tienen ojos. Si leemos a
algunos autores africanos podemos ver qué ojos tienen. En Uganda Otok Bitek
escribió “La canción de Lawino” situada en la región de Acholi, en el límite
con Sudán. En esta novela en verso (que imita las historias tradicionales
orales) Lawino se queja de que su marido Okol la deja de lado por una amante
occidental. La desprecia y adopta la cultura de su amante: sus bailes, su
manera de besar, su tecnología, su cristianismo. “La lengua de mi marido es
amarga”, dice. Ataca la cultura tradicional, sus supersticiones, su desnudez,
sus danzas, sus historias. Sin embargo Lawino reivindica sus danzas, sus
maneras de adornar las chozas, sus bailes entusiastas. Y observa que los
blancos son puritanos, esclavizan a los negros, condenan a los que no creen en
su religión, creen en cosas tan raras como las que creen los negros.
Moses Isegawa en “Crónicas abisinias” hace
un fresco de la historia de Uganda moderna equivalente a “Guerra y Paz”.
Abisinia es el abismo, el infierno, la verdadera Abisinia según él es Uganda, y
la novela sería como un viaje sin anestesia por los infiernos. En un estilo
árido, sin miramientos, desenfadado, cínico a veces, muestra como el
protagonista sobrevive a los cristianos fanáticos, las brutalidades de Idi
Amin, las contradicciones de los que se enfrentaron a él, la miseria, las
guerras continuas , y últimamente el paternalismo de los europeos en Ámsterdam.
Le fastidia que los europeos trafiquen con imágenes de negros sufriendo, con
las miserias de los africanos, como si África fuera el campo de cultivo de sus
buenos sentimientos, el mismo que son los pobres para los ricos en los
bulevares de Europa. Está harto de ser un indígena de postal, quiere mirarnos
con la misma intensidad con que le miramos nosotros, es una personalidad tan
intensa como nosotros, puede dialogar con cualquiera de nuestros escritores en
un café de Ámsterdam.
Susan Kiguli escribió “Saga Africana” y
leyó sus poemas por toda África y Europa. En el poema “Tus ojos” su madre le
dice que mire las cosas en lugar de ella, le dice que los ojos se hacen más
grandes en los viajes, pero Susan le pregunta cómo puede hacerlo si ella nunca
supo alimentar a catorce ojos hambrientos con dos peces y cinco panes como su
madre, si nunca tuvo una enciclopedia de miradas como ella, si nunca se rió
ante la mirada simplona de los extranjeros, si no pone un discurso profundo
ante cada experiencia, como ella, si no sabe como ella que la viudez es tan
intensa como el teatro en Europa.
Ngugi wa Thiongo en Kenia escribió una
obra sobre la lucha de los Mau Mau, “Un grano de trigo”. Y ya no son solo las
barbaridades que cuentan los blancos, los asaltos a las granjas, las
brutalidades feroces de salvajes. En esa obra vemos el desprecio invencible de
los blancos que los tratan como ganado, las palizas salvajes a los africanos,
la negación de sus necesidades más básicas, las torturas, las humillaciones y
negaciones. Y si los ojos blancos ven una masa indiferenciada de salvajes, los
ojos de Thiongo ven a una serie de personas diferentes, el indolente, el
apasionado, el contradictorio, el enamorado, el traidor, el falso héroe, el
falso traidor, la mujer de leyenda que los enamora, el que no sabe lo que es, y
momentos poéticos, y pasiones en los bosques, y sueños extraños, y el tren
pasando cerca de las aldeas como el film mítico con el que se encantan miles de
negros. Y como tampoco se trata de una historia de buenos y malos, también él
vio la corrupción y la tiranía de los gobernantes postcoloniales y por eso
estuvo exiliado y cuando volvió unos desconocidos asaltaron su casa y violaron
a su mujer y le robaron casi todo.
Binyavanga Wainaina publicó en la revista
Granta un texto titulado “Cómo escribir sobre África” donde se burlaba de los
estereotipos de los occidentales sobre África: hay que tratar África entera
como si fuera un solo país, no decir cosas demasiado complejas, hablar de gente
con costillas prominentes y nunca de personas de clase media, decir que los
africanos llevan el ritmo dentro, recordar las cosas más raras que comen, no
hablar de la vida cotidiana, ni del amor entre africanos a no ser que esté
relacionado con muerte, no mencionar escritores africanos, no hablar de niños
que van al colegio y no sufren ningún virus ni mutilación genital. Y luego
publicó la novela autobiográfica “Algún día escribiré sobre África”, y habla de
un niño que va a una buena escuela, de una madre que tiene un pequeño negocio,
de un padre profesional en una compañía, de la ciudad de Nakuru, de sus
lecturas, del presidente Keniata, del apego a la tierra, de una vida sin
tragedia, de un estudiante perezoso en la universidad, de una Ciudad del Cabo
que es como el París de África, del regreso a Kenia, de la vida de escritor, de
los viajes por África, de las distintas etnias, de las muchas lenguas. Wainaina
empieza: “Es por la tarde. Jugamos al fútbol cerca del tendedero, detrás de la
casa. Jimmy, mi hermano, tiene once años, y Ciru, mi hermana, cinco y medio. Yo
soy el portero”. Habla de un niño que es un niño, no una postal ni un cartel de
una ONG. Y como muchos niños descubre el lenguaje: “Estoy en mi dormitorio,
solo. Tengo un vaso de agua. Intento bebérmelo de un tirón, como Jimmy. Esa
palabra, sed, sediento, es una palabra llena de determinación: empuja a la
gente a actuar con rapidez. Las palabras, pienso, deben ser cosas concretas. No
sugerencias, imágenes vagas y sensaciones cambiantes y al azar ¿verdad?”.
Abdulrazak Gurnah nació en Zanzíbar y
frecuentaba los cafés literarios de Stone Town. En su “Paraíso” también
aprendemos como mira un africano de cultura musulmana. Habla de un muchacho que
vive en una realidad muy dura que le envuelven en sueños. Está con un mercader,
viaja con él hasta el mítico Gran Lago que los europeos llaman Victoria, visita
en las noches a la mujer solitaria de su jefe, se entiende con otro muchacho,
escucha las historias de un camionero cuando está borracho, y no sabe que su
padre lo ha vendido, que su jefe es su amo, que él es el pago de una deuda, que
puede soñar muchas cosas pero vivir muy pocas, que el Paraíso está en las
palabras y en las leyendas. Y mira a los blancos desde lejos, desde lo que le
cuentan los ojos africanos: los blancos son feroces, lo exterminan todo,
utilizan a todos, entran en las ciudades sin piedad, atacan todas las
religiones, se creen que solo ellos tienen la verdad, desprecian los sueños de
sus abuelos, pretenden arrasarlo todo.
Euphrase Kezilahabi es el más importante
autor contemporáneo en swahili. Nació en Tanzania junto al lago Victoria,
estudió en universidades norteamericanas y enseñó literatura africana en la
universidad de Botswana. Sus poemas rompen con las convenciones de la poesía
swahili tradicional pero siguen llenos de elementos tradicionales, rasgos de
oralidad, recursos fónicos, las historias que le contaba su madre. En el poema
“Inundaciones” del libro “Fiesta” habla de la fragilidad de las vidas de sus
compatriotas desde los elefantes hasta los cuartos de baño, desde las rayas de
las cebras hasta las camisetas, como todo un mundo es amenazado, como la épica
terrible puede amenazar la lírica de las intimidades: “Las inundaciones de este
año son una gran amenaza/ tenemos que contárselo a nuestros nietos”.
Shaaban Robert es el Cervantes de
Tanzania, el más respetado de los escritores swahili. En su novela “Kusadikika”
(La Increíble) imagina un país ilocalizable en el cual todos los viajeros que
han ido a los países vecinos son encarcelados al volver para que no perturben a
la gente con sus historias y no les hagan imaginar cambios posibles en el país.
Pero Karama, que cuenta todos esos viajes y es acusado por ello de traición, se
defiende a sí mismo y cautiva a todos con sus historias. Los ojos de un africano
pueden negar las utopías terribles y soñar con los cambios y las
contradicciones de la vida. En otras novelas suyas la gente siempre está
cambiando de sitio y tiene que adaptarse a sus cambios. Las sociedades
africanas actuales son realidades complejas resultado de muchas etapas y muchas
mezclas culturales y no valen los estereotipos sobre ellas.
El ojo que ves no es ojo porque lo miras,
dice Antonio Machado, es ojo porque te ve. De modo que no son solo ojos
brillantes o asombrosos para salir en la portada de National Geographic. Son
ojos que reflejan a seres vivos, a almas contradictorias, a subjetividades que
palpitan y no pueden atraparse. Están tan vivos como nosotros, pueden hablar
con nosotros. Puede que no los comprendamos, pero al menos podemos intentarlo,
mirar cómo nos miran.
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