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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

lunes, 24 de noviembre de 2014

JUAN GOYTISOLO DE MARRAKECH POR BRIGITTE VASALLO



Juan Goytisolo no vive en Marrakech; quien allí vive es un buen imitador con quien comparte la mirada azul turquesa, las facciones rotundas, las manos menudas, la voz cavernosa… pero que indudablemente no es él. Goytisolo, como todo el mundo sabe, es arisco, un gran escritor que huye de su inevitable fama, que rechaza homenajes, que no firma ni autógrafos ni libros; un ser enrevesado como la prosa que escribe, sarcástico, tajante y huidizo. Su imitador marracxí, al que por el barrio llaman Juan Guatisolo, es un hombre cálido, divertido, amable, delicado… si bien a veces, poseído por el espíritu de su mentor, se transmuta en él. En una ciudad llena de djins como es Marrakech, apenas nadie se extraña de este fenómeno que sí deja perplejos, sin embargo, a los extranjeros que lo han presenciado.
Juan Goytisolo prefiere materializarse en su pobre imitador por las mañanas. Y lo hace temprano: cuando apenas nadie en la medina perezosa ha puesto un pie en la calle, ya arrastra él al pobre de Guatisolo hacia el despacho y lo obliga a sentarse ante una mesa atiborrada de calendarios, pisapapeles, correctores, bolígrafos, diccionarios, noticias recortadas y, por supuesto, de papeles. Orden dentro del caos a pesar del perpetuo ¿Dónde he dejado mis gafas?”,Goytisolo dicta frases de prosa sonora que Guatisolo garabatea en cuadernillos con esa letra menuda y retorcida que detestan sus mecanógrafos. Y entonces sucede: por el despacho arranca el desfile de monstruos del sentier, de imanes travestidos, de áscaris, de moscas aplastadas dentro de libros, de re-reconquistas…Desde la pared, lo observan su mujer Monique Lange con la sonrisa perpetua y un Genet escéptico también a perpetuidad. “Cuando quise comprar la casa, a principios de los años 80, me advirtieron: está meskuna, habitada… habitada por espíritus, se entiende. Y es cierto se oían ruidos así que me puse a investigar y resultó ser que dos muchachos de las casas vecinas tenían palomares, y en la época de celo enviaban una hembra para atraer a los machos del otro palomar y quedárselos. Así que cuando uno de los chicos veía a esta Eva acercarse con la manzana de la tentación a sus machos, le lanzaba piedras para espantarla y muchas de esas piedras acababan cayendo en este patio. Así que ya ves, eran fantasmas no cubiertos de sábanas sino ¡cubiertos de plumas! La primera noche que dormí aquí me dije: ¡ahora sí que está meskuna!” concluye con una sonrisa satisfecha.
Después de la sesión de trabajo, Guatisolo entrega ¡los manuscritos! a algún amigo o amiga que se los mecanografía e imprime en cualquier cibercafé del barrio. Sabiéndose portadores de un tesoro, los improvisados copistas van por la calle con el corazón en vilo temiendo que cualquier desgracia (un atropello, una tormenta súbita, ¡un atraco!) pierda para siempre un capítulo de su obra, mientras él, tan tranquilo, se recrea en el desayuno goloso con que se premia después de haber estado, también él, meskun.
Por las tardes, ya liberado del escritor que lo atosiga, Guatisolo sale a pasear como un habitante más de la medina, ajeno a las miradas sorprendidas (¿es él? ¿no es él?) de los viajeros que lo cruzan. Pero, aunque lo pretenda, él no es un habitante cualquiera. “Una vez ¡quisieron incluso señalar mi casa en las guías turísticas de Marrakech!”, cuenta entre horrorizado y divertido. “Afortunadamente alguien me dio el chivatazo y pude pararlo a tiempo.”. Porque a pesar suyo, ese tal Juan Goytisolo es un personaje famoso, conocido aunque no necesariamente leído. “Hace años, en Almería, estaba en la recepción de un hotel cuando de repente entró un grupo de viajeros del Imserso; con gran alborozo una señora me señalo y gritó al aire ¡Mirad todos! Es el autor de Bodas de Sangre!”. Guatisolo lo cuenta mientras se le iluminan unos ojos habitualmente luminosos, y su boca se retuerce, apenas visible bajo la enorme nariz. Está sonriendo. “Eso me dio una gran idea. Cuando se me acerca uno de estos turistas grotescos y se me planta delante con sus pantalones cortos y sus horribles piernas blancas…¿no será usted….? ¡Sí!, me apresuro a decir: soy, efectivamente, ¡Antonio Gala!”.
Su vida social gira alrededor de las terrazas más destartaladas de Jemaa el Fna, en una mesa que no admite jerarquías y donde todo el mundo es bienvenido, aunque Guatisolo, influido por la mítica mala leche goytisoliana, aplica un filtro implacable: si alguien no le gusta, no le dirige la palabra. Si el sujeto insiste en comunicarse, Guatisolo se refugia en su arma secreta: “Soy sordo, no como una tapia, pero sí como un biombo”. Así, allí se reúnen cada tarde carpinteros, editoras, grandes escritores, sus mujeres y sus viudas, policías, parados, violinistas, enanos profesionales, un monitor de esquí… y Abdelhak. Hasta su muerte el año pasado, este hombre enorme de mirada dulce era el encargado de traer a la mesa las historias del zoco. “¿Qué hay, Abdelhak?, le decíamos, y cada tarde él explicaba una historia nueva, siempre de una comicidad formidable, narrada en el dialecto marracxí, que es una lengua completamente viva que se transforma y adapta a cada circunstancia con una flexibilidad extraordinaria. Las historias de Abdelhak, y esto también es muy marracxí, acababan siempre derivando hacia ¡una francesa desnuda!. Y entonces le preguntábamos: pero…¿desnuda?…Sí, sí, ¡desnuda! y abría los ojos como si la estuviese viendo. Y todos echábamos a reír, aunque fuese una historia conocida de sobras, pero siempre conseguía convertirla en algo cómico. Esto es Marrakech, ese tipo de cosas, ese humor.” Como las halqas de Jemma el Fna, la mesa se hace y se deshace cada día, improvisada y espontánea. Las historias se entremezclan y cada uno cuenta la suya, siempre en un árabe dialectal que Guatisolo habla con el mismo acento parco con que habla español, o francés, o inglés, o turco… “En una ocasión me avisaron de que Aznar iba a pasar por Marrakech. Yo fui como siempre al café y estando allí vi llegar una comitiva, así que tuve el sabio reflejo de coger Le Monde que estaba leyendo y ponérmelo totalmente pegado a mi enorme nariz. ¡Imagínate qué grotesco, yo pegado al periódico y todos a mi alrededor disimulando! Pero funcionó: la comitiva pasó y nosotros seguimos con lo nuestro.
Los cafés lo ha visto incluso repartir libros suyos al mejor estilo top-manta“Me mandaron una remesa de un libro mío traducido al japonés. ¿Qué iba a hacer con ellos? Me guardé un ejemplar y los demás los traje al café a esperar mi oportunidad. Cuando vi aparecer un autocar con japoneses (era la época en que los autocares aún entraban hasta el centro mismo de la plaza), me puse en la puerta y conforme bajaban les fui entregando un libro. Los primeros me miraban asustados, no sabiendo muy bien si después del libro les intentaría vender una alfombra, pero poco a poco se fueron confiando y acabamos todos muy contentos saludándonos así con una reverencia, ¡doscientos japoneses y yo en pleno Marrakech!”.
Guatisolo utiliza como reloj las llamadas a la oración. Si el Maghrib, a la caída del sol, lo encuentra siempre en la calle, el Isha señala la hora de cenar y, por lo tanto, de dejar el café y volver a casa. Lo hace con paso lento, saludando a todos los vecinos y, como buen marracxí, explicando a quien lo acompaña cotilleos de todos ellos. Al saludar “Salamu aleikum, Aleikum salam” a un gigante de amenazadora barba y ropas afganas, Guatisolo explica. “Una vez me mandó una carta diciéndome que estaba siendo perseguido por los servicios secretos de Francia, Israel y Estados Unidos y me adjuntó unos planos y dibujos de unos sistemas de seguridad…bueno, una carta totalmente desquiciada, al final de la cual me pedía ¡2000 dirhams! Yo le contesté: hijo mío, me temo que para luchar contra los servicios secretos de tres países no necesitas 2000 sino 2000 millones de dirhams!” Y con la risa iluminándole el rostro se aleja por las callejas con pasos pequeños y vigorosos, su eterno periódico bajo el brazo, el reloj de cadena atado al cinturón, esquivando como puede motos y bicicletas. En casa lo espera Juan Goytisolo irritado “¡Llegas tarde!”“Sí, responderá Guatisolo, pero hoy en el café ha estado muy bien. ¿Sabes quién ha venido? Y es así como Guatisolo alimentará a Goytisolo, que a la mañana siguiente, antes que de nadie en la medina haya puesto un pie en la calle, lo sacará de la cama para dictarle la vida transformada ya en obra de arte.
(c) Brigitte Vasallo


Juan Goytisolo y Brigitte Vasallo se conocieron hace una década por una casualidad inducida en un café de Jemma el Fna. Él temía que ella fuese una lectora enloquecida; ella temía que él fuese lo que aparentaba ser…
…afortunadamente, ambos estaban en lo cierto.

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