Los poemas del libro
antológico “Nadie es dueño” (San
José: Editorial Lara & Segura, 2014: 102) del poeta costarricense Miguel
Fajardo Korea, conforman un trípode: metate ancestral de piedra donde funde al ser humano, su tierra y lo divino.
Es un reto permanente,
un discurso infinito de situaciones y eventos, donde la historia, la sangre, el
dolor, la injusticia, la ausencia, el silencio, el olvido, la infamia, el
abandono, la indiferencia: claman, gritan, revelan la agonía del misterio que
fulmina al ser humano, día a día, en su deambular por la existencia en el
Planeta.
Es energía testimonial
del existir. Refleja nuestras vivencias en este mundo dual que compartimos.
Los 50 poemas
seleccionados de su vasta producción literaria desde 1978 hasta 2014,
conforman, a la vez, una cadena invaluable, donde cada eslabón ha sido creado
moliendo las palabras en el metate que representa su vida. El poeta Fajardo se
refugia en la poesía y vacía su yo, íntegro.
Cada poema es un cauce
para la sed que evoca. Son llagas abiertas donde fluye la sangre testimoniando
la verdad del hambre y la injusticia. Donde el temor se cubre con la máscara
del poder, la prepotencia y la mediocridad de conciencia. Sus poemas son
pájaros volando en despliegue solemne, marcando el testimonio que denuncia la
esencia de la problemática de la vida en la Tierra.
El poeta grita por los
desheredados, por las mujeres, por los niños y los ancianos; por el hambre y la
sed. Por el ser y su dignidad, por la miseria en sus tres planos: espiritual,
emocional y físico.
Miguel Fajardo nos
entrega en “Nadie es dueño”, su
antología personal, el amor por su tierra, Guanacaste. Nos refiere a su libro “Casa Guanacaste”, publicado en 2010,
donde transmite su pasión, en defensa de los valores culturales de su pueblo, desde
la era precolombina hasta la actualidad, de su geografía cercenada por un
decreto ejecutivo en 1915, por la conciencia Confraternidad, el grito de Vargas
Vargas en Llano Grande, por el alma de
su Quauhnacaztli, el árbol de la oreja que escucha el clamor de la Tierra y las
voces de su gente y pregona sus anhelos, sus angustias, sus sueños y sus
rezos.
El horizonte es amplio
en “Nadie
es dueño”: se extiende a América y al mundo, clama por la paz y la
justicia. Reclama con urgencia y grita
contra las guerras, el despojo humano, las migraciones obligadas, los
atropellos contra la dignidad y el sufrimiento de tantos seres masacrados por la violencia, por la ambición del poder y del
dinero.
El poeta se incinera en
la piedra, el silencio de la insania lo absorbe, lo destroza, lo arrastra a la
profundidad del duelo, donde las lágrimas inundan mares olvidados, donde el ser
marca su sepulcro y, como el Ave Fénix, abre sus alas y levanta el vuelo, hacia
lo infinito, hacia el sueño de una América nueva, donde impere la justicia y la
equidad.
Enrumba su alma hacia
lo sagrado, para fortalecer la Tierra, liberarla de tanta inmundicia y dolor.
Despliega su pluma en la poesía y manifiesta su convicción, su entrega, a los
valores más altos, a la elevación del ser, de manera veraz y honesta.
Miguel Fajardo eleva su
plegaria al infinito, cruza el umbral y se une a lo divino mediante el poema. Se
sumerge en la palabra y desnuda su esencia: el amor. La libertad y la justicia
son su objetivo, su ruta es clara, decidida, valiente. Traza líneas concretas
de libre pensamiento, de visión absoluta, íntegra y diáfana.
“Nadie es dueño”, trabajo
antológico de la obra del Licenciado Miguel Fajardo, nos transporta en un viaje de
profunda reflexión sobre nuestra existencia en la Tierra. Un trayecto donde no
podemos ser indiferentes ante la destrucción y el destierro del ser humano y
del mismo planeta. Nos exige ampliar nuestra conciencia para fortalecer la
esperanza, la fe y el amor.
Se ofrece un poema del
libro de Miguel Fajardo Korea, a modo de ilustración:
CERTEZA
MIGUEL
FAJARDO KOREA
(Costa
Rica, 1956)
Si tan solo
tuviésemos
la certeza de
la luz
para los desheredados
y no su ceniza
como piedra
muda
del castigo.
Si tuviésemos
un bosque donde alojarlos;
extenderíamos
su ansia, un
mástil clarísimo
contra las hogueras.
Si no existieran
los campos de concentración,
los dominantes
sabrían
que el fracaso
del confinamiento
aviva la
fogosa luz de
la libertad.
Si tuviésemos
la paz como herramienta,
con ausencia de guerras,
luchas difíciles,
insurrecciones,
enfrentamientos.
Si tan solo eso
fuese posible,
las magnolias
agrandarían
su fragancia,
la luz se acercaría.
Seríamos Nosotros.
el Nuevo Mundo
desde América.
(Premio Alfonsina Storni)
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