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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 19 de diciembre de 2015

"ESPAÑA EN EL CORAZÓN" POEMAS DEL GRAN POETA GUILLERMO EDUARDO PILÍA (ARGENTINA)




Las lanzas (Madrid, El Prado, diciembre de 1998)

Una palabra, un destello de acero, ambos fugaces...
Fue el día en que entregaron la humeante ciudad de Breda:
un ignoto soldado llamado Ramón Valdés
—agazapado en las filas españolas—
lanzó su espada al aire y hacia la plaza una injuria.
Algún otro el insulto festejó; y el incidente
se comentó por dos días como anécdota,
antes de regresar a la nada y al olvido.
Nunca Velázquez conoció esa minucia:
abunda en toda guerra la humillación al vencido.
Como ese gesto sin futuro, también
un día se olvidarán Las lanzas, Las meninas,
El niño de Vallecas, la sonrisa melancólica
de Spínola; y esta mano que hoy escribe y mañana
será tierra; y el hombre que ahora inventa un personaje
llamado Ramón Valdés, que en la toma de Breda
hizo ese gesto bravucón y minúsculo,
inhallable en las crónicas  como en la tela de El Prado:
un hecho de fantasía y una historia que existe
sólo en justificación de este poema.


Los rivales (Recuerdo de Sevilla)

Existe una foto de Joselito y Belmonte
a días de Talavera, en la plaza de Murcia.
Joselito de frente, la pierna en el estribo
y su capote en el brazo derecho; Belmonte
de perfil, la mano en la cintura y el percal
apoyado en las tablas. Joselito sonríe
con la montera puesta; sin montera, Belmonte
hace un gesto. Ambos parecen cargar con más años
que los que acusan. Más que dos rivales se ven
dos piezas complementarias, justificación
cada uno del arte del otro. Cómo prever
que en días más Joselito se habría esfumado
y Belmonte se haría más triste, la cabeza
cada vez más hundida entre los hombros, sintiéndose
culpable del pecado de no haber muerto a tiempo...
Qué hubiera sido de Joselito sin Belmonte;
qué fue de Belmonte una vez muerto Joselito,
madurando por décadas su final absurdo...
Quizás un rival es un espejo que al romperse
paso a paso nos obliga a olvidar nuestro rostro.


Quijotes (Recuerdo de Alcalá de Henares)

Con el de hoy ya son tres
los Quijotes que entraron a esta casa:
uno de letras grandes —que leíste
cuando sufrías de los ojos—, otro
que fue conmigo y con mi hijo un verano
en un viaje a Misiones, y el que ahora
editó la Academia —tu presente
de nuevo aniversario—. Como Sancho
sobre el rucio este libro me ha seguido
desde los diez años en que mi padre
me lo dio con inocencia a leer,
en su vieja edición a dos columnas
—de él me queda solamente el recuerdo
de una cama abrigada y confortable
y un olor a papel con humedad
que aún siento y me entristece—. Como Sancho
desde entonces con torpeza he servido
siempre a algún ideal: con esperanza
peregrina de cambiar ciertas cosas
y certeza de acabar apaleado.


Imagen de Aranjuez (Septiembre de 1999)

La Feria del Motín: esa mañana
se había corrido un encierro. Poca
gente en los jardines del Real Sitio.
Era el fin del verano.

No va a ir nadie a la plaza

—se escuchaba protestar—, no va a ir nadie.
Salvo los que han viajado de Madrid...

Una tasca en penumbras

de calor y tabaco;
el olor de los puros, las fritangas;
el ruido de los vasos, de las bromas,
nuestras voces con acentos de Indias.
Era el año en que El Litri se marchaba
de los ruedos: esa tarde toreaba
su última goyesca en Aranjuez.
Por la noche habría fiesta en las calles
en las que aún se veían las vallas
tras las que habían pasado los toros.

No va a ir nadie a la plaza, no va a ir nadie

—se quejaba el del puro—.
Salvo los que han viajado —y nos miraba—
desde Madrid para ver a Juan Mora.


Estampas de San Isidro (Madrid, Mayo de 2012)

Qué tórrido y hermoso que es Madrid
en mayo, por San Isidro. Comer
un bocadillo apurado en O’Donnell
observando recelosos un cielo
que amenaza tormenta. Ir en el Metro
a Las Ventas, mezclarnos con la gente,
buscar temprano el sitio en el tendido.
Amarnos es estar aquí los dos
como veinte años atrás lo soñamos.
Hay lleno de no hay billetes. El sol
se asoma entre las nubes y calcina.
Clarines y timbales. Ya comienza
esta misa pagana. ¿En qué lugar
del mundo más a gusto viviríamos?
Será tarde de triunfo. A la salida
dos cañas en la Calle de Alcalá,
viendo la plaza cubrirse de luces.
¿Recuerdas estas cosas, amor mío?
Hablar con el del bar de la corrida:
entonces nuestro amigo más cercano.


Guillermo Eduardo Pilía nació en La Plata, Argentina, en 1958. Se graduó en Letras en la Universidad Nacional de La Plata y ejerce la docencia como catedrático de Lenguas Clásicas y de Teoría Literaria. Es autor de más de una veintena de libros, la mayor parte de poesías. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales, entre otros el Premio Al-Ándalus (2010) y el Premio Andrés Bello (2014) por su obra poética completa, compartido con el poeta chileno Andrés Morales. Es director de la Cátedra Libre de Cultura Andaluza y vicepresidente de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, entre otras instituciones. Los poemas de este grupo, con algunas variantes, pertenecen a su libro Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama (2011), salvo el último que es de Tauromaquia lírica (2013), obra inédita.

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