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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

jueves, 7 de abril de 2016

“JORGE CADAVID Y "LA REPÚBLICA DEL VIENTO” POR HAROLD ALVARADO TENORIO




Para finales de los años noventa ya habían desaparecido las revistas dedicadas al género y sólo algunas, más o menos anodinas o faroleras: El café literario, La gaceta de Colcultura, Prometeo, Luna nueva, Común presencia, Luna de locos, Pluma, Gato encerrado, Puesto de combate, Ulrika, Aleph y la longeva difunta Golpe de Dados sobrevivirían, más como fuente de ingresos y tráfico de influencias de sus propietarios que como instrumentos para la difusión de la literatura.

Hasta entonces existió el evento Que hablen los poetas sufragado por el Banco de la Repúblicacuyas instituciones culturales terminarían al servicio de las multinacionales del libro y las artes. Durante un cuarto de siglo, un pretendido bardo convirtió los enormes fondos de esa institución pública en una suerte de peana para alcanzar una gloria que ni él mismo creía merecer y en últimas sirvió, a las editoriales y poetas de España y México más que a los genuflexos poetas nacionales. El gran monumento a esas ambiciones faraónicas del gerente es un postrero adefesio del gran Rogelio Salmona, bautizado con cinismo ejemplar “Centro García Márquez del Fondo de Cultura Económica”, pero levantado y sostenido con las multimillonarias compras de libros a esa editorial del gobierno mexicano ordenadas por los secretos comités de la Biblioteca Arango, controlados por “el mejor poeta del amor”, cuyo Boletín Cultural y Bibliográficofue la fría lápida de esa poesía encumbrada desde los profundos despachos de la Casa de la Moneda y guindada de las solapas de la propia revista. Creada por el historiador y sonetista Jaime Duarte French, quien durante otro cuarto de siglo disfrutó de las aguas termales de su alberca privada, adjunta al despacho y el comedor donde pasaba en compañía de Eduardo Carranza, Gonzalo Arango, Guillermo García Niño, José Pubén  o Mario Rivero extensos piscolabis rociados de caldos españoles, fue el instrumento del lírico y prosista de Santa Rosa de Osos para desprestigiar o elevar a los altares de la gloria a una legión de menesterosos a quienes pagaba mezquinas sumas por los comentarios que a rejo limpio ordenaba. Son memorables las reseñas de un taimado peruano, calificado por sus alumnos como el peor dómine que habían conocido, quien, por unos pocos dólares, desde un helado pueblo en la frontera con Canadá enviaba, tras recibir los libros y las instrucciones para “leerlos”, unos fárragos que acopió como Agua de Colombia donde practicaba, son sus palabras, “el vacilón de la crítica”.  

Dispersos, acríticos, afásicos, la gran mayoría de los supuestos poetas de la república del narcotráfico han adoptado diversas posturas delicuescentes a fin de no enfrentar ni las realidades de la historia ni las tradiciones de la lengua, rotas, por la demolición de la nacionalidad desde las altas esferas del estado. Desconfiando de su capacidad para comunicarse con el otro, eliminando los nexos sintácticos del discurso, adictos a la catacresis y los hermetismos metafóricos, sus “poemas” no son cosa distinta a una suerte de palimpsestos, o paráfrasis de textos de sus “maestros”, parodias, pastiches, bricolajes confeccionados con germanías y galimatías sintácticas e ideológicas, sin ritmo ni melodía, que conducen al lector desde los despeñaderos y vacíos de la conciencia a una angustia de no saber para dónde vamos y menos de dónde venimos. “Puede que nunca antes se haya presentado una situación tan desgarrada y ambigua en la poesía colombiana, de un descreimiento en las posibilidades del mundo, y, al mismo tiempo, un doble descreimiento en las posibilidades del lenguaje para reunir o agujerear ese mundo”, ha escrito en Una generación sin rostro, el periodista Santiago Espinosa.

Esa es la diagnosis aplicable a la “poética” de los líderes de esta camada de los noventa cuyo proyecto más ambicioso que se conozca hasta la fecha lleva por títuloVisiones, representaciones y presencia de la nueva poesía colombiana, 1980-2010, inscrita en la OFI de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, por el Doctor en Filosofía de la Universidad de Sevilla, Jorge Hernando Cadavid Mora, con la colaboración del químico farmaceuta Juan Felipe Robledo y el doctor de la Universidad de Iowa Oscar Torres, receptores de numerosos premios de poesía. Cadavid es Premio Euclides Jaramillo (1995), José Manuel Arango (2005), por el cual recibió acusaciones de plagio, Eduardo Cote Lamus (2003) y Universidad de Antioquia (2008). Robledo es Premio Jaime Sabines (1999), Premio Ministerio de Cultura (2001) y Torres Premio Colcultura (1992) y Ministerio de Cultura (1997), todos incluidos en la antología del primero titulada La República del Viento (2012), cinco señoras más treinta y un señores y sin ningún pudor ni recato, el mismo antólogo.  

Cadavid ha expuesto en un bricolaje de despojos de párrafos sobre La poesía y el silencio, [Celorio: Hacia una poética del silencio; Gadamer: Acerca de la verdad de la palabra;Arte y verdad de la palabra; Heidegger: Hölderlin y la esencia de la poesía; Hua Hu Ching: Las últimas enseñanzas de Lao Zi; Lao Zi/Chuan Zu, maestros del taoísmo; Ricoeur: De la hermenéutica del texto a la hermenéutica de la acción; etc.] que no cita y tergiversa, titulado La poesía silente [El Meridiano de Córdoba, Montería, 24 de octubre de 2012], la doctrina que justificaría la ausencia de sentido de sus textos y las fanfarronerías y sandeces en numerosos de los que reúne en La República del Viento. Ignorando las milenarias tesis de Confucio sobre la necesidad de rectificar los nombres porque tiempos y espacios rompen la unidad entre el nombre y el significado: “Si los nombres no son los adecuados no se ajustaran a lo que representan, y el pueblo no sabrá como obrar”; ignorando la historia y el presente, Cadavid justifica la abolición de las tradiciones de la lengua con el cuento de que “escribir que no se puede escribir es también escribir. El silencio de la escritura, unido a la desconfianza por el lenguaje lleva al poeta a adorar el silencio como idea, como quimera. Solo la pulsión negativa, solo del laberinto del NO surgirá una poética del silencio estético…”, todo un desorden de ideas extraídas con pinzas de los desvaríos teóricos del gallego José Angel Valente, un seudo poeta místico que predicada como doctrina estética el sincretismo entre la cábala, el sufismo y el misticismo católico duchado con taoísmo y budismo zen. La Osteraicer estética del poema contemporáneo, para no hablar ni pensar del presente y menos de la historia personal de su existencia sin experiencias, solo habitadas por las citas académicas consumidas en las vigilias de ratón de biblioteca, le conduce inexorable, a vivir de los arquetipos de lo inefable, del vacío y de la nada. Es decir, del pendejismo y la majadería.


Porque para el entomólogo, pamplonita abúlico y lelo cenobita, el prodigio de la lectura en voz alta no existe, no acontece, no se ejecuta. El hechizo al que someten las palabras, el encantamiento de pronunciarlas, el mundo que revelan, el sonido, el ritmo, los tonos, imágenes, símiles, coloraturas, recursos expresivos, metáforas, los símbolos expuestos y connotados, única manera de decir lo que se dice y el momento irrepetible de su ejecución no dejan ni una huella, ni una mancha en el alma de este abandonado de la vida, esclavo de la cita, el inciso y la componenda.

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