El 13 de octubre de 1933 llegaba a Buenos Aires vía Barcelona, a bordo del barco “Conte Grande”, el poeta andaluz Federico García Lorca. Según uno de sus más destacados biógrafos, Ian Gibson, aquí fue feliz y conoció por primera vez el éxito y el reconocimiento unánime de la crítica. También el del público, que llenó durante meses la sala del Avenida para disfrutar de “La zapatera prodigiosa”, obra que ya había estrenado con Margarita Xirgu en el Teatro Español de Madrid, pero de la que diría Lorca: “En realidad su verdadero estreno es en Buenos Aires y bailada por la gracia extraordinaria de Lola Membrives con el apoyo de su compañía”. García Lorca pronunció varias conferencias en Buenos Aires, vibró con el tango y se fascinó con la melancolía del bandoneón en las noches del Tortoni, donde se reunían artistas y poetas de la bohemia. Por aquellos días tal vez conoció y escuchó cantar a Gardel, al que según parece le dijo: “En la ciudad del tango tengo la fama de un torero”. También consolidó su amistad con Pablo Neruda, y organizó con él un homenaje a Rubén Darío que se convirtió en un libro con dibujos de Lorca. En Buenos Aires leyó a sus amigos “La casa de Bernarda Alba”, que pensaba estrenar en Madrid. En su habitación 704 del Castelar siguió escribiendo “Yerma”, que le tenía prometida a Lola Membrives. También habló por teléfono a España desde los estudios de Radio Splendid: “Nadie sabe, ni se imagina, la emoción simple y profunda que rodea mi corazón como una corona de flores invisibles al saber que en estos instantes mi voz se está oyendo en América y que, sobre todo, está vibrando en Buenos Aires enredada en el gran altavoz del bar o disminuida en la pequeña radio que tienen en su cuarto de estudiante o la muchachita que hace escalas en su piano. ¡Salud, amigos!”. Si bien la estancia de García Lorca en la Argentina transcurrió casi toda en Buenos Aires, visitó esporádicamente otras ciudades y localidades, como la finca de los Botana en Don Torcuato, el delta del Tigre, la ciudad de Rosario y la ciudad de La Plata, “la ciudad de los poetas”, a la que llegó con su uniforme de “La Barraca” para compartir un asado en la Escuela Anexa. También realizó un breve viaje a Uruguay, invitado por Juana de Ibarbourou. Federico dejó la Argentina el 27 de marzo de 1934. “Me voy con gran tristeza, tanta, que ya tengo ganas de volver”. “Buenos Aires es una ciudad maravillosa. Es como me gustaría que fuera España: cosmopolita, llena de amigos, desprejuiciada, tumultuosa, desbordante de vida y de cultura...”. Pero no se quedó. De haberlo hecho, no hubiera sufrido el destino que ya venía presagiando en sus poemas. Dos años después, Francisco Franco, al grito de “Viva la muerte”, se sublevó el 17 de julio contra aquella República a la que Federico apoyaba con toda su alma y su poesía, llevando el teatro a los pueblos y la cultura a una España rural casi analfabeta. Un mes después fue detenido por los falangistas y fusilado junto a un maestro y dos toreros anarquistas en Víznar, en su propia Granada. En el expediente podía leerse que Federico era “un escritor subversivo y un homosexual”. El régimen de Franco, que duraría 40 años, no se llevaba bien con cierta cultura, y el lugar que Federico había elegido para ver la vida estaba en sus antípodas. “Mientras haya desequilibrio económico –le había dicho a un periodista argentino-, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico le dice: ‘¡Oh, que barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio que florece en la orilla’ .Y el pobre reza: ‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre’. Natural, el día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad”. Pero volvamos a un año más grato, el de 1933. Si la visita de Lorca a la Argentina fue sobre todo visita a Buenos Aires, la que hizo a mi ciudad, a La Plata, fue, fundamentalmente, una visita a la Universidad Nacional de La Plata. No concretó ningún viaje a Mendoza, Tucumán ni Santiago del Estero, y también declinó la invitación de la Universidad de Córdoba. En cambio aceptó la del doctor Ricardo Levene, nuestro prestigioso historiador, que en ese entonces era presidente de la Universidad. El día señalado fue el 13 de diciembre de 1933, a dos meses exactos de su arribo a Buenos Aires. La escritora María Imelda Micucci reseñó esta excursión en un artículo de “La Plata, ciudad milagro”, basándose en los archivos del diario “El Día”. También en el Boletín de la Universidad puede leerse que recorrió las instalaciones, el Museo de Ciencias Naturales y la colonia de vacaciones. Una de las niñas presentes sería con los años la escritora Hilda Prieto Díaz. En la Colonia de Vacaciones de la Escuela Anexa se sirvió el almuerzo y los niños dramatizaron algunas escenas de “Pinocho” que conmovieron al poeta granadino. En su libro “Lorca, un andaluz en Buenos Aires. 1933-1934”, Pablo Medina recogió el testimonio oral del doctor Alberto Delmar, futuro neurólogo acreditadísimo, que había nacido en Ensenada en 1924, y que para entonces, con nueve años recién cumplidos, cursaba en la Escuela Anexa. Contaba el doctor Delmar que con varios días de antelación comenzaron los preparativos para el agasajo a García Lorca, y que los ensayos fueron en un clima de temor, porque el ilustre visitante se les presentaba como un hombre muy formal que iba a juzgar severamente la representación. El resultado fue, lógicamente, el contrario: García Lorca rió a carcajadas, aplaudió hasta desollarse las manos y abrazó y besó a los niños que habían representado “El país de los juguetes”. La adaptación de la obra de Collodi la realizó la profesora de teatro y declamación Agustina Fonrouge Miranda. Después de la función teatral y a pedido del doctor Ricardo Levene, García Lorca expuso ante los profesores y estudiantes sus ideas y experiencias acerca del teatro en la universidad, sobre la base del trabajo realizado en “La Barraca”, el teatro universitario español que él mismo había fundado y del que participaron importantes figuras de la intelectualidad de su tiempo, como soporte cultural de la República. Además del doctor Levene, recibieron a García Lorca en su fugaz pero perdurable visita el secretario de la Universidad, Antonio Amaral, el decano de la Facultad de Humanidades, profesor José Rezzano, el director de la Escuela “Joaquín V. González”, Vicente Rascio, además de otros invitados, como el dramaturgo español Gregorio Martínez Sierra y la joven titiritera María Luisa Madueño. Alguien dijo que García Lorca le escribió todo un libro a Nueva York, ciudad en la que no la pasó muy bien; un poema a Cuba (en realidad, a la ciudad de Santiago) y ni un solo verso a Buenos Aires. Sería mucho esperar que después de más de 80 años se descubriera alguna pieza desconocida en alusión a esa breve visita universitaria del miércoles 13 de diciembre de 1933. Quince años después, en la primavera de 1948, llegaría a La Plata otro andaluz universal, Juan Ramón Jiménez. La ciudad no los olvidó, aunque la mayoría lo ignore. Las dos diagonales que atraviesan la plaza Sarmiento, apenas de dos cuadras cada una (porque los poetas son para calles pequeñas, no para grandes avenidas ni bulevares) se llaman Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca.
Guillermo Eduardo Pilía
Cátedra Libre de Cultura Andaluza
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
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