Anclados al cielo
Hemos huido de los besos durante demasiado tiempo
4:48, me despierto. Afuera hay tormenta, con truenos y relámpagos. Me levanto. En la sala hace frío, me recuesto en el sofá. ¿Le hago daño a alguien si me como un yogur? Leo la newsletter de Artribune. Recorro los comentarios de Facebook: un imbécil cumple años hoy en Roma. Recibo cinco pokes que no devuelvo. Marcia organiza una iniciativa para pagarle el café a las personas sin hogar de Santiago, Tonino se enoja por los comentarios sobre el golpe de Estado en Egipto, Federico publicando noticias hace solo cinco minutos (¿4:52?), Helga hace filosofía nocturna, el otro Antonio, como de costumbre, perdiendo el tiempo… ¿cuándo dormirá?
Es de día y el candelabro me acompaña sobre la mesa. Hay botellas de color claro, lámparas apagadas, plantas, jarrones, libros que anuncian orgullosamente su presencia.
Las pinturas insensibles abren la puerta de lo que me falta.
Si me presentase a través de un paisaje impresionista, vería la luz multiplicada. Escaparía de la luz de la luna y aquellos ojos serían tus ojos.
Entre nubes y abismos penetran el eco de esta melodía.
¿Se reflejará tu rostro en aquel espejo?
En la Tenuta dello Scompiglio, en Lucca, tienen el mejor pan del mundo. No dejo de comerlo. Hay también ruidos antiguos, el coro de ranas, cuarenta sonidos de pájaros (de los cuales he identificado algunos). Entre las nubes sobreviven intensos rayos de sol que cortan la mirada, la vegetación y una verdadera sinfonía. Está Pablo Rubio, artista infatigable que desde muy temprano se ha encerrado en la galería para organizar la exposición. Allí la no luz se hace densa y la penumbra se precipita hacia nosotros. Papeles y mesas, que esperan debajo, escasamente iluminados, se ahogan convertidos en estalagmitas, columnas en busca de un cielo, que no es otro que superficie. Las páginas que retienen recuerdos y dan forma a la memoria colectiva se liberan del cuerpo de la historia. Lo miro desde lejos, Ángel Moya ocasionalmente dice algo amable y sonríe.
Recordar que fue en verano de 1869 cuando Renoir y Monet salieron a pintar a orillas del Sena (¿reflejarse en el agua de un río?).
¿Cuántas veces bañarse en la imagen misma?
Todo estalla. Hay una fuerza arrolladora que despilfarra nueva energía. El remolino que avanza detrás del pincel. Lo que deja la señal de la mancha. La señal autosuficiente. El golpe arrogante. El espacio laberíntico entre uno y otro. Abrir esa puerta y caminar en la oscuridad hasta encontrarte.
Mueves los labios. Tus ojos me contemplan. Gesticulas. Estás aquí, pero no entiendo qué dicen tus labios. ¿Qué ven tus ojos?
Detrás hay un corazón loco que se esconde en la montaña y más allá otro y otro corazón más. También la sombra de un vago beso. El gris que refleja una mirada que se fue. Un vívido color rojo. Pero no es un corazón, es una mancha semejante al corazón.
He aquí la vida, digo.
¡Por aquí pasó la vida! Me dice la delicada superficie del cristal que protege el tejido de mi impulso.
Bajo la mirada.
El golpe arrogante.
Sobre la mesa los ojos de una diosa cierran mi mirada de bronce.
Escondo un secreto que nadie entendería.
Ver las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo.
(Ignacio de Loyola)
Amaneció. El gallo anunció dos veces el día. El color gris de la mañana ilumina lentamente las calles. La belleza nocturna de una noche que hubiera deseado infinita — ¿nunca existió? — y la distancia conquistada tras las nubes — ¿existe?
Le digo a Pablo que no he estado en la mañana desde entonces.
En los años siguientes a veces sucedía que, al levantarme, las estrellas ya estaban allí, tan reales.
Nuestras historias son parecidas. Se comunican. Padres comunistas. Se comunica la forma. La forma comunista de comunicar. La lengua se comunica.
Nada que decir. Nada de qué reír.
En Europa hace tiempo que el eco de las batallas se apagó. La luz es lenta. Me da la impresión que no ha dormido nada.
Durante la noche, la habitación pasó de la oscuridad más negra a una oscuridad donde podía verlo todo. Las sábanas me cubren hasta la mitad y desde esta posición todo parece más grande. Siento el peso de una pluma. Percibo el olor de la noche. Quiero oír de nuevo el gallo. La lejana canción de los pájaros se me aproxima.
— No has dormido nada, me dices.
— Absolutamente nada, le digo.
Después me levanto. Escribo.
En la ciudad empieza el ajetreo. Eran, en cualquier caso, los militares los asustados: chiquillos sin experiencia. Y no hay nada más peligroso que una persona armada y asustada, especialmente si tiene 18 años. Ciertamente desembocará en un miliciano asesinado.
Mis ojos observan. No me siento cansado. Estoy completamente despierto. Pienso en el paisaje chileno y en que olvidé el placer de pasear por los campos.
Las 9:00. Dejo el Scompiglio, parece que será un día espléndido. El taxista me pide que no lo diga muy alto, no sea que en 15 minutos se ponga a llover a cántaros. Lamento marcharme. Fue lindo estar aquí, le había cogido gusto, pero hay que volver a partir, me espera un Frecciarossa.
No sé si hará frío o calor durante el viaje. Apenas estoy volviendo al mundo real, pero todavía tengo tiempo antes de llegar.
XVI Salón del Libro de Turín 2013
Saludando a los organizadores, editores y lectores participantes en esta edición, el presidente Giorgio Napolitano dirige un saludo especial al país invitado de este año, Chile, recordando que precisamente en 1988, el año en el que el Salón hecho a rodar, representó «un año especial para Chile», por cuanto con el «no a la dictadura de Pinochet, principió la restauración de la democracia».
Sala llena, ni una silla vacía. Y así tiene lugar el primer encuentro en el Salón del Libro. Mesa redonda en la que participo con Raúl Zurita, María Teresa Cardenas: un auténtico placer ver el número de asistentes conformando un público heterogéneo y multiétnico, tan deseoso de conocer una realidad cultural distinta de la propia.
Acaba la mesa redonda y me hacen una entrevista sobre la marcha, se me inquiere por el papel de la policía de Pinochet y de su presencia dentro de nuestras ciudades durante nuestro exilio. Hablo de una verdadera Internacional de la Muerte y especialmente de Michael Townley, quien durante años trabajó para la DINA, asumiendo un rol protagonista en la concepción y ejecución del atentado sufrido por el fundador de la Democracia Cristiana chilena, Bernardo Leighton, en Roma.
Leighton resultó herido de gravedad el 5 de octubre de 1975. Aquel día, nosotros, jóvenes chilenos, celebrábamos en la Magliana una fiesta en casa de alguien, tal vez era el cumpleaños de Carmen o de Gonzalo, no lo recuerdo. Llevaba poco tiempo en Roma, todavía adolescente ingresado en el exilio. Leighton se convirtió en uno de los objetivos de la DINA para la cual trabajaban Townley y otros dos exoficiales del Ejército chileno. Este trío fue señalado años más tarde como instigador de la emboscada contra Leighton, mientras que los autores materiales fueron identificados en las personas de los neofascistas Stefano Delle Chiaie, de Avanguardia Nazionale, y Pierluigi Concutelli, de Ordine Nuovo, absueltos por falta de pruebas.
El atentado, en el cual resultó asimismo herida de gravedad la esposa, fue organizado por la DINA. Townley es, por otra parte, el autor material del asesinato de Carlos Prats, antiguo comandante en jefe del Ejército de Chile, y de su mujer. También fue condenado por el asesinato del diplomático Orlando Letelier y de su secretaria en Washington en 1976.
Acabado el acto y despedidos todos, tomo un taxi hasta la estación de Turín Porta Nuova, luego el tren Turín-Génova, Génova-Viareggio, Viareggio-Lucca.
Taxi y cocina de Tenuta dello Scompiglio, amigos que esperan, vino blanco y a dormir. Sí, mañana es otro día y llueve. ¡El Salón del Libro de Turín permanecerá en mi corazón!
El café.
Su penetrante aroma me despierta. Pasaron dos días desde que salí de aquí al amanecer. Hoy quiero seguir durmiendo. Hacer infinita esta mañana.
Soñé con algo. Con algo plácido y dulce.
La imagen que irrumpe como una especie de escándalo lógico.
¿Qué senda? Para Pitágoras, el cero es la forma perfecta: descubrir la armonía y el equilibrio significa controlar el miedo, vencer los propios demonios.
Me faltan tantas cosas por hacer.
Mi cuerpo está tenso. El agua de la ducha alivia esta pesadez.
Afuera hace calor.
El cielo parece un mar pálido.
Hay un color argénteo en las esquinas y una brisa ligera anuncia el lento otoño.
Quisiera que llegases y fuese de noche. Pero la oscuridad va cayendo muy lentamente.
Se encendieron las farolas y como luciérnagas, cada esquina tiene su circunferencia de luz. Hay una vieja luz en esta plaza y mi mirada te busca.
Un libro cierra sus mágicas puertas y sus personajes entablan un duelo, diseñan un paisaje que imaginas y ves, un cielo, un atardecer, una estrella en el bolsillo que trae la noche. Uno diciendo al otro un diálogo perfecto.
Imagino un proyectil que quema el corazón del desafortunado. Alguien respirando afanosamente. Alguien que muere. Alguien que silencia su arrepentimiento. Alguien con el deseo de huir. Desear de todo corazón no haber estado nunca allí. Después alguien más señalando la fuga.
Solo sentí un pinchazo y la sangre humedeció mi camisa, lo que sucedió a continuación no me lo espera… varias personas encapuchadas me rodearon y protegieron con sus escudos, me llevaron a un lugar calificado como enfermería, protegiéndome absolutamente con sus cuerpos y escudos, hechizos, balines y el quebranto. Una vez restablecido regresé al frente para seguir haciendo fotos y de vez en cuando me acercaba a uno de estos chiquillos y me preguntaba, ¿cómo está aquel muchacho?
Luego huyo.
Hay una sombra entre nosotros. Una sombra que interrumpirá esta espera. Esperé demasiado. Es de noche. Camino por las calles. Pasillos en la oscuridad. Plazas. Me adormezco en uno de los bancos. Ante mí, no muy lejos, un grupo de vagabundos que fuman, que se enfrentan a una única botella.
El retiro ha comenzado.
La noche es dura. Las palabras salen amargas. Hay reproche, odio y tremendo amor en cada sílaba que se pronuncia. Hay un sufrimiento que nadie comprendería.
Decide que no es él quien habla, sino el otro de sí mismo. Veamos si nos ponemos de acuerdo, le dice uno al otro.
Recordamos ayer. Las colinas. Las fábulas inventadas por cada uno: «Los jóvenes príncipes detrás de los cisnes sentirán leves, magníficos amores».
Los pensamientos trazarán en el sendero el retorno al refugio. Allí en aquella chimenea donde se rompen gafas, relojes, copas de champán. Regresamos al presente.
Hay una presencia inevitable.
Huimos de los besos.
Hemos huido de los besos durante demasiado tiempo.
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